miércoles, 26 de diciembre de 2012


Alexander Maclaren (1826–1910)
La verdadera posición, para el hombre es ser esclavo de Dios. Las características repulsivas de esa maligna institución de la esclavitud asumen en conjunto un carácter diferente cuando se convierten en rasgos de mi relación con Él. Sumisión absoluta, obediencia incondicional por parte del esclavo; y por parte del Amo dominio completo, el derecho a la vida y a la muerte, el derecho a disponer de todas las pertenencias... el derecho a proferir mandamientos sin razón, el derecho a esperar que esos mandamientos se acaten sin vacilar, rápida, estricta y totalmente; estas cosas son inherentes a nuestra relación con Dios. ¡Bendito [es] el hombre que ha aprendido lo que ellos hacen y que los ha aceptado como su gloria más alta y la seguridad de su vida sumamente bendecida! Para los hermanos, tal sumisión absoluta e incondicional, la fusión y la absorción de mi propia voluntad con su voluntad, es el secreto de todo lo que hace la madurez gloriosa, grande y feliz.
Recuerde, sin embargo, que en el Nuevo Testamento estos nombres de esclavo y amo se transfieren a los cristianos y a Jesucristo. «El siervo» tiene sus esclavos y Él —que es el Siervo de Dios y no hace su voluntad propia sino la del Padre—, nos tiene como sus siervos, impone su voluntad sobre nosotros y estamos obligados a rendirle obediencia total como la que Él ha puesto a los pies de su Padre.
Esa esclavitud es la única libertad. La libertad no significa hacer lo que usted quiere, significa desear lo que debe hacer y hacerlo. Solo es libre quien se somete a Dios en Cristo y por consiguiente se vence a sí mismo y al mundo y a todo antagonismo; además, es capaz de hacer aquello que es el propósito de su vida. Una prisión fuera de donde no deseamos ir no es contención y la voluntad que coincide con la ley es la única voluntad libre de verdad. Usted habla del cautiverio de la obediencia. ¡Ah!, «el peso de demasiada libertad» es un cautiverio mucho más doloroso. Ellos son los esclavos que dicen: «Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas» y ellos los hombres libres que dicen: «Señor, pon tus cadenas benditas en mis manos e impón tu voluntad sobre la mía y llena mi corazón con tu amor; entonces voluntad y manos se moverán libres y con deleite». «Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres».
Tal esclavitud es la única nobleza. En los antiguos imperios malvados, al igual que en algunos de sus sobrevivientes modernos hoy, los vice y los primer ministros procedían fundamentalmente de las clases serviles. Así también es en el reino de Dios. Quienes se hacen a sí mismos esclavos de Dios, son hechos reyes y sacerdotes por Él y reinarán con Él en la tierra. Si somos esclavos, entonces somos hijos y herederos de Dios por medio de Jesucristo...
El Hijo-Siervo nos hace esclavos y siervos. No significa nada para mí que Jesucristo cumpliera perfectamente la ley de Dios, eso es más reconocimiento para Él pero no es de valor para mí a menos que Él tenga el poder de hacerme como Él mismo. Si ustedes confían en Él, entregan sus corazones a Él y le piden que los gobierne, Él los gobernará; si ustedes abandonan su libertad falsa la cual es servidumbre y toman la libertad sobria que es la obediencia, entonces los llevará a compartir su carácter de servicio gozoso y hasta podremos decir: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió» y diciéndolo con sinceridad, tendremos ciertamente las llaves de todo deleite.

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