viernes, 3 de enero de 2014



SALA DE EMERGENCIAS: ESCENA DOS
Tres semanas más tarde, Scott y yo estábamos de regreso en
el mismo hospital. Estábamos en la misma sala, en la misma
camilla, con el mismo médico y el mismo diagnóstico. Sólo que
esta vez, Scott necesitaba tres puntadas en la cabeza en vez de
cuatro. Y yo era simplemente el padre en vez de paciente
companero.38 El padre que nunca conocí
Había cierta contrariedad además que Scott y yo sentíamos
porque esta lesión sucediera otra vez y que necesitara
tratamiento otra vez y que pasara por el mismo dolor otra vez.
Una vez más vi a mi hijo como Dios me ve a mí, su hijo.
Pensé mientras estaba sentado mirando el triste y turbado
rostro de Scott: Hemos pasado por esto antes. Pero eso no lo hace
más fácil o menos doloroso, ¿verdad, hijo? No era la primera
vez que pensaba así ese día.
Temprano había tenido un conflicto de tristeza y reflexión ...
irónicamente, me sentía como un paciente con Dios. Y sentía la
tensión de estar con un dolor interno familiar y recurrente en mi
propio corazón y espíritu. Usted también debe de saber cómo se
siente, porque muchos creyentes en ocasiones tienen problemas,
dudas, pecados, tentaciones, o temores recurrentes. Para mí ese
día había sido un sentimiento de pesar porque todavía luchaba
con ciertos temores y dudas recurrentes acerca de la fidelidad
de Dios hacia mí. Había dudado de su compromiso real de
ayudarme, como pastor que se esforzaba. ¿Por qué no puedo
arreglar esto, Señor? ¿Por qué no puedo descansar más sabiendo que me amas? ¿Porqué no puedo pasar esta fastidiosa duda?
Debiera ser más maduro que esto. Debí haber arreglado esto ya.
Atrapado entre temores reales y falta de perspectiva, comencé
a reprenderme también por mi auto conmiseración y por mi
incapacidad de "cambiar de humor". Cuando los temores y las
dudas nos abruman, con frecuencia nos sentimos más condenados por ellos y nos preguntamos cómo y por qué Dios nos soporta.
En medio de todo esto, creo que Dios debió de recordarme:
Hemos estado aquí antes. Hemos pasado por esto antes, hijo.
Los mismos temores ascendentes, el mismo doloroso sentimiento de rechazo. Y respondiendo a Dios en oración yo había dicho
mascullando: "Pero eso no lo hace más fácil." Los dolores y las
penas internas nos pueden gastar; pueden debilitar el espíritu
y desinflar nuestra esperanza y nuestra alegría. Como paciente
necesitado con una herida recurrente, estaba contrariado con-
migo mismo por ser espiritualmente torpe y lento para sanar.
Hay ocasiones en que somos como pacientes ante el Señor.
A veces necesitamos cirugía menor, y a veces un período de
convalecencia que nos ayude a ganar fuerzas para recuperar-
nos.
Me incliné sobre mi hijo, Scott, mientras yacía sobre la
camilla en la sala de emergencias, y cuando lo miré nuevamente
debajo de la sábana azul esterilizada, vi el drama que se
representaba entre Padre e hijo, entre Dios y yo. Yo soy el niño,
y Dios el Padre se inclina sobre mí para consolarme y alentarme
en mis recurrentes heridas y dolores y necesidades. Sería
inconcebible que yo abandonara a mi hijo durante este tiempo
de necesidad. Dios es mi Padre. No me abandona cuando
cometo el mismo insensato error y termino lesionado otra vez.
Hay un tiempo para la disciplina y un tiempo para la
consolación; el buen padre sabe qué es lo mejor.
¿Cuántas veces no he errado acerca del amor paternal de Dios?
¿Cuántas veces he empequeñecido su amor y degradado su grandeza y cuidado paterno imaginándomelo menos un Padre que yo para mis hijos? Cuántas veces me lo he imaginado como alguien
que rápidamente me rechaza por la más mínima falta y que no
tolera mi inmadurez espiritual? ¿Cuántas veces he hecho esencialmente la apreciación de que soy un mejor padre para mis hijos que Dios para mí?
Esas excursiones a la sala de emergencias representaron
para mí la posición ventajosa de un padre en el trato con sus
hijos. Y en mi función de padre tengo el privilegio repetida-
mente de echar un mejor vistazo al corazón de Dios como Padre
para mí.
Dios tiene que ver más con sus hijos de lo que nos damos
cuenta. Aunque Él es trascendente, omnipotente y el incomprensible Santo, eso no hace que sea estoico e inconmovible. Dios también es inmanente; está cerca de, con, y morando en su
pueblo. Si bien las Escrituras usan figuras y analogías para
describir a Dios en lenguaje humano, eso no significa que Dios
sea nada más que súper humano en sus cualidades. Emplean
tal lenguaje para comunicar la verdad acerca de la naturaleza
de Dios. Quizás no entendamos como difieren las emociones de
un Dios infinito de las del hombre, pero las Escrituras afirman
que Dios tiene emociones (se contrista, se aflige, experimenta
tristeza y deleite). Dice de Cristo: "No tenemos un sumo sacer-40 El padre que nunca conocí
dote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades"
(Hebreos 4:15).
El Antiguo Testamento prometió que Dios habitaría con su
pueblo, que Él sería su "Emanuel". ¡Cuánto necesitamos esta
seguridad! Necesitamos que la realidad de Dios habitando con
nosotros irrumpa en nuestro corazón como recuerdo fresco de
su profunda participación personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario