viernes, 28 de diciembre de 2012


Iglesia. Ellos son "los llamados de Jesucristo"
(Romanos 1 :6). Es Cristo quien les da vida: "El Hijo a los que quiere da vida". (Juan 5 :21.) Es Cristo quien lava sus pecados:
Cristo "nos lavó de nuestros pecados con su sangre". ( Apocalipsis
1 :5.) Es Cristo quien les da paz: "La paz os dejo, mi
paz os doy". (Juan 14:27.) Es Cristo quien les da vida eterna:
"Yo les doy vida eterna; y no perecerán jámás". (Juan 10:28.)
Es ·Cristo quien les concede arrepentimiento: "A éste, Dios ha
exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a
Israel arrepentimiento, y perdón de pecados". (Hechos 5:31.)
Es Cristo quien les capacita para llegar a ser hijos de Dios:
"A todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios". (Juan 1 :12.) Es Cristo quien lleva a término
la obra que en ellos ha sido empezada: "Porque yo vivo, vosotros
también viviréis". (Juan 14:19.) En una palabra:
"Agradó al Padre que en él habitase toda la plenitud". (Colosenses
1 :19.) Él es el autor y consumador de la fe. Él es la
vida. Él es la cabeza; de Él todas las conyunturas y miembros
reciben su crecimiento; por Él todos los miembros del cuerpo
místico reciben energía para el trabajo y son guardados de
caída. Él los guardará hasta el fin, y los presentará sin mancha
delante de su gloria con gran alegría. Él es todas las
cosas en todos los creyentes.

¿Pertenecemos a la Iglesia que está fundada sobre la roca?
¿Somos miembros de la única Iglesia en la cual se pueden salvar
las almas? Estas preguntas son muy serias, y merecen
una atenta consideración. Pido la atención de todos los lectores
mientras trato de demostrar cuál es la verdadera y santa
Iglesia Universal, y trato de guiar sus pies hacia el único rebaño
seguro. ¿Cuál es esta Iglesia? ¿En que se distingue?
¿Cuáles son sus características? ¿Dónde se encuentra? Sobre
estas preguntas tengo algo que decir. Jesús dice: "Sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella". En estas palabras tan famosas hay
cinco cosas que requieren nuestra atención:
I.- Un edificio: ":Mi Iglesia".
II. - Un Constructor: Cristo dice: "Y o construiré mi Iglesia".
III.- Un Fundamento: "Sobre esta piedra edicaré mi Iglesia".
IV.- Peligros Comprendidos: "Las puertas del infierno".
V.- Seguridad afirmada: "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella".

jueves, 27 de diciembre de 2012




¡El verdadero cristianismo es una lucha! 
Notemos bien
la palabra "verdadero", pues hay mucha religión y profesión
de fe en el mundo que de cristiana sólo tiene el nombre;
en realidad no es un cristianismo verdadero y genuino. Es un
cristianismo que satisface las conciencias de aquellos que
espiritualmente duermen, y que tiene aspecto de validez pero
en realidad es moneda falsa; no es aquello que hace veinte
siglos se llamaba cristianismo. Elevado es el número de personas
que en el día del domingo va a las iglesias y capillas,
y que se llaman a sí mismas cristianas; sus nombres están
escritos entre los bautizados; su ceremonia matrimonial tuvo
lugar en la iglesia) y desean morir cristianamente y ser enterrados
de la misma manera; pasan como cristianos mientras
viven pero en la religión que profesan el elemento de
"lucha" brilla por su ausencia. No saben nada de lo que sea
la contienda espiritual y el esfuerzo de una profesión de fe
genuina. Tal "cristianismo" puede satisfacer al hombre carnal,
pero no .es el cristianismo de la Biblia por más que nos
tilden de poco caritativos en nuestras aserciones. No es la
religión que el Señor Jesús fundó y que sus Apóstoles predicaron.
N o es la religión que produce verdadera santidad. El
verdadero cristianismQ es una lucha.
El verdadero cristiano ha sido llamado


Pelea la buena batalla de la fe»
(1 Timoteo 6:12).

El amor a Cristo
debería ser el tema básico en la instrucción
·religiosa del niño. La elección, la justicia imputada,
el pecado original, la justificación, la santificación, e incluso
la fe, son doctrinas que a menudo causan confusión al niño
de tierna edad. Pero el amor a Jesús es algo más al alcance
de su entendimiento. El que Jesús le amó incluso hasta la
misma muerte y él debe corresponder con su amor, es un
credo que se amolda a su horizonte mental. Cuán ciertas son
las palabras de la Escritura: "¡De la boca de los niños y de
los que maman, perfeccionaste la alabanza!" (Mateo 21 :16).
Hay miles de cristianos que conocen todos los artículos del
credo de Atanasio, de Nicea y del Apostólico, y que sin embargo
tienen menos conocimiento de lo que es el cristianismo
real que un niño pequeño que sólo sabe que ama a Cristo.

El amor a Cristo es la fuente del servicio cristiano. Poco
haremos por la causa de Cristo si nos movemos impulsados
por el simple sentido de la obligación, o por el conocimiento
de lo que es justo y recto. Antes de que las manos se muevan,
el corazón ha de estar interesado. La excitación puede -galvanizar
las manos del cristiano para una actividad caprichosa
y espasmódica, pero sin amor no se producirá una perseverancia
contínua en el obrar bien ni en la labor misionera.
La enfermera puede desempeñar correctamente sus cuidados
facultativos y atender al enfermo con solicitud; pero aún así,
hay una gran diferencia entre sus cuidados y los que prodigará
la esposa al esposo enfermo, o la madre al hijo que
está en peligro de muerte. Una obra por el sentido de la obligación,
mientras que la otra obra impulsada por el afecto
y el amor; una desempeña su labor por la paga que percibe,
la otra obra según los impulsos del corazón. Y es así también
en lo que respecta al servicio cristiano. Los grandes
obreros de la Iglesia, los que han dirigido avances claves en
el campo misionero y han vuelto el mundo al revés, todos
se han distinguido por un intenso amor hacia Cristo.


¿Deseáis saber la razón por la cual el cristiano verdadero
muestra estos sentimientos peculiares hacia Cristo. y
por los cuales tanto se distingue?
En las palabras de San
Juan la tenemos expresada: "Nosotros le amamos a Él, porque
Él nos amó primero" (Juan 4:19). El versículo, sin duda
alguna, se refiere a Dios el Padre, pero no es menos cierto
de Dios el Hijo.
El cristiano verdadero ama a Cristo por todo lo que ha
hecho por él. Éste ha sufrido en su lugar y muerto por él
en la cruz. Con su sangre lo ha redimido de la culpa, poder,
y consecuencias del pecado. A través de Su Espíritu Santo
lo llamó, e hizo que se arrepintiera, creyera en Cristo y viviera
una vida de esperanza y santidad. Cristo ha borrado
y perdonado todos sus pecados; lo ha librado del cautiverio
del mundo, de la carne, y del diablo; lo arrebató del borde
mismo del infierno, y lo puso en el estrecho sendero que conduce
al cielo. En vez de tinieblas le ha dado luz; en vez de
intranquilidad, le ha dado paz de conciencia; en lugar de incertidumbre,
esperanza; en lugar de muerte, vida. ¿Te maravilla,
pues, que el verdadero creyente ame a Cristo?

EL AMOR DE DIOS PARA UN MUNDO PECADOR
Por Charles G. Finney

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna."

El pecado es lo más costoso que hay en el universo. No hay nada cuyo coste se le parezca. El ser perdonado o no ser perdonado, es algo de un costo infinitamente grande. Perdonado: el costo recae principalmente en el gran Substituto que obra la expiación; no perdonado: el costo recae en la cabeza del pecador culpable.
La existencia del pecado es un hecho que se puede observar en todas partes. Hay pecado en nuestra raza y en formas terriblemente graves.
El pecado es la violación de una ley infinitamente importante, la ley designada y adaptada para asegurar el mayor bien posible del universo. La obediencia a esta ley es de modo natural esencial para el bien de las criaturas. Sin obediencia a esta ley no podría haber bienaventuranza ni en el cielo.
Como el pecado es una violación de una ley muy importante, no puede ser tratado con ligereza. No hay gobierno que pueda permitirse tratar una desobediencia como trivial, puesto que todo --él total bienestar del gobierno y de los gobernadores-- gira en torno de la obediencia. Es necesario que se guarde la ley y se castigue la desobediencia en proporción al valor de los intereses que se juegan en el caso.
La ley de Dios no puede ser deshonrada por nada de lo que ha salido de sus manos. Ha sido deshonrada por la desobediencia del hombre; por ello es necesario que Dios se haga cargo del caso para recuperar su honor. El mayor deshonor a la ley se hace desobedeciéndola y despreciándola. Todo esto ha hecho el hombre pecador. Por ello, esta ley, siendo no sólo buena, sino intrínsecamente necesaria para la felicidad de los gobernantes, pasa a ser de todas las cosas la más necesaria que el legislador reivindique. No puede por menos que hacerlo.
Por ello, el pecado ha implicado grandes dispendios en el gobierno de Dios. O bien la ley ha de ser ejecutada a expensas del bienestar de la raza entera, o Dios ha de someterse a sufrir los peores resultados de la falta de respeto a su ley, resultados que en alguna forma han de implicar graves dispendios.
Tomemos por ejemplo un gobierno humano. Supongamos que las leyes justas y necesarias que impone un gobierno son pisoteadas, deshonradas. En un caso semejante, la infracción de la ley ha de ser seguida por la ejecución del castigo, o algo equivalente, probablemente más costoso. La transgresión ha de costar felicidad en alguna parte, y en cantidad.
En el caso del gobierno de Dios ha parecido aconsejable proporcionar un sustituto, alguien que haga posible salvar al pecador y al mismo tiempo honrar la ley. La pregunta, dados los datos anteriores es: ¿Cómo hay que costear este dispendio?
La Biblia nos informa de la manera en que se dio respuesta. ¿Quién iba a hacer este sacrificio? ¿Iba a ser por conscripción, donación? ¿Iba a ser por una ofrenda voluntaria, subscripción? ¿Quién iba a empezar? ¿Quién iba a dar el primer paso en este vasto proyecto? La Biblia nos dice que el primero fue el Padre Infinito. Él encabezó la donación. Dio a su Hijo Unigénito --para empezar-- y habiéndolo dado, añade a esto todo lo necesario requerido por el caso. Primero dio a su Hijo para hacer la expiación requerida por la ley; luego dio y envió a su Santo Espíritu para hacerse cargo de la obra. El Hijo, por su parte, consintió en ser el representante de los pecadores, para que pudiera honrar la ley, sufriendo en lugar de ellos. Derramó su sangre, puso su vida en sufrimiento como oblación gratuita ante el altar --no rehusó las peores humillaciones y afrentas-- de nada se retrajo, ni de la peor contumelia que los hombres malvados acumularon sobre Él. Y el Espíritu Santo también se dedica con esfuerzo incesante a cumplir su objetivo.
Hubiera sido un método muy expeditivo el haber enviado a toda la raza pecadora al infierno de una vez. Hizo algo así cuando ciertos ángeles "no guardaron el lugar que les correspondía". Hubo una rebelión en el cielo. Dios no la toleró alrededor de su trono. Pero en el caso del hombre siguió otro curso: no sólo no los envió al infierno, sino que diseñó un vasto plan de medidas, incluyendo algunas tan generosas como el sacrificio propio, para recobrar las almas de los hombres a la obediencia y al cielo.

