martes, 24 de julio de 2012

Predicaciones en Audio - Movimiento Misionero Mundial - La ...

Cómo Vencer El Pecado

Cómo Vencer El Pecado
En cada periodo de mi vida ministerial he encontrado muchos cristianos profesantes en un estado miserable de atadura, ya sea al mundo, a la carne, o al diablo. Pero seguramente esto no es un estado cristiano, pues el apóstol ha dicho claramente: "Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia." (Ro. 6:14). En toda mi vida cristiana me ha dolido encontrar tantos cristianos que viven en la atadura legal descrita en el capítulo 7 de Romanos --una vida de pecado que resuelven reformar y que caen de nuevo. Y lo que es particularmente triste, e incluso agonizante, es que muchos ministros y dirigentes cristianos dan con perfección instrucción sobre el tema de cómo vencer el pecado. Las direcciones que generalmente son dadas en este tema, lamento decir, equivalen a esto: Expón tus pecados detalladamente, resuelve abstenerte de ellos y lucha contra ellos, si es necesario con oración y ayuno, hasta que los venzas." Mantén tu voluntad firme contra una recaída en pecado, ora y lucha, y ten la determinación de que no caerás, y persiste en eso hasta que formes el hábito de obediencia y rompe con todos los hábitos pecaminosos". Para asegurarse, generalmente se añade: "En este conflicto no debes depender de tus propias fuerzas, sino ora a Dios por ayuda". En una palabra, mucha de la enseñanza tanto en el púlpito como en la imprenta, realmente equivale a esto: la santificación es por obras y no por fe. Observo que el Dr. Chambers, en sus cátedras sobre Romanos, expresamente sostiene que la justificación es por fe pero la santificación por obras. Hace unos 25 años, creo, un prominente profesor de teología en Nueva Inglaterra mantenía en sustancia la misma doctrina. En mi vida cristiana inicial fui casi engañado por una de las determinaciones del Presidente Edwards, que era, en sustancia, aquello cuando había caído en pecado buscaría su origen y entonces pelearía y oraría contra él con todas sus fuerzas hasta subyugarlo. Esto, se percibirá, está dirigiendo la atención al acto manifiesto de pecado, su origen u ocasiones. Tomar la resolución y pelear contra el pecado fija la atención en él y su origen, y lo desvía enteramente de Cristo.
Ahora es importante decir aquí que tales esfuerzos son más que inútiles, y muy frecuentemente resultan en engaño. Primero, es perder de vista lo que realmente constituye pecado, y segundo, la única forma practicable para evitarlo. De este modo el acto externo o hábito puede ser vencido y evitado, mientras aquello que realmente constituye el pecado es dejado intocable. El pecado no es externo, sino interno. No es un acto muscular, no es la volición que causa acción muscular, no es un sentimiento involuntario o deseo. Debe ser voluntario, la preferencia máxima o estado de entrega de agradarse a uno mismo de donde proceden las voliciones, las acciones, propósitos, intenciones externos, y todas las cosas que comúnmente son llamadas pecado. Ahora, ¿qué se resuelve en contra en esta religión de determinaciones y esfuerzos para suprimir hábitos y formas pecaminosos y formar hábitos santos? "El cumplimiento de la ley es el amor". Pero ¿producimos amor por resolución? ¿Erradicamos el egoísmo por resolución? No, ciertamente no. Podemos suprimir esta y otra expresión o manifestación de egoísmo al decidir no hacer esto y aquello, y orar y luchar contra él. Podemos decidir por una obediencia externa, trabajar nosotros mismos al pie de la letra por una obediencia a los mandamientos de Dios. Pero es absurdo erradicar el egoísmo del corazón de la resolución. Así que el esfuerzo de obedecer los mandamientos de Dios en espíritu --en otras palabras, intentar amar como requiere la ley de Dios por fuerza de resolución-- es absurdo. Hay muchos quienes sostienen que el pecado consiste en deseos. De ser así, ¿acaso controlamos los deseos por fuerza de resolución? Podemos abstenernos de gratificar un deseo en particular por la fuerza de la resolución. Podemos ir más allá y abstenernos de la gratificación del deseo generalmente en la vida externa. Pero esto no es asegurar el amor de Dios que constituye obediencia. Si nos volvemos anacoretas, nos aprisionamos en una celda, y crucificamos todos nuestros deseos y apetitos hasta donde la indulgencia se refiere, sólo habremos evitado ciertas formas de pecado, pero la raíz que realmente constituye el pecado no es tocada. Nuestra resolución no ha asegurado amor, que es la única obediencia a Dios. Todo nuestro batallar con el pecado en la vida externa, por fuerza de resolución, sólo termina haciéndonos sepulcros blanqueados. Nuestro batallar con el deseo por fuerza de resolución es en vano, pues todo eso, no obstante el esfuerzo exitoso para suprimir el pecado que pueda ser, en la vida externa o en el deseo interno, sólo terminará en engaño, pues por la fuerza de resolución no podemos amar.
Tales esfuerzos para vencer el pecado son totalmente fútiles, y nada escriturales. La Biblia expresamente nos enseña que el pecado es vencido por la fe en Cristo. "Ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención" (1 Co. 1:30); es Él "el camino, y la verdad, y la vida" (Jn. 14:6). Se dice de los cristianos que van a purificar por la fe sus corazones (Hch. 15:9). Y en Hechos 26:18 se afirma que los santos son santificados por la fe en Cristo. En Romanos 9:31-32 se afirma que los judíos no alcanzaron la justicia "porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley". La doctrina de la Biblia es que Cristo salva su pueblo de pecado por la fe; que el Espíritu de Cristo se recibe por la fe para que more en el corazón. Es la fe que obra por amor. El amor es forjado y sostenido por la fe. Por la fe los cristianos vencen al mundo, la carne y al diablo. Es por la fe que ellos apagan "todos los dardos de fuego del maligno" (Ef. 6:16). Es por la fe que se ciñen de Cristo y se despojan del viejo hombre y sus obras. Es por la fe que peleamos la buena batalla, y no por resolución. Es por la fe que estamos de pie, por resolución caemos. Ésta es la victoria que vence al mundo, incluso nuestra fe. Es por la fe que la carne es reprimida y los deseos carnales sometidos. El hecho es que es simplemente por la fe que recibimos el Espíritu de Cristo para que obre en nosotros para querer y hacer de acuerdo con su buena voluntad. El derrama su propio amor en nuestros corazones y por eso los enciende. Cada victoria sobre el pecado es por la fe en Cristo, y cuando la mente es desviada de Cristo, al resolver y pelear contra el pecado, estemos conscientes o no, estamos actuando con nuestra propia fuerza, rechazando la ayuda de Cristo, y estamos bajo un error engañoso. Nada más que la vida y energía del Espíritu de Cristo dentro de nosotros puede salvarnos de pecado, y confiar es la condición uniforme y universal de la operación de esta energía salvadora dentro de nosotros. ¿Cuánto tiempo este hecho será por lo menos pasado por alto por los maestros de religión? ¿Cuán profundamente enraizadas en el corazón del hombre están la santurronería y la dependencia de uno mismo? Tan profundamente que una de las lecciones más difíciles para que el corazón humano aprenda es renunciar a la dependencia de uno mismo y confiar enteramente en Cristo. Cuando abrimos la puerta por confianza implícita Él entra y hace habitación con nosotros y en nosotros. Al derramar su corazón da vida a nuestras almas hacia la compasión con Él mismo, y de esta forma, y sólo en esta forma, purifica nuestros corazones mediante la fe. Sostiene nuestra voluntad en la actitud de devoción. Nos vivifica y regula nuestros afectos, deseos, apetitos y pasiones, y se vuelve nuestra santificación. Mucha de la enseñanza que oímos en oración y en reuniones, desde el púlpito y la imprenta, es tan confusa como si consideramos escuchar o leer tal instrucción como bastante dolorosa para ser soportada. Tal instrucción se calcula para concebir engaño, desánimo y un rechazo práctico de Cristo como se presenta en el evangelio.
¡Ay! Por la ceguera que lleva a desconcertar el alma que está añorando la liberación del poder del pecado. A veces he escuchado la enseñanza legalista sobre este tema hasta que sentí como si debiera gritar. Es sorprendente a veces oír a cristianos quejarse de la enseñanza que aquí he inculcado que nos deja en un estado pasivo, para ser salvos sin ninguna actividad. ¡Qué tinieblas hay en esta objeción! La Biblia enseña que al confiar en Cristo recibimos una influencia interna que estimula y dirige nuestra actividad; que por la fe recibimos su influencia purificante en el mero centro de nuestro ser, que mediante y por su verdad revelada directamente al alma Él vivifica todo nuestro ser interior hacia una actitud de una obediencia amorosa; y esto es la manera, y la única forma practicable, para vencer el pecado. Pero alguien puede decir: "¿Acaso el apóstol Pablo no exhortó diciendo "ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad"? ¿Acaso no es una exhortación hacer lo que en este artículo usted condena?" De ningún modo. En el versículo 12 del segundo capítulo de Filipenses Pablo dice "por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad". No hay ninguna exhortación para obrar por la fuerza de la resolución, sino a través y por la obra interior de Dios. Pablo les había enseñado, mientras estaba presente con ellos, pero ahora en ausencia, los exhorta a cuidar su propia salvación, no por resolución sino por la operación interna de Dios. Esto es precisamente la doctrina de este artículo. Pablo había enseñado muy a menudo a la Iglesia que Cristo en el corazón es nuestra santificación, y que esta influencia se recibe por la fe, para ser culpable en este pasaje de enseñar que nuestra santificación es forjada por resolución y esfuerzos para suprimir hábitos pecaminosos y formar hábitos santos. Este pasaje felizmente reconoce tanto la agencia divina y humana en la obra de la santificación. Dios obra en nosotros para querer y hacer, y al aceptar por la fe su operación interna, nosotros querremos y haremos por su buena voluntad. La fe en sí misma es un agente activo y no pasivo. Una santidad pasiva es imposible y absurda. Que nadie diga que cuando exhortamos a la gente a confiar totalmente en Dios enseñamos que cualquiera debe ser o puede ser pasivo en recibir y cooperar con la influencia divina por dentro. Influye en el libre albedrío, y como consecuencia, hace esto por la verdad, y por la fuerza. ¡Ah! que pueda ser entendido que toda la vida espiritual que está en cualquier hombre se recibe directamente del Espíritu de Cristo por la fe, como el pámpano recibe su vida de la vid. ¡Fuera esa religión de determinaciones! Es un lazo de muerte. ¡Fuera ese esfuerzo de hacer la vida santa mientras el corazón no tiene en él el amor de Dios! ¡Ah! que los hombres aprendan a ver directamente a Cristo mediante el evangelio y muy alrededor de él por un acto de confianza amorosa como para incluir una simpatía universal con el modo de pensar de Él. Esto, y sólo esto, es santificación.

LA INVESTIDURA DEL ESPÍRITU

LA INVESTIDURA DEL ESPÍRITU
Desde la publicación de mi artículo "Poder desde lo alto" en el Independent he sido confinado por una enfermedad prolongada. Mientras tanto, he recibido numerosas cartas preguntando sobre ese tema. Se relacionan en su mayoría con puntos en particular:
1. Piden más ejemplos de la exhibición de ese poder.
2. Preguntan: "¿Quiénes tienen derecho a esperar esa investidura?"
3. ¿Cómo o bajo qué condiciones se puede obtener?
No puedo contestar estas preguntas por correspondencia a la gente. Con su anuencia propongo, si mi salud sigue mejorando, contestarles en varios artículos breves a través de sus columnas. En el presente número relataré otra exhibición de este poder desde lo alto, como lo presencié. Poco después que obtuve la licencia para predicar fui a una región del país de donde era totalmente ajeno. Fui a solicitud de la Female Missionary Society en el condado de Oneida, Nueva York. A principios de mayo, creo yo, visité el pueblo de Antwerp, en la parte norte del condado de Jefferson. Me detuve en el hotel del pueblo, y ahí supe que no había reuniones religiosas en ese entonces. Tenían una casa de ladrillo para reuniones, pero estaba cerrada. Mediante esfuerzos personales conseguí que varias personas se instalaran en el recibidor de una señora cristiana, y les prediqué en la tarde luego de mi llegada. Pasé por el pueblo y quedé estupefacto por la horrible profanidad entre los hombres adonde fuera que iba. Obtuve permiso de predicar en la escuela el domingo siguiente, pero antes de ese día estaba muy desanimado, y casi escandalizado por el estado de la sociedad que presenciaba. El sábado el Señor puso con poder en mi corazón las siguientes palabras, dirigidas por el Señor Jesús a Pablo (Hechos 18:9-10): "No temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad". Esto sometió mis temores completamente, pero mi corazón estaba cargado con agonía por la gente. El domingo en la mañana me levanté temprano, y me retiré a una arboleda no muy lejos del pueblo para derramar mi corazón ante Dios por una bendición para la obra del día. No pude expresar la agonía de mi alma en palabras, pero luché con mucho gemir, y creo con muchas lágrimas, por una o dos horas, sin obtener alivio. Regresé a mi cuarto en el hotel, pero casi inmediatamente volví a la arboleda. Hice esto tres veces. La última vez obtuve alivio completo, justo a tiempo para ir a la reunión. Fui a la escuela, y la encontré completamente llena. Saqué mi pequeña Biblia de bolsillo y leí: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". Mostré el amor de Dios como se contrasta con la manera en la que fue tratado por aquellos a quienes dio su hijo. Les hice ver su profanidad y mientras reconocía a mis oyentes cuya profanidad había observado en especial, en la plenitud de mi corazón y con muchas lágrimas les indiqué: "he oído a estos hombres que han nombrado a Dios para maldecir a sus semejantes". La Palabra hizo un poderoso efecto. Nadie parecía ofendido, pero casi todos desfallecían grandemente. Al término del servicio el dueño tan amable, el señor Copeland, se levantó y dijo que abriría la casa de reunión en la tarde. La casa de reunión estaba llena como en la mañana, la Palabra hizo un poderoso efecto. Así el avivamiento poderoso comenzó en el pueblo, y luego a propagarse por todos lados. Creo que fue en el segundo domingo después de esto cuando me quité del púlpito, un anciano se me acercó y me dijo: "¿No podrá venir a predicar en donde vivo? Nunca hemos tenido reuniones religiosas ahí". Pregunté por la dirección y la distancia, y quedé de predicar ahí la siguiente tarde del lunes a las cinco en su escuela. Había predicado tres veces en el pueblo, y había asistido a dos reuniones de oración en el Día del Señor, y el lunes fui a pie para cumplir con la cita. Hacía calor ese día y antes de llegar sentí que casi me desmayaba al caminar, y grandemente desanimado en mi mente. Me senté en la sombra al borde del camino, y me sentí como si me fuera a desmayar al llegar ahí; si eso pasara, estaba muy desanimado como para hablar a la gente. Cuando llegué encontré el lugar lleno, e inmediatamente empecé el servicio al leer un himno. Intentaron cantar, pero la horrible disonancia me hacía sentir que agonizaba más allá de lo que pudiera expresar. Me agaché, puse mis codos sobre mis rodillas y mis manos sobre mis oídos, y sacudí mi cabeza para callar la disonancia, la cual incluso apenas podía soportar. Tan pronto dejaron de cantar me puse de rodillas, casi en un estado de desesperación. El Señor me abrió las ventanas de los cielos, y me dio gran ensanchamiento y poder en oración. Hasta ese momento no tenía ni idea de qué texto iba a usar para la ocasión. Me levanté de mis rodillas y el Señor me dio esto: "Levantaos, salid de este lugar; porque Jehová va a destruir esta ciudad". Le dije a la gente según recuerdo, dónde encontrarían el texto, y seguí diciéndoles sobre la destrucción de Sodoma. Les di un bosquejo de la historia de Abraham y Lot, y sus relaciones entre ellos; de la oración de Abraham por Sodoma, y de Lot, como el único justo en la ciudad. Mientras lo hacía, noté que la gente se veía muy enojada en extremo conmigo. Muchos semblantes parecían muy amenazadores y algunos hombres cerca de mí se veían como si fueran a golpearme. Esto no pude entender, pues sólo les estaba dando, con gran libertad de espíritu, un esbozo de la historia de la Biblia. Tan pronto terminé mi esbozo histórico, me volví a ellos, y les dije que había entendido que nunca ellos habían tenido ninguna reunión religiosa en ese lugar, y viendo ese hecho, los embestí con la espada del Espíritu con toda mi fuerza. A partir de ese momento la solemnidad aumentó con mucha rapidez. En unos momentos parecía que caía sobre la congregación un impacto instantáneo. No puedo describir la sensación que sentí, ni aquello que era patente en la congregación, pero la palabra parecía literalmente que cortaba como una espada. El poder desde lo alto caía sobre ellos en un torrente tal que se cayeron de sus lugares por todos lados. En menos de un minuto casi toda la congregación estaba de rodillas o agachada, o en alguna posición postrada ante Dios. Todo mundo lloraba o gemía por misericordia a sus almas. No pusieron más atención a mí o a mi predicación. Traté de que me pusieran atención, pero no pude. Observé que el anciano que me había invitado seguía en su asiento cerca del centro del lugar. Estaba viendo por todos lados con gran asombro. Le hice señas y le grité: "¿No puede orar?" Se arrodilló y con estruendo hizo una breve oración, tan fuerte como pudo gritar, pero no le pusieron atención. Después de ver por todos lados por unos momentos, me arrodillé y me agaché hacia un joven que estaba arrodillado a mis pies, y orando por la misericordia de su alma. Obtuve su atención y le prediqué a Jesús en su oído. En unos momentos se rindió a Jesús por fe, e irrumpió en oración por aquellos alrededor de él. Entonces me volví a otro y a otro. Luego de seguir en esta forma hasta casi el atardecer, agradecí por la reunión al anciano que me había invitado para irme a cumplir con otra cita en otro lugar esa tarde. En la tarde del siguiente día se me pidió volver a ese lugar, pues no se había podido terminar la reunión. Habían tenido que salir de la escuela para dar lugar a las clases, pero se habían ido a una casa cerca, donde encontré una cantidad de personas aún muy ansiosas y cargadas con la convicción de volver a sus hogares. Pronto ahí fueron sometidos a la Palabra de Dios, y creo que todos obtuvieron una esperanza antes de irse a sus casas. Obsérvese, que era totalmente ajeno al lugar, el cual nunca había visto ni oído, hasta que me contaron. Pero ahí, en una segunda visita, supe que el lugar se llamaba Sodoma, por su iniquidad, y el anciano que me había invitado se llamaba Lot, porque era el único profesante de religión. Luego de esta forma, el avivamiento brotó donde él vivía. No he estado ahí en muchos años, pero en 1856, creo, mientras estaba en la obra en Syracuse, Nueva York, se me presentó a un ministro de Cristo del condado de St. Lawrence con el nombre de Cross. Me dijo: "Señor Finney, no me conoce pero ¿se acordará de haber predicado en un lugar llamado Sodoma? Le dije: "Nunca lo olvidaré". Me contestó: "En ese entonces era joven; me convertí en esa reunión". Todavía vive, es pastor de una de las iglesias de ese condado, y es el padre del director de nuestro departamento de preparatoria. Quienes han vivido en esa región pueden testificar de los resultados permanentes de ese bendito avivamiento. Sólo puedo dar en palabras una descripción leve de esa manifestación maravillosa desde lo alto al asistir a la predicación de la Palabra.

