sábado, 13 de octubre de 2012

El Pueblo de Dios No Será Avergonzado en el Tiempo de Calamidad

By David Wilkerson
December 8, 2008 Cuando comencé a preparar este mensaje, el periódico Wall Street Journal
reportaba que el mundo entero estaba cubierto bajo una gran nube de miedo. Las personas en todas
las naciones están ahora paralizadas por lo que está aconteciendo en el mundo. Inmediatamente, mis
pensamientos se tornaron hacia nuestros feligreses de la Iglesia de Times Square. Ellos no muestran
signos de tener ese miedo. En lugar de eso, mientras todos nosotros tenemos una gran sobriedad
acerca de estos tiempos, también tenemos un profundo y permanente gozo.
Fui guiado al Salmo 37, escrito por David, el cual dice: “Conoce Jehová los días de los perfectos, y la
heredad de ellos será para siempre. No serán avergonzados en el mal [y catastrófico] tiempo, y en los
días de hambre serán saciados” (Salmo 37:18-19, énfasis añadido). He aquí una profecía asombrosa
para el pueblo de Dios, y se está cumpliendo ante nuestros ojos.
En pocas palabras, el Salmo 37 nos dice que el Señor actúa contra aquellas sociedades cuyos
pecados han afrentado al cielo. David profetiza: “Los brazos [el poder] de los impíos serán
quebrados” (37:17). Pero este mismo salmo es también uno de mucha esperanza. Contiene una
promesa increíble para aquellos que ponen su confianza plenamente en el Señor.
Primero, llega el tiempo cuando Dios ya no puede soportar la codicia, la ambición y el fraude que
hombres impíos cometen contra los pobres y necesitados. La profecía de David habla de una pérdida
súbita de poder financiero: “Mas los impíos perecerán, y los enemigos de Jehová como la grasa de los
carneros serán consumidos; se disiparán como el humo” (Salmo 37:20). Lo que se deduce aquí es que
el fuego consumirá súbitamente la riqueza de los poderosos. Las riquezas rápidamente se convertirán
en humo, tal como la grasa en las llamas.
Y ciertamente vemos ese cuadro en lo que le ha acontecido a la economía de Estados Unidos. En
cuestión de dos semanas, más de 4 trillones de dólares de riqueza estadounidense desaparecieron.
Ahora se nos dice que otros trillones más se desvanecerán como humo. Las Bolsas de Valores de todo
el mundo han estado en shock al escuchar las noticias, y los corredores de bolsa han estado llorando
y lamentándose.
No abordaré las razones por las cuales yo creo que Dios tuvo que actuar. Pero puedo decir esto:
Nosotros sabemos que nuestro Dios no está dormido. Llegará el momento el cual Isaías describe
como “día de venganza de Jehová, año de retribuciones en el pleito de Sión” (Isaías 34:8). “Extendí
mis manos todo el día a pueblo rebelde, el cual anda por camino no bueno, en pos de sus
pensamientos; pueblo que en mi rostro me provoca de continuo a ira…no callaré, sino recompensaré”
(Isaías 65:2-3, 6).
Lo que vemos que le está sucediendo a nuestra economía no es sólo la venganza de Dios. Tiene que
ver con el mismísimo honor y gloria del Dios Todopoderoso. Él no se quedará mirando sin hacer nada
mientras que sus caminos son calumniados por los impíos. Ezequiel escribe: “El tiempo ha venido, se
acercó el día; el que compra, no se alegre, y el que vende, no llore, porque la ira está sobre toda la
multitud… Tocarán trompeta, y prepararán todas las cosas, y no habrá quien vaya a la batalla; porque
mi ira está sobre toda la multitud” (Ezequiel 7:12, 14). En medio de la maldad, Dios ha sonado la
trompeta de alarma, pero la advertencia ha sido ignorada.
Pablo también describe nuestros tiempos cuando escribe: “En los postreros días vendrán tiempos
peligrosos…los hombres malos y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo
engañados” (2 Timoteo 3:1, 13). Piense en las grandes compañías inmobiliarias que sedujeron y
engañaron a los pobres, a los que no tienen mucha educación y a los desempleados. Estas personas,
sin saber mucho, fueron inducidos a firmar créditos hipotecarios que nunca podrían pagar, y cuando
llegó el momento de pagar, se quedaron sin casas. Bancos de buena reputación quebraron debido al
fraude, pero sus ejecutivos salieron de apuros con sus muchos millones, gracias a sus "clausulas
dorardas" en caso de bancarrota.
Leí acerca de uno de esos ejecutivos que estaba teniendo una fiesta muy lujosa, con mucho alcohol y
pasando un buen rato, sabiendo muy bien que su compañía se estaba hundiendo. Él y otros festejaron
a lo loco, a sabiendas que cientos de miles de personas perderían sus casas. Este es un claro
cumplimiento de la profecía en Sofonías 1:9: “los que saltan la puerta [de los pobres], los que llenan
las casas de sus señores.”
¿Cuánto tiempo pensábamos que Dios soportaría tal locura, tal burla de su nombre? El Señor tiene la
última palabra en el asunto y él dice: “[los] castigaré en aquel día” (1:9). En pocas palabras: “les haré
pasar vergüenza”. “Su espada entrará en su mismo corazón, y su arco [fortuna] será quebrado”
(Salmo 37:15). Aún en este momento mientras escribo estas líneas, dos billonarios están siendo
procesados por que sus fortunas desaparecieron de la noche a la mañana.
Al mismo tiempo que el Señor está pagando al impío, él recompensará a los que confían en él.Aquí
está el tema de mi mensaje: “El que sostiene a los justos es Jehová…No serán avergonzados en el
mal tiempo [de calamidad]” (Salmo 37:17, 19, énfasis añadido). Usted puede preguntarse: “¿Qué
significa esto exactamente?” Significa simplemente lo siguiente: Dios es fiel no solamente en pagar
por las maldades, sino también en cumplir sus promesas. En efecto, David está diciendo: “Miren a su
alrededor y vean cómo Dios cumple su Palabra. Sus advertencias ahora están siendo manifestadas en
los encabezados de sus periódicos, sus acciones están en todos los medios de comunicación. Yo les
pregunto, ¿no mantendrá también Dios su Palabra para preservar a sus escogidos?”.
Piense en esto: No importa lo que suceda en el mundo, no importa cuán espantosas se vuelvan las
noticias, cuán severamente se sacuda el mundo, cuánto se tambaleen las economías hacia el
colapso; el pueblo de Dios no será avergonzado. Por supuesto que Dios trabajará con nuestra fe para
cumplir su Palabra con nosotros. Podremos sufrir, pero él saldrá a favor de todos aquellos que confían
plenamente en él. El mundo nunca nos podrá decir: “Su Dios no mantuvo su Palabra”.
No se equivoque, vamos a enfrentar situaciones imposibles en los días que vienen. Pero nuestro Dios
dice que él es Dios de lo imposible, hace milagros donde no hay respuestas humanas. De hecho, por
voluntad propia él pone su reputación en las manos de su pueblo, invitándonos a comprometerlo a su
Palabra. Usted puede pensar: “Pero... Dios puede defender su propio nombre. El no me necesita.” ¡No
es así! Dios ha escogido a su gente para que sean de testimonio a un mundo adormecido, insensible.
Y él nos llama a comprometerlo abiertamente a hacer lo que él ha prometido.
Vea usted, a los ojos del mundo, Dios siempre está puesto a prueba. Los incrédulos siempre están
mirando cada vez que enfrentamos situaciones imposibles, diciendo: “Esta persona canta que Dios le
dará una salida para salvarlo. Ahora veremos si su Dios le responde. ¿Saldrá adelante de esta
situación o terminará avergonzado?”
Los escépticos en los días de Jesús decían cosas similares en la crucifixión: “Este hombre
fanfarroneaba que su Padre lo levantaría de los muertos. Ahora veremos. ¿Habrá resurrección o
vergüenza?” Jesús no estaba sordo a esas burlas. Pero él sabía algo que ellos no sabían: Su Padre
nunca permitiría que él fuera avergonzado. Dios no fallaría en librarlo por amor de su propio nombre.
Hay momentos que parecen como que Dios no se ha presentado, cuando parece que su gente será
dejada avergonzada y sin esperanza, pero la historia completa aun no ha sido contada. (La cruz fue
uno de esos momentos). Lo que no nos damos cuenta cuando estamos en medio de la crisis es que el
propio honor de Dios está de por medio. Y a través de toda la Biblia vemos que él tuvo gente cuya fe,
firme como una roca, probó su fidelidad aún en las circunstancias más difíciles. Esos siervos sin
ninguna vergüenza comprometieron al Señor a actuar, poniendo Su honor en juego mientras
confiaban en que él los libraría.
1. Considere el ejemplo de Moisés en el Mar Rojo.Aquí había una situación humanamente imposible.
Israel estaba escapando del ejército egipcio, encerrados de un lado por el mar y del otro por las
montañas. Fue entonces que Moisés comprometió a Dios a sus promesas. El había profetizado que
Dios guiaría a Israel a la Tierra Prometida. Ahora, la reputación del Señor estaba en juego para que
todos lo viesen.
Puedo escuchar los reportes que llegaban al pueblo de que Faraón tenía a Israel atrapado. Todo
Egipto esperaba que los Israelitas fueran traídos de vuelta en cadenas. Se prepararían desfiles para
celebrar la victoria de Faraón, con ídolos dorados siendo exaltados sobre el Dios de Israel. ¿Cuál fue la
reacción de Moisés ante esta crisis? Con el vasto mar enfrente de él, exclamó: “¡Hacia adelante!”
Moisés, creyendo en el cuidado de Dios, confiando en su palabra de guiar a Israel a su promesa, él