¿Para quién fue hecha esta gran donación? "De tal manera amó Dios al mundo", significa la raza humana. Por "mundo" hemos de entender aquí no parte de la raza, sino la raza entera. No sólo la Biblia, sino también la naturaleza del caso, muestra que la expiación debía ser hecha para todo el mundo. Porque, evidentemente, si no hubiera sido hecha para toda la raza, nadie en ella podría saber que había sido hecha para él, y por tanto nadie podría creer en Cristo en el sentido de recibir por fe las bendiciones de la expiación. Si hubiera habido incertidumbres respecto a las personas afectadas en una provisión limitada la donación entera habría fallado por la imposibilidad de fe racional en su recepción. Supongamos que en su testamento un hombre rico hace donación de cierta propiedad a ciertas personas, descritas sólo con el nombre de "los elegidos". No son descritos de otra manera que por este término, y todos están de acuerdo en que aunque el que hizo el testamento pensaba en aquellos individuos definitivamente, sin embargo, no dejó descripción alguna de ellos, ni a las personas, ni a los tribunales, ni a nadie en el mundo. Como es comprensible un testamento así es totalmente nulo. No hay nadie en el mundo que pueda reclamar su testamento, ni aun en el caso que se describiera a estos "elegidos" como, por ejemplo, residentes de Oberlin. Como no se dice que son todos los residentes de Oberlin, y como no se dice cuáles, todo es inútil. Todos tienen en teoría iguales derechos pero ninguno tiene un derecho específico, por lo que ninguno puede heredar. Si la expiación hubiera sido hecha de está manera, no habría hombre alguno que tuviera razón para creer que es uno de los "elegidos" antes de recibir el Evangelio. Por ello, no se sabría quién tiene autoridad para creer y recibir sus bendiciones por fe. De hecho, la expiación ha de ser totalmente nula --en está suposición-- a menos que haya una revelación especial hecha a las personas para las cuales se destine.
Tal como es ahora, el mismo hecho que un hombre pertenezca a la raza de Adán --el hecho que sea humano, nacido de mujer, es suficiente, en absoluto--. Le coloca debajo el palio. Es uno en el mundo por quien Dios dio a su Hijo, para que todo aquel que crea en Él no se pierda, mas tenga vida eterna.
El motivo subjetivo en la mente de Dios para este gran don es el amor, el amor al mundo. Dios amó al mundo de tal manera que dio a su Hijo para que muriera por Él. Dios amó a todo el universo también, pero el don de su Hijo procedió de su amor por nuestro mundo. Es verdad que en este gran acto procuró proveer para los intereses del universo. Tuvo cuidado en no hacer nada que pudiera en lo más mínimo invalidar la santidad de su ley. Del modo más cuidadoso procuró evitar cualquier error respecto a la consideración a su ley y los elevados intereses de la obediencia y felicidad de su universo moral. Quiso evitar para siempre el peligro de que algún ser moral, nunca, se sintiera tentado a despreciar la ley moral.
Pero además, no fue sólo por amor alas almas, sino por respeto al espíritu de la ley de su razón eterna que dio a su Hijo para morir. En esto se originó el propósito de entregar a su Hijo. La ley, por sí misma, ha de ser honrada y considerada santa. No puede hacerse nada incompatible con su espíritu. Ha de hacer todo lo posible para prevenir que se cometa pecado y asegurar la confianza y amor de sus súbditos. Tan sagrados consideró estos grandes objetivos que consintió en que su Hijo derramara su sangre, antes que arriesgar el bien del universo. No cabe la menor duda que fue el amor y consideración por el mayor bien del universo lo que le hizo sacrificar a su querido Hijo.
Consideremos con atención la naturaleza de este amor. El texto hace un énfasis especial en esto: que Dios amó de tal manera, su amor fue de tal naturaleza, tan maravilloso y tan peculiar en su carácter, que le condujo a dar a su propio Hijo para morir. Se implica más, evidentemente, en esta expresión que, simplemente, su grandeza. Este amor es peculiar, en especial, en su carácter. A menos que entendamos esto, correremos el peligro de caer en el extraño error de los universalistas, que no cesan de hablar del amor de Dios a los pecadores, pero cuyas nociones de la naturaleza de este amor nunca conducen al arrepentimiento o a la santidad. Parece que piensan que este amor es un simple bien natural, y conciben a Dios como un ser de buen natural, a quien nadie tiene que temer. Estas nociones no tienen la menor influencia hacia la santidad, sino al contrario. Sólo cuando entendemos lo que es el amor en su naturaleza sentimos su poder moral de fomentar la santidad.
Se puede preguntar, si Dios amó al mundo con un amor caracterizado por la grandeza, y sólo por la grandeza, ¿por qué no salvó a todo el mundo sin el sacrificio de su Hijo? Esta pregunta basta para mostrarnos que hay un significado profundo en la palabra "de tal manera", y esto debería ponernos al aviso en un estudio de su significado.
1. Este amor en su naturaleza no es complacencia; un deleite en el carácter de la raza. Esto no podía ser, porque no había nada bueno en su carácter. El que Dios hubiera amado a la raza con complacencia habría sido infinitamente degradante para Él.
2. No era una mera emoción o sentimiento. No era un impulso ciego, aunque algunos parece que lo suponen así. Parece que a menudo se supone que Dios actuó como hacen los hombres, llevado por una emoción fuerte. Pero no podía haber virtud en esto. Un hombre puede darlo todo en un impulso ciego de sentimiento, y no es más virtuoso por ello. Pero al decir esto no excluimos toda emoción del amor de benevolencia, ni del amor por parte de Dios a un mundo perdido. Él sentía emoción, pero no sólo emoción. Verdaderamente, la Biblia nos enseña en todas partes que el amor de Dios para el hombre perdido en sus pecados era paternal --el amor de un padre por sus hijos, en este caso, para un hijo pródigo, rebelde, díscolo. En este amor ha de haber mezclada, naturalmente, una profunda compasión.
3. Por parte de Cristo, considerado como Mediador, este amor era fraternal. "No se avergonzó de llamarlos hermanos." Desde un punto de vista actuó por los hermanos y desde otro por los hijos. El padre lo dio para esta obra y naturalmente simpatiza con el amor apropiado a sus relaciones.
4. Este amor ha de ser totalmente desinteresado, porque Él no tenía nada que esperar o temer, ni ningún provecho a obtener como resultado de salvar a sus hijos. En realidad, es imposible concebir a Dios como egoísta, puesto que su amor abraza a todas las criaturas y todos los intereses según su valor mal. No hay duda que se deleitó salvando a la raza. ¿Por qué no había de ser así? Es una gran salvación en todos los sentidos y aumenta en gran manera la bienaventuranza del cielo, en gran manera afecta la gloria y bienaventuranza del Dios Infinito. Eternamente se respetará a sí mismo por este amor desinteresado. Él sabe que todas sus santas criaturas le respetarán eternamente por su obra y por el amor que hizo que tuviera lugar. Pero hemos de decir también, Él sabía que no le respetarían por su gran obra a menos que vieran que la había hecho por el bien de los pecadores.
5. Este amor era celoso, no el estado frío de la mente que algunos suponen, no en abstracto sino un amor profundo, celoso, ferviente, ardiente en su alma como un fuego que no se apaga.
6. El sacrificio fue de suprema abnegación. ¿No le costó al Padre el entregar a su propio Hijo para sufrir y morir una muerte así? Si esto no es abnegación, ¿cómo vamos a llamarlo? Dar así a su Hijo, con tanto sufrimiento, no es la forma más elevada de abnegación? El universo nunca podía tener idea de una abnegación así, si no la viera.