EL AVIVAMIENTO

EL AVIVAMIENTO
Por
Charles G. Finney

Capítulo 15 SED LLENOS DEL ESPíRITU

"Sed llenos del Espíritu." (Efesios 5:18.)

Por qué muchos no tienen el Espíritu.
1. Es posible que se trate de una persona que sea un hipócrita. Que sus oraciones no sean sinceras, no sean genuinas. No sólo su religión es un mero espectáculo, sino que no hay sinceridad en su relación con otros.
2. Otros son tan frívolos y ligeros que el Espíritu no puede morar en ellos. El Espíritu de Dios es solemne, es serio, y no residará en aquellos que son descuidados y superficiales.
3. Otros son tan orgullosos que no pueden tener el Espíritu. Sólo piensan en vestir bien, buena vida, lujos, coches, modas, etc., no es de extrañar que no estén llenos del Espíritu.
4. Algunos están orientados hacia el mundo, aman las propiedades y procuran hacerse ricos con tanto afán que no pueden tener el Espíritu. Cómo puede vivir en ellos el Espíritu cuando todos sus pensamientos están en las cosas del mundo y todo su poder está absorbido para conseguir riquezas. Y cuando consiguen dinero, cuando se ven empujados por la conciencia a dar algo para la conversión de otros, sufren. Muestran hasta qué punto su amor al mundo les domina en su trato con otros. Las cosas más pequeñas lo muestran. Tratarán de sacar la última gota de sudor de un pobre que trabaja por ellos; y si operan en mayor escala tratarán de sacar ventaja de todo.
A un obrero que trabaja por ellos, le explotan, le harán ver que es casi un caso de conciencia, que no le pueden dar más por su trabajo o un encargo. Esta gente, en cambio, se avergonzarían de tener tratos de este tipo con gente de su rango, porque con ello perjudicarían su reputación; pero, Dios lo sabe, lo tiene todo escrito, que son codiciosos y que hacen tratos injustos para favorecer su propio interés. ¿Es posible que esta gente profese tener el Espíritu de Dios? ¡lmposible!
5. Otros son descuidados en el cumplimiento de un deber conocido, y ésta es la razón por la que no tienen el Espíritu. Los unos no oran en su familia, aunque saben que tienen el deber de hacerlo y, con todo, tratan de conseguir el espíritu de oración.
Si has descuidado algún deber conocido y por ello has perdido el espírtu de oración, debes ceder primero. Dios tiene una disputa contigo; tú has rehusado obedecerle y tienes que retractarte. Es posible que lo hayas olvidado, pero Dios no, y debes recordarlo en tu mente, y arrepentirte. Si yo tuviera un ojo omnisciente, podría decir los nombres de los individuos de esta congregación que han descuidado algún deber conocido (o cometido algún pecado, del que no se han arrepentido); y que están orando pidiendo el espíritu de oración, pero no pueden conseguirlo.
6. Si sabes lo que es, por alguna experiencia anterior, el tener comunión con Dios, y lo dulce que es rendirse en penitencia y ser lleno del Espíritu, no puedes sino desear un retorno a estos goces. Y puedes tú mismo orar con fervor pidiéndolo, y orar por un avivamiento religioso. Pero, en conjunto, no deseas que venga. Tienes demasiado que hacer y no puedes asistir. O te exigiría tantos sacrificios que no puedes ni pensarlo. Hay algunas cosas que no quieres ceder. Encuentras que si quieres que el Espíritu de Dios resida en ti has de vivir de modo diferente; has de renunciar al mundo; has de hacer sacrificios; has de romper con tus relaciones mundanas, has de confesar muchos pecados. Y por ello, en conjunto, no deseas que el Espíritu venga, a menos que El consienta en venir a ti y dejarte vivir como quieras. Pero esto no lo va a hacer nunca.
7. Tu culpa es tan grande, como la autoridad de Dios, que te manda: "Se lleno del Espíritu." Dios te lo manda, y es una desobediencia el no hacer caso, como lo sería el quebrantar cualquier otro de sus mandamientos. Piensa en esto. ¿No robarías, verdad? ¿No cometerías adulterio? Y con todo hay muchas personas que no se dan la culpa por no tener el Espíritu. Incluso se consideran cristianos piadosos, porque van a las reuniones de oración, participan del sacramento de la santa cena, y todo esto a pesar de que viven año tras año sin el Espíritu de Dios. Ahora bien, el mismo Dios que dice: "No os embriaguéis con vino", es el que dice: "Sed llenos del Espíritu."
Todos decís que si un hombre es un adúltero o un ladrón, no es cristiano. ¿Por qué? Porque vive en estado de desobediencia a Dios. Si blasfema no tiene caridad. No vais a consentir que os diga que su corazón es recto, y que las palabras no son nada; que Dios no se interesa mucho por las palabras. Esto lo consideraríis una enormidad y este hombre no podría pertenecer a la Iglesia. Y con todo, estáis en desobediencia ante Dios, pues viviís sin el espíritu de oración y sin la presencia de Dios.
Vuestra culpa iguala todo el bien que podríais hacer si poseyerais el Espíritu de Dios en la medida en que tenéis el deber de poseerlo y podéis poseerlo. Sois enteramente responsables ante la Iglesia y ante Dios de todo el bien que podríais hacer. Un hombre es responsable por todo el bien que puede hacer.
8. Algunos van a decir que sois excéntricos, y probablemente lo mereceréis. Probablemente seréis realmente excéntricos. Nunca vi a una persona llena del Espíritu que no fuera llamada excéntrica. Y la razón es porque estas personas son bastante distintas de las otras. Hay, pues, buenas razones para llamarlos excéntricos. Actúan bajo otras influencias, toman diferentes puntos de vista, son movidos por diferentes motivos, son dirigidos por un espíritu diferente. Habéis de esperar estos calificativos. Cuántas veces he oído este comentario respecto a algunos: "Es un buen hombre, pero es un poco excéntrico." He pedido detalles; ¿en qué consiste su excentricidad? Y oigo el catálogo de causas y todo ello se resume en una palabra; es espiritual. Decidid por vuestra cuenta si esto es ser excéntrico. Hay lo que se puede decir "excentricidad afectada". ¡Horrible! Pero hay algo que es el estar tan saturado del Espíritu de Dios que uno ha de aparecer y actuar de forma extraña y excéntrica a los que no pueden entender los motivos y razones de su conducta.
Pablo fue acusado de estar loco por aquellos que no entendían sus puntos de vista sobre las cosas y la forma en que actuaba. Sin duda, Festo creyó que estaba loco, y que "las muchas letras le estaban llevando a la locura". Pero Pablo contesta: "No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que pronuncio palabras de verdad y de cordura" (Hechos 24:24,25). Su conducta era tan rara, tan nueva, que Festo creyó que era locura. Pero, la verdad simple era que había visto las cosas de modo tan claro que se lanzaba con toda su alma a ellas. Tienes que decidir sobre esto, tanto más cuanto más elevado vivas con respecto al mundo y andes con Dios.
9. Este es uno de los males más prominentes y más deplorables de nuestros días. La piedad del ministerio, aunque real, es tan superficial, en muchos casos, que el pueblo espiritual de la Iglesia cree que los ministros no pueden simpatizar con ellos ni lo hacen. Su predicación no llena sus necesidades; no los alimenta. Los ministros no tienen profundidad suficiente de experiencia religiosa para saber cómo despertar a la Iglesia; cómo ayudar a los que son tentados, apoyar a los débiles y dirigir a los fuertes.
Cuando un ministro ha llegado con una iglesia hasta donde Ilega su experiencia en las cosas espirituales, se para; y hasta que ha renovado su experiencia, su corazón tiene nuevas reservas, y progresa en la vida divina y la experiencia cristiana, no puede hacer nada más. Puede predicar sana doctrina, y lo mismo puede hacer un ministro que no es convertido; pero, después de todo, su predicación carecerá de fuerza escudriñadora, de aplicación práctica, de la unción que sólo puede alcanzarse en el caso de un cristiano orientado espiritualmente. Es un hecho sobre la cual la Iglesia está gimiendo, que la piedad de los jóvenes sufre tanto en el curso de su educación, que cuando entran en el ministerio, a pesar de todo el equipo intelectual que poseen están en la infancia espiritual. Les faltan cuidados; necesitan que se les alimente, en vez de ser ellos quienes apacienten la Iglesia de Dios.
10. Si tienes en abundancia el Espíritu de Dios tienes que esperar mucha oposición, tanto en la Iglesia como en el mundo.