declaró: “Yo sé que el Señor es fiel. Y voy a actuar de acuerdo a su palabra”.
Piense en las consecuencias de tal fe. Si el Mar rojo no se abría milagrosamente, Moisés hubiera sido
tomado como un tonto. Los Israelitas habrían vuelto a la esclavitud, y Dios nunca más habría sido
digno de confiar. Pero todos nosotros sabemos lo que ocurrió: Cuando Moisés extendió su mano, las
aguas se dividieron, y el pueblo caminó sobre tierra seca. Yo le aseguro que ninguno que confía
plenamente en Dios será avergonzado. El cumplirá sus promesas por amor de su nombre.
2. Considere a Josué.Por seis días Israel había marchado alrededor de la impenetrable ciudad de
Jericó, diciendo: “Estos muros se vendrán abajo.” Para las personas que se encontraban dentro de
Jericó, ésto les parecía totalmente absurdo. Se han de haber burlado de ellos. Entonces, finalmente en
el séptimo día, se le ordenó al pueblo de Dios marchar, no sólo una vez, sino siete veces. En ese
momento aún los Israelitas se han de haber sentido como tontos. Ellos pudieron haber pensado:
“Nada sucedió en los primeros seis días. Ahora, esto parece un acto de desesperación. Seremos
avergonzados si estos muros no caen.”
Pero tales pensamientos nunca pasaron por la mente de Josué. Él dijo: “Yo sé lo que escuché de parte
de Dios, y yo sé que él es capaz de hacerlo”. El comprometió a Dios a cumplir su promesa, poniendo
la gloria de Dios contra la pared. Conocemos lo que sucedió: “Entonces el pueblo gritó, y los
sacerdotes tocaron las bocinas, y aconteció que…el muro se derrumbó. El pueblo subió luego la
ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron” (Josué 6:20). Cuando los hijos de Dios lo
comprometen a su Palabra, él nunca los dejará avergonzados.
3. Considere a los jóvenes hebreos.Daniel y los tres jóvenes hebreos rehusaron postrarse en
adoración ante el ídolo de oro de 30 metros de alto de Nabucodonosor. Ellos se mantuvieron firmes
aún y cuando se les condenó a morir en un horno de fuego ardiendo. Mientras el perverso rey les
preguntó sarcásticamente: “¿Qué Dios será aquel que os libre de mis manos?” (Daniel 3:15), los
jóvenes comprometieron al Señor a sus promesas:
“No es necesario que te respondamos sobre este asunto. [No titubeamos en nuestra respuesta]. He
aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo…Y si no, sepas, oh
rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (3:16-18).
Ellos estaban tan confiados que Dios honraría su propio nombre, que se enfrentaron con disposición a
una muerte segura.
Los líderes prominentes de toda la nación se juntaron para la ejecución: príncipes, gobernadores,
jueces, jefes de las provincias de alrededor. Y Nabucodonosor ordenó que el horno se calentase siete
veces más de lo acostumbrado, generando un calor tan espantoso que mató a los sirvientes
encargados del horno. La multitud estaba horririzada, exclamando: “Esos hombres no pueden
sobrevivir. Caerán muertos antes de que se acerquen a ese horno. Ningún Dios puede librarlos de ese
destino.” Una vez más, el nombre del Señor estaba de por medio. Si él no intervenía, su nombre sería
difamado en todas las naciones.
Pero el Señor nunca deja avergonzados a los que confían plenamente en él. Las Escrituras dicen que
Jesús mismo se apareció en ese horno para proteger y confortar a sus siervos. Y los tres jóvenes
hebreos salieron caminando fuera del horno sin tener ni siquiera el olor a humo en ellos.
4. Considere al Rey Ezequías.Las Escrituras dicen que Ezequías era temeroso de Dios: “Siguió a
Jehová, y no se apartó de él” (2 Reyes 18:6). Durante el reinado de Ezequías, Jerusalén estaba sitiada
por los asirios, el imperio más poderoso del mundo en aquellos días. Este vasto ejército ya había
capturado Samaria y las ciudades de Judá, y ahora habían rodeado a Jerusalén. Su capitán,
burlándose, les dijo: “Hemos vencido a los dioses de todas las naciones. ¿Cómo esperan que su Dios
los libre?"
Una vez más, el Señor estaba siendo puesto a prueba. Su fidelidad estaba siendo cuestionada delante
de todo el imperio, ante los enemigos de Israel, y aún ante el pueblo de Dios. ¿Qué tal si él no actúa?
¿Qué pasaría si en la mañana una lluvia de flechas cayera sobre los muros de la ciudad? Los paganos
se enaltecerían y la Palabra de Dios no significaría nada.
Mientras la crisis aumentaba, Isaías estaba de pie mirándolo todo. Él había recibido una palabra del
Señor, y en ella confió completamente. Ahora él comprometió a Dios a esa palabra, poniendo la
reputación del Señor contra la pared. Él oró, básicamente, así: “Dios, mi honor no importa. Si tú no
nos libras, yo puedo esconderme en el desierto por siempre. Pero es tu honor el que está en juego”.
Con eso, Isaías tranquilamente le dijo a Ezequías que le dijera al capitán asirio: “No entrará en esta
ciudad, ni echará saeta en ella; ni vendrá delante de ella con escudo, ni levantará contra ella un
baluarte. Por el mismo camino que vino, volverá, y no entrará en esta ciudad, dice Jehová. Porque yo
ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo” (2 Reyes 19:32-34, énfasis añadido).
Dios nunca dejará avergonzados a aquellos que confían en él, y esa noche él hizo un milagro
poderoso. Las Escrituras dicen que 185,000 soldados asirios murieron misteriosamente, causando un
gran pánico, y el poderoso ejército se fue. Una vez más, Dios defendió a su pueblo por amor de sí
mismo.
5. Considere a Pedro y a Juan en el Nuevo Testamento.Mientras los dos discípulos caminaban hacia el
templo, se encontraron con un pordiosero que era cojo de nacimiento. Probablemente, Pedro y Juan
se habían encontrado antes con este hombre muchas veces, pero en esta ocasión se detuvieron. Las
personas alrededor debieron de haber escuchado a Pedro decirle al pordiosero: “Míranos…en el
nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:4, 6).
Pedro estaba llamando al Señor para que actuara, poniendo en juego la mismísima gloria de Dios. La
muchedumbre debió de haber comentado entre ellos: “Qué predicador tan tonto. Le está pidiendo a
un hombre que ha estado lisiado toda su vida que se ponga de pie y camine”. Yo creo que esas
personas estaban listas para burlarse de Pedro y Juan, y ponerlos en ridículo.
Entonces una sensación extraña comenzó a sentirse en los pies del lisiado. Primero, movió su tobillo.
Luego, la sensación subió a sus piernas y muslos. Después, comenzó a inclinarse, lentamente se
levantó y se puso de pie. Para asombro de la multitud, el hombre comenzó a saltar y a bailar.
Yo le pregunto: ¿Qué hubiera pasado si Dios no hubiese actuado? Eso nunca fue una preocupación
para Pedro, el cual comprometió a su Dios para que lo hiciera. ¡El Señor nunca avergonzará a
aquellos que confían en él!
Hoy en día, nosotros también somos llamados a poner en juego el honor, la gloria, y la reputación de
Dios.Piense en estos episodios bíblicos. En cada uno de ellos, todo aquello por lo que Cristo vino a la
tierra y aquello por lo que murió, estaba en juego. Sin embargo, a través del Antiguo y del Nuevo
Testamento, el plan, propósito y pueblo de Dios sobrevivieron. Y en cada caso, Dios no solamente
llamó a sus hijos a que confiaran en él sino a que creyeran que él hace milagros. Usted dígame,
¿demandaría el Señor menos que eso de nuestra generación?
Considere el testimonio que hemos dado acerca de nuestro glorioso Señor. Hemos dicho que él
proveerá, llamándolo Jehová Yireh. Hemos declarado sus promesas acerca de suplir para sus hijos.
Ahora, una vez más, su nombre y su honor están en juego. Si lo comprometemos a actuar, él nos
promete: “Actué a causa de mi nombre, para que no se infamase a la vista de las naciones ante
cuyos ojos los había sacado [a Israel]” (Ezequiel 20:14). En esencia está diciendo: “Cuando libré a
Israel, no lo hice en un rincón escondido. Yo les hice milagros ante los ojos de todo el mundo. Ahora,
quiero hacer lo mismo en su generación.”
Amado santo, ¿está usted enfrentando una situación en la cual aún no ha comprometido a Dios? ¿Está
usted siendo llamado a poner su fe en un lugar desconocido y distante? ¿Ha llegado a la conclusión
que “sólo un milagro del Señor puede salvarme”? Tal vez no podemos imaginarnos cómo es que Dios
nos librará; nadie en la Biblia lo supo tampoco. Pero sí sabemos esto: Tan sólo uno de sus ángeles
puede desbandar a 185,000 hombres. ¡El Señor nunca dejará que su pueblo sea avergonzado!
Ahora mismo, él nos está diciendo de la misma manera que le dijo a Israel: “Yo te rescaté de tus
pecados. Y te he puesto a la vista de todos a tu alrededor para glorificar mi nombre. Fui yo quien te
llamó. Y yo te libraré a la vista de los impíos, por amor de mi nombre.” Así que, ¿caminará usted de
ahora en adelante en lo que predica y dice que cree? ¿Comprometerá a Dios a su Palabra para que su
nombre sea glorificado ante multitudes?
Que todos nosotros podamos adoptar la oración de David para estos tiempos: “Y tú, Jehová, Señor
mío, favoréceme por amor de tu nombre; Líbrame, porque tu misericordia es buena” (Salmo 109:21,
énfasis añadido). Dios nunca avergonzará a los que confían en él. Él cumplirá su Palabra para con
usted porque su propio honor está en juego.