7. Este amor era particular porque era universal; y también era universal porque era particular. Dios amó a cada pecador en particular, y por ello los amó a todos. Porque los amó a todos imparcialmente, sin acepción de personas, los amó a cada uno en particular.
8. Fue un amor muy paciente. Cuán raro es encontrar a un padre que ame a su hijo tanto que nunca esté impaciente con él. Dejadme inquirir, los que sois padres, y decidme si nunca habéis sentido impaciencia respecto a vuestros hijos, hasta el punto que a pesar de sus provocaciones habéis podido abrazarlos y amarlos, hasta que se arrepienten por amor? O ¿cuál de vosotros hijos podéis decir: mi padre nunca se impacientó conmigo? Con frecuencia oímos a los padres decir: amo a mis hijos, pero se me acaba la paciencia a veces.
Pero Dios nunca se impacienta. Su amor es profundo y tan grande que es siempre paciente.
Generalmente, cuando los padres tienen hijos inválidos, éstos son objeto de especial compasión, y los padres pueden tener una paciencia infinita con ellos; pero cuando los hijos son malos, parece que ofrecen una buena excusa para que los padres sean impacientes. En el caso de Dios somos hijos no inválidos, sino malos, con una inteligencia corrompida. Pero ¡oh, asombrosa paciencia, tan deseosa de nuestro bien, de nuestro máximo bienestar, que aunque nos portemos mal con Él, Él siempre está dispuesto a bendecirnos y derretir nuestra rebeldía en penitencia y amor, por medio de la muerte de su Hijo en nuestro lugar!
9. Hay un amor celoso, no en el mal sentido, sino en el buen sentido; en el sentido de ser en extremo cuidadoso para que nada ocurra que dañe a aquel a quien ama. Como el marido y la esposa que se aman sienten celos respecto al bienestar mutuo, procurando fomentarlo en todas las formas posibles.
Esta dádiva es hecha realmente, no ya prometida. La promesa ha sido cumplida. El Hijo ha venido, ha muerto y ha pagado el rescate, una salvación preparada para todos los que la aceptan.
El Hijo de Dios murió, no como algunos entienden, para satisfacer una venganza, sino para cumplir las exigencias de la ley. La ley había sido deshonrada porque había sido infringida. Por ello Cristo se hizo cargo de honrarla para cumplir sus exigencias, muriendo una muerte expiatoria. No había que apaciguar el espíritu vindicativo de Dios, sino asegurar el máximo bien posible en el universo en una dispensación de misericordia.
Habiendo sido hecha la expiación, todos los miembros de la raza tienen derecho a la misma. Está abierta a todos los que quieran abrazarla. Aunque Jesús permanece siendo el Hijo del Padre, con todo, por derecho, pertenece en un importante sentido a toda la raza, a todos; de modo que todo pecador tiene un interés en su sangre si quiere humildemente reclamarla. Dios envió a su Hijo para ser Salvador del mundo, para que todo aquel que quiera creer, acepte esta gran salvación.
Dios da su Espíritu para que aplique esta salvación a los hombres. Éste viene a la puerta de cada uno y llama, para ser admitido si puede y mostrar a cada pecador que puede tener salvación ahora. ¡Oh, qué labor de amor es ésta!
Esta salvación debe ser recibida, si lo es, por la fe. Este es el único medio posible. El gobierno de Dios sobre los pecadores es moral, no físico, porque el pecador es un ser moral, no físico en este aspecto. Por tanto, Dios puede influir en nosotros sólo si le damos nuestra confianza. Nunca puede salvarnos meramente llevándonos a un lugar llamado cielo, puesto que un cambio de lugar no significa un cambio voluntario del corazón. No puede haber, pues, otro camino para ser salvo que la simple fe.
Ahora bien, no hay que confundirse y suponer que abrazar el Evangelio es simplemente creer los hechos históricos sin recibir verdaderamente a Cristo como Salvador. Si éste hubiera sido el plan, Cristo no habría tenido que hacer nada más que bajar al mundo y morir, y luego regresar al cielo y esperar para ver quién iba a creer los hechos. ¡Pero es muy diferente de esto! Ahora Cristo viene a llenar el alma con su vida y su amor. Los pecadores penitentes oyen y creen la verdad respecto a Jesús y luego reciben a Cristo en su alma, para vivir y reinar en ella de modo supremo y para siempre. Sobre este punto hay muchos que se equivocan diciendo: "Sí creo en estos hechos como históricos, basta." ¡No, no! Esto no es así, de ninguna manera. "Con el corazón se cree para justicia." La expiación fue realizada para proveer el camino en que Jesús descendiera al corazón de los hombres y los atrajera en unión y afinidad con Él, para que Dios pudiera abrazar con su amor a los pecadores, para que la ley y el gobierno divinos no fueran deshonrados con tales muestras de amistad mostradas por Dios a los pecadores. Pero la expiación de ninguna manera salva a los pecadores, excepto en el sentido de que les prepara el camino para entrar en comunión y afinidad de corazón con Dios.
Ahora, Jesús viene a la puerta de cada pecador y llama. ¡Atención! ¿Por qué llama? Porque, no fue al cielo y se quedó allí para que los hombres creyeran en los hechos históricos y fueran bautizados, como algunos suponen, para salvación. En cambio, ved cómo desciende, y le dice al pecador lo que ha hecho, le revela su amor, le dice lo santo y sagrado que es, tan sagrado que Él no puede obrar en modo alguno sin referencia a la santidad de su ley y la pureza de su gobierno. Así, imprimiendo en el corazón las más profundas y amplias ideas de su santidad y pureza, hace énfasis en la necesidad de un profundo arrepentimiento y el sagrado deber de renunciar al pecado.
CONCLUSIÓN
1. La Biblia enseña que los pecadores pueden perder su derecho al nuevo nacimiento y situarse más allá del alcance de la misericordia. No hace mucho que hice notar la necesidad de guardarse en contra de los abusos de su amor. Las circunstancias son tales que crean el mayor peligro de este abuso y, por tanto, Él ha de hacer saber a los pecadores que no pueden abusar de su amor, y si lo hacen, no lo harán con impunidad.
2. Bajo el Evangelio, los pecadores están en circunstancias de la mayor responsabilidad posible. Están en el mayor peligro de pisotear al mismo Hijo de Dios. "Venid --dijeron-- matémosle y la heredad será nuestra." Cuando Dios envió al final, a su propio Hijo, ¿qué hicieron? Añadieron a todos sus pecados y rebeliones anteriores el mayor insulto posible a su glorioso Hijo. Supongamos que ocurriera algo análogo bajo un gobierno humano. Ocurre una rebelión en una de las provincias. El rey envía a su propio hijo, sin un ejército, para apaciguar la rebelión, con mansedumbre y paciencia tratando de explicarles las leyes del reino y exhortarles a la obediencia. ¿Qué hacen en este caso? ¡De común acuerdo se apoderan de él y le dan muerte!
Pero tú niegas la aplicación de esto y preguntas: ¿Quién mató al Hijo de Dios? ¿No fueron los judíos? ¡Ay!, y ¿no habéis tenido todos vosotros pecadores, parte en su muerte? ¿No muestra el modo que tratáis a Jesucristo que estáis en plena simpatía con los antiguos judíos que le dieron muerte al Hijo de Dios? Si hubieras estado allí hubieras gritado más fuerte que ellos: "¡Fuera, crucifícale!" ¿No has dicho siempre: ¡Apártate de nosotros, porque no deseamos conocer tus caminos!?
3. Se dijo de Cristo, que siendo rico se hizo pobre para que con su pobreza pudiéramos ser nosotros enriquecidos. Cuán verdadero es esto. Nuestra redención le costó a Cristo su vida; era rico, pero se hizo pobre; nos halló infinitamente pobres, pero nos hizo ricos con todas las riquezas del cielo. Pero de estas riquezas nadie puede participar si no las ha aceptado de forma legítima. Tienen que ser recibidas en los términos propensos, o la oferta pasa de largo, y el que no las acepta se queda más pobre que si no se le hubieran puesto al alcance de estos tesoros.
Hay muchas personas que parece que comprenden mal todo este punto. Parece que no creen lo que Dios dice, sino que continúan repitiendo: ¿Sí, sí. Si tan sólo hubiera salvación para mí, si se hubiera provisto expiación para el perdón de mis pecados. Este fue una de las últimas cosas que quedó clara en mi mente antes de entregarme totalmente a la confianza de Dios. Había estado estudiando la expiación; veía sus aspectos teológicos, veía lo que exige del pecador, pero me irritaba y decía, si me hiciera cristiano, ¿cómo podría saber que Dios me ha recibido? Bajo esta irritación dije cosas estúpidas y amargas contra Cristo, hasta que mi propia alma estaba horrorizada de mi maldad, y dije: compensaré de todo esto a Cristo si me es posible."
En esta forma muchos avanzan bajo el ánimo que les da el Evangelio, como si fuera sólo una aventura, un experimento. Dan un paso adelante cuidadosamente, con temor y temblor, como si fuera en extremo dudoso si hay misericordia para ellos. Lo mismo me pasaba a mí. Estaba de camino a la oficina cuando la pregunta me venía a la cabeza: ¿Qué estás esperando? No tienes por qué levantar tanta polvareda. Todo está provisto. Sólo tienes que consentir en la proposición, entregar tu corazón al instante, esto es todo. Y esto es todo. Todos los cristianos y los pecadores deberían entender que todo el plan está completo, que todo el Cristo: su carácter, su obra, su muerte expiatoria, y su incesante intercesión pertenecen a cada uno de los hombres y sólo precisa aceptarlo. Hay un océano lleno. Aquí está. Puedes aceptarlo o no. Está allí, como si estuvieras a la orilla de un océano de agua pura y cristalina y estuvieras muerto de sed; puedes beber, y no tienen por qué temer que vas a agotar este océano, y los otros se van a quedar sin agua. Se te invita a beber, bebe en abundancia. Este océano suple a todas tus necesidades. No tienes por qué tener en ti los atributos de Jesucristo, porque estos atributos pasan a ser prácticamente tuyos para todo uso posible. Como dice la Escritura: Él ha sido hecho por parte de Dios para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención. ¿Qué más necesitas, sabiduría? Aquí la tienes, ¿Justificación? Aquí está. ¿Santificación? Está disponible. Todo está en Cristo. ¿Puedes pensar en algo más que necesitas para tu pureza moral, o para tu utilidad que no está en Cristo? Nada. Todo está provisto aquí. Por tanto, no tienes por qué decir, iré y oraré, y probaré. No hay que probar nada. No hay "quizás" con Cristo. Las puertas están abiertas. Son como las puertas del Tabernáculo de Broadway, en Nueva York, que se abren y se quedan abiertas, para que no puedan cerrarse sobre las muchedumbres que pasan por ellas. Cuando las construyeron, fui a los obreros y les dije que tenían que permanecer abiertas y fijas, y así las construyeron.
Así la puerta de salvación está siempre abierta, y nadie puede cerrarla. Ni el mismo diablo ni sus ángeles. Allí está, abierta de par en par, para todo pecador de nuestra raza que quiera entrar por ella.
De nuevo, repito, el pecado es lo más costoso que hay en el universo. ¿Te das cuenta, pecador, de cuál es el precio que ha sido pagado para que pudieras ser redimido y hecho heredero de Dios y del cielo? ¡Oh, qué costoso ha resultado el que nos permitiéramos pecar!
¡Qué coste tan enorme ha resultado ser el de lo que ha tenido que ser puesto en movimiento para salvar a los pecadores. El Hijo de Dios ha tenido que ser enviado a la tierra. Ha habido que enviar los ángeles y los espíritus ministradores a los misioneros, ha precisado la labor cristiana, la oración y el llanto y la ansiosa solicitud: todo para buscar y salvar a los perdidos. ¿Qué maravillosa contribución ha sido impuesta a la benevolencia del universo para eliminar el pecado y salvar al pecador? ¡Qué vergüenza para los pecadores el aferrarse a este pecado, a pesar de los esfuerzos hechos para salvarlos, y que, en vez de avergonzarse de su pecado, se desentiendan y digan:
"¡Qué importa! Que hagan Io que quiera los misioneros y las mujeres piadosas para mantener todo esto en marcha. Yo quiero mis placeres y eso es lo que busco"!