Muy probablemente los lideres de la Iglesia se te van a oponer. Siempre ha habido oposición en la Iglesia. La hubo en tiempo de Cristo. Si estás por encima de su estado de sentimiento, los miembros de la Iglesia se te opondrán. Si alguien quiere vivir piadosamente en Cristo Jesús ha de experimentar persecución (2 Timoteo 5:12). A menudo los ancianos y aun el pastor se te opondrán si estás lieno del Espíritu de Dios.
11. Has de esperar confiictos frecuentes y tenaces con Satán. Satan tiene pocos problemas con los cristianos que no son espirituales, sino tibios, tardos, mundanos. Y éstos no entienden lo que se dice sobre confiictos espirituales. Quizá sonrían cuando se les mencionan estas cosas. Y por ello, el diablo los deja en paz. No los molesta, ni ellos a él. Pero, los cristianos espirituales, Satán entiende muy bien que le dañan, y por ello tiene que emprenderla contra ellos. Estos cristianos tienen terribles y frecuentes conflictos. Son tentados como nunca antes; pensamientos blasfemos, ateísmo, sugerencias de cometer maldades, de destruir sus vidas y cosas semejantes. Si eres espiritual puedes esperar estos terribles conflictos.
12. Tendrás mayores confiictos contigo de Io que nunca habías pensado. Hallarís tus propias debilidades haciendo progresos contra el Espíritu. ¿Porque el deseo de la carne es contra el espíritu, y el del espíritu es contra la carne" (Gálatas 5:17). Estos cristianos (hasta que son totalmente santificados) se quedan consternados al ver el poder de sus propias corrupciones. Uno de los comodoros de la Marina de los Estados Unidos, según me han dicho, era un hombre espiritual; su pastor había visto al hombre yacer en el suelo gimiendo gran parte de la noche, en conflicto con sus propias corrupciones, clamando a Dios, en agonía, que rompiera el poder de la tentación. Parece como si el diablo estuviera decidido a destruirlo, y su propio corazón, durante este periodo, estaba casi en liga con el diablo.
13. Pero tendrás paz con Dios. Si la Iglesia y los pecadores y el diablo se te oponen, habrá Uno con el cual tendrás paz. Los que sois sometidos a estas pruebas y confiictos y tentaciones, que gemís, oráis, lloráis, sufrís, recordad esto: vuestra paz y vuestros sentimientos hacia Dios, serán profundos y apacibles como un río. Tendréis paz en la conciencia si sois guiados por el Espíritu. No seréis aguijoneados ni atormentados por una conciencia culpable. Vuestra conciencia será sosegada y quieta, en calma como un lago en verano.
14. Si estás lieno del Espíritu, serás útil. No podrás por menos que ser útil. Incluso si estás enfermo y eres incapaz de salir de tu habitación, de conversar o de ver a nadie, serás diez veces más útil que centenares de los cristianos de la clase corriente que no tienen espiritualidad. Un cristiano piadoso de la parte oeste del Estado estaba afectado de consunción. Era un hombre pobre, y hacía años que estaba enfermo. Un comerciante no convertido del lugar, de corazón compasivo, le mandaba algunas cosas, para sus necesidades, de vez en cuando, para él y para su familia. El enfermo estaba muy agradecido por su bondad, pero no podía recompensarle, aunque quería hacerlo. Al fin decidió hacer lo mejor que podía para devolver el bien, y empezó a orar por la salvación de aquel hombre. Así que empezó a orar, su alma se enfervorizó, y echó mano de Dios. No ocurría ningún avivamiento allí, pero, poco a poco, ante el asombro de todos, el comerciante se puso del lado de Dios. El fuego empezó a arder por todas partes; empezó un poderoso avivamiento, y hubo multitudes que se convirtieron.
15. Este pobre hombre continuó en su condición de enfermo durante varios años. Después de su muerte, visité el pueblo y la viuda puso en mis manos su diario. Entre las entradas, había lo siguiente: "He conocido a unos treinta pastores e iglesias." Seguía, luego, indicando que ponía aparte algunas horas cada día y cada semana para orar para cada uno de esos pastores y sus iglesias, y algunos períodos para orar por diferentes estaciones misioneras. Luego seguían, bajo diferentes fechas, datos como sigue: "Hoy he podido ofrecer lo que llamo una oración de fe para el derramamiento del Espíritu sobre la iglesia de... y espero en Dios que habrá pronto un avivamiento allí." En otra fecha escribe: "Hoy he podido ofrecer lo que llamo una oración de fe por la iglesia de... y espero que pronto habrá un avivamiento allí." De este modo había ido con gran número de iglesias, registrando el hecho de que había orado por ellas en fe, para que pudiera haber pronto un avivamiento en ellas.
Entre las estaciones misioneras, mencionaba especialmente una de Ceilán. Creo que el último lugar mencionado en su diario, por el que ofreció la oración de fe, era el lugar en que vivía. No mucho tiempo después, comenzó un avivamiento que abarcó toda la región, casi en el mismo orden de los lugares que mencionaba en su diario; y a su debido tiempo llegaron noticias de Ceilán de que había un avivamiento en aquella región. El avivamiento en su ciudad no comenzó hasta después de su muerte. Su comienzo tuvo lugar al tiempo en que su viuda puso en mis manos el documento a que me he referido. La viuda me dijo que se enfervorizaba tanto cn la oración, durante su enfermedad, que ella temía que iba a morir de tanto orar.
El avivamiento fue muy importante y poderoso en toda la región, y el hecho de que iba a ocurrir no había pasado inadvertido al siervo del Señor. Según su palabra: "El secreto de Jehová es para los que le temen y a ellos hará conocer su pacto" (Salmo 25:14). Así, este hombre tan débil en cuerpo que no podía salir de su casa, fue más útil al mundo y a la Iglesia de Dios, que todos los que profesan una religión fría y sin corazón en el país.
16. Si estás lieno del Espíritu, no te sentirás afligido, o amargado, o preocupado cuando los demás hablen en contra tuya. Cuando hallo a las personas irritadas y preocupadas por las cosas más pequeñas, estoy seguro que no están llenos del Espíritu de Cristo. Jesucristo no se trastornaba por nada de lo que decían de El, con malicia y calumniándole. Si quieres seguir manso bajo la persecución y ser un ejemplo del carácter del Salvador y un honor a la religión de esta manera, necesitas estar lieno del Espíritu.
Serás sabio si usas los medios de conversión de los pecadores. El Espíritu de Dios está en ti, y El te guiará en cuanto al uso de medios con prudencia, en una forma adaptada al fin, y para evitar daños.
17. Estarás en calma bajo la aflicción; no confuso y consternado al ver la tormenta que se te echa encima. La gente alrededor se asombrarán de tu calma y ánimo bajo pruebas tan severas, no conociendo el apoyo interior que poseen los que están llenos del Espíritu.
Si tú no tienes el Espíritu, es posible que tropieces ante los que lo poseen. Dudarás de que su conducta sea apropiada. 0uizá dudarás de su sinceridad cuando digan que tienen estos sentimientos. Dirás: "No sé qué pensar del hermano Fulano; parece muy piadoso, pero no le entiendo." Por esto los censurarás, con el propósito de justilcarte a ti mismo.
18. Si quieres tener el Espíritu, has de ser como un niño, cediendo a sus influencias, como cede el aire. Si te guía a la oración, debes dejarlo todo y ceder a su suave propulsión. No hay duda que tienes, a veces, un deseo de orar por algo, y lo has demorado y resistido hasta que Dios te ha dejado. Si quieres que El esté contigo, debes ceder a su dirección delicada, vigilar para averiguar lo que quiere de ti, y someterte a su guía.
19. Los cristianos deberían estar dispuestos a hacer toda clase de sacrificios para disfrutar de la presencia del Espíritu. Dijo una mujer de alta sociedad (que profesaba ser religioso): "He de dejar de escuchar a ministros como Finney cuando predican o he de abandonar mi alegre compañia." Esta mujer renunció a la predicación y no se acercó más. Cuán diferente de otro caso --el de una mujer del mismo estado social--, que oyó predicar al mismo ministro y se fue a su casa y decidió abandonar su manera de vivir alegre y mundana. Cambió todo su vestido, estilo de vivir y conducta; por lo que sus amigos pronto la dejaron ir a gozar de la comunión con Dios y ella se sintió libre para pasar su tiempo haciendo bienes.
Vemos de esto lo difícil que es para los que viven una vida de lujos ir al cielo. ¡Qué calamidad el pertenecer a estos circulos! ¿Quién puede gozar de la presencia de Dios en ellos?
"Por lo cual, hermanos, sed tanto más diligentes en afianzar vuestro llamamiento y vuestra elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque, de esta manera, os será otorgada amplia entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo." (2 Pedro 1:10,11.)