Ya Deberían De Ser Maestros Después De Tanto Tiempo

Ya Deberían De Ser Maestros Después De Tanto Tiempo
By David Wilkerson
January 19, 2009 El escritor de Hebreos les dice a sus lectores, “Ya deberían de ser maestros después
de tanto tiempo” (Hebreos 5:12, mi parafraseo). Estas son palabras fuertes. ¿A quiénes se está
dirigiendo exactamente aquí el escritor? En otras palabras, ¿a quiénes está dando una reprimenda?
El libro de Hebreos nos muestra que está hablando a creyentes que han sido bastante enseñados en
las verdades bíblicas. En otras palabras, aquellos que estaban leyendo esta carta, ya habían
escuchado prédicas poderosas de ministros ungidos.
Considere todo lo que se les había enseñado a estos creyentes:
- Ellos conocían sobre el sumo sacerdocio de Jesús y su intercesión por ellos delante del trono de
Dios. Ellos también conocían de la invitación de Jesús a entrar confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia y hallar gracia para sus tiempos de necesidad. También se les había
enseñado que un descanso sobrenatural estaba a su disposición, si ellos mezclaban la fe con la santa
Palabra que a ellos se les había predicado.
- Se les había enseñado que los dolores de sus aflicciones compadecen al Señor. Y sabían que
Cristo había sido tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Es más, de la misma
manera que Dios envió a sus ángeles a ministrar a Jesús en su tiempo de necesidad, el Señor enviará
ángeles a ministrarlos a ellos también. “¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio
a favor de los que serán herederos de la salvación?” (1:14).
- Ellos habían sido exhortados, “Retengamos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la
esperanza” (3:6). Y ellos habían recibido advertencias claras de cómo la incredulidad entristece al
Espíritu Santo: “Mirad hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón tan malo e incrédulo
que se aparte del Dios vivo” (3:12).
Todas estas enseñanzas sólidas se encuentran en los primeros cuatro capítulos de Hebreos. Ahora, en
el capítulo 5, el escritor se dirige a aquellos que estaban reunidos:
“Después de todas estas enseñanzas, ustedes continúan siendo tardos para oír. Ya para este tiempo,
con todo el conocimiento bíblico que tienen, ya deberían de ser maestros. Pero claro está, que
necesitan que alguien les enseñe otra vez nuevamente los principios elementales de Dios. Ustedes
todavía necesitan leche, cuando ya deberían de estar alimentándose de alimento sólido” (ver
5:11-12).
Piense en lo que el escritor está diciendo aquí. Él les dice a sus lectores, en otras palabras, “Ya
ustedes deberían de de ser ejemplos constantes para sus hijos. Vuestra fe debería de ser sólida, sin
titubear. Ya no deberían estar murmurando ni quejándose de vuestras aflicciones, sino deberían de
estar participando de los sufrimientos de Cristo. Ya no deben estar fogosos un momento y luego
súbitamente volverse fríos cuando el enemigo viene contra vosotros como un río.”
Yo le pregunto, ¿se aplica esta palabra a usted? Piense en todo lo que ésta generación de Cristianos
ha aprendido. ¿Cuántos sermones hemos escuchado que nos desafían a confiar en el Señor en todas
las cosas? ¿Cuántas veces hemos escuchado las increíbles promesas de Dios que se nos han sido
predicadas? ¿Cuántos sermones que han movido nuestra fe hemos recibido? ¿Cuántas veces hemos
sido bendecidos por un mensaje sobre la fidelidad de Dios? Y sin embargo, ¿cuán a menudo nos
desinflamos rápidamente cuando viene una prueba?
Multitudes en la iglesia de hoy día han sido bien enseñados, están llenos de verdades bíblicas, y están
experimentados en saborear sermones. En realidad, somos nosotros a los que el escritor de Hebreos
se está dirigiendo en ésta carta. Y él nos está diciendo, “Ya debieran de ser maestros después de
tanto tiempo, y deberían de estar demostrándolo con vuestro ejemplo. Pero en lugar de eso, vuestra
fe todavía titubea en tiempos de batalla.”
En Deuteronomio 11 encontramos a Israel en el Río Jordán alistándose para cruzar a la tierra
prometida.Antes de que el pueblo de Dios entrase a Canaán, Moisés los reunió para darles un
mensaje del Señor. Recuerden, esta no era la generación que estaba condenada a morir en el
desierto por sus actos de desobediencia. En lugar de eso, esta era la generación que continuaba
después de aquellos sin fe. Cuando sus padres cruzaron el Mar Rojo, éstas personas eran todavía
jóvenes, entre la infancia y los veinte años. Ahora muchos de ellos tenían más de cincuenta años de
edad, y sus propios hijos componían la tercera generación.
Moisés comenzó su exhortación a ésta generación “del medio” con las siguientes palabras: “Y
comprended hoy, porque no hablo con vuestros hijos que no han sabido ni visto el castigo de Jehová
vuestro Dios, su grandeza, su mano poderosa, y su brazo extendido” (Deuteronomio 11:2).
Moisés lo dijo claramente: “El mensaje que estoy a punto de darles no está dirigido a vuestros hijos.
No es para aquellos que no han visto los milagros que ustedes han visto. No es para aquellos que no
han conocido la disciplina del Señor. No es para los que no han sido probados, para los que no han
experimentado la poderosa fuerza de Dios en medio de sus pruebas.
“No, éste mensaje del Señor está dirigido a aquellos de ustedes que habéis sido probados
grandemente. Ustedes que han experimentado la disciplina de Dios directamente. Ustedes que han
pasado por muchas pruebas, que han sido testigos de grandes liberaciones, ustedes han visto las
asombrosas promesas de Dios realizadas.” “Vuestros ojos han visto todas las grandes obras que
Jehová ha hecho” (11:7).
¿Por qué el Señor quiso entregar éste mensaje a la “generación del medio” de los Israelitas? Fue
porque sus hijos nunca lo habían visto hacer grandes milagros durante sus vidas. La tercera
generación simplemente no conocía a Dios como sus padres lo conocían. Y ahora el Señor les estaba
diciendo en esencia:
“Consideren dónde se encuentran ahora, al borde de la Tierra Prometida. Vuestros espías han
reportado que hay enemigos gigantes en esa tierra, con murallas altas alrededor de sus ciudades. ¿Se
dan cuenta? Vuestros hijos van a enfrentar nuevas batallas como ustedes nunca enfrentaron. Ellos
enfrentarán tentaciones que ustedes nunca se hubiesen imaginado. Ellos enfrentarán pruebas
abrumadoras. Y ellos no están preparados para la batalla como ustedes.
“Vuestros hijos van a necesitar maestros porque la fe de ellos no ha estado en el fuego. Ustedes
deben de ser los maestros de sus hijos. En pocas palabras, vuestras vidas y vuestra fe son los
ejemplos para esta generación. Verdaderamente, os he llamado a ser maestros para cada generación
venidera, para todo aquellos que sean inseguros o sin base en su fe.”
“Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como
señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos,
hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y
cuando te levantes” (11:18-19).
Dios le estaba diciendo a esta generación del medio, en otras palabras: “Este es vuestro llamado
como siervos míos. Ustedes tienen que estar firmes siempre, sin titubear en la confianza que tienen
en mí. De esta manera, vuestros hijos verán mi poderosa mano trabajando en vuestras vidas. Ellos se
llenarán de valor al ver la paz que vosotros tenéis en medio de vuestras aflicciones.”
Ahora quiero hablarle al Pueblo de Dios de hoy día, incluyendo a cada siervo del Señor que es
maduro, entrenado por la Biblia.Piense en todo lo que se nos ha enseñado a nuestra generación. A
través de los años, nosotros los que conocemos al Señor íntimamente, hemos experimentado muchos
milagros. Hemos sido bendecidos al ser librados de grandes pruebas y tentaciones.
Década tras década hemos comprobado que Dios es fiel mientras estamos en situaciones
desesperantes. Lo hemos conocido como la fuente de nuestra fuerza. Hemos sido tocados tantas
veces por las manos sanadoras de Cristo. Hemos conocido el consuelo y la guía del Espíritu de Dios en
todos nuestros giros. Tenemos gran conocimiento de las muchas preciosas promesas del Señor
porque lo hemos visto cumplirlas fielmente a través de los años.
¿Ve usted hacia dónde estoy yendo? ¡Sí, amados, ya deberíamos ser maestros después de tanto
tiempo!
Pero, el hecho es que, nuestras prédicas y experiencias no han tocado a la generación joven que
viene atrás de nosotros. Estos jóvenes no se han enamorado de la belleza de la Palabra de Dios
porque no la han escuchado predicada en pureza. En lugar de eso, ellos mayormente han sido
atraídos a la iglesia con el señuelo de actividades y entretenimientos centrados en la carne. Una vez
adentro, el único evangelio que ellos escuchan es uno que es fácil, sin compromisos. Y ese mensaje
fácil les ha fallado totalmente.
Sé que hay algunas iglesias que están alcanzando gente joven en números significantes. Pero en
general la generación entrante no ha conocido, visto ni experimentado el poder milagroso de Dios.
Dígame, ¿a quién pueden ellos acudir? Para mí, la situación apremiante de hoy día se define muy
claramente en el título de una noticia publicada en el Wall Street Journal: “El Mundo Ha Perdido Toda
Confianza.”
El profeta Isaías habló del día en el que el mundo estaría comiendo “pan de congoja y agua de
angustia” (Isaías 30:20). Isaías predijo que de esta adversidad y aflicción, un clamor se levantaría. Y
cuando Dios escucha ese clamor, “el que tiene misericordia se apiadará de ti y te responderá al oír la
voz de tu clamor” (30:19).
Que tremenda promesa: Cuando Dios escucha el clamor de su pueblo pasando por adversidades, él
les contestará. ¿Cómo hará él esto?
“Bien que os dará el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus maestros nunca más te
serán quitados, sino que tus ojos verán a tus maestros. Entonces tus oídos oirán a tus espaldas
palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis
a la mano izquierda” (30:20-21).
¿Ve lo que Isaías nos está diciendo? En medio de un tiempo calamitoso, un clamor se elevará hasta el
cielo. Y una vez ese clamor llegue a los oídos de Dios, él enviará a un ejército el cual no podemos ver
ni conocemos, para guiarnos. Estos ministros se levantarán durante los tiempos más duros, cuando
hay mucho caos y aflicción, muchas inundaciones y temores, y cuando todo parece ser demasiado
para poderlo soportar. Ese es el momento cuando el pueblo de Dios necesitará más a sus maestros.
¿Quiénes son esos ministros no reconocidos que vienen?Estos son los maestros de los que habla
Moisés, aquellos que también el escritor de Hebreos menciona. Pablo también habla de ellos,
llamándolos “epístolas vivientes”. Así como Isaías lo declaró, éstos maestros ya no estarán
escondidos, sino que emergerán para ser vistos por todos.
Estos maestros tal vez nunca han estado sobre un púlpito hablando. Tal vez nunca han enseñado una
clase ni tan siquiera un estudio bíblico en una casa. De hecho, tal vez no tengan ninguna habilidad
para hablar. Lo que ellos tendrán es una fe que han ganado en los campos de batalla y que ha
perdurado a través de cada prueba y aflicción.
Ahora mismo, muchos de estos maestros están sumergidos hasta las rodillas en sus propios
sufrimientos. Algunos de ellos enfrentan sufrimientos veinticuatro horas al día, soportando terribles
dolores y problemas que nunca acaban. Pero estos siervos son vencedores. De las situaciones
oscuras por las penas y la desesperación, ellos emergen con una poderosa fe. ¿Cómo es esto posible?
Diariamente estos siervos vencen al enemigo con su fe, mezclándola con las promesas que
encuentran en la Palabra de Dios.
Estas personas podrían escribir un libro sobre lo que han tenido que soportar. Y a través de todo, no
se han dejado llevar por el pánico. En lugar de eso, ellos continúan hacia adelante sujetándose a una
esperanza, con su confianza en el Señor fortaleciéndose cada vez más. Considere los siguientes
ejemplos poderosos.
- Una maestra devota a Dios está atravesando una prueba trituradora. Diariamente ella tiene el
desesperante trabajo de cuidar a un hijo mentalmente incapacitado, y también a su suegra entrada
en años la cual sufre de demencia. Esta sierva de Dios tiene que estar en guardia todo el tiempo
porque cualquiera de los dos puede escaparse, o incendiar la casa. Ella cuenta que muchas veces se
agota tanto, que piensa que no podría soportar otro día más.
Lo que ella hace para soportar un día más es simple: Ella ora. Esta Señora conoce muy bien cómo ir
confiadamente al trono de la gracia de Dios para alcanzar misericordia en su tiempo de necesidad.
Ella escribe que recibe grandes infusiones de fortaleza y consuelo del Espíritu Santo. Y ahora, con su
ejemplo, ella está enseñando a otros a vencer en medio de la adversidad.
- Yo conozco a un pastor devoto que está en espera de un trasplante de corazón. Debido a su
condición, él ya no puede predicar físicamente. Él no tiene trabajo ni ningún dinero y la medicina para
su corazón es muy cara. Si miramos su estado físico, parecería como una bomba de tiempo activada.
Sin embargo, éste pastor es uno de esos maestros ocultos que el Señor está sacando a la luz para que
todos lo vean. Él ha estado sufriendo en oscuridad pero ahora es un ejemplo para todos los que están
a su alrededor. Con el tiempo, la fe de los miembros de su familia que estaban preocupados, ha sido
encendida mientras han visto que la confianza del pastor en Dios crecía día a día. Yo supe de él por
medio de una pareja de ministros que lo conocen y han sido testigos de su fe inamovible.
A veces éste precioso hombre piensa que no tiene un ministerio. Pero la verdad es que él les está
predicando a multitudes que necesitan saber de la fidelidad de Dios en medio de las adversidades.
Usted también es una epístola viviente de Dios, conocida y leída por todos alrededor suyo.Amado
santo, quiero hacerle una pregunta: ¿Qué está diciendo su vida a aquellos que están alrededor suyo?
¿Qué dice el libro de su vida a los que lo leen?
Yo me regocijo de los muchos testimonios que están inundando ahora nuestras oficinas. Leemos
historias de siervos que están llenos de esperanza a pesar de haber perdido sus trabajos, y otros que
tienen paz a pesar de enfermedades físicas, y otros tienen coraje al encarar sufrimientos sin fin. Y
todos ellos tienen ésto en común: Ellos oran.
Éstos son maestros, epístolas vivas, cartas de amor de Dios a un mundo sin esperanza. Y ellos han
llegado a ser eso, estando en comunión constante con el Señor a través de cada prueba y lucha. Ellos
confían plenamente que Jesús renovará sus fuerzas para que puedan continuar. Ellos dependen
completamente en que el Espíritu Santo les dará dirección. Y ellos continuamente van al trono de
Dios para encontrar gracia en su tiempo de necesidad.
Yo le pregunto: ¿Es usted un maestro durante los tiempos difíciles, ministrando a otros con su
ejemplo? Es imposible que mantenga la fe sin ir confiadamente al trono en oración para todas sus
necesidades. ¡Él lo está llamando a ser uno de sus maestros!
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UN MENSAJE URGENTE

UN MENSAJE URGENTE
By David Wilkerson
March 7, 2009 Me siento obligado por el Espíritu Santo de mandar un mensaje urgente a todos los que
están en nuestra lista de correo, y a los amigos y obispos que hemos conocido alrededor del mundo.
UNA CALAMIDAD QUE SACUDIRÁ AL MUNDO ENTERO ESTÁ PRONTA A SUCEDER. SERÁ TAN
ATERRADORA, QUE TODOS VAMOS A TEMBLAR - AÚN LOS MÁS DEVOTOS ENTRE NOSOTROS.
Por diez años yo he estado advirtiendo que mil fuegos arderán en la ciudad de Nueva York. Engullirá a
toda el área, incluyendo a Nueva Jersey y Connecticut. Las ciudades principales en toda América
experimentarán disturbios e incendios – como vimos que sucedió en Watts, Los Ángeles, años atrás.
Habrá disturbios y fuegos en ciudades en todo el mundo. Habrá saqueos – incluyendo a Times
Square, y la ciudad de Nueva York. Lo que estamos experimentando ahora no es una recesión, ni
siquiera una depresión económica. Estamos bajo la ira de Dios. En el Salmo 11 está escrito,
“Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?” (v. 3).
Dios está juzgando los pecados atroces de América y de las naciones. Él está destruyendo los
fundamentos seculares.
El profeta Jeremías le suplicó al Israel pecaminoso, “Así ha dicho Jehová: He aquí que yo dispongo
mal contra vosotros, y trazo contra vosotros designios; conviértase ahora cada uno de su mal
camino, y mejore sus caminos y sus obras. Y dijeron: Es en vano; porque en pos de nuestros ídolos
iremos, y haremos cada uno el pensamiento de nuestro malvado corazón” (Jeremías 18:11-12).
En el Salmo 11:6, David advierte, “Sobre los malos hará llover calamidades; Fuego, azufre y viento
abrazador será la porción del cáliz de ellos.” ¿Por qué? David respondió, “Porque Jehová es justo” (v.
7) Este es un juicio justo – igual que los juicios de Sodoma y de la generación de Noé.
¿QUÉ HARÁN LOS JUSTOS? ¿QUÉ PASARÁ CON EL PUEBLO DE DIOS?
Primero, yo le daré una palabra práctica que recibí yo mismo. Si le es posible abastézcase de
suministros de alimentos y cosas esenciales que puedan durar por treinta días. En las ciudades
grandes, los mercados se vacían en una hora cuando hay alguna señal de desastre.
Y sobre nuestra reacción espiritual, sólo tenemos dos opciones. Esto está delineado en el Salmo 11.
Podemos “escapar al monte cual ave.” O, como dice David, “Fijó sus ojos en el Señor sentado en su
trono en el cielo – sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres” (v. 4). “En Jehová
he confiado” (v. 1).
Yo le diré a mi alma: No hay necesidad de que corra… no hay necesidad de que me esconda. Este es
un acto justo de Dios. Yo contemplaré a nuestro Señor en su trono, con su mirada tierna,
misericordiosa y amorosa pendiente de cada paso que doy – confiando que él salvará a los suyos aún
de los diluvios, fuegos, calamidades, pruebas, aflicciones de toda clase.
Nota: Yo no se cuándo sucederán éstas cosas, pero sé que no está distante. Le he descargado mi
alma a usted. Haga con éste mensaje como le parezca.
Que Dios lo bendiga y lo guarde.
En Cristo,
DAVID WILKERSON

