lunes, 16 de junio de 2014

LA ESPERA DEL UNGIDO
“Entonces uno de los criados respondió diciendo: He aquí yo he visto a un hijo de Isaí
de Belén, que sabe tocar, y es valiente y vigoroso y hombre de guerra, prudente en sus
palabras, y hermoso, y Jehová está con él. Y Saúl envió mensajeros a Isaí, diciendo:
Envíame a David tu hijo, el que está con las ovejas. Y tomó Isaí un asno cargado de pan,
una vasija de vino y un cabrito, y lo envió a Saúl por medio de David su hijo. Y
viniendo David a Saúl, estuvo delante de él; y él le amó mucho, y le hizo su paje de
armas. Y Saúl envió a decir a Isaí: Yo te ruego que esté David conmigo, pues ha hallado
gracia en mis ojos. Y cuando el espíritu malo de parte de Dios venía sobre Saúl, David
tomaba el arpa y tocaba con su mano; y Saúl tenía alivio y estaba mejor, y el espíritu
malo se apartaba de él” (1 S. 16:18–23).
Introducción
El que era el ungido dejó de serlo; y el que no era el ungido, ahora lo es. El cambio en Saúl y en
David es muy notable. Del primero leemos: “el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl” (16:14). Del
segundo leemos: “el Espíritu de Jehová vino sobre David” (16:13).
En todo tiempo Dios se provee de ungidos. Ellos no son imprescindibles; cuando Dios los tiene que
cambiar, los cambia. Saúl dejó de ser el ungido por su desobediencia a Dios. Él y el pueblo perdonaron
a Agag, rey de Amalec, sus ovejas, su ganado, sus carneros “y de todo lo bueno” (15:9). Esta actitud
desagradó a Dios.
El Señor le habló al profeta Samuel y le dijo: “Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha
vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras” (15:11).
Toda esa noche Samuel se la pasó en oración (15:11). Temprano en la mañana fue al encuentro de
Saúl. Al llegar se le dijo: “Saúl ha venido a Carmel, y he aquí se levantó un monumento, y dio la
vuelta, y pasó adelante y descendió a Gilgal” (15:12).
“Se levantó un monumento”. El ungido tiene que cuidarse de la tentación de levantarse o dejar que
le levanten “un monumento”. Si el ungido es verdaderamente espiritual, rechazará todo lo que pueda
traerle gloria personal y hacerlo el centro de su ministerio. Saúl ya estaba perdiendo la unción en su
vida. Estaba en posición, pero sin unción de Dios.
Saúl también había caído en la mentira. Leemos: “Vino, pues, Samuel a Saúl, y Saúl le dijo:
Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová” (15:13). Conocía la palabra de Dios,
pero no la cumplía, no la obedecía; la tenía en la mente, pero no en el corazón.
Al mentirle al profeta de Dios, que estaba en autoridad espiritual sobre él, Saúl le mentía a Dios
mismo. Samuel lo confrontó con esta interrogante: “¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es
este que yo oigo con mis oídos?” (15:14).
En el versículo 15 Saúl trató de justificar su desobediencia por culpar al pueblo y buscar granjearse
el agrado de Dios: “De Amalec los han traído; porque el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de
las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos” (15:15).
Saúl ya era un líder sin autoridad espiritual. Respondía a los impulsos de la carne y no del Espíritu.
En los versículos 22 al 23, el profeta Samuel le muestra a Saúl que ha sido desobediente, rebelde y
obstinado. Al rechazar “la palabra de Jehová”, Dios lo rechazó como rey ungido. Era todavía rey, pero
ya no estaba ungido.
De ahí en adelante Saúl jugó “al espiritual”. Aunque acepto su pecado, se justificó al decir: “porque
temí al pueblo y consentí a la voz de ellos. Perdona, pues, ahora mi pecado” (15:24). Dejó de ser una
autoridad espiritual al obedecer a los que no eran espirituales.
Notemos que Saúl dice: “perdona... ahora mi pecado”. En vez de decirle al profeta: “Pídele a
Jehová que perdone mi pecado”. Estaba buscando el favor del profeta, en lugar del favor de Dios.
Luego invitó a Samuel para que lo acompañara en la adoración a Dios (15:25), pero Samuel le dijo:
“No volveré contigo” (15:26). Al Samuel querer irse, Saúl lo asió por el manto, y este se le rasgó
(15:27). Samuel le profetizó: “Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un
prójimo tuyo mejor que tú” (15:28). Esa expresión: “un prójimo tuyo”, se lee en 1 Samuel 28:17: “tu
compañero, David”. Notemos la declaración: “mejor que tú”. Dios siempre tiene alguien mejor que
nosotros, cuando dejamos de calificar para su trabajo.
En 15:30 leemos: “Y él dijo: Yo he pecado; pero te ruego que me honres delante de los ancianos de
mi pueblo y delante de Israel, y vuelvas conmigo para que adore a Jehová tu Dios”. Después de
Samuel adorar con Saúl, pidió que le trajeran a Agag, rey amalecita, y le dio muerte (15:32–33). El
verdadero arrepentimiento debe llevar a la renuncia de todo pecado.
Luego leemos que Samuel y Saúl jamás se volvieron a ver. Pero el profeta lo lloraba (15:35), hasta
que Jehová le pidió que no llorara más porque ya se había provisto de otro ungido. Saúl perdió toda
sensibilidad espiritual. Estaba más interesado en su reputación, en reconocimiento y en honra humana,
que en el favor y la gracia de Dios en su vida. Por eso le dijo a Samuel: “pero te ruego que me honres
delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel”.
I. El ungido espera como adorador
Cuando el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, dicen las Escrituras que “le atormentaba un
espíritu malo de parte de Jehová” (16:14). La casa espiritual de Saúl quedó desocupada al mudarse el
Espíritu Santo. Su ministerio se quedó sin unción. La unción de todo ministerio es la presencia del
Espíritu Santo. Cuando se pierde la unción, también se pierde la autoridad espiritual.
Aun los que servían a Saúl se dieron cuenta del ataque demoníaco sobre su vida. Por eso decían:
“He aquí ahora, un espíritu malo de parte de Dios te atormenta” (16:15). Cuando se opera fuera de la
unción, los que están cerca de nosotros se dan cuenta. La desobediencia a la Palabra de Dios y la falta
de sometimiento a su voluntad, hace al creyente indefenso a los ataques del maligno. Saúl sin el
Espíritu Santo era víctima de un espíritu malo.
Sus criados entonces le recomiendan: “Diga, pues, nuestro señor a tus siervos que están delante de
ti, que busquen a alguno que sepa tocar el arpa, para que cuando esté sobre ti el espíritu malo de
parte de Dios, él toque con su mano, y tengas” (16:16).
Saúl necesitaba un ministerio de alabanza y adoración. Un ministro que estuviera ungido por Dios
para tocar a Dios. Veamos el énfasis: “que sepa tocar el arpa”. Los que ministran para Dios y de parte
de Él deben saber hacer bien las cosas. Dios exige calidad y excelencia ministerial.
Aquel espíritu malo venía sobre Saúl. Era un espíritu de opresión. Ese espíritu atacaba sus
emociones y sentimientos. Le producía tormento psicológico, inseguridad, esquizofrenia y un complejo
de persecución como lo veremos más adelante en su vida. Solamente por un ministerio ungido por
Dios, Saúl tendría alivio (16:16).
Saúl estuvo de acuerdo con sus criados y declaró: “Buscadme, pues, ahora alguno que toque bien,
y traédmelo” (16:17). Entonces la providencia de Dios trae a la mente de uno de los criados de Saúl, la
persona del joven pastor de Belén. Él declaró: “He aquí yo he visto a un hijo de Isaí de Belén, que sabe
tocar, y es valiente y vigoroso y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y hermoso, y Jehová está
con él” (16:18).
“Que sabe tocar”. Los que Dios quiere usar son quienes primero han aprendido a hacer las cosas
bien. El que tiene un llamado se prepara con anticipación al ministerio. No espera entrar al ministerio
para luego prepararse. El llamado lleva a la preparación. Los hombres y mujeres de Dios saben hacer
las cosas bien. No dan mediocridad en su ministerio. Buscan siempre la excelencia. A alguien que no le
gusta ensayar no debe entrar a un ministerio de música y canto. A otro que no le gusta estudiar no debe
entrar al ministerio de la enseñanza y predicación.