Los pecadores pueden muy bien permitirse el hacer sacrificios para poder salvar a sus prójimos que aún son pecadores. Pablo lo hacía en favor de sus prójimos. Él vio que había hecho su parte para hacerlos pecadores, y ahora le correspondía hacer su parte para convertirlos y hacer que se volvieran a Dios. Pero ahora, este joven cree que no se puede permitir ser un ministro, porque teme que no habrá fondos para sostenerle. ¿No debe nada a la gracia que ha salvado su alma del infierno? ¿No tiene que hacer ningún sacrificio, habiendo hecho Jesús tantos por él?; y otros cristianos también, ¿no ha orado y sufrido y trabajado para la salvación de su alma? En cuanto al peligro de carecer de pan en la obra del Señor, ¡que confíe en su Gran Maestro! Y con todo he de decir que las iglesias pueden ser culpables de no sostener debidamente a sus pastores. Dios les dejará morir a ellos de hambre si ellos no dan pan a sus ministros. Sus almas y las almas de sus hijos padecerán hambre, si ellos con avaricia no entregan lo que Dios ha provisto para los que les dan el pan de vida.
¡Cuánto cuesta librar a nuestra sociedad de ciertas formas de pecado que aún persisten para nuestra vergüenza como por ejemplo, la esclavitud. Cuánto se ha gastado ya, y cuánto más queda por gastar hasta que esta plaga y maldición y pecado sea extirpada de nuestro país! Ésta es una parte de la gran empresa de Dios, y Él va a empujarla hasta que quede terminada. No obstante, ¡cuán grande es el coste! ¡Cuántas vidas y cuánta agonía el librarlos de este pecado!
¡Ay de aquellos que se hacen ricos con los pecados de los hombres! ¡Pensemos en los que venden ron, tentando a los hombres mientras Dios trata de disuadir a los hombres de que entren en los caminos del pecado y de la muerte! ¡Pensemos en la culpa de todos los que se alistan contra Dios! Cristo tendrá que habérselas con ellos, porque hacen una obra contraria a la suya.
Nuestro tema ilustra la naturaleza del pecado como mero egoísmo. No importa cuánto le cuesta el pecado a Jesucristo, cuánto le cuesta a la iglesia, cuánto les cuesta a todos los que se esfuerzan por extirparlo; el pecador quiere permitírselo todo y lo hará en tanto que pueda. ¿Cuántos entre vosotros habéis costado lágrimas a vuestros amigos que tratan de sacaros de los caminos del pecado. ¿No os avergüenza el que haya sido necesario hacer tanto en favor vuestro, y aún no os decidáis a renunciar a vuestros pecados y entregaros a Dios y a la santidad?
Todo el esfuerzo por parte de Dios y del hombre es sufrimiento y abnegación. Empezando con el sacrificio de su amado Hijo, todo es llevado a cabo con enormes sacrificios y labor. Pensad sólo en el tiempo, en el dolor que costáis.
Y ésta es la labor, gozo y abnegación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en su gran obra para la salvación humana. Lo que le apena es el que tantos rehúsen ser salvados. No hay nada que dentro de límites razonables no estén dispuestos a realizar para cumplir su gran obra. Es asombroso pensar en la forma en que toda la creación simpatiza, también, en está obra y en sus necesarios sufrimientos. Volvamos a la escena de los sufrimientos de Cristo. ¿Podría el sol en los cielos permanecer sin conmoverse ante una escena semejante? No podía contemplarlo, porque puso un velo sobre su paz. La naturaleza entera se vistió de luto.
El tema nos ilustra por necesidad el valor del alma. ¿Habría hecho todo esto Dios si tuviera en poca estima a los pecadores, como ellos generalmente se consideran?
Los mártires y santos no se niegan a los sufrimientos, llenando con ellos lo que falta a los sufrimientos de Cristo; no en la expiación en sí, sino en las partes subordinadas del trabajo que hay que hacer. El amor a la abnegación es parte de la naturaleza de la verdadera religión.
Los resultados justificarán plenamente este dispendio. Dios contó el costo bien antes de empezar. Mucho antes de formar un universo moral sabía perfectamente lo que iba a costar redimir a los pecadores, y sabía que el resultado justificaría ampliamente el costo. Sabía la maravillosa misericordia que se efectuaría; y lo grande del sufrimiento que se exigiría a Cristo; y que los resultados de ello serían infinitamente gloriosos. Miro al futuro, a las edades venideras, y contemplo el gozo de los redimidos, en el gozo de una bienaventuranza eterna; ¿no le bastaba esto a su corazón de infinito amor para gozarse? Y ¿qué diremos de ti, cristiano? ¿Vas a decir que te da vergüenza de pedir que se te perdone? ¿Vas a decir que no puedes recibir tanta misericordia? Dirás que: "Es un precio de sangre, y ¿cómo puedo aceptarlo?", o bien "¿Cómo puedo costar tanto a Cristo?"
Tienes razón al decir que le has costado mucho, todo el dolor que ha sufrido, pero no tiene que sufrirlo otra vez, y no le costará más por el hecho de que tú aceptes; además, Jesucristo no sufrió más de lo que era estrictamente necesario para hacer la redención.
Y cuando en el futuro le veas cara a cara, ¿no vas a adorarle por la sabiduría de su plan y el infinito amor que le trajo a este mundo? ¿Y qué dirías de la asombrosa condescendencia que le trajo para rescatarte? ¿No has vertido tu alma, oh cristiano, ante tu Señor en agradecimiento por lo que le has costado?
Di alma, ¿vas a vender los derechos de tu primogenitura? ¿Cómo puedes vender tu propia alma? ¿Cómo puedes vender a Cristo? Judas lo hizo por treinta piezas de plata; y desde entonces los cielos han estado llorando gotas de sangre sobre nuestro mundo culpable. ¿Qué precio requerirías del diablo para venderle tu alma? Lorenzo Dow se encontró una vez con un hombre, mientras estaba cabalgando en un camino solitario para cumplir un encargo. Al pasar por su lado le dijo: "Amigo ¿ha orado usted alguna vez?" "No. ¿Cuánto dinero va a pedirme por no orar en absoluto a partir de ahora?" "Un dólar --le contestó el otro--." Dow le dio el dinero y siguió cabalgando. El hombre se puso el dinero en el bolsillo y siguió cabalgando. Pero al poco empezó a pensar. Cuanto más pensaba en el trato que había hecho peor se sentía. "¡Acabo de vender mi alma por un dólar! Este hombre tiene que haber sido el diablo. Nadie me habría tentado de esta manera. ¡Tengo que arrepentirme con toda mi alma o ser condenado para siempre!"
¡Cuán a menudo has entrado en tratos para vender a tu Salvador por menos de treinta piezas de plata! ¡Por una insignificancia!
Finalmente, Dios quiere voluntarios para que ayuden en su gran obra. Dios se ha dado a sí mismo, ha dado a su Hijo, y ha enviado su Espíritu; pero se necesitan obreros; y ¿qué vas a dar tú? Pablo dijo que llevaba en su cuerpo las marcas del Señor Jesús. ¿Aspiras tú a tal honor? ¿Qué harás tú por Él, qué vas a sufrir? ¿Vas a decir: "No, no tengo nada para dar"? Puedes darte a ti mismo, tus ojos, tus oídos, tus manos, tu mente, tu corazón, todo; y sin duda nada de lo que tienes es demasiado para que no lo entregues a Él en esta llamada. ¿Cuántos jóvenes están dispuestos a ir, cuyos corazones están saltando dentro del pecho gritando: "¡Heme aquí! ¡Envíame a mí!"

            EL ARREPENTIMIENTO VERDADERO Y EL FALSO – Charles G. Finney

EL ARREPENTIMIENTO VERDADERO Y EL FALSO
“Porque la tristeza que es según Dios produce un arrepentimiento para salvación, del que no hay que tener pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2. Corintios 7:10.)

En este capítulo, el apóstol se refiere a otra epístola que había escrito antes a la iglesia de Corinto, sobre cierto punto, en el cual los corintios eran culpables. Aquí habla del efecto que con ello consiguió, al llevarlos al verdadero arrepentimiento. Les produjo tristeza de la que es segfin Dios. Esto era una muestra que el arrepentimiento era genuino.
“Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué gran diligencia produjo en vosotros, y qué disculpas, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado inocentes en el asunto” (2 Corintios 7:11).
En el versículo que he tomado como texto habla de dos clases de tristeza causada por el pecado, la una obra arrepentimiento para salvación, la otra obra para muerte. Pablo alude a lo que se suele llamar las dos clases de arrepentimiento. Y éste es el tema del que quiero hablar esta noche.