Un Blanco para La Envidia de Satanás

Un Blanco para La Envidia de Satanás
By David Wilkerson

March 19, 2007 Si Ud. es un creyente que busca a Dios con todo su corazón, Ud. es un blanco.
Este mensaje es para los creyentes que están pasando por una experiencia de prueba severa. Estoy
dirigiéndome a aquéllos que soportan profundas pruebas y están agotados mental, física y
espiritualmente. Vivimos en un tiempo de gran tensión, cuando las pruebas pueden caer sobre
nosotros repentinamente, dejándonos sobrecogidos, cansados y confundidos.
Le doy gracias a Dios por cada creyente que está, en este momento, disfrutando una temporada de
buenos tiempos. Su vida no está bajo gran tensión ni tiene que afrontar duras pruebas o profundo
dolor.
Estoy agradecido al Señor por proveer dichas temporadas en la vida de sus hijos.
Sin embargo, sabemos, por las Escrituras, que las tormentas y las grandes pruebas llegan a todo
aquél que ha entregado verdaderamente todo a Cristo: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de
todas ellas le librará Jehová” (Salmos 34:19). Además, si Ud. tiene hambre de Dios, si está
determinado a buscarle con todo su corazón, fijando en Él, su mente y su alma para obedecer Su
Palabra, Ud. será continuamente un blanco de la envidia del diablo.
Por siglos, grandes cristianos han intentado demostrar las causas y razones por las que los justos
sufren. Mi biblioteca personal está repleta de tales libros. Sin embargo, las respuestas parecen ser
evasivas. Cada vez que me hallo en medio de una dura prueba, encuentro difícil aplicar cualquiera de
los principios aprendidos, en mi propio corazón angustiado. Por el contrario, me encuentro orando:
“Señor, tengo que recibir de tu Palabra para mi necesidad presente”.
Para muchos que soportan largas pruebas, las preguntas que más abundan suenan así: “Señor, ¿te
ofendí de alguna manera? ¿Hay algo en mi vida que está impidiendo que oigas mi clamor? Si he sido
fiel a tu Palabra, entonces ¿por qué esta prueba interminable? La Biblia dice que tú no vas a dejar que
yo sea tentado más de lo que pueda resistir, ¿por qué estoy en este punto de quiebre?
Estoy convencido de que la mayoría de las batallas espirituales se llevan a cabo en la mente del
creyente. Muchos cristianos soportan tremendas angustias mentales, pensamientos de opresión y de
miedo, opuestos a Cristo. No pueden desprenderse de los recuerdos depresivos de fracasos pasados.
Terminan sintiéndose que no merecen estar en la congregación ni tener las bendiciones de Dios.
Yo no tengo la respuesta para todas las preguntas de por qué los creyentes sufren tanto, pero sé que
una cosa es segura.
En el momento en que uno afirma su corazón para buscar al Señor, determinándose asirse de sus
promesas, uno se constituye en el blanco de la envidia de Satanás.Llega el momento en la vida de
todo creyente, en que enfrenta una elección: puede quedarse tibio en su fe, o puede cruzar la línea
para seguir a Jesús con todo su corazón. Cada vez que elegimos agarrarnos de Cristo
completamente, estremecemos las entrañas del infierno. Y Satanás envía sus hordas demoniacas
para desatar la ira del infierno en nuestras vidas.
Una estadística de la encuestadora “Barna” revela que 70 por ciento de las personas que dicen haber
nacido de nuevo, no considera que su caminar con Dios sea lo más importante en su vida. Esta es una
absoluta tragedia. Esto explica el por qué Satanás se incomoda tanto cuando una pequeña minoría
decide apartarse para servir a Jesús.
El diablo reconoce algo en cada cristiano dedicado, algo que es absolutamente destructivo para su
reino. Sucede cuando un hijo de Dios decide confiar en El Señor a través de todo, acercándose a Él a
pesar de los dolores y dificultades. Satanás se da cuenta de que tal cristiano va a ganar a otros para
Cristo, tanto en oración, como al soportar gran sufrimiento sin que su fe se vea afectada.
Cuando Satanás ve este tipo de fe, él sabe que los cimientos del infierno están siendo sacudidos. Así
que ordena a sus principados que abandonen sus puestos usuales cerca a los creyentes fríos,
indiferentes y amadores de los deleites, y los redirige a buscar a cada cristiano con fuego en su
corazón, cuyas acciones demuestren que dicho cristiano está dirigiéndose a la plenitud de Cristo.
Considere al apóstol Pablo. Cuando este celoso perseguidor de la iglesia recibió una revelación de
Cristo, él afirmo su corazón para ayunar y orar; e inmediatamente se convirtió en el blanco principal
de la ira de Satanás. El diablo no le temía simplemente al impacto que tendría la conversión de Pablo
para con su obra en la tierra; él se puso ferozmente celoso por la revelación de Pablo del paraíso.
Ud. verá, la Escritura nos dice que Lucifer fue echado del cielo, lejos de la gloria de la presencia de
Dios. Y desde aquel entonces, el diablo no puede soportar la idea de que alguien “inferior” a él pueda
saborear algo del paraíso. Se llena completamente de envidia por cualquiera que sea bendecido al
contemplar lo que él perdió por toda la eternidad.
Pablo escribe: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue
dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee” (2 Corintios 12:7). Ahora
bien, Dios nunca enviaría un poder demoniaco a alguno de sus siervos. A pesar de que Job fue
abofeteado por Satanás, El Señor puso límites al poder del enemigo para afligirlo. Satanás puede
acosarnos, pero no puede destruir ni una sola vida.
Según Pablo, Dios permitió que este sabueso infernal interviniera en la vida de Pablo para evitar que
la soberbia se levante en su corazón. El diablo asignó a este mensajero para afligir la carne de Pablo,
causándole dolor físico y mental. Satanás le ordenó al demonio que sea implacable en su ataque:
“Abofetea a Pablo repetidas veces. Golpéalo cada día, sin detenerte”. Pero la envidia había cegado
los ojos de Satanás con respecto a Pablo. Lo que el diablo usó para tratar de derribar a Pablo, un
bombardeo de ataques físicos y mentales, Dios lo tornó para el bien de Pablo.
Ciertamente los poderes de las tinieblas habían acompañado a Saulo en su camino a Damasco.
Después de todo, se trataba del sirviente preferido de Satanás: un líder religioso, celoso, “temeroso
de Dios”, quien literalmente hacia la obra del diablo. Saulo se dirigía a perseguir cristianos y traerlos
de regreso a Jerusalén, donde serían encarcelados y torturados.
Pero cuando Saulo fue derribado a tierra y recibió una visión de Cristo, él inmediatamente se postró
sobre su rostro y clamó: “¡Señor Jesús, dime qué debo hacer!”. Rehusó comer o dormir por tres días,
para enfocar todo su ser en El Señor.
¿Qué cree que sucedió en el infierno en ese momento? Todo el reino del diablo erupcionó. Me imagino
a Satanás convocando una reunión de emergencia, donde se designó a un mensajero especial para
cumplir una asignación de por vida: enfocar todas las armas del infierno contra Saulo. Satanás
instruyó a este mensajero, así: “Persigue a ese hombre con todas tus fuerzas. Tienes a tu disposición
todo el arsenal del infierno. Tu única misión es destruir la fe de Saulo”.
Puedo imaginarme los tormentos que este demonio trajo sobre Pablo: bombardeos de mentiras,
recuerdos de cada cristiano que él torturó, recuerdos de cada cosa que hizo en contra del nombre de
Cristo en el pasado. Así también, Satanás hace lo mismo con cada creyente que hoy, está en fuego,
envía principados de maldad a nuestras vidas y nos susurran mentiras con una intención: destruir
nuestra fe.
Estos ataques fueron el resultado de aquella vez en la que Satanás perdió su intimidad con el Padre.
Esta es una de las razones por las que el diablo trata de traer abajo a los santos de Dios. Él quiere que
salgan de su descanso, de su intimidad, de la esperanza del paraíso con El Señor; es decir, de todas
las cosas que él perdió cuando fue expulsado del cielo.
Piense por un momento en su antiguo caminar con Dios. Quizás en otro tiempo fue más diligente y
tenía una gran hambre de Dios y rogaba para que él lo use. Por ello, tomó la decisión de cruzar la
línea para entregarse completamente a Jesús. Y, de repente, fue llevado a orar de una manera que
nunca antes lo hacía, y las preocupaciones de Dios, se hicieron suyas también. Le pidió a Jesús que
vivificara su corazón, que pusiera de su Espíritu, que le haga un intercesor y que le dé sus dones.
Le digo: Esa fue la época en la que Ud. se convirtió en un blanco importante para la ira de Satanás.
Usted dirá: "Pero ese periodo no duró mucho, ya no tengo esa clase de celo, la mayoría de mis días
los vivo bajo una nube de desesperación". Nada de eso importa. Aún ahora mismo su fe debe estar en
peligro, a punto de colapsar. Sin embargo, Satanás sabe la verdad: Debajo de todos esos problemas,
todavía hay un poco de incandescencia del fuego de Dios. Y mientras esas brasas estén ahí, en
cualquier momento pueden arder otra vez.
Es por eso que Satanás no dejará de molestarlo. Por eso, es que Usted es abofeteado. Él está decidido
a no darle oportunidad alguna al Espíritu Santo para que encienda esa llama en Ud. Por ello, Pablo, en
una de sus cartas nos advierte que no ignoremos sus maquinaciones: "para que Satanás no gane
ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones" (2 Corintios 2:11). En otras
palabras, si fuéramos ignorantes de las tácticas del enemigo, haríamos que gane ventaja sobre
nosotros.
Algunos cristianos creen que no deberíamos ni mencionar el nombre de Satanás, que esto de alguna
manera lo glorificaría. Sin embargo, la Biblia deja claro que si conocemos las armas del enemigo, no
tenemos razón de temer. De hecho, dicen que en estos últimos días, Satanás vendrá a la tierra con
gran ira, así que es mejor que conozcamos su estrategia. En otra de sus cartas, Pablo escribe
advirtiéndonos: "Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que,
no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme
a sus obras."(11:14-15).
La advertencia de Pablo es muy clara: el diablo usa personas que no tienen a Dios, como mensajeros
de su ira y envidia. Y de acuerdo a los apóstoles, estas personas se han infiltrado en la iglesia. ¿Ha
conocido Ud. a ese tipo de gente? ¿Alguna vez ha sido el blanco de su engaño, mientras hablaban
palabras que perforaban su alma, palabras que Ud. sabía que venían de los labios del diablo?
Usted es un blanco perfecto para sus reproches, porque su fe y su celo son un malestar para su estilo
de vida, amantes de los placeres. En resumen, dichas palabras son la envidia de Satanás airándose
contra Ud. No obstante, la luz del evangelio expone cualquier obra de las tinieblas, alumbrando a los
siervos de Dios contra los engaños del enemigo.
En el Salmo 42:5-9, el rey David escribió acerca de un tiempo cuando su alma fue traída abajo:“¿Por
qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío. Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo
enlutado por la opresión del enemigo?”
Cuando David escribió este salmo, su estado espiritual no estaba ni frío ni tibio. De hecho, en este
salmo él escribió también: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh
Dios, el alma mía”. Sin embargo, aun así Satanás aprovechó este tiempo para mandar a sus
mensajeros para provocar y acosar a David, lanzándole a la cara de este hijo de Dios, la acusación:
"David, ¿dónde está tu Dios?".
Esto quebrantó el corazón de David, llevándolo a clamar: "Fueron mis lágrimas mi pan de día y de
noche, mientras me dicen todos los días ¿Dónde está tu Dios?". Note que la pregunta que le hizo el
diablo, no fue: "¿Dónde está Dios?", sino: "¿Dónde está Tu Dios?", en otras palabras: "¿dónde está la
evidencia del cuidado de Dios por ti?"