EL AMOR DE DIOS PARA UN MUNDO PECADOR

EL AMOR DE DIOS PARA UN MUNDO PECADOR
Por Charles G. Finney

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna."

El pecado es lo más costoso que hay en el universo. No hay nada cuyo coste se le parezca. El ser perdonado o no ser perdonado, es algo de un costo infinitamente grande. Perdonado: el costo recae principalmente en el gran Substituto que obra la expiación; no perdonado: el costo recae en la cabeza del pecador culpable.
La existencia del pecado es un hecho que se puede observar en todas partes. Hay pecado en nuestra raza y en formas terriblemente graves.
El pecado es la violación de una ley infinitamente importante, la ley designada y adaptada para asegurar el mayor bien posible del universo. La obediencia a esta ley es de modo natural esencial para el bien de las criaturas. Sin obediencia a esta ley no podría haber bienaventuranza ni en el cielo.
Como el pecado es una violación de una ley muy importante, no puede ser tratado con ligereza. No hay gobierno que pueda permitirse tratar una desobediencia como trivial, puesto que todo --él total bienestar del gobierno y de los gobernadores-- gira en torno de la obediencia. Es necesario que se guarde la ley y se castigue la desobediencia en proporción al valor de los intereses que se juegan en el caso.
La ley de Dios no puede ser deshonrada por nada de lo que ha salido de sus manos. Ha sido deshonrada por la desobediencia del hombre; por ello es necesario que Dios se haga cargo del caso para recuperar su honor. El mayor deshonor a la ley se hace desobedeciéndola y despreciándola. Todo esto ha hecho el hombre pecador. Por ello, esta ley, siendo no sólo buena, sino intrínsecamente necesaria para la felicidad de los gobernantes, pasa a ser de todas las cosas la más necesaria que el legislador reivindique. No puede por menos que hacerlo.
Por ello, el pecado ha implicado grandes dispendios en el gobierno de Dios. O bien la ley ha de ser ejecutada a expensas del bienestar de la raza entera, o Dios ha de someterse a sufrir los peores resultados de la falta de respeto a su ley, resultados que en alguna forma han de implicar graves dispendios.
Tomemos por ejemplo un gobierno humano. Supongamos que las leyes justas y necesarias que impone un gobierno son pisoteadas, deshonradas. En un caso semejante, la infracción de la ley ha de ser seguida por la ejecución del castigo, o algo equivalente, probablemente más costoso. La transgresión ha de costar felicidad en alguna parte, y en cantidad.
En el caso del gobierno de Dios ha parecido aconsejable proporcionar un sustituto, alguien que haga posible salvar al pecador y al mismo tiempo honrar la ley. La pregunta, dados los datos anteriores es: ¿Cómo hay que costear este dispendio?
La Biblia nos informa de la manera en que se dio respuesta. ¿Quién iba a hacer este sacrificio? ¿Iba a ser por conscripción, donación? ¿Iba a ser por una ofrenda voluntaria, subscripción? ¿Quién iba a empezar? ¿Quién iba a dar el primer paso en este vasto proyecto? La Biblia nos dice que el primero fue el Padre Infinito. Él encabezó la donación. Dio a su Hijo Unigénito --para empezar-- y habiéndolo dado, añade a esto todo lo necesario requerido por el caso. Primero dio a su Hijo para hacer la expiación requerida por la ley; luego dio y envió a su Santo Espíritu para hacerse cargo de la obra. El Hijo, por su parte, consintió en ser el representante de los pecadores, para que pudiera honrar la ley, sufriendo en lugar de ellos. Derramó su sangre, puso su vida en sufrimiento como oblación gratuita ante el altar --no rehusó las peores humillaciones y afrentas-- de nada se retrajo, ni de la peor contumelia que los hombres malvados acumularon sobre Él. Y el Espíritu Santo también se dedica con esfuerzo incesante a cumplir su objetivo.
Hubiera sido un método muy expeditivo el haber enviado a toda la raza pecadora al infierno de una vez. Hizo algo así cuando ciertos ángeles "no guardaron el lugar que les correspondía". Hubo una rebelión en el cielo. Dios no la toleró alrededor de su trono. Pero en el caso del hombre siguió otro curso: no sólo no los envió al infierno, sino que diseñó un vasto plan de medidas, incluyendo algunas tan generosas como el sacrificio propio, para recobrar las almas de los hombres a la obediencia y al cielo.

