sábado, 13 de octubre de 2012

Capítulo VII La Mirada del Alma

Capítulo VII
La Mirada del Alma

Puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, en Jesús.
Hebreos 12:2
Pensemos en el hombre sencillo e inteligente que mencionamos en el capítulo seis, que se
detiene por primera vez a leer las Sagradas Escrituras. Se acerca a la Biblia sin ningún
conocimiento previo de lo que contiene. No tiene ningún prejuicio; nada tiene que probar, nada
que defender.
Este hombre no leerá por mucho tiempo sin darse cuenta que algunas verdades
comienzan a destacarse nítidamente. Son los principios espirituales con que Dios ha tratado a los
hombres, que aparecen entretejidos en los escritos de varones santos que fueron "movidos por el
Espíritu de Dios." Según prosiga en la lectura deseará hacer un resumen de las verdades que está
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entendiendo. Estos resúmenes vendrán a ser los principios de su credo bíblico. Y si lee por más
tiempo, las nuevas lecturas no afectarán estos principios; por el contrario los aumentarán y
fortalecerán. Nuestro hombre está descubriendo lo que la Biblia enseña.
Muy arriba en las enseñanzas de la Biblia se encuentra la doctrina de la fe. Es tanta la
importancia que la Biblia asigna a la fe, que es imposible que pase desapercibida. El tendrá que
reconocer muy pronto que la fe es de vital importancia para la vida del alma. "Sin fe, es
imposible agradar a Dios'.' Por la fe es posible adquirir cualquier cosa; ir a cualquier parte en el
reino de Dios, pero sin fe nadie puede allegarse a Dios, ni ser librado de sus culpas, ni tener
libertad, ni salvación, ni comunión, ni nada. Nunca tener vida espiritual.
Cuando nuestro amigo haya llegado al capítulo once de la Epístola a los Hebreos, no le
será extraño el elocuente encomio que se hace allí de la fe. Antes de eso habrá leído la brillante
defensa de la fe que hace Pablo en romanos y en Calatas. Más adelante, si lee la historia de la
iglesia, podrá ver el asombroso poder espiritual que tenían los reformadores debido a su fe
inalterable en la religión cristiana.
Pues bien, si la fe es algo tan importante en la vida cristiana, si es algo imprescindible en
la búsqueda de Dios, es perfectamente natural que deseemos cerciorarnos si en verdad tenemos
este don. Y siendo nuestra mente como es, tarde o temprano ha de querer investigar cual es la
naturaleza de la fe. ¿Qué es fe? Junto a esta pregunta viene enseguida otra. -¿Tengo yo fe? Y
debemos encontrar alguna respuesta dondequiera esta se halle.
Casi todos los que predican o enseñan acerca de la fe dicen más o menos lo mismo. Nos
dicen que es creer en una promesa, que es aceptar lo que Dios dice, que es reconocer la verdad
de la Biblia, y actuar conforme a ella. El resto de lo que ellos dicen en sermones o en libros son
relatos acerca de personas que por fe hallaron respuesta a sus oraciones. Esas respuestas son por
lo general bendiciones materiales, tales como sanidad, dinero, protección física o éxito en los
negocios. O si el maestro es un filósofo, nos llevará en excursión por los ámbitos de la
metafísica, o nos sumergirá en los hielos de la jerga psicológica, definiendo y redefiniendo conceptos,
partiendo delgados pelillos hasta hacerlos desaparecer por completo. Cuando finaliza la
exposición nos damos cuenta que hemos salido por la misma puerta por la cual entramos. Sin
duda, debe haber algo mejor que eso.
La Biblia no hace ningún esfuerzo para definir la fe. Aparte de una breve definición en la
Epístola a los Hebreos, en la cual se emplean diecinueve palabras (Hebreos 11:1), yo no sé de
ninguna otra definición bíblica, y si la hay, la fe no es definida filosóficamente, sino en manera
funcional. Se afirma lo que la fe es en operación, no lo que es en esencia. Se asume la presencia
de la fe, y muestra lo que ella produce, no precisamente lo que ella es. Es bueno y sabio llegar
hasta aquí, y no pretender saber más. Se nos dice de dónde procede, y por qué medios viene. "La
fe es un don de Dios" y "la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios!' Hasta aquí todo va