Cuando David escribió esto, estaba huyendo de su hijo Absalón. Él decidió esconderse en cuevas y
sufrir angustias en muchos niveles: mental, física y espiritualmente. Además, la mayoría de los
israelitas lo habían rechazado, incluyendo sus mejores amigos. Entonces, David habló de su dolor más
profundo, escribiendo "mientras me dicen todos los días..." (Salmo 42:3), pero, ¿quiénes eran ellos?
Algunas veces el diablo usa personas para que nos digan cosas de una manera dolorosa y dañina. Y la
mayoría de las veces, el enemigo usa sus poderes demoníacos, enviándolos a sacudir nuestra fe. Nos
susurran sigilosamente pensamientos devastadores formulados por el mismo maligno. E inclusive los
creyentes más fuertes no están inmunes a estos ataques. Ese fue el caso de David, quien escuchó
acusaciones tales como: "No tienes casa, tu familia te ha rechazado. Tienes problemas de todo tipo,
David. ¿Cómo puedes decir que eres un ungido de Dios?".
Así mismo, los mensajeros de Satanás inyectan las mismas acusaciones en nuestras mentes hoy,
haciendo que nos preguntemos: "Señor, ¿dónde estás en esta crisis? ¿por qué estoy enfrentando este
cáliz de dolor, con tantas cosas en contra mía? y ¿por qué no escuchas mis oraciones?, ruego a ti día
y noche, pero no oigo nada. ¿Acaso mis lágrimas no significan nada para ti?
Sabemos que David caminaba muy cerca del Señor, confiando en su fidelidad cada día. Él era un
hombre de oración que acudía al Señor en cada asunto de su vida. Y la Biblia dice que Dios estaba
con David donde sea que él estuviera y en todo lo que hacía. Por ello, Satanás debe haber envidiado
demasiado a este hombre y las revelaciones que recibía desde el cielo, que se reflejan en sus salmos.
No es sorpresa que el diablo haya mandado a un espíritu maligno que posea a Saúl, un rey sin
principios, que manifestaría la ira del infierno en contra de David: “Y desde aquel día Saúl no miró con
buenos ojos [envidiaba] a David.” 1Samuel 18:9
No se equivoque: A Satanás no le importaba la habilidad de David para pelear, su talento artístico o
su personalidad ganadora. Ninguna de estas cosas por si solas representaba una amenaza para el
reino de las tinieblas. Más bien, había algo en la fe de David, en su relación con el Padre, que causaba
que el infierno tiemble. Y eso lo convertía en el "blanco número uno" en la mira del diablo. Este
hombre era perseguido, era motivo de burla y pasaba por gran sufrimiento, por una sencilla razón:
caminaba cerca a Dios.
Lo mismo pasa hoy con cualquier persona que verdaderamente busca a Dios. El diablo ve que El
Señor está con tal o cual creyente, y que él fue abandonado por Dios; entonces se levanta
automáticamente una furia de envidia. De hecho, la envidia del diablo por David se daba a conocer
claramente a través de las expresiones celosas de Saúl: “Pero Saúl, viendo y considerando que Jehová
estaba con David, y que su hija Mical lo amaba, tuvo más temor de David; y fue Saúl enemigo de
David todos los días.” “Y Saúl procuró enclavar a David con la lanza a la pared, pero él se apartó de
delante de Saúl, el cual hirió con la lanza en la pared; y David huyó, y escapó aquella
noche.”(18:28-29, 19:10).
Fíjese que a pesar de que Saúl se airaba contra David, también le tenía miedo: “Mas Saúl estaba
temeroso de David, por cuanto Jehová estaba con él, y se había apartado de Saúl” (18:12) Aquí hay
una clara prueba de que el diablo le teme a cualquier hombre o mujer de Dios justo, que ora y confía
en Dios. También Santiago en su carta nos exhorta con esta verdad, recordándonos de una
importante arma que nos ha sido dada: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de
vosotros.” (Santiago 4:7).
Satanás envidia y le teme a la mayoría de aquéllos que han estado con Dios en oración y que están
determinados a batallar en fe.Satanás le teme incluso a un pequeño ejército de aquéllos que están
ceñidos de fe para la batalla. Tiembla delante de los que están puestos en pie, listos para resistir. Y
justamente porque le teme a Ud., su designio es neutralizar su espíritu de lucha.
El diablo hace esto tratando de inundar su mente con derrotas, distracciones, pensamientos que traen
desconfianza y dudas acerca del poder de Dios. Además, él le gritará a su mente y espíritu: “No vale
la pena seguir luchando, eres más débil que tus problemas y sufrimientos. Nunca serás un vencedor.
Los poderes del infierno son demasiado grandes para que te enfrentes a ellos; por eso, es mejor que
te relajes. Ya no necesitas ser tan intenso acerca de la batalla”.
Amados, ¡todo esto es una distracción! Toda la estrategia de Satanás se trata de que usted deje de
poner sus ojos en la victoria de la cruz. Él quiere que usted se enfoque en sus debilidades, pecados o
tropiezos, y es por eso que él pone más leña al fuego de tus problemas y sufrimientos presentes.
Quiere que usted crea que no es lo suficientemente fuerte como para seguir. Pero sus propias fuerzas
no es lo que importa, sino la fuerza de Jesucristo.
El hecho es que todos vamos a estar en una batalla hasta que muramos o hasta que Jesús regrese.
Tendremos épocas de calma, tiempos de descanso, pero mientras estemos en esta tierra, estamos
comprometidos en una guerra espiritual. Y simplemente no hay un final para estas batallas. Por ello,
Pablo nos dice que Jesús nos ha dado armas que son poderosas para destruir las adversidades, pues
hemos sido equipados con armas que el diablo jamás podrá enfrentar: la oración, el ayuno y la fe.
Algunos cristianos, se han enfocado tanto en su dolor o en su problema que se sienten cómodos con
ello. Cuando uno se encuentra con estos creyentes, de lo único que le hablan es de sus luchas. Nunca
escuchará mencionar algo de la victoria que Cristo ganó por ellos.
¡Que nunca suceda esto con el pueblo de Dios! El tiempo ha llegado de quitar nuestra mirada en
nuestras aflicciones presentes. Debemos dejar de poner nuestros ojos en nuestras pruebas y fijarlos
en el Capitán de esta guerra. Jesús tiene la llave de toda victoria, y nos ha hecho una promesa: “Te he
provisto de toda arma requerida para la batalla. Y estoy listo y dispuesto para darte fuerza en tiempos
de debilidad.”
Muchas veces decimos: “he cruzado la línea por Jesús”, y la verdad es que simplemente hemos
venido a confiar plenamente en el “sacrificio de sangre” de Cristo.En Génesis 15, Dios hace un pacto
glorioso con Abraham. Él instruye al patriarca que lleve una becerra, una cabra y un carnero; los corte
en 2 pedazos. Luego, Abraham debía tomar una tórtola y un palomino y ponerlos en el piso, cabeza
con cabeza. Abraham lo hizo tal cual le fue dicho, y mientras estas criaturas estaban tendidas
sangrando, las aves de rapiña empezaban a descender sobre los cuerpos muertos. De repente,
Abraham sintió una terrible oscuridad que lo rodeaba. ¿Qué era esta oscuridad?
Pues era el diablo en pánico. Verán, el diablo había oído del pacto que Dios estaba haciendo con
Abraham. El Señor le prometió a Abraham hacer de él una gran nación y bendecir su descendencia
para siempre. Además, Dios le prometió a Abraham que le daría la tierra de Canaán. Y esta última
promesa fue la que hizo que la envidia de Satanás brotara. Canaán era el territorio del diablo, una
tierra de idólatras, era la marca demoníaca en la tierra. Y ahora Dios le decía a Abraham que su
descendencia iba a venir a tomarla.
Amados, cuando ustedes entran en pacto con Dios, él les habla cosas buenas. Él les promete: “Voy a
guardarlos de caída, y presentarlos intachables ante el trono de mi Padre”, “por medio de las cuales
nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la
naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia.” (2 Pedro 1:4).
Entonces, ¿Cómo creen que reacciona el diablo cuando ve todo esto que sucede en su vida? Primero,
él ve cómo van haciendo suya la gloriosa promesa del Nuevo Pacto, a medida que le van dando su
vida a Jesús, lo cual llena al diablo de una ira de celos. Luego, los ve firmes y decididos a ir hasta
donde sea necesario por El Señor. En ese momento, el diablo sólo puede reaccionar de una forma:
¡Todo el infierno entra en pánico!
Satanás reconoce que Ud. ha confiado plenamente en el “sacrifico de la sangre” de Jesús para tratar
con sus deseos carnales y llevarlos a la muerte. Y él sabe que esto significa que su reino, el reino de
las tinieblas está siendo desafiado.
Por eso, envía aves de rapiña para que intenten consumir el sacrificio. Y, ¿qué son estas aves de
rapiña realmente? Son pensamientos concebidos en el infierno, que vienen a acosarlo, para que Ud.
cuestione la fidelidad de Cristo a usted.
Todo lo que se requiere para hacer temblar los fundamentos del infierno es un cristiano confiado,
ferviente en oración. Y si eso lo incluye a Ud., pronto sentirá las aves de rapiña que envía Satanás
para acosarlo.
Conozco varios creyentes fervientes, que en este momento están luchando contra un fuerte
sentimiento de inseguridad. Ellos luchan a diario contra sentimientos de subestima e indignidad. Se
preguntan: “Si yo fuera realmente fiel, no estaría tan abrumado todo el tiempo, mi testimonio no sería
tan inefectivo ni estaría tan azotado económicamente”. ¡No! Todo eso es el trabajo de las aves de
rapiña que vienen a robarse el sacrificio.
Dios nos ha dado una estrategia espiritual para resistir la envidia y la ira de Satanás¿Qué hizo
Abraham cuando vinieron las aves de rapiña? La Biblia nos dice que las espantaba. Así mismo Dios
nos ha enseñado una manera de lidiar con las amenazas de las aves de rapiña. No debemos temer a
los ataques del enemigo, porque hemos sido equipados con poderosas armas de guerra.
Cuando alguna voz de duda o cuestionamiento de Dios viene a mi mente, tengo que compararla con
las cosas que yo sé de mi Dios amoroso. Ud. no puede considerar verdadero ningún pensamiento que
está basado simplemente en lo que está sintiendo en ese momento. Este pensamiento debe ser
medido frente a las promesas que Dios le dio acerca de él mismo y acerca de la victoria que él gano
para Ud.
Dicho de manera simple, si los pensamientos que vienen hacia mí, lo hacen acusándome, causando
duda y miedo, condenación o traen una sensación de rechazo: sé que no vienen de Dios. Todos
debemos estar preparados para cuando vengan esos pensamientos. Inclusive el Señor Jesús fue
sujeto a esta clase de pensamientos del enemigo durante la tentación en el desierto.
He compartido con algunos de los siervos más santos de Dios en la tierra. Muchos de ellos me han
contado que después de un tiempo de dedicarse a buscar a Dios, ayunando durante días y fijando sus
mentes y corazones en los asuntos de Dios, fueron inundados con terribles dudas, inclusive de la
existencia de Dios.
Un profeta de Dios me confesó: “Recientemente, he sido atacado por pensamientos malignos. Es la
primera vez en mi vida que me pasa”, pero el Espíritu Santo le había asegurado: “Manténte en la fe,
éstos no son tus pensamientos, son del diablo. El diablo quiere convencerte de que eres tan maligno
como los pensamientos que él envía, quiere sacudir tu fe. Sólo manténte firme y confía en El Señor,
pues no te vas a hundir. Estás bajo un ataque del enemigo, porque has removido los fundamentos
del infierno”
Como Abraham, mi amigo, espantó a esas aves de rapiña usando la fe en la Palabra de Dios. Así
también, Jesús resistió la tentación del diablo en el desierto, y el diablo lo dejó por un tiempo.
Podemos saber que Dios hará lo mismo por nosotros, si permanecemos en la fe, confiando en sus
promesas.
Así que, amado hermano, cuando los buitres vengan a ustedes, trayendo pensamientos de desánimo
e inseguridad, espántelos con la Palabra de Dios. El sacrificio que El Señor le ha permitido hacer es
agradable a él, y él lo honrará. ¡Aleluya!

