miércoles, 26 de diciembre de 2012


Charles Spurgeon (1834–1892)
No tenga reservas, no ejercite otra opción sino obedecer su mandamiento. Si usted sabe lo que Él ordena, no vacile, no pregunte ni trate de evitarlo sino «hágalo»: hágalo de una vez, hágalo sinceramente, hágalo alegremente, hágalo por completo. No es algo sin importancia que nuestro Señor nos haya comprado a precio de su propia sangre; por lo tanto, deberíamos ser sus siervos. Los apóstoles con frecuencia se llamaron a sí mismos esclavos, atados a Cristo. Donde nuestra versión bíblica delicadamente pone “siervo” en realidad debería leerse «esclavo-atado». Los santos antiguos se deleitaban en contarse como propiedad absoluta de Cristo, comprados por Él, propiedad suya y completamente a su disposición. Pablo fue aun más lejos como para regocijarse de tener las marcas del sello de su Amo en él y afirmó: «No permitas a ningún hombre que me angustie: porque llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús». Ahí estaba el final de todo debate: él era del Señor y las marcas de los azotes, las varas y las piedras eran las grandes flechas del Rey que marcaron el cuerpo de Pablo como propiedad de Jesús el Señor. Ahora, si los santos de los tiempos antiguos se gloriaron en obedecer a Cristo, oro porque usted y yo, obviando el grupo al que podamos pertenecer o hasta la nación de la cual formamos parte, podamos sentir que nuestro primer objetivo en la vida es obedecer al Señor y no seguir a un líder humano o promover un partido político o religioso. Tratemos de hacer solo esto y por tanto seguir el consejo de Salomón cuando dice: «Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante». Amado, esforcémonos por ser obedientes tanto en lo inapreciable como en los asuntos mayores, pues es en los detalles que la obediencia verdadera se ve mejor.14
Debemos esperar con la humildad de nuestro Amo, reverentemente, sintiendo como un honor hacer cualquier cosa para Él. Debemos autorenunciar, rendidos de ahora en adelante al Señor, hombres libres y sin embargo los siervos más reales de este Gran Emperador. Nunca somos tan libres como cuando admitimos nuestra servidumbre sagrada... Con frecuencia Pablo se llama a sí mismo siervo del Señor y también esclavo de Cristo y se gloría de las marcas del hierro ardiente sobre su carne. «Yo llevo», dice él, «en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús; a partir de ahora no permitas a ningún hombre que me angustie». Nosotros contamos como libertad llevar las ataduras de Cristo. Lo consideramos como la libertad suprema, por lo que cantamos junto al salmista: «Ciertamente yo soy tu siervo, siervo tuyo soy, tú has roto mis prisiones» (Salmos 116.16). «Jehová es Dios, y nos ha dado luz; atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar» (Salmos 118.27). Esta es la conducta que nuestra servidumbre al Señor demanda.15
Todo cristiano verdadero afirma sin ningún ambage que Jesús es su Señor. Porque deseamos que Él lo sea en todo y sobre cada parte de nuestro ser... Aquel que de veras ama a Jesús y sabe que es uno de sus redimidos, confiesa con todo su corazón que Jesús es su Señor, su Soberano absoluto, su Déspota usada esta palabra en el sentido de Cristo con monarquía ilimitada y dominio supremo y absoluto sobre el alma.

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