viernes, 3 de enero de 2014


LA PROMESA DE UNA PATERNIDAD PERFECTA
J. Paul Getty, padre, fue uno de los hombres más ricos del
mundo. Sin embargo, su hijo J. Paul Getty, hijo, dijo que rara
vez veía a su padre. Es una tragedia cuando los ricos logran
dejar un legado de riqueza y prestigio a su familia, pero
fracasan en dejar un legado de amor. Una vez, cuando estaba
en la secundaria, el joven Paul escribió una carta a su padre.
Su padre la devolvió con los errores ortográficos y gramaticales
corregidos pero sin un solo comentario personal. Paul, hijo,
confiesa: "Nunca me repuse de eso ... yo quería ser juzgado
como ser humano y nunca lo logré de él."
Las Escrituras parecen imitar la vida en cuanto a la ausencia de relaciones saludables entre padres e hijos. De no ser por Jesucristo y su Padre celestial y la acogedora bienvenida al
hogar del hijo pródigo por su amante padre, las Escrituras
carecen de relaciones ejemplares entre padres e hijos. Traté de
pensar en buenos ejemplos de padres en las Escrituras.
Hay poco en la relación entre Abraham e Isaac aparte del
sacrificio abortado en el monte Moriah. Ciertamente la relación
de Isaac con sus dos hijos, Jacob y Esaú, no es ejemplar. Samuel
fue entregado por su madre para ser sacerdote. Parece que Elí
fracasó como padre con sus dos hijos. Aunque Jonatán parece
estar comprometido con su padre, Saúl difícilmente es un padre
ejemplar. Si bien Salomón, el hijo de David, fue un gran rey, no
vemos la relación de David con Salomón. En vez de eso, vemos
la rebelión escandalosa de otro hijo de David, Absalón contra
su padre.
Las Escrituras nos dicen que Dios es como un padre. Pero si
Dios es como un padre, dónde están los buenos ejemplos? Si
Dios es como un padre, entonces ¿por qué tanta gente tiene
puntos de referencia negativos? ¿Por qué tanta gente se enfrenta al trauma de quedar huérfana en vez de recibir la paternidad?
En este vacío de ausencia y de "hambre de padre" dos
versículos bíblicos ofrecen una promesa: "En ti el huérfano
alcanzará misericordia" (Oseas 14:3) y "No os dejaré huérfanos"
(Juan 14:18). Dios conoce los anhelos más profundos de nuestro
corazón.
Recuerdo que cuando murió mi propio padre, me preocupaba
Que mis hermanos menores crecieran sin padre. Tenía entonces
veinticinco años, estaba casado y había vivido fuera del hogar
paterno durante siete años. Aunque la muerte de mi padre me
dolió profundamente, y estuve deprimido y triste durante
meses, no estaba tan preocupado por mí mismo como por mis
hermanos de diez, catorce, y veintiún años y, desde luego, por
mi madre.
Recuerdo haber sido consolado con promesas en las
Escrituras que dicen que Dios tiene especial interés en las
viudas y los huérfanos (Salmo 68:5, Isaías 63:16). Así que
entregué a mi familia al Dios de las viudas y los huérfanos.
No sé si alguna vez lleguemos a recobrarnos de la muerte de El padre que nunca conocí
un padre o una madre. Sé que he sentido el vacío de la ausencia
de mi padre repetidamente, y espero mi encuentro con él otra
vez en la eternidad.
Pero entonces no me daba cuenta de mi propia necesidad de
que Dios fuera mi Padre, mi Padre celestial. No fue sino hasta
años después que comencé a apreciar la riqueza de la imagen
de Dios como mi Padre perfecto. Con el paso de los años, la
riqueza de esa verdad debe profundizarse más y más en mi
imagen consciente de Dios. Como cristiano, he encontrado que esa
relación con el Señor ha sido un peregrinaje para mí, hijo de Dios,
hacia el corazón de mi Padre celestial.
Uno de los regalos más grandes en ese peregrinaje son mis
tres hijos: Steve, Scott y Kimberly. Al ser yo padre, Dios me ha
permitido conocer lo que es un corazón de padre. En mis hijos
a menudo me veo a mí mismo ante Dios. Muchas noches he ido
a ver cómo están antes de acostarme. Me he quedado parado a
un lado de sus camas mientras ellos dormían y he pensado en
cuánto los amo. A menudo oigo a Dios que me reta: "Si tú amas
tanto a tus hijos, cuánto más grande es mi amor por ti y por
ellos."
Nuestros vínculos de hijos a padres terrenales pueden ser
de gran bendición para ayudarnos a ver a Dios. Pero aun los
mejores padres humanos nos fallarán.
No importa cuánto trate de ser un buen padre con mis hijos,
a veces lo echo todo a perder. Recuerdo un caso en particular.
Fue sobre una de esas pequeñeces que parecen escurrirse sin
notar hasta que es demasiado tarde. Los muchachos general-
mente me pedían mientras les daba un abrazo de buenas
noches: "Papá ora por nosotros." Me gustaba que lo pidieran y
oraba por cada uno de ellos.
Con el tiempo me di cuenta de que ya no oraba por ellos a la
hora de acostarse. Horarios, desvelos, distracciones o pereza
parecían interrumpir la rutina. Pero también me di cuenta de que
ellos no me pedían que orara por ellos. Eso fue lo que me dolió.
Fue entonces que sentí que les había fallado. ¿Había causado
mi inconstancia que ellos se hubieran desinteresado? ¿Había
apagado mi falta de iniciativa su deseo de oración? Me
entristecí y me culpé porque ya no me pedían que orara por
ellos. Para comenzar, no debieron tener que pedírmelo.
Imagino que soy como muchos padres paranoicos: me
pregunto si estoy haciendo suficientes cosas Correctas para mis
hijos. Me pregunto cómo les afectarán mis deficiencias. Pero no
soy  padre. perfecto. Dios sí. Esta situación me ayudó a
percibir que DIOS es un Padre más fiel que yo. ¡Cuán agradecido
estoy por eso! Dios no se enreda con horarios y negocios. Él no
deja que las distracciones ni la pereza desorganicen su fidelidad
hacia sus hijos.
Ya que los padres humanos, por mucho que traten lo contrario, todavía nos fallan, necesitamos aprender a poner
nuestra seguridad final en Dios. A menos que encontremos
descanso en la verdad bíblica de que Dios es nuestro Padre
celestial perfecto, o pasaremos buscando siempre un padre
humano que llene necesidades que sólo puede llenar Dios o
quedaremos emocionalmente heridos por los recuerdos
dolorosos de padres ineficientes que nos fallaron.

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