Capítulo X El Sacramento de la Vida


***
Capítulo X
El Sacramento de la Vida

Si pues, coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a la
gloria de Dios. 1Corintios 10:31
Uno de los impedimentos más grandes que el cristiano encuentra en su búsqueda de paz interior,
es su hábito de dividir la vida en dos áreas, la sagrada y la secular. Como estas dos áreas se
conciben como para mantenerlas separadas, y ser incompatibles moral y espiritualmente, nos
vemos obligados por las necesidades de la vida a entrecruzarlas continuamente. Y por eso
vivimos desequilibrados y divididos en vez de hacerlo unidamente.
Nuestras dificultades comienzan, para nosotros los que seguimos a Cristo, en el hecho de
que vivimos en dos mundos. Como hijos de Adán vivimos en la tierra sujetos a las limitaciones
de la carne, y las enfermedades y flaquezas que son la herencia del pecado. Para vivir entre los
hombres se nos exige años de arduo trabajo y atención a las cosas de este mundo. En agudo
contraste con esto tenemos la vida en el Espíritu. Con ella disfrutamos otra y muy alta clase de
vida. Somos hijos de Dios. Poseemos naturaleza celestial y disfrutamos de comunión íntima con
Cristo.
Esto tiende a dividir nuestra vida en dos departamentos. Casi sin quererlo reconocemos
dos clases de acciones. Unas las hacemos con una especie de satisfacción, y con la seguridad de
que con ellas estamos agradando a Dios. Son ellas la oración, la lectura de la Biblia, el canto de
himnos, la asistencia a la iglesia y muchos otros actos relacionados con la fe. Estos se pueden
reconocer porque no tienen ninguna relación directa con el mundo, y no tendrían razón de ser si
la fe no nos mostrara otro mundo, "una casa no hecha de manos, eterna en los cielos!'
En contraste con estos actos sagrados están los actos seculares. Ellos incluyen todos los
actos ordinarios de la vida, los cuales compartimos con los hijos e hijas de Adán: comer, dormir,
trabajar, y en general todos los prosaicos menesteres de la diaria existencia. Muchas veces nos
sentimos contrariados al hacerlos, y hasta le pedimos disculpas a Dios por tal pérdida de tiempo
y de fuerza. Como resultado de esta actitud casi siempre estamos intranquilos. Vamos a nuestras
tareas cotidianas con un sentido de frustración, y nos decimos pensativamente que hay un mejor
día por venir, cuando seremos librados de esta envoltura material y ya no tendremos nada que
ver con los asuntos de la tierra.
Esta es la vieja antítesis sagrada-secular. La mayoría de los cristianos caen en esta
trampa. No pueden hallar un ajuste adecuado entre los requerimientos de ambos mundos. Hacen
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equilibrios sobre la cuerda floja entre dos reinos, y no hallan paz en ninguno de los dos. Pierden
las fuerzas, se hallan confundidos, y no encuentran felicidad.
Yo creo que todo este problema es absolutamente innecesario. Verdad es que estamos
entre las astas de un dilema, pero ese dilema no es real. Es el resultado de una incomprensión. La
antítesis sagrada-secular no tiene fundamento en el Nuevo Testamento. Sin duda ninguna, una
mejor comprensión de las verdades cristianas nos librará de ese fantasma.
El Señor Jesucristo mismo es nuestro perfecto ejemplo. El nunca dividió la vida en dos
partes. El vivió toda su vida, desde la cuna hasta la cruz, en la Presencia de su Padre sin esfuerzo
alguno. Dios aceptó la ofrenda total de su vida, y no hizo distinción entre un acto y otro. La
síntesis de la vida de Jesús podría hacerse con sus mismas palabras,"Yo hago siempre las cosas
que le agradan" (Juan 8:29). Su paso entre los hombres fue siempre tranquilo y reposado. Todo
lo que sufrió se debió a su decisión de llevar sobre sí la carga de pecado del mundo, nunca fue
resultado de moral incertidumbre o desajuste espiritual.
La exhortación de Pablo de "haced todo para la gloria de Dios" es algo más que un
piadoso idealismo. Es parte integral de la revelación sagrada y debe ser aceptada corno todo el
resto de la verdad revelada. Ella nos abre la oportunidad de hacer que cada acto de nuestra vida
sirva para la gloria de Dios. A fin de que no tengamos miedo de incluir todo en la declaración, el
apóstol menciona específicamente el comer y el beber. Este humilde privilegio lo compartimos
con las bestias que perecen. Si estos bajos y prosaicos menesteres pueden ser hechos para la
gloria de Dios, ¿qué no podemos decir de los demás?
Ese odio al cuerpo y el aspecto físico de la vida, que era característico de los monjes y
preeminente en los escritos de algunos místicos cristianos, no tienen ningún apoyo en la Palabra
de Dios. En la Biblia se hace referencia a la modestia, sí, pero de ninguna manera se alienta la
mojigatería y los remilgos. El Nuevo Testamento asume claramente la posición de que nuestro
Señor, en su encarnación, tomó perfectamente la naturaleza humana en su totalidad, y no se
preocupa de evitar las implicaciones de este hecho. El vivió dentro de ese cuerpo humano, y
nunca realizó un acto que no fuera sagrado. La presencia de Jesús en carne humana anula para
siempre la perversa idea de que en el cuerpo humano hay algo ofensivo para la Deidad. Dios ha
creado nuestros cuerpos, y no lo ofendemos a El por poner la responsabilidad de su creación en
quien corresponde. El no se avergüenza de la obra de sus manos.
La perversión de nuestros instintos y el mal uso que hagamos de nuestro cuerpo, eso sí
hace que nos avergoncemos de él. Los actos corporales hechos contra la naturaleza, nunca
podrán honrar a Dios. En cualquier momento que la voluntad humana introduce el pecado, entonces
perdemos la inocencia conque fuimos dotados en el principio. Habremos desvirtuado y
distorsionado las facultades perfectas que Dios nos dio, y lo que hacemos es solo para vergüenza
y condenación.
Pero supongamos que no hay ni perversión ni abuso. Pensemos en un cristiano que se ha
arrepentido y ha nacido de nuevo. Está viviendo conforme a la voluntad de Dios, así como la
entiende en la Palabra escrita. Podemos decir que cada acto de su vida es, o puede ser, tan
sagrado como la Santa Cena, o el bautismo, o la oración. Al decir esto, no queremos poner todos
los actos de la vida al nivel de la muerte, sino elevar todos esos mismos actos a las alturas del
Reino, y transformar toda la vida humana en un sacramento.
Si un sacramento es la expresión externa de una gracia interior, no podemos vacilar en
aceptar la tesis expresada arriba. Por un solo acto de consagración de nuestra vida entera a Dios,
podemos hacer que cada acto de esa vida sea algo sagrado. Ya no hace falta que estemos avergonzados
de nuestro cuerpo —ese siervo material que nos conduce por la existencia- como Jesús
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no se avergonzó del asnillo sobre el cual entró montado a Jerusalén. "El Señor lo ha menester,"
dijeron los mensajeros acerca del asno. Lo mismo podemos decir de nuestro cuerpo. Si Cristo
mora en nosotros, bien podemos conducirlo, como lo hizo el pollino de antaño, y dar ocasión a
las multitudes para que digan, "Hosana en las alturas."
El hecho que veamos esta verdad no es suficiente. Si queremos escapar de ese dilema de
lo sagrado-secular, debemos sentir esta verdad correr en nuestras venas y condicionar todos
nuestros pensamientos. Debemos acostumbrarnos a vivir para la gloria de Dios. Meditando en
esta verdad, hablando a menudo con Dios en nuestras oraciones, acordándonos de ella cuando
estamos entre la gente, se apoderará de nosotros la potente sensación de que estamos viviendo
para la gloria de Dios. La penosa sensación de dualidad desaparecerá, y dará su lugar a una
placentera sensación de reposo debido a la esencial unidad de nuestra vida. La convicción de que
somos totalmente de Dios, que él lo ha recibido todo y no ha rechazado nada, unificará nuestra
vida interior, y hará que para nosotros todo sea sagrado.
Pero esto no es todo. Los hábitos adquiridos de largo tiempo no se abandonan así nomás.
Se necesita mucha inteligencia, y mucha reverente oración para despojarse de la psicología
sagrado-secular. Por ejemplo, le costará trabajo comprender al cristiano común que todos los
actos de su vida diaria pueden convertirse en actos de adoración a Dios. La vieja antítesis volverá
una y otra vez sobre su cabeza para robarle la paz mental. Tampoco la serpiente antigua, el
diablo, nos dejará tranquilos. Nos atacará cuando viajamos en auto, o estamos en el taller, o en la
oficina, para decirnos que no estamos consagrando a Dios lo mejor de nuestra vida. Y si nos
descuidamos este astuto diablo nos creará confusión y desaliento.
La única manera de tener éxito es ejerciendo una fe dinámica. Debemos ofrecer todos
nuestros actos a Dios, y creer que él los acepta. Después, hacer firme la decisión, y mantener
clara la idea de que todos los actos del día y de la noche están incluidos en la dedicación. No
cesemos de decirle a Dios, cada vez que oramos, que deseamos que todos los actos de nuestra
vida sean para su gloria y honra. Y añadir, a cada hora del día muchos pensamientos como estos
mientras estamos ocupados en el trabajo de vivir. Practiquemos el arte fino de hacer de cada acto
de nuestra vida un acto sacerdotal. Creamos que Dios está aun en los más simples actos de
nuestra vida, y aprendamos a verle a El en ellos.
Otro error concomitante con la antítesis sagrado-secular es cuando hacemos diferencias
entre lugar y lugar. Nada hay en el Nuevo Testamento que enseñe acerca de lugares santos o no
santos. Este error está tan generalizado que uno se siente muy solo cuando empieza a combatirlo.
Ha teñido de tal manera el pensamiento de la gente, y coloreado de tal modo sus ojos, que resulta
casi imposible hacerles entender lo contrario. Aunque el Nuevo Testamento enseña precisamente
lo contrario, los cristianos han hablado y cantado a lo largo de los siglos acerca de lugares santos
y edificios santos. Según lo que yo sé, únicamente los cuáqueros se han dado cuenta de este
error, y han tenido el coraje de denunciarlo.
He aquí los hechos, según yo los veo. El pueblo de Israel había vivido en Egipto por
cuatrocientos años en medio de la más crasa idolatría. Por la mano de Moisés Dios los sacó de
allí y los puso en camino de la tierra prometida. Esa gente no tenía la más remota idea de lo que
era santidad. Para corregir este estado de cosas, Dios comienza desde abajo. Se presentó a ellos
en forma de columna de humo de día y columna de fuego de noche, y más tarde, cuando ya el
tabernáculo estuvo concluido, se manifestó en forma de luz brillante, la shekinah, en medio del
lugar santísimo. Dios se valió de numerosos medios para enseñar a Israel lo que es santo, y lo
que no lo es. Les dio días santos, vasos santos, vestidos santos. Les dio lavamientos, sacrificios y
ofrendas de muchas clases. Por todos estos medios Israel aprendió que Dios es santo. Esto era lo
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que él quería enseñarles. No la santidad de cosas y de lugares, sino la santidad de Jehová era lo
que él quería que aprendieran.
Entonces vino el gran día de la aparición de Cristo. Inmediatamente él comenzó a decir,
"Oísteis que fue dicho a los antiguos, mas yo os digo." La enseñanza del Antiguo Testamento
había pasado. Cuando Cristo murió en la cruz, el velo del templo se rasgó en dos, de alto a abajo.
El verdadero lugar santísimo, el cielo, quedaba abierto para todos los que quisieran entrar por fe.
Entonces recordaron las palabras del Señor, "La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Juan 4:21-23).
Poco después el apóstol Pablo levantó el grito de libertad, y dijo que todas las cosas son
santas, todos los días son santos, todas las comidas santas y todos los creyentes santos, y cada
acto de la vida aceptable a Dios. La santidad de tiempos y lugares, una media luz necesaria para
los tiempos primitivos pasó de largo, y comenzó a brillar la plena luz de la adoración en el
espíritu.
La iglesia mantuvo bastante tiempo la bendición de la adoración espiritual, hasta que con
el paso de los años se fue perdiendo. Fue entonces cuando el legalismo, tan propio de los
corazones no regenerados, introdujo de nuevo las distinciones de antaño. Reaparecieron los días
santos, los lugares santos y los objetos santos. Los dos primeros sacramentos (y únicos) el
bautismo y la santa cena, fueron aumentados a tres, a cuatro, a cinco, a seis y a siete. Con el
triunfo del romanismo fue el acabóse. Todo se volvió santo, menos el verdadero santo.
Con toda caridad, y sin deseo de herir los sentimientos de nadie, tengo que decir que la
iglesia católica romana representa hoy en día la herejía sagrado-secular llevada a su máxima
perfección. El efecto mortal de esta herejía es hacer una división completa entre religión y vida.
Sus maestros intentan disimular esta trampa por medio de muchas notas y explicaciones, pero la
lógica irrebatible está ahí. En la vida práctica del católico, la diferencia entre la vida diaria y la
religión es evidente.
Los reformadores, los puritanos y los místicos han luchado para librarnos de esta
servidumbre. Pero hoy en día en muchos círculos conservadores existe la tendencia de volver a
ella. Se dice que un caballo, cuando es librado de un edificio en llamas, puede tener la absurda
obstinación de volver a él para quemarse. Debido a una obstinación parecida, algunos cristianos
conservadores están regresando otra vez a la esclavitud espiritual. Se están celebrando, con
demasiada insistencia "semana santa,'' "viernes santo," "Pentecostés," "navidad" y etc. La verdad
es que no sabemos cuando nos vamos a poner bien del todo.
Con el fin de que me entiendan bien, y no me juzguen mal, quiero explicar las
implicaciones prácticas de la doctrina que estoy enseñando, es decir, la cualidad sacramental de
la vida diaria. Sin dejar de lado su significación positiva, quiero señalar algunas cosas que ella no
es.
Por ejemplo, no quiero decir que todo lo que hacemos es de igual importancia. Un hecho
en la vida de un buen hombre puede diferir de otro hecho en la vida de ese hombre. Cuando
Pablo cosía lonas, hacía un acto agradable a Dios y aceptado por él, pero era bien diferente de
cuando escribía la carta a los Romanos. Pero ambas tareas fueron aceptadas por Dios como actos
de adoración por sí mismas. Por cierto que es más importante guiar un alma a Cristo que cultivar
un jardín, pero cultivar un jardín puede ser un acto tan santo como ganar un alma.
Tampoco quiero decir que un hombre es tan útil como otro. El conserje analfabeto de una iglesia
no es de comparar con Billy Graham, pero ambos están haciendo un trabajo que Dios acepta con
placer.
El "laico" no debe pensar que su humilde tarea es inferior al ministerio del pastor. Que
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cada hombre se quede en la vocación en que fue llamado, y haga su trabajo como el más puro
acto de adoración a Dios. No es lo que un hombre hace lo que determina si su trabajo es sagrado
o secular, sino el por qué lo hace. El motivo es todo. Dejen a un hombre que santifique al Señor
Dios en su corazón, y despreocúpense de lo que hace, ya no podrá hacer ningún trabajo común.
Todo lo que él haga será aceptable a Dios por medio del Señor Jesucristo. Para ese hombre la
vida misma será un sacramento, y el mundo entero un santuario. Toda su vida será un ministerio
sacerdotal. No importa cuan simples sean las tareas que desempeñe, siempre oirá a los serafines
cantando, "Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria!'
Señor, yo confiaré en Ti completamente, y seré completamente tuyo. Te exaltaré a Tí por
encima de todo. Quiero sentir que, aparte de Ti, no poseo nada.
Quiero sentir que me encuentro continuamente bajo la sombra de tu presencia, y que
escucho tu voz y que Tú eres el que me habla. Deseo vivir tranquilo, seguro de la sinceridad de
mi corazón. Quiero vivir tan lleno del Espíritu, que todos mis pensamientos sean como incienso
de olor suave para Ti, y que cada acto de mi vida sea un acto de adoración. Por eso oro con las
palabras Det. Gran siervo de la antigüedad. “Te ruego que purifiques mi corazón con el don
inefable de tu gracia, que pueda amarte y ensalzarte como Tu eres digno”. Tengo la seguridad de
que me concederás todo esto, porque te lo pido por los méritos de tu Hijo Jesucristo. Amén