¿Para quién fue hecha esta gran donación? "De tal manera amó Dios al mundo", significa la raza humana. Por "mundo" hemos de entender aquí no parte de la raza, sino la raza entera. No sólo la Biblia, sino también la naturaleza del caso, muestra que la expiación debía ser hecha para todo el mundo. Porque, evidentemente, si no hubiera sido hecha para toda la raza, nadie en ella podría saber que había sido hecha para él, y por tanto nadie podría creer en Cristo en el sentido de recibir por fe las bendiciones de la expiación. Si hubiera habido incertidumbres respecto a las personas afectadas en una provisión limitada la donación entera habría fallado por la imposibilidad de fe racional en su recepción. Supongamos que en su testamento un hombre rico hace donación de cierta propiedad a ciertas personas, descritas sólo con el nombre de "los elegidos". No son descritos de otra manera que por este término, y todos están de acuerdo en que aunque el que hizo el testamento pensaba en aquellos individuos definitivamente, sin embargo, no dejó descripción alguna de ellos, ni a las personas, ni a los tribunales, ni a nadie en el mundo. Como es comprensible un testamento así es totalmente nulo. No hay nadie en el mundo que pueda reclamar su testamento, ni aun en el caso que se describiera a estos "elegidos" como, por ejemplo, residentes de Oberlin. Como no se dice que son todos los residentes de Oberlin, y como no se dice cuáles, todo es inútil. Todos tienen en teoría iguales derechos pero ninguno tiene un derecho específico, por lo que ninguno puede heredar. Si la expiación hubiera sido hecha de está manera, no habría hombre alguno que tuviera razón para creer que es uno de los "elegidos" antes de recibir el Evangelio. Por ello, no se sabría quién tiene autoridad para creer y recibir sus bendiciones por fe. De hecho, la expiación ha de ser totalmente nula --en está suposición-- a menos que haya una revelación especial hecha a las personas para las cuales se destine.
Tal como es ahora, el mismo hecho que un hombre pertenezca a la raza de Adán --el hecho que sea humano, nacido de mujer, es suficiente, en absoluto--. Le coloca debajo el palio. Es uno en el mundo por quien Dios dio a su Hijo, para que todo aquel que crea en Él no se pierda, mas tenga vida eterna.
El motivo subjetivo en la mente de Dios para este gran don es el amor, el amor al mundo. Dios amó al mundo de tal manera que dio a su Hijo para que muriera por Él. Dios amó a todo el universo también, pero el don de su Hijo procedió de su amor por nuestro mundo. Es verdad que en este gran acto procuró proveer para los intereses del universo. Tuvo cuidado en no hacer nada que pudiera en lo más mínimo invalidar la santidad de su ley. Del modo más cuidadoso procuró evitar cualquier error respecto a la consideración a su ley y los elevados intereses de la obediencia y felicidad de su universo moral. Quiso evitar para siempre el peligro de que algún ser moral, nunca, se sintiera tentado a despreciar la ley moral.
Pero además, no fue sólo por amor alas almas, sino por respeto al espíritu de la ley de su razón eterna que dio a su Hijo para morir. En esto se originó el propósito de entregar a su Hijo. La ley, por sí misma, ha de ser honrada y considerada santa. No puede hacerse nada incompatible con su espíritu. Ha de hacer todo lo posible para prevenir que se cometa pecado y asegurar la confianza y amor de sus súbditos. Tan sagrados consideró estos grandes objetivos que consintió en que su Hijo derramara su sangre, antes que arriesgar el bien del universo. No cabe la menor duda que fue el amor y consideración por el mayor bien del universo lo que le hizo sacrificar a su querido Hijo.
Consideremos con atención la naturaleza de este amor. El texto hace un énfasis especial en esto: que Dios amó de tal manera, su amor fue de tal naturaleza, tan maravilloso y tan peculiar en su carácter, que le condujo a dar a su propio Hijo para morir. Se implica más, evidentemente, en esta expresión que, simplemente, su grandeza. Este amor es peculiar, en especial, en su carácter. A menos que entendamos esto, correremos el peligro de caer en el extraño error de los universalistas, que no cesan de hablar del amor de Dios a los pecadores, pero cuyas nociones de la naturaleza de este amor nunca conducen al arrepentimiento o a la santidad. Parece que piensan que este amor es un simple bien natural, y conciben a Dios como un ser de buen natural, a quien nadie tiene que temer. Estas nociones no tienen la menor influencia hacia la santidad, sino al contrario. Sólo cuando entendemos lo que es el amor en su naturaleza sentimos su poder moral de fomentar la santidad.
Se puede preguntar, si Dios amó al mundo con un amor caracterizado por la grandeza, y sólo por la grandeza, ¿por qué no salvó a todo el mundo sin el sacrificio de su Hijo? Esta pregunta basta para mostrarnos que hay un significado profundo en la palabra "de tal manera", y esto debería ponernos al aviso en un estudio de su significado.
1. Este amor en su naturaleza no es complacencia; un deleite en el carácter de la raza. Esto no podía ser, porque no había nada bueno en su carácter. El que Dios hubiera amado a la raza con complacencia habría sido infinitamente degradante para Él.
2. No era una mera emoción o sentimiento. No era un impulso ciego, aunque algunos parece que lo suponen así. Parece que a menudo se supone que Dios actuó como hacen los hombres, llevado por una emoción fuerte. Pero no podía haber virtud en esto. Un hombre puede darlo todo en un impulso ciego de sentimiento, y no es más virtuoso por ello. Pero al decir esto no excluimos toda emoción del amor de benevolencia, ni del amor por parte de Dios a un mundo perdido. Él sentía emoción, pero no sólo emoción. Verdaderamente, la Biblia nos enseña en todas partes que el amor de Dios para el hombre perdido en sus pecados era paternal --el amor de un padre por sus hijos, en este caso, para un hijo pródigo, rebelde, díscolo. En este amor ha de haber mezclada, naturalmente, una profunda compasión.
3. Por parte de Cristo, considerado como Mediador, este amor era fraternal. "No se avergonzó de llamarlos hermanos." Desde un punto de vista actuó por los hermanos y desde otro por los hijos. El padre lo dio para esta obra y naturalmente simpatiza con el amor apropiado a sus relaciones.
4. Este amor ha de ser totalmente desinteresado, porque Él no tenía nada que esperar o temer, ni ningún provecho a obtener como resultado de salvar a sus hijos. En realidad, es imposible concebir a Dios como egoísta, puesto que su amor abraza a todas las criaturas y todos los intereses según su valor mal. No hay duda que se deleitó salvando a la raza. ¿Por qué no había de ser así? Es una gran salvación en todos los sentidos y aumenta en gran manera la bienaventuranza del cielo, en gran manera afecta la gloria y bienaventuranza del Dios Infinito. Eternamente se respetará a sí mismo por este amor desinteresado. Él sabe que todas sus santas criaturas le respetarán eternamente por su obra y por el amor que hizo que tuviera lugar. Pero hemos de decir también, Él sabía que no le respetarían por su gran obra a menos que vieran que la había hecho por el bien de los pecadores.
5. Este amor era celoso, no el estado frío de la mente que algunos suponen, no en abstracto sino un amor profundo, celoso, ferviente, ardiente en su alma como un fuego que no se apaga.
6. El sacrificio fue de suprema abnegación. ¿No le costó al Padre el entregar a su propio Hijo para sufrir y morir una muerte así? Si esto no es abnegación, ¿cómo vamos a llamarlo? Dar así a su Hijo, con tanto sufrimiento, no es la forma más elevada de abnegación? El universo nunca podía tener idea de una abnegación así, si no la viera.