ARREPENTIMIENTO VERDADERO Y ARREPENTIMIENTO FALSO

Al hablar de este tema me propango mostrar:
I. Qué es el arrepentimiento verdadero.
II. Cómo se puede conocer.
III. Qué es arrepentimiento falso y espurio.
IV. Cómo se puede conocer.
Ya es hora de que los que profesan set religiosos aprendieran a discriminar mucho más de lo que hacen con respecto a la naturaleza y carácter de varios aspectos de la religión. Si fuera así, la Iglesia no estaría llena de profesos falsos y sin provecho. Ultimamente me he dedicado a examinar, una y otra vez, la razón por la que hay tanta religión espuria, y he procurado averiguar la causa de este problema. Es notorio que hay multitudes de personas que se consideran religiosas y que no lo son, a menos que la Biblia sea falsa. ¿Por qué hay tantos que se engañan? ¿Por qué hay tantos que tienen la idea de que se han arrepentido cuando todavía son pecadores impenitentes? La causa está, sin duda, en la falta de la instrucción que le permitiría discriminar respecto a los fundamentos de la religión, y especialmente respecto a lo que es arrepentimiento verdadero y arrepentimiento falso.
I. Voy a mostrar ahora qué es verdadero arrepentimiento.
Implica un cambio de opinión respecto a la naturaleza del pecado, y este cambio de opinión va seguido de un cambio correspondiente de los sentimientos respecto al pecado. El sentimiento es el resultado del pensamiento. Y cuando este cambio de opinión es tal que produce un cambio correspondiente de sentimiento, si la opinión es recta y hay el sentimiento correspondiente, esto es verdadero arrepentimiento. Hay que tener la opinión recta. La opinión adoptada ahora ha de ser una opinión semejante a la que Dios tiene respecto al pecado. La tristeza según Dios, tal como Dios requiere, debe proceder de un punto de vista respecto al pecado como el que tiene Dios.
Primero: Tiene que haber un cambio de opinión repecto al pecado.
1. Un cambio de opinión respecto a la naturaleza del pecado.
Al que se ha arrepentido verdaderamente el pecado le parece algo muy diferente que a aquel que no se ha arrepentido. En vez de mirarlo como una cosa deseable o fascinante, le parece algo aborrecible, detestable, y se asombra de que él hubiera deseado algo así. Los pecadores impenitentes pueden mirar al pecado y ver que está destruyéndoles, porque Dios va a castigarles por este pecado; pero, después de todo, parece tan deseable en sí; lo aman tanto, que no quieren separarse de él. Si el pecado pudiera terminar en la felicidad, ésta sería su porción definitiva. Pero, para el otro, el que se arrepiente, es diferente; éste mira su propia conducta como algo aborrecible. Mira hacia atrás y exclama: “¡Qué detestable, qué odioso, cuán digno del infierno; y esto estaba antes en mi!”
2. Un cambio de opinión del carácter del pecado con respecto a su relación con Dios.
Los pecadores no ven por qué razón Dios amenaza al pecado con castigos tan terribles. Lo aman tanto que no pueden ver por qué Dios tiene que considerarlo merecedor de un terrible castigo. Cuando han sido redargüidos de pecado lo ven bajo la misma opinión que un cristiano, y sólo desean el cambio de sentimiento correspondiente para llegar a ser cristianos. Muchos pecadores ven su relación con Dios como merecedora de la muerte eterna, pero su corazón no va con su opinión. Êste es el caso de los demonios y los malos espíritus en el infierno. Nótese, sin embargo: es necesario un cambio de opinión para el verdadero arrepentimiento y siempre le precede. El corazón nunca va a Dios con un verdadero arrepentimiento a menos que haya un cambio previo de opinión. Puede haber un cambio de opinión sin arrepentimiento, pero no hay arrepentimiento genuino sin un cambio de opinión.
3. Un cambio de opinión con relación a las tendencias del pecado.
Antes el pecador piensa que es increíble que el pecado pueda ser merecedor, por sí solo, de un castigo eterno. Es posible que cambie de punto de vista en cuanto a esta opinión sin que se arrepienta, pero es imposible que alguien se arrepienta verdaderamente sin un cambio de opinión. El hombre ve el pecado en su tendencia, como destructor para él, y para los demás, para el alma y el cuerpo, para el tiempo y la eternidad, y discrepando con todo lo que es bueno y feliz en el universo. Ve que el pecado es apropiado en sus tendencias para causar daño a todo y causárselo a él mismo, y que no hay remedio para él mismo excepto el abstenerse de modo universal al mismo. El diablo lo sabe también. Y es posible que lo sepan algunos pecadores que se hallan ahora en esta congregación.
4. Un cambio de opinión con respecto al merecimiento del pecado.
La palabra traducida como arrepentimiento implica todo esto. El pecador descuidado carece casi de ideas rectas, incluso en cuanto se refiera a esta vida, respecto al merecimiento del pecado. Aun suponiendo que admire en teoría que el pecado merece la muerte eterna, no Io ire. Si lo creyera le sería imposible seguir siendo un pecador descuidado. Está engañado si supone que él, de modo sincero, acepta la opinión de que el pecado merece la ira de Dios para siempre. Pero el pecador que ha sido despertado y redargüido ya no tiene más dudas de esto que de la existenria de Dios. Ve claramente que el pecado merece el mayor castigo de parte de Dios. Sabe que esto es un simple hecho.
Segundo: En el verdadero arrepentimiento tiene que haber el cambio de sentimiento correspondiente.
El cambio de sentimiento se refiere al pecado en todos estos puntos: su naturaleza, sus relaciones, sus tendencias y su merecimiento. El individuo que se arrepiente verdaderamente no sólo ve el pecado como detestable y ruin, merecedor de aborrecimiento, sino que realmente lo aborrece, lo odia en su corazón. Una persona puede ver el pecado como perjudicial y abominable; con todo su corazón lo ama, lo desea, se adhiere a él. Pero cuando se arrepiente verdaderamente lo aborrece de todo su corazón y renuncia al mismo.
En relación con Dios su sentimiento respecto al pecado es tal como éste merece. Y aquí hay la fuente de este torrente de tristeza en el cual los cristianos irrumpen, cuando contemplan el pecado. El cristiano lo ve en cuanto a su naturaleza, y simplemente, siente aborrecimiento. Pero cuando lo ve en su relación a Dios, entonces llora; las fuentes de su tristeza siguen manando, y quiere librarse de él, postrarse y dejar correr un torrente de lágrimas por sus pecados.
Luego, en cuanto a las tendencias del pecado, el individuo que se arrepiente verdaderamente lo ve tal cual es. Cuando mira al pecado en sus tendencias, se despierta en él un deseo vehemente de pararlo, de salvar a la gente de sus pecados, de hacer volver hacia atrás el arrollador avance de la muerte. Se enciende su corazón, se pone a orar, a trabajar, a arrancar a los pecadores del fuego con toda su fuerza, a salvarlos de las terribles tendencias del pecado. Cuando el cristiano pone su mente en esto, va a moverse para que los hombres renuncien a sus pecados. Es como si viera a los hombres beber veneno, que sabe que los destruirá, y levanta la voz, advirtiéndoles que vigilen.
II. Voy a mostrar cuáles son los frutos o efectos del arrepentimiento genuino.
Quiero mostrar que vosotros sois la obra del verdadero arrepentimiento y dejar claro en vuestra mente que podéis saber de modo infalible si os habéis arrepentido o no.
1. Si tu arrepentimiento es genuino hay en tu mente un cambio consciente en los puntos de mira y los sentimientos respecto al pecado.
De esto serás tan consciente como lo has sido antes a un cambio de miras y de sentimientos con respecto a cualquier otro tema en la vida. ¿Cómo puede saberse? Porque en este punto ha habido un cambio en ti, las cosas viejas han sido abandonadas y todas las cosas han sido hechas nuevas.
2. Cuando el arrepentimiento es genuino, la disposición para volver a pecar desaparece.
Si te has arrepentido de veras ya no amas el pecado; no te abstienes de él por miedo, no lo evitas por el castigo, sino que lo odias. ¿Qué dices tú a esto? ¿Tienes la seguridad que tu disposición a cometer el pecado ha desaparecido? Mira a los pecados que acostumbrabas practicar cuando eras impenitente, ¿qué tal te parecen ahora? ¿Te parecen agradables? ¿Te gustaría volver a practicarlos si te atrevieras? Si es así, si te queda la disposición para pecar, es que sólo has sido redargüido de pecado. Tus opiniones sobre el pecado pueden haber cambiado, pero si permanece el amor al pecado, ten la absoluta certeza de que eres todavía un pecador impenitente.
3. El arrepentimiento genuino obra una reforma de la conducta.
Entiendo que esta idea está principalmente indicada en el texto donde dice: “La tristeza que es según Dios produce un arrepentimiento para salvación.” El arrepentimiento según Dios produce una reforma de la conducta. De otro modo, es una repetición de la misma idea; es decir, que el arrepentimiento produce arrepentimiento. Por ello supongo que el apóstol está hablando de un cambio en la mente que produce un cambio de conducta que termina en salvación. Permiteme ahora preguntarte si estás realmente reformado. ¿Has abandonado tus pecados? ¿O los estás practicando todavía? Si es así, todavía eres un pecador. No importa cuánto haya cambiado tu mente, si no ha traído un cambio de conducta, tu reforma real no es arrepentimiento según Dios, o sea, el que Dios aprueba.
4. El arrepentimiento, cuando es verdadero y genuino, conduce a la confesión y a la restitución.
El ladrón no se ha arrepentido en tanto que guarda el dinero que ha robado. Puede tener convicción de pecado pero no arrepentimiento. Si se ha arrepentido, ha devuelto el dinero. Si tú me has estafado y no me devuelves Io que me has quitado injustamente, o si has injuriado o perjudicado a alguien y no has rectificado el daño que causaste, por lo que a ti te afecta, no te has arrepentido verdaderamente.
5. El verdadero arrepentimiento es un cambio permanente de carácter y de conducta.
El texto dice que es arrepentimiento para salvación, del que “no hay que tener pesar”. ¿Qué significa el apóstol con esta expresión si no que el verdadero arrepentimiento es un cambio tan profundo y fundamental que el hombre no se vuelve atrás del mismo otra vez? La gente lo lee a veves como diciendo: un arrepentimiento del que uno no tiene por qué arrepentirse. Pero esto no es lo que dice. Repito: es un arrepentimiento del que, el que lo hace, ya no se vuelve atrás. El amor al pecado es verdaderamente abandonado. El individuo que se ha arrepentido verdaderamente, que ha cambiado sus opiniones y sus sentimientos, ya no cambiará otra vez, no volverá a amar el pecado. Recuerda esto bien, que el pecador penitente verdadero experimenta sentimientos de los que no volverá a arrepentirse. El texto dice que son “para salvación”. Va directo al mismo descanso del cielo. La misma razón por la que termina en salvación es que no vuelve a arrepentirse de haberlo hecho.
Y aquí no puedo por menor que hacer resaltar que se ve por qué la doctrina de la Perseverancia de los Santos es verdadera, y lo que significa. El verdadero arrepentimiento es un cambio de sentimientos tan completo y el individuo que lo experimenta llega a aborrecer de tal modo el pecado, que perseverará en éI, y no se volverá atrás de su arrepentimiento para volver al pecado otra vez.
III. Voy a hablar ahora del falso arrepentimiento.
El arrepentimiento falso o espurio se nos dice que es del mundo, la tristeza del mundo; esto es, la tristeza por el pecado que procede de consideraciones y motivos mundanos, relacionados con la vida presente, o a lo más, considera la “propia felicidad” en un mundo futuro, sin miras a la verdadera naturaleza del pecado.