Capítulo IX Mansedumbre y Reposo

Capítulo IX
Mansedumbre y Reposo

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Mateo 5:5
Para describir la condición actual de la humanidad uno podría valerse muy bien de las
bienaventuranzas, pero tomándolas al revés. Porque las cualidades que distinguen al hombre de
hoy son precisamente lo opuesto a las virtudes que ponderan las mismas.
No encontramos nada en la humanidad que se aproxime a las virtudes de que hablo el
Señor Jesús en el célebre Sermón de la Montaña. En lugar de la pobreza de espíritu hallamos el
más vicioso de los orgullos; en lugar de los que lloran hallamos a los eternos buscadores del
placer; en vez de mansedumbre, arrogancia; en vez de hambre y sed de justicia, oímos a la gente
decir, "Soy rico, mis caudales aumentan, y no tengo necesidad de nada"; en vez de misericordia,
vemos crueldad; en vez de pureza de corazón, corrupción general; en vez de pacificadores,
resentidos y peleadores; en vez de perdón cuando se los maltrata, hallamos desquite y vengan a
con cualquier arma al alcance.
Esta es la clase de moral que predomina en la sociedad civilizada. La atmósfera está
cargada de ella; la respiramos en el aire y la bebemos en la leche de nuestras madres. La cultura
y la educación refinan esas cosas solo ligeramente; en el fondo las dejan sin tocar. Se ha creado
todo un mundo de literatura para justificar esta clase de vida como la única normal. Esto debiera
asombrarnos, y mucho más al pensar que ese orden de cosas es lo que hace nuestra vida amarga
y dolorosa. Todas nuestras penurias y la mayoría de nuestras enfermedades provienen
directamente de nuestros pecados. Orgullo, arrogancia, resentimiento, malicia, maledicencia y
codicia, causan más dolor al ser humano que todas las enfermedades que atacan su carne mortal.
En un mundo como este las palabras de Jesús suenan en una manera maravillosa y
extraña, como una visitación de lo alto. Bueno es que El haya hablado, porque ningún otro
podría haber hablado como El y bueno que nosotros pongamos atención a lo que El dijo. Si
palabras son la esencia de la verdad. El no nos está ofreciendo una opinión; nunca expuso
opiniones; jamás habló sin estar seguro de lo que decía. El sabía lo que decía, y lo sabe ahora.
Sus palabras no son como las de Salomón, producto de la observación aguda. El habló con la
plenitud de su naturaleza divina, y sus palabras son absoluta verdad. El es el único que puede
37
decir "bienaventurado" con completa autoridad. Porque El es el solo Bendito, que bajó de las
alturas para conferir bendiciones a la humanidad. Y sus palabras están sostenidas por los hechos
poderosos que realizó, más que ningún otro sobre la tierra. Es sabio para nosotros escucharlas.
Como solía hacerlo a menudo, el Señor usaba la palabra "manso" en su sentido jovial, y
no fue sino hasta tiempo más tarde que explicó lo que quería decir. En el mismo libro de Mateo
nos dice algo más referente a esa palabra y cómo aplicarla a nuestra vida. "Venid a mí todos los
que estáis trabajados y cansados, que os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi
carga!'
Tenemos aquí dos cosas que contrastan la una con la otra, la carga y el descanso. La
carga no se refiere solamente a sus oyentes de ese momento, sino que es la carga general que
soporta todo ser humano. Esta carga no consiste de opresión política, o pobreza, o trabajo
pesado. Es algo más profundo que eso. La siente el rico tan bien como el pobre, porque no es
algo de lo que nos pueda librar la riqueza o la desidia.
La carga que lleva la humanidad es pesada y abrumadora. La palabra que usó Jesús significa una
carga sumamente agobiadora, que se pone sobre una persona hasta quebrarle las fuerzas.
Descanso es simplemente liberación de esa carga. No es algo que nosotros hacemos; es algo que
viene a nosotros cuando dejamos de hacer. Su propia mansedumbre, ese es el descanso.
Examinemos lo que es nuestra carga. Es algo interior. Ataca el corazón, y la mente, cubre
todo el cuerpo partiendo desde adentro. Primero, está la carga del orgullo. El trabajo de amarse a
sí mismo es algo muy pesado. Pensemos en cuanto nos duele y como sufrimos cuando oímos a
alguien decir algo despectivo de nosotros. Cuando hacemos un ídolo de nuestro "yo',' nunca
faltan los que se deleitan en profanar nuestro idolillo. ¿Cómo podemos, entonces, pretender
gozar de paz interior? El esfuerzo que hacemos para proteger nuestro yo de todo ataque y
desdoro nunca puede producirnos el anhelado descanso. Y conforme pasan los años esta carga se
hace más intolerable. Sin embargo, los hombres siguen llevando a cuestas este oneroso peso,
tratando de defenderse de todo lo que se dice, quejándose de toda crítica, sufriendo las actitudes
despreciativas, sufriendo insomnio si otro es preferido antes que nosotros.
No es necesario llevar tal carga. Jesús nos invita al descanso, y la mansedumbre es su
método. El hombre manso no se afana por las cosas del mundo, porque hace tiempo ha decidido
que ellas no merecen el esfuerzo de conseguirlas. Y desarrolla dentro de sí un bondadoso sentido
del humor, que le lleva a decir, " ¡Ah..! ¿Con que te han pasado por alto? ¿Con que han preferido
a otro antes que a tí? ¿Has oído que dicen de ti que no vales mucho? ¡Válgame Dios! ¿Es que te
incomodas porque otros dicen de tí las mismas cosas que tú dices de tí mismo? ¡Vaya! Si ayer
mismo le decías a Dios que no eres nada, que eres un simple gusano. ¿En qué quedamos?
Vamos, hombre, deja de preocuparte por eso y aprende a ser un poco más consecuente contigo
mismo."
El hombre manso no es una mosca muerta afligido por completo de inferioridad. Por el
contrario, puede ser tan osado en su vida moral como un león y tan fuerte como Sansón. Lo que
ocurre es que no se anda preocupando tontamente por sí mismo. El reconoce que es débil e
indefenso, tal como Dios se lo ha declarado, pero al mismo tiempo sabe, paradójicamente, que
ante los ojos de Dios él vale más que los ángeles. En sí mismo, es nada; pero en Dios, es todo.
Ese es su lema. El sabe bien que el mundo nunca lo verá a él como Dios lo ve, y por eso ha
dejado de preocuparse. Se queda perfectamente contento al permitir a Dios que El establezca sus
propios valores. Espera con calma el día en que Dios le ponga su justo precio, y todas las cosas
valgan por lo que realmente son. Entonces los justos resplandecerán en el Reino del Padre
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celestial.
Mientras tanto, descansa tranquilo teniendo paz de corazón. Mientras camina en
mansedumbre, está feliz, dejando que Dios defienda su causa. Ha terminado la lucha de
defenderse a sí mismo. Ha hallado la paz que trae la mansedumbre.
También se ha liberado de la pesada carga de la simulación. Por simulación no queremos
decir hipocresía, sino ese humano deseo de mostrar siempre lo mejor que tenemos, ocultando
cuidadosamente nuestros defectos. Porque el pecado nos ha jugado muchas malas pasadas; y una
de ellas es la de infundirnos un falso sentido de vergüenza. Raro es el hombre, o la mujer, que
saben presentarse llanamente, sin querer aparentar lo que no son. El temor de ser considerados
inferiores corroe su corazón como polilla. El hombre de cultura teme hallar algún día un hombre
más culto que él. El que tiene algún dinero sufre la humillación de ver a uno que tiene más que
él. El hombre instruido padece el temor de enfrentarse con otro mejor instruido. La que se llama
"sociedad" no es otra cosa que esto, y no tiene mejores motivaciones que estas. Las clases pobres
son un poquito mejor.
Que nadie se sonría por esto. Estas cargas son reales, y están matando poco a poco a sus
víctimas, presas de este modo de vida. Y la psicología creada por años de practicar estas cosas
hace a la verdadera mansedumbre tan irreal como un sueño y tan lejana como una estrella. A
todas las víctimas atormentadas por estos males Jesús les dice, "Debéis convertiros y ser como
niños!' Porque los niños no hacen comparaciones; se gozan con lo que tienen, sin relacionarlo
con lo que tienen otros. Solo cuando crecen y se hacen adultos es que el pecado se desarrolla en
sus corazones y comienzan a sentir los celos y la envidia. Entonces se vuelven incapaces de
gozar lo que ellos tienen si alguien tiene más que ellos. A partir de ese momento se les envenena
la existencia, y nunca se ven libres hasta que viene Jesús y les quita la carga.
Otra fuente de cargas es la artificialidad. Yo sé que hay muchísima gente que vive bajo el
perpetuo temor de que alguno de sus amigos puede echar una mirada en su interior y comprobar
cuan vacía está su alma. Por eso nunca aflojan su tiesura. Gente brillante vive tensa y alerta, en
temor de ser pillados diciendo alguna cosa vulgar o estúpida. Gente que viaja mucho vive con el
miedo de hallar algún día algún Marco Polo que ha viajado por donde ellos nunca han ido.
Esta condición antinatural es parte de la triste herencia de pecado que todos tenemos,
pero que agravamos cada día por nuestra manera de vivir. La publicidad comercial se basa en
este hábito de simulación. Se ofrecen cursos de aprendizaje para brillar en una fiesta o reunión.
Se venden libros, y se mercan cosméticos, apelando siempre a este deseo insano de querer
aparentar lo que no se es. La artificialidad es una cosa que desaparece en el momento que nos
arrodillamos ante Cristo y le pedimos mansedumbre. Entonces ya no nos importa lo que la gente
piensa de nosotros, sino solo agradar a Dios. Entonces somos lo que realmente somos, y lo que
parecemos ser, nos importa un pepino.
El corazón de la gente se quiebra bajo esta carga de orgullo y simulación. Y no hay
ningún alivio para esa carga, a menos que se la encuentre en la mansedumbre de Jesús. El
sentido común y la sensatez pueden ocasionalmente ofrecer algún alivio, pero este vicio es tan
fuerte que al echárselo de un lado reaparece en otro. Jesús dice a hombres y mujeres en todas
partes, "Venid a Mí los que estáis trabajados y cargados, que yo os daré descanso!' El descanso
que El ofrece es el descanso de la mansedumbre, el bendito descanso que nos viene al aceptarnos
tal como nosotros somos, sin ninguna clase de simulación. Se necesita algún coraje al principio,
pero pronto viene la gracia necesaria al comprender que estamos compartiendo el yugo con el
fuerte y poderoso Hijo de Dios. El lo llamó "mi yugo,"y él lo toma de un lado cuando nosotros lo
tomamos del otro.
39
Señor, hazme como un niño Ayúdame a dejar de competir con otros por puesto y
figuración. Descocer simple y sin artificios como es un niño. Líbrame de la simulación.
Perdóname por pensar demasiado en mí mismo. Ayúdame a olvidarme de mí mismo y hallar mi
verdadera paz en el hecho de pertenecerte a Ti. Contéstame esta oración que humildemente dirijo
a Ti. Pon sobre mí tu yugo fácil de llevar, y haz que halle descanso al olvidarme de mí y de mis
problemas, amén.

