viernes, 3 de enero de 2014


HUÉRFANOS NO MÁS
El creyente es más que sólo un seguidor, más que un .
discípulo, más que un soldado en el ejército del Señor, más que
un peregrino y más que un siervo de Dios. Los creyentes son
hijos e hijas de Dios su Padre.
Si queremos juzgar en qué medida alguien comprende
el cristianismo, procuramos establecer qué es lo que
piensa acerca del concepto de que es hijo de Dios, y de
que tiene a Dios como Padre. Si no es este el pensamiento
que impulsa y rige su adoración y sus oraciones y toda su
percepción de la vida, significa que no entiende nada bien
lo que es el cristianismo. Porque todo lo que Cristo enseñó,
todo lo que hace que el Nuevo Testamento sea nuevo, y
mejor que el Antiguo, todo cuanto sea distintamente cristiano por oposición a lo judaico, se resume en el conocimiento de la paternidad de Dios. "Padre" es el nombre
cristiano para Dios.
Pienso en Sylvia Plath acabando su vida con esta trágica
nota: "Nunca conocí el amor de un padre." O en Marvin Gaye
matado por su padre, y la revelación de su amigo que "Marvin
nunca recibió el amor que quería de su padre." En el lamento
de Saul Bellow: "Todo el mundo nace para ser huérfano." En
León Tolstoi anhelando el calor del amor maternal: "Mi imagen
 sublime del amor ... no el amor divino, frío." ¿Cuántos hombres
y mujeres terminaron descontentos porque buscaron en el
hombre lo que en realidad sólo Dios puede dar?
El creyente no tiene que pasar nunca por la vida sintiéndose
como un huérfano emocional o espiritual. La promesa de Jesús
en Juan 14:18 sigue firme hoy: "No os dejaré huérfanos; vendré
a vosotros." Sin embargo, el consuelo glorioso que tiene esta
promesa elude a menudo a los hijos de Dios. El siguiente capítulo
explora las trágicas maneras en que la pobre paternidad terrenal
puede impedir que disfrutemos plenamente de la libertad que
tenemos de clamar "Abba, Padre".

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