“Y es valiente”. La marca espiritual de los que fluyen con la unción es que son valientes. En ellos
no se descubren partículas de cobardía. El Espíritu Santo en control de una vida la hace valiente. Le da
autoridad y la hace funcionar en autoridad. Un creyente valiente reconoce que tiene autoridad
espiritual; y en el mundo espiritual, es una autoridad.
“Y vigoroso”. Los hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo son enérgicos, transmiten vida, son
dinámicos, contagian a otros con su personalidad. Tienen un estilo de vida que los demás quieren
imitar. Transforman con sus palabras y acciones. En ellos se descubre un espíritu templado y
controlado, no un espíritu ambivalente y de doble ánimo. En Santiago 1:8 leemos: “El hombre de doble
ánimo es inconstante en todos sus caminos”.
“Prudente en sus palabras”. Los ungidos se cuidan cómo hablan, de qué hablan, de quién hablan,
dónde hablan y por qué hablan. La lengua es la mayor tentación que tienen que vencer los hombres y
mujeres de Dios.
“Y hermoso”. La apariencia dice mucho. La hermosura espiritual del creyente lo pondrá en gracia
delante de los demás. El pecado afea, la santidad hermosea.
“Y Jehová está con él”. Lo más importante para cualquier creyente no es creernos que estamos con
Dios, sino saber que Dios está con nosotros. El secreto del éxito de David y de cualquier ungido, es de
que Dios esté con él.
La vida de David fue formada en el molde de la adoración. Era un verdadero adorador. La oferta de
una posición como rey no se le fue a la cabeza, sino que continuó adorando a Dios en la pradera, en el
campo y en el palacio. Para el adorador su actitud en la adoración es más importante que el lugar de la
adoración (Jn. 4:24).
El adorador pone a Dios primero y en el ejercicio de su adoración bendice a otros. Dios le trae al
palacio para adorar. El día que llegara a ser rey, él tendría que reconocer que lo más importante de su
ministerio era adorar a Dios.
II. El ungido espera como un servidor
Saúl mandó a buscar a David. Le dijo a su padre Isaí: “Envíame a David tu hijo, el que está con las
ovejas” (16:19). Isaí lo envía a Saúl con un asno y provisiones (16:20). Leemos: “Y viniendo David a
Saúl, estuvo delante de él; y él le amó mucho, y le hizo su paje de armas” (16:21). Vino a Saúl para ser
su servidor. La ruta más corta hacia el ministerio es a través del servicio. Adorar a Dios y servir a
nuestros hermanos debe ser la mayor meta de nuestra vida y ministerio. David siempre estuvo a la
disposición de Saúl. Eso hizo que Saúl lo amara mucho. De tal manera que aquel músico pronto llegó a
tener una posición de confianza muy respetada en el mundo antiguo: la de paje de armas o escudero.
Esta era una posición de respeto, confianza, lealtad y estima. El paje de armas tenía que defender,
proteger, honrar y estar dispuesto a dar su vida, si era necesario, por defender la de su señor. Hoy día
necesitamos de pajes de armas que protejan la visión de su líder, que lo defiendan a “capa y espada”,
que le sean fieles en todo.
David fue probado por Saúl y decidió dejarlo con él. Leemos: “Y Saúl envió a decir a Isaí: Yo te
ruego que este David conmigo, pues ha hallado gracia en mis ojos” (16:22). Los que son servidores,
Dios los pone en “gracia” delante de los demás. David fue levantado en gracia porque sabía ser un
servidor.
Como resultado de un ministro ungido, adorador y servidor, el espíritu malo que atormentaba a
Saúl no podía resistirse ante David: “Y cuando el espíritu malo de parte de Dios venía sobre Saúl,
David tomaba el arpa y tocaba con su mano; y Saúl tenía alivio y estaba mejor, y el espíritu malo se
apartaba de él” (16:23).
Por medio de la alabanza y de un ministerio ungido hay liberación espiritual. Los músicos y los
cantores son ministros de Dios. Su posición no es para entretener, sino para ministrar.
Conclusión
(1) Aunque David ya sabía que estaba ungido, no por eso se fue a buscar una posición en el palacio.
Por el contrario, se quedó pastoreando las pocas ovejas que se le había encomendado. (2) En el
momento de Dios llegó al palacio como un adorador y un servidor. (3) Un ungido espera siempre como
adorador y servidor. Su programa está en las manos de Dios, a él solo le resta esperar. En la espera
Dios siempre obra.

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