7. Este amor era particular porque era universal; y también era universal porque era particular. Dios amó a cada pecador en particular, y por ello los amó a todos. Porque los amó a todos imparcialmente, sin acepción de personas, los amó a cada uno en particular.
8. Fue un amor muy paciente. Cuán raro es encontrar a un padre que ame a su hijo tanto que nunca esté impaciente con él. Dejadme inquirir, los que sois padres, y decidme si nunca habéis sentido impaciencia respecto a vuestros hijos, hasta el punto que a pesar de sus provocaciones habéis podido abrazarlos y amarlos, hasta que se arrepienten por amor? O ¿cuál de vosotros hijos podéis decir: mi padre nunca se impacientó conmigo? Con frecuencia oímos a los padres decir: amo a mis hijos, pero se me acaba la paciencia a veces.
Pero Dios nunca se impacienta. Su amor es profundo y tan grande que es siempre paciente.
Generalmente, cuando los padres tienen hijos inválidos, éstos son objeto de especial compasión, y los padres pueden tener una paciencia infinita con ellos; pero cuando los hijos son malos, parece que ofrecen una buena excusa para que los padres sean impacientes. En el caso de Dios somos hijos no inválidos, sino malos, con una inteligencia corrompida. Pero ¡oh, asombrosa paciencia, tan deseosa de nuestro bien, de nuestro máximo bienestar, que aunque nos portemos mal con Él, Él siempre está dispuesto a bendecirnos y derretir nuestra rebeldía en penitencia y amor, por medio de la muerte de su Hijo en nuestro lugar!
9. Hay un amor celoso, no en el mal sentido, sino en el buen sentido; en el sentido de ser en extremo cuidadoso para que nada ocurra que dañe a aquel a quien ama. Como el marido y la esposa que se aman sienten celos respecto al bienestar mutuo, procurando fomentarlo en todas las formas posibles.
Esta dádiva es hecha realmente, no ya prometida. La promesa ha sido cumplida. El Hijo ha venido, ha muerto y ha pagado el rescate, una salvación preparada para todos los que la aceptan.
El Hijo de Dios murió, no como algunos entienden, para satisfacer una venganza, sino para cumplir las exigencias de la ley. La ley había sido deshonrada porque había sido infringida. Por ello Cristo se hizo cargo de honrarla para cumplir sus exigencias, muriendo una muerte expiatoria. No había que apaciguar el espíritu vindicativo de Dios, sino asegurar el máximo bien posible en el universo en una dispensación de misericordia.
Habiendo sido hecha la expiación, todos los miembros de la raza tienen derecho a la misma. Está abierta a todos los que quieran abrazarla. Aunque Jesús permanece siendo el Hijo del Padre, con todo, por derecho, pertenece en un importante sentido a toda la raza, a todos; de modo que todo pecador tiene un interés en su sangre si quiere humildemente reclamarla. Dios envió a su Hijo para ser Salvador del mundo, para que todo aquel que quiera creer, acepte esta gran salvación.
Dios da su Espíritu para que aplique esta salvación a los hombres. Éste viene a la puerta de cada uno y llama, para ser admitido si puede y mostrar a cada pecador que puede tener salvación ahora. ¡Oh, qué labor de amor es ésta!
Esta salvación debe ser recibida, si lo es, por la fe. Este es el único medio posible. El gobierno de Dios sobre los pecadores es moral, no físico, porque el pecador es un ser moral, no físico en este aspecto. Por tanto, Dios puede influir en nosotros sólo si le damos nuestra confianza. Nunca puede salvarnos meramente llevándonos a un lugar llamado cielo, puesto que un cambio de lugar no significa un cambio voluntario del corazón. No puede haber, pues, otro camino para ser salvo que la simple fe.
Ahora bien, no hay que confundirse y suponer que abrazar el Evangelio es simplemente creer los hechos históricos sin recibir verdaderamente a Cristo como Salvador. Si éste hubiera sido el plan, Cristo no habría tenido que hacer nada más que bajar al mundo y morir, y luego regresar al cielo y esperar para ver quién iba a creer los hechos. ¡Pero es muy diferente de esto! Ahora Cristo viene a llenar el alma con su vida y su amor. Los pecadores penitentes oyen y creen la verdad respecto a Jesús y luego reciben a Cristo en su alma, para vivir y reinar en ella de modo supremo y para siempre. Sobre este punto hay muchos que se equivocan diciendo: "Sí creo en estos hechos como históricos, basta." ¡No, no! Esto no es así, de ninguna manera. "Con el corazón se cree para justicia." La expiación fue realizada para proveer el camino en que Jesús descendiera al corazón de los hombres y los atrajera en unión y afinidad con Él, para que Dios pudiera abrazar con su amor a los pecadores, para que la ley y el gobierno divinos no fueran deshonrados con tales muestras de amistad mostradas por Dios a los pecadores. Pero la expiación de ninguna manera salva a los pecadores, excepto en el sentido de que les prepara el camino para entrar en comunión y afinidad de corazón con Dios.
Ahora, Jesús viene a la puerta de cada pecador y llama. ¡Atención! ¿Por qué llama? Porque, no fue al cielo y se quedó allí para que los hombres creyeran en los hechos históricos y fueran bautizados, como algunos suponen, para salvación. En cambio, ved cómo desciende, y le dice al pecador lo que ha hecho, le revela su amor, le dice lo santo y sagrado que es, tan sagrado que Él no puede obrar en modo alguno sin referencia a la santidad de su ley y la pureza de su gobierno. Así, imprimiendo en el corazón las más profundas y amplias ideas de su santidad y pureza, hace énfasis en la necesidad de un profundo arrepentimiento y el sagrado deber de renunciar al pecado.
CONCLUSIÓN
1. La Biblia enseña que los pecadores pueden perder su derecho al nuevo nacimiento y situarse más allá del alcance de la misericordia. No hace mucho que hice notar la necesidad de guardarse en contra de los abusos de su amor. Las circunstancias son tales que crean el mayor peligro de este abuso y, por tanto, Él ha de hacer saber a los pecadores que no pueden abusar de su amor, y si lo hacen, no lo harán con impunidad.
2. Bajo el Evangelio, los pecadores están en circunstancias de la mayor responsabilidad posible. Están en el mayor peligro de pisotear al mismo Hijo de Dios. "Venid --dijeron-- matémosle y la heredad será nuestra." Cuando Dios envió al final, a su propio Hijo, ¿qué hicieron? Añadieron a todos sus pecados y rebeliones anteriores el mayor insulto posible a su glorioso Hijo. Supongamos que ocurriera algo análogo bajo un gobierno humano. Ocurre una rebelión en una de las provincias. El rey envía a su propio hijo, sin un ejército, para apaciguar la rebelión, con mansedumbre y paciencia tratando de explicarles las leyes del reino y exhortarles a la obediencia. ¿Qué hacen en este caso? ¡De común acuerdo se apoderan de él y le dan muerte!
Pero tú niegas la aplicación de esto y preguntas: ¿Quién mató al Hijo de Dios? ¿No fueron los judíos? ¡Ay!, y ¿no habéis tenido todos vosotros pecadores, parte en su muerte? ¿No muestra el modo que tratáis a Jesucristo que estáis en plena simpatía con los antiguos judíos que le dieron muerte al Hijo de Dios? Si hubieras estado allí hubieras gritado más fuerte que ellos: "¡Fuera, crucifícale!" ¿No has dicho siempre: ¡Apártate de nosotros, porque no deseamos conocer tus caminos!?
3. Se dijo de Cristo, que siendo rico se hizo pobre para que con su pobreza pudiéramos ser nosotros enriquecidos. Cuán verdadero es esto. Nuestra redención le costó a Cristo su vida; era rico, pero se hizo pobre; nos halló infinitamente pobres, pero nos hizo ricos con todas las riquezas del cielo. Pero de estas riquezas nadie puede participar si no las ha aceptado de forma legítima. Tienen que ser recibidas en los términos propensos, o la oferta pasa de largo, y el que no las acepta se queda más pobre que si no se le hubieran puesto al alcance de estos tesoros.
Hay muchas personas que parece que comprenden mal todo este punto. Parece que no creen lo que Dios dice, sino que continúan repitiendo: ¿Sí, sí. Si tan sólo hubiera salvación para mí, si se hubiera provisto expiación para el perdón de mis pecados. Este fue una de las últimas cosas que quedó clara en mi mente antes de entregarme totalmente a la confianza de Dios. Había estado estudiando la expiación; veía sus aspectos teológicos, veía lo que exige del pecador, pero me irritaba y decía, si me hiciera cristiano, ¿cómo podría saber que Dios me ha recibido? Bajo esta irritación dije cosas estúpidas y amargas contra Cristo, hasta que mi propia alma estaba horrorizada de mi maldad, y dije: compensaré de todo esto a Cristo si me es posible."
En esta forma muchos avanzan bajo el ánimo que les da el Evangelio, como si fuera sólo una aventura, un experimento. Dan un paso adelante cuidadosamente, con temor y temblor, como si fuera en extremo dudoso si hay misericordia para ellos. Lo mismo me pasaba a mí. Estaba de camino a la oficina cuando la pregunta me venía a la cabeza: ¿Qué estás esperando? No tienes por qué levantar tanta polvareda. Todo está provisto. Sólo tienes que consentir en la proposición, entregar tu corazón al instante, esto es todo. Y esto es todo. Todos los cristianos y los pecadores deberían entender que todo el plan está completo, que todo el Cristo: su carácter, su obra, su muerte expiatoria, y su incesante intercesión pertenecen a cada uno de los hombres y sólo precisa aceptarlo. Hay un océano lleno. Aquí está. Puedes aceptarlo o no. Está allí, como si estuvieras a la orilla de un océano de agua pura y cristalina y estuvieras muerto de sed; puedes beber, y no tienen por qué temer que vas a agotar este océano, y los otros se van a quedar sin agua. Se te invita a beber, bebe en abundancia. Este océano suple a todas tus necesidades. No tienes por qué tener en ti los atributos de Jesucristo, porque estos atributos pasan a ser prácticamente tuyos para todo uso posible. Como dice la Escritura: Él ha sido hecho por parte de Dios para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención. ¿Qué más necesitas, sabiduría? Aquí la tienes, ¿Justificación? Aquí está. ¿Santificación? Está disponible. Todo está en Cristo. ¿Puedes pensar en algo más que necesitas para tu pureza moral, o para tu utilidad que no está en Cristo? Nada. Todo está provisto aquí. Por tanto, no tienes por qué decir, iré y oraré, y probaré. No hay que probar nada. No hay "quizás" con Cristo. Las puertas están abiertas. Son como las puertas del Tabernáculo de Broadway, en Nueva York, que se abren y se quedan abiertas, para que no puedan cerrarse sobre las muchedumbres que pasan por ellas. Cuando las construyeron, fui a los obreros y les dije que tenían que permanecer abiertas y fijas, y así las construyeron.
Así la puerta de salvación está siempre abierta, y nadie puede cerrarla. Ni el mismo diablo ni sus ángeles. Allí está, abierta de par en par, para todo pecador de nuestra raza que quiera entrar por ella.
De nuevo, repito, el pecado es lo más costoso que hay en el universo. ¿Te das cuenta, pecador, de cuál es el precio que ha sido pagado para que pudieras ser redimido y hecho heredero de Dios y del cielo? ¡Oh, qué costoso ha resultado el que nos permitiéramos pecar!
¡Qué coste tan enorme ha resultado ser el de lo que ha tenido que ser puesto en movimiento para salvar a los pecadores. El Hijo de Dios ha tenido que ser enviado a la tierra. Ha habido que enviar los ángeles y los espíritus ministradores a los misioneros, ha precisado la labor cristiana, la oración y el llanto y la ansiosa solicitud: todo para buscar y salvar a los perdidos. ¿Qué maravillosa contribución ha sido impuesta a la benevolencia del universo para eliminar el pecado y salvar al pecador? ¡Qué vergüenza para los pecadores el aferrarse a este pecado, a pesar de los esfuerzos hechos para salvarlos, y que, en vez de avergonzarse de su pecado, se desentiendan y digan:
"¡Qué importa! Que hagan Io que quiera los misioneros y las mujeres piadosas para mantener todo esto en marcha. Yo quiero mis placeres y eso es lo que busco"!