1. No se funda en un cambio de opinión como el que se ha especificado pertenece al verdadero arrepentimiento.
El cambio no es en puntos fundamentales. Una persona puede ver las malas consecuencias del pecado en un punto de vista mundano, y puede estar lieno de consternación. Puede ver la forma terrible en que afecta su carácter, o pone en peligro su vida; que si algo de su conducta escondida fuera descubierto, sufriría la vergüenza y el oprobio y esto le llena de temor y malestar. Es muy común que haya personas que tengan esta clase de tristeza del mundo, cuando haya alguna consideración mundana en el fondo de todo.
2. El falso arrepentimiento está fundado en el egoísmo.
Puede tratarse de un fuerte sentimiento de pena, en la mente del individuo, por haber hecho lo que ha hecho, porque ve las malas consecuencias que le va a producir, porque le hace sentir desgraciado, o le expone a la ira de Dios, o perjudica a su familia o sus amigos, o porque produce daño para él, en el tiempo o en la eternidad. Todo esto es puro egoísmo. Puede sentir remordimiento de conciencia, un remordimiento que le roe y le consume, y no ser verdadero arrepentimiento. Puede llegar a ser temor –un temor espantoso, profundo– de la ira de Dios y los tormentos del infierno, y con todo ser puramente egoísta, y en todo ello no sentir un firme odio al pecado, y no haber sentimientos en su corazón de que correspondan a las convicciones del entendimiento en relación con la infinita maldad del pecado.
IV. Voy a mostrar cómo se puede conocer este arrepentimiento falso o espurio.
1. Deja los sentimientos sin cambiar.
Deja en el corazón una disposición para el pecado intacta y sin someter. Los sentimientos en cuanto a la naturaleza del pecado no han cambiado, y el individuo todavía siente el deseo de pecar. Se abstiene de hacerlo, no porque lo aborrece, sino porque teme sus consecuencias.
2. Lleva a la muerte.
Lleva a un disimulo hipócrita. El individuo que ha pasado por un verdadero arrepentimiento está dispuesto a que se sepa que se ha arrepentido, que era un pecador. El que sólo tiene un falso arrepentimiento da toda clase de excusas y mentiras para encubrir sus pecados y se da vergúenza de su arrepentimiento. Cuando se le llama al banco de los penitentes cubre sus pecados con toda clase de excusas, tratando de disimularlos, y de atenuar su gravedad. Si habla de su conducta pasada siempre lo hace en términos suaves y favorables. Se ve en él una constante disposición a encubrir su pecado. Este arrepentimiento conduce a la muerte. Le hace cometer un pecado tras otro. En vez de una sincera expresión sentida y franca, con el corazón abierto, se ve un palabreo, un alisar y disimular las cosas, atenuándolas de tal forma que la confesión se convierte en no confesar nada.
¿Qué dices tú a esto? Te avergúenzas de que alguien te hable de tus pecados? Si es así, tu tristeza es sólo tristeza del mundo, y obra para muerte. Cuántas veces se ven pecadores que tratan de evitar la conversación acerca de sus pecados y al mismo tiempo se llaman buscadores ansiosos, y esperan hacerse cristianos de esta manera. Esta clase de tristeza también se halla en el infierno. No hay duda que los desgraciados habitantes del abismo desean escabullirse de la mirada de Dios. No es ésta la tristeza que se halla en el cielo por el pecado. Esta tristeza es franca, sencilla, abierta y plena. Esta tristeza no está en desacuerdo con la verdadera felicidad. Los santos rebosan felicidad, y contodo, sienten tristeza plena, franca, por su pecado. Pero esta tristeza del mundo está avergonzada de si misma, es pobre y mezquina y lleva a la muerte.
3. El falso arrepentimiento produce sólo una reforma parcial de la conducta.
La reforma que produce la tristeza del mundo se extiende sólo a las cosas de las cuales el individuo ha sido redargüido con fuerza. El corazón no ha cambiado. Se ve que evita sólo aquellos pecados cardinales de los cuales se ha mostrado la evidencia en él.
Observa este joven convertido. Si está engañado, hallarás que sólo hay un cambio parcial en su conducta. Ha sido reformado en ciertas cosas, pero hay muchas cosas malas cuya práctica aún continúa. Si entras en intimidad con él, en vez de hallar que está temblando y ojeando la aparición del pecado por todas partes, y rápido para descubrir todo lo que sea contrario al espíritu del Evangelio, se le ve, quizás estricto con respecto a ciertas cosas, pero flojo en su conducta y laxo en sus opiniones y miras en otros puntos, y muy lejos de manifestar un espíritu cristiano respecto a todo pecado.
4. En general, la reforma producida por una tristeza falsa es temporal incluso en aquellas cosas que han sido reformadas.
El individuo está recayendo continuamente en sus antiguos pecados. La razón es que la disposición a pecar no ha desaparecido, sólo está detenida o restringida por el temor, y tan pronto como tiene esperanza y pertenece a la iglesia, y está corroborado de modo que sus temores han menguado, se le ve gradualmente recayendo en sus antiguos pecados. Esta fue la dificultad de la casa de Israel, que les hizo caer constantemente en la idolatría y otros pecados. sólo tenían tristeza del mundo. Se ve ahora en todas partes en la iglesia. Los individuos se reforman durante un periodo, entran en la iglesia y recaen en sus viejos pecados. Se dice que esto es enfriarse en la religión, y volverse atrás, y cosas así, pero la verdad es que siempre han amado el pecado, y cuando se les ofrece la ocasión, vuelven a él, como la puerca se revuelca en el fango, porque no deja de ser lo que era.
Quisiera que entendierais este punto bien. Aquí está el fundamento de todos esos arranques breves en religión que se ven con tanta frecuencia. La gente se sienten despertados, redargüidos, y poco a poco les entra la esperanza y se establecen en una falsa seguridad, y luego se deslizan. Quizá vigilan bastante como para no ser expulsados de la iglesia, pero los fundamentos del pecado no han sido quebrantados, y vuelven a las andadas. La mujer frívola sigue siendo frívola, y el hombre codicioso y avaro sigue amando el dinero como antes.
Puedes ir por todos los estratos de la sociedad y en los casos en que hay conversaciones a fondo verás que los pecados en que más incurrían antes de la conversión se hallan muy remotos ahora. El convertido verdadero es el que con menos probabilidad va a caer en ellos de nuevo, porque los aborrece al máximo. Pero el que vive engañado y orientado según el mundo siempre tiende a caer en los mismos pecados. La fuente del pecado no ha sido cegada. No ha purificado la iniquidad de su corazón, sino que ha permanecido en él en todo momento.
5. Es una reforma forzada.
La reforma producida por el falso arrepentimiento no es sólo una reforma parcial y una reforma temporal, es también una reforma forzada y obligada. La reforma del que se ha arrepentido de veras es del corazón; ya no tiene disposición para el pecado. En él se cumple la promesa de la Biblia. Halla en realidad que: “Los caminos del sabio son placenteros; todas sus sendas son paz.” Encuentra que el yugo del Salvador es fácil y la carga es ligera. Ha notado que los mandamientos de Dios no son gravosos, sino que llenan de gozo. Que son más deseables que el oro, sí, más que el oro afinado; más dulces que la mial y que la que destila del panal. Pero esta clase de arrepentimiento espurio es muy diferente: es un arrepentimiento legal, el resultado del temor y no del amor; un arrepentimiento egoísta, lejos del cambio de corazón voluntario, libre, desde el pecado a la obediencia. Si hay algunos individuos aquí que tienen esta clase de arrepentimiento saben bien que no se abstienen del pecado porque están decididos a hacerlo, porque lo odian, sino que lo hacen por otras consideraciones. Se trata de que la conciencia interfiere y se lo impide, o es el temor de que pueden perder su alma, o perder su esperanza, o perder su carácter más bien que el aborrecer el pecado o amar el deber.
Estas personas necesitan ser empujadas al cumpimiento del deber por medio de un pasaje expreso de la Escritura, pues de lo contrario hallan excusas para el pecado, y se escabullen del deber, y creen que no pasa nada con hacerlo. La razón es que aman sus pecados y si no es porque no se atreven a quebrantar descaradamente el mandamiento expreso de Dios, practicarían el pecado. Cuando hay verdadero arrepentimiento no pasa esto. Si hay algo que parece contrario a la gran ley del amor, la persona que tiene verdadero arrepentimiento lo aborrece y lo evita, tanto si existe un mandamiento expreso de Dios sobre aquello o no existe. Muéstrame un hombre así, y te diré que no tiene necesidad de mandamientos para abstenerse de beber bebidas fuertes o traficar con ellas. Esto es contrario a la gran ley de la benevolencia y él no la infringiría, como no robaría, blasfemaría o cometería ninguna otra abominación.
De modo que el hombre que tiene verdadero arrepentimiento no necesita que le digan. “Así dice Jehová”, para abstenerse de oprimir a su prójimo, porque no haría nunca nada malo. ¿Cuán ciertamente aborrecería cualquier cosa de este tipo sí se hubiera arrepentido verdaderamente del pecado.
6. Este arrepentimiento espurio conduce a un sentimiento de justificación propia.
El individuo que tiene este arrepentimiento puede saber que Jesucristo es el único Salvador de los pecadores y puede profesar que cree en Él y que solamente confía en Él para la salvación, pero, después de todo, está en realidad poniendo diez veces más su confianza en su reforma que en Jesucristo, con miras a su salvación. Y si quiere observar su propio corazón se dará cuenta de ello. Puede que espere la salvación de Cristo, pero de hecho insiste más en reformarse, y su esperanza está fundada más en esto que en el sacrificio de Cristo. Está remendando su propia justificación.
7. Conduce a una falsa seguridad.
El individuo supone que la tristeza del mundo que ha tenido es el verdadero arrepentimiento, y confía en ella. Es un hecho curioso que, en tanto que he podido averiguar el estado mental de esta clase de personas, parece que dan por sentado que Cristo las salvará porque han sentido tristeza por sus pecados, aunque no son conscientes de que hayan sentido que descansan en Cristo. Han sentido tristeza, y esto les ha dado alivio. Se han sentido mejor y ahora esperan ser salvos por Cristo, cuando su propia conciencia les enseña que nunca han confiado de corazón en Cristo.
8. Endurece su corazón.
El individuo que tiene esta clase de tristeza se vuelve más duro en su corazón, en proporción al número de veces que ha ejercido esta tristeza. Si tiene emociones fuertes de convicción de pecado y su corazón no ha sido quebrantado y han fluido al exterior, las fuentes del sentimiento se van secando, y su corazón es cada vez más diflcil de alcanzar. Considera un cristiano real, que se ha arrepentido de veras, y cada vez que se da cuenta de esto va postrándose más y más delante de Dios, y se vuelve más afectado, más emocionado, más tierno, y más sumiso a la bendita Palabra de Dios, en tanto que vive, y por toda la eternidad. Su corazón entra en el hábito de ir a compás de las convicciones de su entendimiento y se vuelve más dócil y tratable, como un niño.
Aquí hay la gran diferencia. Las iglesias o los miembros individuales, que tiene sólo este arrepentimiento del mundo pasan por un avivamiento, se despiertan y se alborozan y luego se enfrían otra vez. El proceso se puede repetir, y se hallará que está vez son más y más difíciles de despertar, hasta que finalmente se vuelven tan duras como el pedernal, y ya no pueden ser avivadas otra vez. En oposición a estas iglesias hay las iglesias y los individuos que han experimentado el verdadero arrepentimiento. Si éstos pasan por avivamientos sucesivos, se halla que cada vez son más tiernos y maduros hasta que llega un momento en que cuando oyen el toque de la trompeta del avivamiento, ya chisporrotean y arden, dispuestos para el trabajo.
Esta distinción es tan evidente como la que hay entre la luz y las tinieblas. Se puede observar entre las iglesias y entre los miembros de las iglesias. El principio se ve ilustrado en los pecadores que, después de haber pasado por varios avivamientos acaban burlándose de la religión, y aunque los cielos envíen nubes de misericordia sobre sus cabezas, no hacen caso o las rechazan. Es lo mismo en las iglesias y los miembros; si no tienen el verdadero arrepentimiento cada nueva excitación endurece más su corazón y hace más difícil que sean alcanzados por la verdad.
9. Cauteriza la conciencia.
Es probable que estas personas al principio sientan inquietud cuando la verdad ilumina su mente. Puede que no tengan tanta convicción como un cristiano real. Pero el cristiano real está lleno de paz al mismo tiempo que las Iágrimas fluyen de su convicción de pecado. Y cada nueva convicción les hace más cuídadosos, vigilantes, tiernos, hasta que su conciencia se vuelve como la niña del ojo, tan sensible que la misma apariencia de mal les ofende. Pero la otra clase de tristeza, que no conduce a una renuncia sincera del pecado, deja el corazón más duro que antes, y poco a poco cauteriza la conciencia como haría un hierro candente. Esta tristeza produce muerte.
10. Rechaza a Jesucristo como base de su esperanza.
El depender de la reforma, o de la tristeza, o de lo que sea, no conduce a confiar en Jesucristo, de tal modo que el amor de Cristo les constriña a trabajar todos los días de su vida por Cristo.
11. Es pasajero, temporal.
Esta clase de arrepentimiento es aquel del que uno se arrepiente. Poco a poco, se hallará que estas personas acaban avergonzádose de los sentimientos profundos que hart tenido. No quieren hablar de ellos, y si lo hacen es de modo liviano y frio. Parecían muy emocionados durante el avivamiento, y mostraban actividad e interés, como los demás, o más, y es probable incluso que fueran extremosos. Pero, una vez el avivamiento ha terminado se opondrán a tomar nuevas medidas, irán cambiando y se avergonzarán de su celo. En realidad se arrepienten de su arrepentimiento.
Estas personas, después de que se han afiliado a la iglesia, se avergonzarán de haberse sentado en el banco de los penitentes. Cuando haya pasado la cresta de la ola del avivamiento, empezarán a hablar contra el exceso de entusiasmo y la necesidad de ser más sobrios y consecuentes en religión. Aquí está el secreto: su arrepentimiento es tal que se arrepienten del mismo.
A veces se encuentran personas que profesan haberse convertido en un avivamiento que se vuelven contra las mismas medidas, medios y doctrinas que profesaron cuando se convirtieron. No ocurre esto con el verdadero cristiano. Éste no se avergüenza nunca de su arrepentimiento. Jamás se sentiría avergonzado de la emoción que sintió en el avivamiento.
CONCLUSIÓN
1. De lo dicho nos damos cuenta de una razón por la que hay tanta religión que podemos llamar espasmódica en la iglesia.
Han confundido la convicción de pecado con la conversión; la tristeza según el mundo, con la tristeza según Dios que produce arrepentimiento para salvación, del que no hay que tener pesar. Estoy convencido, después de años de observación, que aquí tenemos la verdadera razón del presente estado deplorable de la Iglesia en todo el país.
2. Vemos por qué los pecadores bajo convicción sienten y piensan que es una gran cruz el hacerse cristianos.
Creen que es una gran prueba el renunciar a sus compañeros infieles y el renunciar a sus pecados. Mientras que, si su arrepentimiento fuera verdadero, no considerarían que es ninguna cruz el renunciar a sus pecados. Recuerdo cuáles eran mis sentimientos cuando vi por primera vez jóvenes que se hacían cristianos y se unían a la Iglesia. Pensaba que era una cosa muy buena, en conjunto, el tener religión, porque con ello salvarían sus aimas, e irían al cielo. Pero en aquel tiempo siempre me parecía que era una cosa muy triste. Nunca soñaba que después estos jóvenes iban a ser realmente felices. Creo que es común creer que, aunque la religión es algo bueno en conjunto, y bueno al final, no es posible ser feliz en la religión. Todo esto es debido a una equivocación hecha respecto a la verdadera naturaleza del arrepentimiento. No comprenden que el verdadero arrepentimiento conduce a un aborrecimiento de aquellas cosas que se amaban antes. Los pecadores no ven que sus amigos se hacen verdaderos cristianos, sienten aborrecimiento por toda clase de frivolidades y locuras, bailes y fiestas mundanas, y las diversiones pecaminosas y que el amor de estas cosas es crucificado.
Conocí a una joven que se convirtió a Dios. Su padre era un hombre orgulloso, mundano. Ella antes vestía con gran lujo, iba a una escuela de baile y a los bailes. Después de convertirse, su padre no quería que ella abandonara estas cosas. Intentó obligarla a ir. Él mismo la acompañaba a la escuela de baile y la obligaba a bailar. La joven tenía que hacerlo y muchas veces mientras estaba en la pista prorrumpía en llanto por la pena y el aborrecimiento que sentía por todo aquello. ¿Por qué? Porque se arrepentía verdaderamente de estas cosas, con un arrepentimiento por el que no senía pesar. ¿Cómo recordaría a esta joven, el verse en aquel ambiente, a sus antiguos compañeros, y cómo aborrecería la alegría anterior, y cómo desearía hallarse en una reunión de oración y ser feliz en ella? Éstá es la equivocación del impenitente, o aquel que sólo ha sentido la tristeza según el mundo, con respecto al cristiano verdadero y su felicidad.
3. Aquí podemos ver lo que les pasa a los cristianos profesos que creen que es una cruz el ser muy estricto en religión.
Estas personas están poniendo siempre excusas por sus pecados y defendiendo ciertas prácticas que no están de acuerdo con la religión estricta. Muestran que todavía aman al pecado y seguirán en él en tanto y hasta donde se atrevan. Si fueran verdaderos cristianos, lo aborrecerían y considerarían que es una cruz el ser arrastrados al mismo.
4. Aquí se ve la razón por la que algunos no saben lo que es gozar de la religión.
No están contentos y alegres en la religión. Están apenados porque tienen que separarse de tantas cosas que aman, o porque tienen que renunciar a cierta cantidad de dinero. Se hallan como en las brasas constantemente. En vez de regocijarse en toda oportunidad de negarse a sí mismos, y gozarse en la verdad, por cruda que sea, es una gran prueba que les digan que hagan su deber, cuando éste interfiere con sus inclinaciones y hábitos. La pura verdad les desazona. ¿Por qué? Porque sus corazones no disfrutas haciendo su deber. Si les gustara darían gracias por cada oportunidad de hacerlo, y esto les haría felices.
Cuando se ve a estas personas que se hallan desazonadas y se sienten acorraladas por la verdad, uno piensa que si el corazón no va juntamente con los labios, hay que considerar esta profesión hipócrita. Si están ansiosos por sus pecados, y cuanto más se les señalan los pecados más ansiosos se encuentran, hay que pensar que nunca se han arrepentido de ellos ni se han entregado a Dios.
5. Vemos por qué muchos convertidos profesos, que al tiempo de su conversión daban muestras de hallarse afectados por ella en gran manera, después se vuelven apóstatas.
Se sentían profundamente redargüidos y desazonados, y después que hallaron alivio su gozo fue grande y fueron felices durante un tiempo. Pero, poco a poco, declinaron, y finalmente se apartaron. En realidad, aunque algunos llamen a esto el caer de la gracia, la verdad es que se apartaton de entre nosotros porque no eran de los nuestros. Nunca se habían arrepentido con el arrepenmiento que destruye la disposición para el pecado.
6. Por esto los que se vuelven atrás son tan desgraciados.
Quizás alguien infiera que yo supongo que todos los verdaderos cristianos son perfectos, de lo que digo sobre la disposición al pecado, que es destruida y cambiada. No se puede sacar esta inferencia. Hay una diferencia radical entre el cristiano que se vuelve atrás y el hipócrita que se vuelve de su profesión. El hipócrita ama el mundo y se goza regresando al mismo. Puede tener algo de temor y de remordimiento, y de aprensión sobre su pérdida de carácter, pero después de todo ama el pecado. No es éste el caso del cristiano que se vuelve atrás. Éste pierde su primer amor, luego cae en una tentación y entra en pecado. Pero no lo ama; se siente amargado por él; infeliz y alejado del hogar. En aquellos momentos no posee el Espíritu de Dios, ni el amor de Dios en ejercicio que le impide caer en pecado, pero no ama el pecado; se siente desgraciado. Es muy diferente del hipócrita. Aquél, cuando abandona el amor de Dios, puede ser entregado a Satán durante un tiempo, para la destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo, pero no puede volver a gozar del pecado como antes, ni deleitarse como antes en los placeres del mundo. No puede sumergirse en la iniquidad.
7. Se comprende por qué los pecadores redargüidos temen prometer que van a renunciar a sus pecados.
Dicen que no se atreven a hacerlo, porque tienen miedo que no podrán cumplir la promesa. Ésta es la razón: “Aman el pecado.” El alcohólico sabe que le gusta el ron, y aunque puede verse constreñido a cumplir su promesa y abstenerse del mismo, con todo, su apetito lo desea. Y lo mismo ocurre con el pecador redargüido. Siente que ama el pecado, que su contacto con el pecado no ha sido roto todavía, y no se atreve a dar su promesa.
8. Por eso alguno que profesan religión se oponen a las promesas. Es por el mismo principio. Aman tanto sus pecados que saben que sus corazones procurarán hallar indulgencia y temen prometer renunciar a ellos. Es por esto que muchos que dicen ser cristianos rehüsan unirse a la iglesia. La razón secreta es que sienten que sus corazones todavía desean el pecado, y no se atreven a entrar bajo las obligaciones del pacto de la iglesia. No quieren estar sometidos a la disciplina de la iglesia en caso que pequen. Este hombre sabe que es un hipócrita.
9. Los pecadores que tienen tristeza del mundo pueden ver ahora dónde está la dificultad, y cuál es la razón por la que no se convierten.
Sus opiniones intelectuales del pecado pueden ser tales que si sus corazones correspondieran a las mismas serían cristianos. Y quizá piensan que el suyo es un arrepentimiento verdadero. Pero si estuvieran dispuestos a renunciar al pecado, no tendrían miedo de dar la promesa y hacer saber al mundo que lo han hecho. Si alguno de los tales está aquí que pase adelante y se siente en este banco. Si estás dispuesto a renunciar al pecado, estás dispuesto a prometerlo, y dispuesto a que todo el mundo sepa que lo has hecho. Pero si resistes la convicción, cuando tu entendimiento está iluminado para ver lo que tienes que hacer, y tu corazón va todavía tras los pecados, tiembla, pecador, ante la perspectiva que te espera. Tus convicciones no te servián para nada. Sólo te servirán para hundirte más en el infierno por haberlas resistido.
Si estás dispuesto a renunciar a tus pecados, puedes mostrarlo en la forma que he dicho. Pero si todavía amas tus pecados y quieres retenerlos, puedes seguir sentado en tu asiento. Y ahora, ¿vamos a decir a Dios en oración que estos pecadores no están dispuestos a renunciar a sus pecados, y que aunque están convencidos de estar en el error, aman sus idolos y quieren seguirlos? Que el Señor tenga misericordia de ellos, porque su destino es terrible.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