Capítulo VIII Restauración de Relaciones entre Dios y la Criatura

Capítulo VIII
Restauración de Relaciones entre Dios y la Criatura
Ensálzate sobre los cielos, oh Dios; sobre toda la tierra tu gloria. Salmo 57:5
Es casi una perogrullada decir que el orden en la naturaleza depende de la correcta relación de
todas las cosas. Para lograr la armonía es indispensable que cada cosa esté en perfecta relación
con respecto a otra cosa. En la vida humana, ocurre lo mismo.
He dicho en capítulos anteriores que la causa de todas nuestras miserias es nuestra radical
dislocación moral que trajo enemistad con Dios y con cada uno de nuestros semejantes.
Cualquiera haya sido la caída en el pecado, sus efectos han producido un trastorno en las relaciones
del hombre con su Creador. El hombre adoptó una actitud equivocada con respecto a
Dios, y con eso deshizo los medios de comunicación con su Creador, en la cual, sin que él se
diera cuenta, descansaba su felicidad. La salvación es, esencialmente, la restauración de esas
relaciones, es decir, el retorno a la relación normal del uno con el otro.
Una vida espiritual satisfactoria debe comenzar con un cambio completo en las relaciones
entre Dios y el pecador. No meramente un cambio judicial, sino un cambio conciente y
experimental que afecte toda la naturaleza del individuo. La propiciación por la sangre de Jesús
hace posible ese cambio judicial, y la obra del Espíritu lo hace emocionalmente satisfactorio. La
historia del hijo pródigo ilustra perfectamente esta última fase. El hijo más joven se había metido
en una cantidad de problemas a causa de haber olvidado los privilegios que tenía como hijo de su
padre. Su restauración no fue más que el reestablecimiento de esas relaciones, las cuales existían
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desde su nacimiento, pero que habían sido temporalmente interrumpidas por el pecado. La
parábola pasa por alto el aspecto legal de la redención, para detenerse hermosamente en el
aspecto experimental.
Para determinar las relaciones tenemos que comenzar en algún lugar. Debe haber un
punto fijo desde el cual todo ha de comenzar a medirse, donde no intervenga la ley de la
relatividad, y donde podamos decir "ES," sin ninguna clase de concesiones. Tal punto fijo es
Dios. Cuando Dios quiso dar a conocer su nombre a la humanidad no encontró otro mejor que
"YO SOY." Cuando él habla en primera persona dice, YO SOY; cuando nosotros nos referimos
a él decimos EL ES; cuando nos dirigimos a él le decimos TU ERES. Todo lo demás parte de
esta base. Dios dice, "Yo Soy el que Soy" o sea "jamás cambio."
Así como el marino fija su posición en el mar por la altura del sol, nosotros podemos
saber cuál es nuestra posición moral mirando a Dios. Debemos comenzar con Dios. Nosotros
estamos bien solo cuando estamos en una correcta relación con Dios, y mal cuando estamos en
cualquier otra.
Muchas de nuestras dificultades en la vida cristiana se deben a que no queremos tomar a
Dios tal como él es, y ajustar nuestras vidas conforme a eso. Insistimos en modificar a Dios y en
adaptarlo a nuestra imagen. La carne se resiste contra la inexorable sentencia de Dios, y como
Agag, gime por un poco de misericordia, algo más de indulgencia para sus deseos y apetitos.
Pero esto de nada sirve. Podemos comenzar bien solo cuando aceptamos a Dios tal como Dios
es, y le amamos porque así es. Y cuando le vamos conociendo mejor hallamos una indecible
fuente de gozo al darnos cuenta que no puede ser de otra manera. Algunos de los más sublimes
momentos de nuestra vida han sido los que hemos pasado en reverente admiración de la Deidad.
En estos solemnes momentos no hemos querido ni siquiera pensar en qué pasaría si Dios fuera de
distinta manera.
Comencemos, pues, con Dios. Detrás de todo, por encima de todo, y antes de todo, está
Dios. Primero, en orden de secuencia; por encima, en orden de rango y condición; antes que
todo, en dignidad y honor. Siendo el único que existe por sí mismo, él ha dado origen y
existencia a todo, y todas las cosas existen por él y para él. "Señor, digno eres de recibir gloria, y
honra, y virtud, porque tú criaste todas las cosas, y por tu voluntad tienen ser y fueron criadas"
(Apocalipsis 4:11).
Toda alma pertenece a Dios y existe para complacerle a él. Siendo Dios quien es, y
siendo nosotros quienes somos, la única relación que debe existir es de completo señorío por
parte de él y de completa sumisión por parte de nosotros. Nosotros le debemos a él todo el honor
de que somos capaces de darle. Darle algo menos es causa de nuestra desdicha.
La búsqueda de Dios debe incluir el afán de darle a él todo lo que somos. Y esto no solo
judicialmente, sino real y positivamente. No me estoy refiriendo aquí al acto de justificación por
la fe mediante Cristo. Estoy hablando de una voluntaria exaltación de Dios a su legítimo estrado
sobre nosotros, y el deseo de someter nuestro ser entero al culto y adoración que corresponde a la
criatura dar al creador.
No bien hacemos la decisión de exaltar a Dios por encima de todo, nos apartamos de la
procesión del mundo. Nos damos cuenta que estamos en desacuerdo con el mundo, y ese
desacuerdo se hará más evidente a medida que avancemos en el camino de la santidad. Veremos
las cosas desde un nuevo punto de vista, una nueva psicología se formará dentro de nosotros; un
nuevo poder vendrá a nuestras vidas.
Nuestro rompimiento con el mundo será el resultado directo de nuestra nueva relación
con Dios. Porque el mundo de los hombres caídos no da honra a Dios. Millones hay sí, que se
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llaman a si mismos cristianos, y pagan algún respeto a su Nombre, pero una simple prueba demostrará
cuan poco El es honrado entre ellos. Pregunte a cualquier cristiano nominal quién es el
que predomina en su vida. Pídale que haga una elección entre Dios y el dinero, entre Dios y los
hombres, entre Dios y sus ambiciones personales, entre Dios y el yo humano, entre Dios y el
amor humano, y Dios siempre tomará el segundo lugar. Todas esas otras cosas serán exaltadas
por encima. No importa lo que el hombre diga, la prueba de su elección se verifica día tras día.
"Seas tú exaltado," es el lenguaje de la vida espiritual victoriosa. Es la llavecita que abre la
puerta de los tesoros de la gracia. Es el punto central de la vida de Dios en el alma. Dejad que el
que busca a Dios pueda decir continuamente con la vida y con los labios, "Seas tú exaltado," y
habrá dado con la solución de mil de sus problemas. Su vida cristiana dejará de ser la cosa
complicada que era antes, y vendrá a ser la misma esencia de la simplicidad. Por el ejercicio de
su voluntad habrá marcado el curso que desea seguir, y lo seguirá como si fuera guiado por un
piloto automático. Si por algún momento un viento contrario llegara a apartarlo de la ruta, no
tardará en volver al buen rumbo por una inclinación secreta de su alma. Los impulsos internos
del Espíritu luchan a su favor y "las estrellas en sus cursos" pelean por él. En su alma está
resuelto el problema de su vida, y todos los demás se resuelven por el mismo camino.
Que nadie piense que la entrega absoluta de la voluntad a Dios rebaja la personalidad
humana. El hombre no se degrada por esto, sino al contrario, se eleva a su verdadera y primitiva
dignidad de ser hecho a la imagen de Dios. Su desgracia yace en el hecho de su descomposición
moral, en haber usurpado, en forma antinatural, el lugar que le corresponde a Dios. Su honor será
demostrado por devolver el trono usurpado. Al exaltar a Dios por sobre todas las cosas, el
hombre vuelve a hallar su propio perdido pedestal.
Todo aquel que se resiste a entregar su voluntad a otro, debe recordar las palabras de
Jesús, "Todo aquel que hace pecado, es siervo de pecado" (Juan 8:34).Tenemos necesidad de ser
siervos de alguien, o del pecado, o de Dios. El pecador se vanagloria de su independencia, sin
darse cuenta que es un esclavo de los pecados que dominan sus miembros. El hombre que se
entrega a Cristo cambia un amor cruel y despiadado por uno suave y gentil, un Maestro cuyo
yugo es fácil y ligera su carga.
Habiendo sido hechos a la imagen de Dios, no debe sernos difícil reconocerle y aceptarle
como nuestro dueño. Dios fue nuestra primera habitación, y nuestros corazones no podrán menos
que sentirse en casa al retornar a nuestro antiguo recinto.
Espero que se entenderá fácilmente que es lógico que Dios reclame la preeminencia. Ese
lugar es suyo por derecho propio en el cielo y en la tierra. Cada vez que nosotros ocupamos el
sitio que a El le corresponde, toda la vida se desconcierta. Nada puede ponerse en orden mientras
no hagamos, de puro corazón, la firme decisión de exaltar a Dios por sobre todas las cosas.
"Al que me honra, yo lo honraré" dijo Dios a un antiguo sacerdote en Israel. Y esa
antigua ley espiritual ha permanecido inmutable, no importa el paso del tiempo o el cambio de
las dispensaciones. Toda la Biblia y toda la historia proclaman la perpetuidad de esa ley. "Si
alguno me sirve, mí padre le honrará," dijo el Señor Jesús, enlazando lo viejo con lo nuevo y
revelando la unidad esencial de sus tratos con los hombres.
Muchas veces la mejor manera de entender una cosa es mirando su opuesto. Elí y sus
hijos fueron colocados en el sacerdocio con la estipulación de que honrarían a Dios en su
ministerio y en su vida. Ellos fallaron en hacerlo y Dios le envió a Samuel a anunciarles las
consecuencias. Sin que Elí se diera cuenta esta ley de reciprocidad había estado siempre en
vigor, y ahora había venido el tiempo para el castigo. Ofni y Finees, los sacerdotes depravados,
cayeron en la batalla, la mujer de Ofni murió al dar a luz, el arca de Dios fue capturada por los
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filisteos, y el anciano Elí cayó hacia atrás y se quebró el cuello. Así cayó la tragedia sobre la casa
de Elí por haber faltado en darle el honor a Dios.
En contraste con este cuadro tomemos cualquier otro personaje bíblico que procuró
honrar a Dios en su vida terrenal. Veremos que Dios pasó por alto sus flaquezas, y derramó sobre
ellos gracia y bendición. Ya se trate de Abraham, Jacob, David, Daniel, Elías o cualquier otro, el
honor sigue al honor como la cosecha sigue a la siembra. El hombre de Dios se propone exaltar a
Dios sobre todo; Dios acepta su intención como un hecho, y actúa de acuerdo con eso. No es la
perfección, sino la santa intención lo que hace la diferencia.
El cumplimiento de esta ley se pudo ver en el Señor Jesucristo con toda perfección.
Hallado en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, y dio la gloria a su Padre en los
cielos. Nunca buscó su propia gloria, sino la de Dios que lo había enviado. Dijo en cierta
ocasión, "Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria es nada: mi Padre es el que me glorifica'.' Los
fariseos se habían apartado tanto de esta ley que no podían comprender a una persona que
buscaba solo la gloria de Dios. "Yo honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado" (Juan
8:49).
Otro de los dichos de Jesús, y uno de los más perturbadores, fue puesto en forma de
pregunta: "¿Cómo podéis vosotros creer, pues tomáis la gloria los unos de los otros, y no buscáis
la gloria que solo de Dios viene?" Si entiendo bien lo que Jesús quiso decir, fue que el deseo de
recibir honores que domina a los hombres les impide creer lo que dice Dios. ¿Será este pecado la
raíz de toda incredulidad? ¿Podría ser que esas "dificultades intelectuales" que alegan algunos,
sean solo una cortina de humo para disimular la causa real de su incredulidad? ¿Será este
codicioso deseo de recibir honor de los hombres lo que hizo a los hombres fariseos, y a los
fariseos deicidas? ¿Es este el secreto que está detrás de todo auto justificación y hueca
religiosidad? Yo creo que sí. Todo el curso de la vida se altera cuando fallamos en poner a Dios
en el primer lugar. Nos exaltamos a nosotros mismos, en lugar de a Dios, y el resultado es maldición.
Si tenemos deseo de conocer a Dios, tengamos en cuenta que Dios también lo tiene, y su
deseo es hacia los hijos de los hombres que hacen de una vez para siempre, la decisión de
exaltarle por sobre todas las cosas. Hombres como esos son preciosos a Dios, más que todos los
tesoros de la tierra y el mar. Dios encuentra en ellos un escenario donde mostrar su preeminente
bondad en Cristo Jesús para todos los hombres. Con ellos puede andar Dios sin ocultación
alguna; delante de ellos puede actuar como realmente es.
Al expresarme así lo hago con cierto temor. Quizá pueda convencer la mente de alguno
sin conquistar Dios su corazón. Porque esto de poner a Dios por sobre todo no es cosa fácil de
hacer. La mente puede aprobarlo, mientras la voluntad se niega a hacerlo. Mientras la
imaginación corre a encontrar a Dios, la voluntad puede rezagarse, y el hombre no darse cuenta
de cuan dividido está su corazón. El hombre completo debe hacer la decisión, antes que el
corazón pueda sentir una real satisfacción. Dios nos desea a nosotros enteros, y no descansará
hasta conseguirnos enteros.
Oremos sobre esto en detalle, arrojándonos a los pies de Dios, dispuestos a entregarnos a
El por completo. Nadie que ore así sinceramente, tendrá que esperar mucho tiempo antes de
sentir que Dios lo ha aceptado. Dios desea descorrer el velo de su gloria delante de los ojos de
sus siervos, y pondrá todos sus tesoros a disposición de cada uno, porque El sabe que su honor
está seguro en las manos del hombre enteramente consagrado.
¡Oh, Dios, exáltate sobre todas mis posesiones! Ninguno de los tesoros de la tierra será
agradable para mí, si Tú te glorificas en mi vida. Te ensalzaré a tí más que á mis amistades. He
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determinado que Tú estés sobre todo, aunque eso me cueste quedar desterrado y solo en medio
de la tierra. Exáltate sobre todas mis comodidades. Aunque eso significa la pérdida de mi
comodidad y el tener que llevar la cruz, yo guardaré mi voto hecho en este día. Exáltate sobre mi
reputación. Hazme ambicioso solo de agradarte a Ti, aunque eso signifique que me hunda en la
oscuridad y mi nombre sea olvidado como un sueño. Levántate, Señor, a tu lugar de honor sobre
todas mis ambiciones, mis gustos y mis disgustos, sobre mi familia, sobre mi salud, y aun sobre
mi vida misma.
Permíteme menguar, para que Tú puedas crecer, déjame hundir para que tú puedas surgir.
Cabalga sobre mi, como lo hiciste al entrar a Jerusalén, montado en un pollino, hijo de asna, y
permíteme escuchar las voces de las muchedumbres, "¡Hosana en las alturas!"