Los pecadores pueden muy bien permitirse el hacer sacrificios para poder salvar a sus prójimos que aún son pecadores. Pablo lo hacía en favor de sus prójimos. Él vio que había hecho su parte para hacerlos pecadores, y ahora le correspondía hacer su parte para convertirlos y hacer que se volvieran a Dios. Pero ahora, este joven cree que no se puede permitir ser un ministro, porque teme que no habrá fondos para sostenerle. ¿No debe nada a la gracia que ha salvado su alma del infierno? ¿No tiene que hacer ningún sacrificio, habiendo hecho Jesús tantos por él?; y otros cristianos también, ¿no ha orado y sufrido y trabajado para la salvación de su alma? En cuanto al peligro de carecer de pan en la obra del Señor, ¡que confíe en su Gran Maestro! Y con todo he de decir que las iglesias pueden ser culpables de no sostener debidamente a sus pastores. Dios les dejará morir a ellos de hambre si ellos no dan pan a sus ministros. Sus almas y las almas de sus hijos padecerán hambre, si ellos con avaricia no entregan lo que Dios ha provisto para los que les dan el pan de vida.
¡Cuánto cuesta librar a nuestra sociedad de ciertas formas de pecado que aún persisten para nuestra vergüenza como por ejemplo, la esclavitud. Cuánto se ha gastado ya, y cuánto más queda por gastar hasta que esta plaga y maldición y pecado sea extirpada de nuestro país! Ésta es una parte de la gran empresa de Dios, y Él va a empujarla hasta que quede terminada. No obstante, ¡cuán grande es el coste! ¡Cuántas vidas y cuánta agonía el librarlos de este pecado!
¡Ay de aquellos que se hacen ricos con los pecados de los hombres! ¡Pensemos en los que venden ron, tentando a los hombres mientras Dios trata de disuadir a los hombres de que entren en los caminos del pecado y de la muerte! ¡Pensemos en la culpa de todos los que se alistan contra Dios! Cristo tendrá que habérselas con ellos, porque hacen una obra contraria a la suya.
Nuestro tema ilustra la naturaleza del pecado como mero egoísmo. No importa cuánto le cuesta el pecado a Jesucristo, cuánto le cuesta a la iglesia, cuánto les cuesta a todos los que se esfuerzan por extirparlo; el pecador quiere permitírselo todo y lo hará en tanto que pueda. ¿Cuántos entre vosotros habéis costado lágrimas a vuestros amigos que tratan de sacaros de los caminos del pecado. ¿No os avergüenza el que haya sido necesario hacer tanto en favor vuestro, y aún no os decidáis a renunciar a vuestros pecados y entregaros a Dios y a la santidad?
Todo el esfuerzo por parte de Dios y del hombre es sufrimiento y abnegación. Empezando con el sacrificio de su amado Hijo, todo es llevado a cabo con enormes sacrificios y labor. Pensad sólo en el tiempo, en el dolor que costáis.
Y ésta es la labor, gozo y abnegación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en su gran obra para la salvación humana. Lo que le apena es el que tantos rehúsen ser salvados. No hay nada que dentro de límites razonables no estén dispuestos a realizar para cumplir su gran obra. Es asombroso pensar en la forma en que toda la creación simpatiza, también, en está obra y en sus necesarios sufrimientos. Volvamos a la escena de los sufrimientos de Cristo. ¿Podría el sol en los cielos permanecer sin conmoverse ante una escena semejante? No podía contemplarlo, porque puso un velo sobre su paz. La naturaleza entera se vistió de luto.
El tema nos ilustra por necesidad el valor del alma. ¿Habría hecho todo esto Dios si tuviera en poca estima a los pecadores, como ellos generalmente se consideran?
Los mártires y santos no se niegan a los sufrimientos, llenando con ellos lo que falta a los sufrimientos de Cristo; no en la expiación en sí, sino en las partes subordinadas del trabajo que hay que hacer. El amor a la abnegación es parte de la naturaleza de la verdadera religión.
Los resultados justificarán plenamente este dispendio. Dios contó el costo bien antes de empezar. Mucho antes de formar un universo moral sabía perfectamente lo que iba a costar redimir a los pecadores, y sabía que el resultado justificaría ampliamente el costo. Sabía la maravillosa misericordia que se efectuaría; y lo grande del sufrimiento que se exigiría a Cristo; y que los resultados de ello serían infinitamente gloriosos. Miro al futuro, a las edades venideras, y contemplo el gozo de los redimidos, en el gozo de una bienaventuranza eterna; ¿no le bastaba esto a su corazón de infinito amor para gozarse? Y ¿qué diremos de ti, cristiano? ¿Vas a decir que te da vergüenza de pedir que se te perdone? ¿Vas a decir que no puedes recibir tanta misericordia? Dirás que: "Es un precio de sangre, y ¿cómo puedo aceptarlo?", o bien "¿Cómo puedo costar tanto a Cristo?"
Tienes razón al decir que le has costado mucho, todo el dolor que ha sufrido, pero no tiene que sufrirlo otra vez, y no le costará más por el hecho de que tú aceptes; además, Jesucristo no sufrió más de lo que era estrictamente necesario para hacer la redención.
Y cuando en el futuro le veas cara a cara, ¿no vas a adorarle por la sabiduría de su plan y el infinito amor que le trajo a este mundo? ¿Y qué dirías de la asombrosa condescendencia que le trajo para rescatarte? ¿No has vertido tu alma, oh cristiano, ante tu Señor en agradecimiento por lo que le has costado?
Di alma, ¿vas a vender los derechos de tu primogenitura? ¿Cómo puedes vender tu propia alma? ¿Cómo puedes vender a Cristo? Judas lo hizo por treinta piezas de plata; y desde entonces los cielos han estado llorando gotas de sangre sobre nuestro mundo culpable. ¿Qué precio requerirías del diablo para venderle tu alma? Lorenzo Dow se encontró una vez con un hombre, mientras estaba cabalgando en un camino solitario para cumplir un encargo. Al pasar por su lado le dijo: "Amigo ¿ha orado usted alguna vez?" "No. ¿Cuánto dinero va a pedirme por no orar en absoluto a partir de ahora?" "Un dólar --le contestó el otro--." Dow le dio el dinero y siguió cabalgando. El hombre se puso el dinero en el bolsillo y siguió cabalgando. Pero al poco empezó a pensar. Cuanto más pensaba en el trato que había hecho peor se sentía. "¡Acabo de vender mi alma por un dólar! Este hombre tiene que haber sido el diablo. Nadie me habría tentado de esta manera. ¡Tengo que arrepentirme con toda mi alma o ser condenado para siempre!"
¡Cuán a menudo has entrado en tratos para vender a tu Salvador por menos de treinta piezas de plata! ¡Por una insignificancia!
Finalmente, Dios quiere voluntarios para que ayuden en su gran obra. Dios se ha dado a sí mismo, ha dado a su Hijo, y ha enviado su Espíritu; pero se necesitan obreros; y ¿qué vas a dar tú? Pablo dijo que llevaba en su cuerpo las marcas del Señor Jesús. ¿Aspiras tú a tal honor? ¿Qué harás tú por Él, qué vas a sufrir? ¿Vas a decir: "No, no tengo nada para dar"? Puedes darte a ti mismo, tus ojos, tus oídos, tus manos, tu mente, tu corazón, todo; y sin duda nada de lo que tienes es demasiado para que no lo entregues a Él en esta llamada. ¿Cuántos jóvenes están dispuestos a ir, cuyos corazones están saltando dentro del pecho gritando: "¡Heme aquí! ¡Envíame a mí!"

¿Cómo es tu fe?

¿Cómo es tu fe?


 ¿Te has preguntando alguna vez, como es tu fe? 
¿Es realmente sincera esa fe, o tu fe es a base de obras?
 Un tema un poco complicado de explicar, pero no difícil de entender. 
 Cuando se tiene fe, se confía ciegamente en las promesas que Dios te ha hecho,
 sin poner límites de tiempo, pues para Dios el tiempo es relativo. 
Cuando se tiene fe, el corazón esta lleno de serenidad, la paciencia es una virtud. 
 Cuando se tiene fe, se mira al futuro con optimismo,
 esperando confiado en lo que pronto llegará.
 Dios no deja promesa sin cumplir ni tiempo que no llegue.
 En Eclesiastés 3'1 lo dice muy claro, todo tiene su tiempo.
 Pero a veces creemos por obras, pero no por fe,
 esto lo que significa es que deberíamos creer, 
en aquello que ojo nunca vio, y en aquello que oído nunca escuchó.
 Ahí está la diferencia, cuando se tiene fe, 
se espera paciente se espera feliz se espera tranquilo se espera en paz, 
porque aunque tu ojos no vean tu corazón sabe que Dios está trabajando.
 Porque aunque tus oídos no escuchen tu alma está segura que tu respuesta pronto llegará.
 Pero muchas veces creemos en lo que podemos ver,
 el día que empecemos a creer en aquello que oído nunca escuchó, 
en aquello que ojo nunca vio, 
entonces grandes cosas acontecerán en nuestras vidas.
 Porque Dios sabrá que tu fe, es infinita y el hará que sus promesas sean cumplidas en ti. 
 Recuerda ten fe, en aquello que oído nunca escuchó y en aquello que ojo nunca vio.
 La grandeza de Dios es infinita, y es toda para ti EL solo te pide que confíes en él, que tengas Fe… 

Humildemente su hermana en Cristo Colaboración de Carney Puerto Rico