DIOS MANDA LLUVIA

Steve Green - Santo Santo Santo

Himnos Antiguos - ¡Gloria! ¡Gloria! ¡Aleluya!

CUAN GRANDE ES ÉL

COROS CRISTIANOS

Cadena de Coros 1 Parte

Peliculas cristianas completas (lista de reproducción)

Peliculas cristianas completas (lista de reproducción)


Jim Elliot (1927–1956)
Jim Elliot fue uno de cinco misioneros estadounidenses en Ecuador martirizados por los indios waodani. Es conocido por su frase: «No es tonto aquel que da lo que no puede mantener para ganar aquello que no puede perder».20 En otra anotación de su diario, comentando los versículos iniciales de Judas, escribió:
Ciertamente los hombres del grupo al que Judas escribió habían cambiado la gracia por vidas libertinas, negando al único Amo y Señor, Jesucristo. Esto se escribió para mi día: Pues hoy escuché de hombres que predican que la gracia significa libertad para vivir desenfrenados fuera de cualquier norma de pureza moral, declarando: «No estamos bajo la ley, estamos bajo la gracia». ¡La gracia se cambió a άσέλγεια [«libertinaje»]! Combinado con ello hay una herejía del siglo veinte que proclama que Cristo es Salvador solo por derecho y Señor por «opción» del «creyente». Esta negación del Amo y Señor único predica solo la mitad de su persona, declarando solo parcialmente la verdad que está en Él, Jesucristo[.] [El evangelio] debe predicarse con la aprensión total de lo que Él es, un Señor exigente así como un Salvador libertador... Negar el señorío de Cristo es desobediencia lo cual, de ninguna manera, hace flexible la condición de Dios, pues esto hace a Dios no serlo.

J. Campbell White (1870–1962)
Al hablar en 1906 en la conferencia internacional del movimiento de estudiantes voluntarios para las misiones extranjeras, J. Campbell White desafió a su audiencia con estas palabras:
¿Es cierto o es falso que Jesucristo es el único dueño justo y Señor de nuestras vidas? Martín Lutero pensó que era cierto cuando dijo: «Si alguien tocara a la puerta de mi pecho y dijera: “ ¿Quién vive aquí?” Yo no respondería: “Martín Lutero”, más bien diría: “el Señor Jesucristo”». Pablo dio expresión a la realidad más grande de su vida cuando dijo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». «Porque para mí el vivir es Cristo». Él no solo se consideró a sí mismo como esclavo de Cristo sino que consideró esa actitud como la normal y justa para todo discípulo de Cristo. «No sois vuestros. Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios». «Vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios». «Para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre». «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional». Y nuestro Señor mismo consideró esta como la única actitud correcta de todo seguidor suyo hacia
sí mismo. «Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy».
Este señorío y dominio de Jesucristo aplica no solo a nuestras vidas, sino que conlleva todas nuestras posesiones y poderes... No puede haber cuestionamiento posible sobre la consideración de Jesucristo de sí mismo como el Dueño y Señor de nuestra vida. Para nosotros la pregunta es: ¿Hemos reconocido su señorío y estamos viviendo en tal actitud hacia Él?
... Me pregunto a mí mismo como a usted esta noche, si hay algo tan divino que podamos hacer con esta vida nuestra, por el bien de la humanidad perdida, como para obligarla en esclavitud perpetua y voluntaria a Jesucristo y decirle a Él: «Si Dios me muestra algo que pueda hacer por la redención de este mundo que todavía no haya intentado, por su gracia lo acometeré inmediatamente porque no puedo, no me atrevo, a acercarme al juicio hasta que haya hecho todo lo que Dios espera que yo haga para difundir su gloria alrededor del mundo».


R. C. H. Lenski (1864–1936)
[Debemos] presentarnos nosotros mismos y nuestros miembros como δουλοι [«esclavos»] ante Dios después que se nos ha liberado del dominio del pecado y ser esclavos de Dios felices y bendecidos. Aquí tenemos la norma de Lutero: el «vivir bajo Él en su reino y servirle», etc. El participio [en Romanos 14.18] significa «ser esclavo y trabajar como esclavo». La implicación no es la misma que en διακονειν [«servir»], rindiendo servicio a Cristo, haciendo todo lo que podamos para Él, pero en todo ello no tenemos ciertamente voluntad propia pues solo nos dirige y nos controla la voluntad de Cristo. Él es nuestro Κύριος, nuestro único Señor y Amo... Aquel que como esclavo de Cristo, se somete a su voluntad en todo lo que hace «es bien agradable ante Dios» y nunca necesitará temer pararse ante su tribunal.

Alexander Maclaren (1826–1910)
La verdadera posición, para el hombre es ser esclavo de Dios. Las características repulsivas de esa maligna institución de la esclavitud asumen en conjunto un carácter diferente cuando se convierten en rasgos de mi relación con Él. Sumisión absoluta, obediencia incondicional por parte del esclavo; y por parte del Amo dominio completo, el derecho a la vida y a la muerte, el derecho a disponer de todas las pertenencias... el derecho a proferir mandamientos sin razón, el derecho a esperar que esos mandamientos se acaten sin vacilar, rápida, estricta y totalmente; estas cosas son inherentes a nuestra relación con Dios. ¡Bendito [es] el hombre que ha aprendido lo que ellos hacen y que los ha aceptado como su gloria más alta y la seguridad de su vida sumamente bendecida! Para los hermanos, tal sumisión absoluta e incondicional, la fusión y la absorción de mi propia voluntad con su voluntad, es el secreto de todo lo que hace la madurez gloriosa, grande y feliz.
Recuerde, sin embargo, que en el Nuevo Testamento estos nombres de esclavo y amo se transfieren a los cristianos y a Jesucristo. «El siervo» tiene sus esclavos y Él —que es el Siervo de Dios y no hace su voluntad propia sino la del Padre—, nos tiene como sus siervos, impone su voluntad sobre nosotros y estamos obligados a rendirle obediencia total como la que Él ha puesto a los pies de su Padre.
Esa esclavitud es la única libertad. La libertad no significa hacer lo que usted quiere, significa desear lo que debe hacer y hacerlo. Solo es libre quien se somete a Dios en Cristo y por consiguiente se vence a sí mismo y al mundo y a todo antagonismo; además, es capaz de hacer aquello que es el propósito de su vida. Una prisión fuera de donde no deseamos ir no es contención y la voluntad que coincide con la ley es la única voluntad libre de verdad. Usted habla del cautiverio de la obediencia. ¡Ah!, «el peso de demasiada libertad» es un cautiverio mucho más doloroso. Ellos son los esclavos que dicen: «Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas» y ellos los hombres libres que dicen: «Señor, pon tus cadenas benditas en mis manos e impón tu voluntad sobre la mía y llena mi corazón con tu amor; entonces voluntad y manos se moverán libres y con deleite». «Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres».
Tal esclavitud es la única nobleza. En los antiguos imperios malvados, al igual que en algunos de sus sobrevivientes modernos hoy, los vice y los primer ministros procedían fundamentalmente de las clases serviles. Así también es en el reino de Dios. Quienes se hacen a sí mismos esclavos de Dios, son hechos reyes y sacerdotes por Él y reinarán con Él en la tierra. Si somos esclavos, entonces somos hijos y herederos de Dios por medio de Jesucristo...
El Hijo-Siervo nos hace esclavos y siervos. No significa nada para mí que Jesucristo cumpliera perfectamente la ley de Dios, eso es más reconocimiento para Él pero no es de valor para mí a menos que Él tenga el poder de hacerme como Él mismo. Si ustedes confían en Él, entregan sus corazones a Él y le piden que los gobierne, Él los gobernará; si ustedes abandonan su libertad falsa la cual es servidumbre y toman la libertad sobria que es la obediencia, entonces los llevará a compartir su carácter de servicio gozoso y hasta podremos decir: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió» y diciéndolo con sinceridad, tendremos ciertamente las llaves de todo deleite.

Charles Spurgeon (1834–1892)
No tenga reservas, no ejercite otra opción sino obedecer su mandamiento. Si usted sabe lo que Él ordena, no vacile, no pregunte ni trate de evitarlo sino «hágalo»: hágalo de una vez, hágalo sinceramente, hágalo alegremente, hágalo por completo. No es algo sin importancia que nuestro Señor nos haya comprado a precio de su propia sangre; por lo tanto, deberíamos ser sus siervos. Los apóstoles con frecuencia se llamaron a sí mismos esclavos, atados a Cristo. Donde nuestra versión bíblica delicadamente pone “siervo” en realidad debería leerse «esclavo-atado». Los santos antiguos se deleitaban en contarse como propiedad absoluta de Cristo, comprados por Él, propiedad suya y completamente a su disposición. Pablo fue aun más lejos como para regocijarse de tener las marcas del sello de su Amo en él y afirmó: «No permitas a ningún hombre que me angustie: porque llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús». Ahí estaba el final de todo debate: él era del Señor y las marcas de los azotes, las varas y las piedras eran las grandes flechas del Rey que marcaron el cuerpo de Pablo como propiedad de Jesús el Señor. Ahora, si los santos de los tiempos antiguos se gloriaron en obedecer a Cristo, oro porque usted y yo, obviando el grupo al que podamos pertenecer o hasta la nación de la cual formamos parte, podamos sentir que nuestro primer objetivo en la vida es obedecer al Señor y no seguir a un líder humano o promover un partido político o religioso. Tratemos de hacer solo esto y por tanto seguir el consejo de Salomón cuando dice: «Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante». Amado, esforcémonos por ser obedientes tanto en lo inapreciable como en los asuntos mayores, pues es en los detalles que la obediencia verdadera se ve mejor.14
Debemos esperar con la humildad de nuestro Amo, reverentemente, sintiendo como un honor hacer cualquier cosa para Él. Debemos autorenunciar, rendidos de ahora en adelante al Señor, hombres libres y sin embargo los siervos más reales de este Gran Emperador. Nunca somos tan libres como cuando admitimos nuestra servidumbre sagrada... Con frecuencia Pablo se llama a sí mismo siervo del Señor y también esclavo de Cristo y se gloría de las marcas del hierro ardiente sobre su carne. «Yo llevo», dice él, «en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús; a partir de ahora no permitas a ningún hombre que me angustie». Nosotros contamos como libertad llevar las ataduras de Cristo. Lo consideramos como la libertad suprema, por lo que cantamos junto al salmista: «Ciertamente yo soy tu siervo, siervo tuyo soy, tú has roto mis prisiones» (Salmos 116.16). «Jehová es Dios, y nos ha dado luz; atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar» (Salmos 118.27). Esta es la conducta que nuestra servidumbre al Señor demanda.15
Todo cristiano verdadero afirma sin ningún ambage que Jesús es su Señor. Porque deseamos que Él lo sea en todo y sobre cada parte de nuestro ser... Aquel que de veras ama a Jesús y sabe que es uno de sus redimidos, confiesa con todo su corazón que Jesús es su Señor, su Soberano absoluto, su Déspota usada esta palabra en el sentido de Cristo con monarquía ilimitada y dominio supremo y absoluto sobre el alma.