claro, y parafraseando a Tomás de Kempis, "Prefiero ejercer la fe, antes que definirla!'
De aquí en adelante, cada vez que en este capítulo aparezca la palabra "fe" debe
entenderse como fe en acción, tal como es ejercida por un hombre verdaderamente creyente.
Dejamos de lado la idea de definir la fe, y vamos a pensar en ella como se la siente cuando se
pone en acción. La naturaleza de nuestros pensamientos será pues práctica, y no teórica.
En una dramática narración que se halla en el libro de Números se le va fe en acción. El
pueblo de Israel se desalentó, y murmuró contra Dios, y Dios envió entre ellos serpientes
ardientes. "Estas mordían a las gentes, y muchos murieron!' Moisés intercedió ante el Señor por
ellos y el Señor les dio un remedio. Le ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de metal, y la
pusiera enroscada en un poste en medio del campamento, de modo que cualquiera pudiera verla.
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"Será que cualquiera que fuere mordido, y mire a la serpiente, vivirá!' Así lo hizo Moisés. "Y fue
que cuando alguna serpiente mordía a ¡alguno, miraba a la serpiente de metal, y vivía" (Números
21:4-9).
En el Nuevo Testamento encontramos la explicación de este suceso y nada menos que
por el propio Señor I Jesucristo. El les explica a sus oyentes como pueden ser salvos. Y les dice
que es por medio de la fe. Para hacer bien clara su explicación recurre al libro de Números.
"Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea
levantado, para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:14,
15).
El hombre inteligente que lee esto no tardará en hacer un descubrimiento: las palabras
mirar y creer son sinónimas. La palabra "mirar" que se emplea en el Antiguo Testamento tiene
idéntico significado que la palabra "creer." Mirar la serpiente es lo mismo que creer en Cristo.
Pero debemos tener en cuenta que mientras los israelitas tenían que mirar con sus ojos físicos,
los creyentes del Nuevo Testamento deben creer con el corazón. La conclusión es que la fe es la
mirada del alma que se dirige a un Dios salvador.
Después de haber entendido esto, habrá de recordar otros pasajes cuyo significado
comenzará a serle más claro. Por ejemplo, "A él miraron, y fueron alumbrados, y sus rostros no
se avergonzaron" (Salmo 34:5)."A ti, que habitas en los cielos, alcé mis ojos; he aquí que como
los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de
su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, hasta que haya misericordia de
nosotros" (Salmo 123:1-2). He aquí el hombre que busca misericordia, y mira rectamente al Dios
de misericordia hasta que halla la misericordia. Nuestro Señor mismo siempre miraba a Dios, "Y
levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos" (Mateo' 14:19). La
verdad es que Jesús enseñó siempre que todo lo que él hacía podía hacerlo porque se mantenía
mirando a Dios. Su poder descansaba en el hecho de que siempre estaba con su mirada interior
puesta en su Padre (Juan 5:19-21).
El tenor de toda la Biblia está en completo acuerdo con lo que dejamos dicho. Y todo se
resume en la exhortación de la Epístola a los Hebreos cuando nos dice que corramos la carrera
"puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, en Jesús" Todo lo cual enseña que la fe no es
un acto que se realiza una sola vez, sino una actitud continua del corazón que se mantiene
mirando a Dios.
Creer, entonces, es dirigir la atención del corazón hacia Cristo. Es levantar la mirada a
"He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo." y nunca dejar de mirar por el resto
de nuestra vida. Al principio podrá parecer difícil, pero dicha actitud se hace más fácil con el
continuo mirar a la maravillosa personalidad de Cristo. Podremos distraernos a veces, pero al
haber encomendado nuestro corazón a él, cada vez que nos apartemos un poco, sentiremos el
fuerte deseo de retornar al igual que un pajarillo que vuelve a su nido.
Insisto en que es necesaria esta entrega personal y voluntaria a Cristo, que hace que el
alma fije para siempre su mirada en Jesús. Dios acepta esta intención como la elección nuestra, y
tolera las distracciones que sufrimos al vivir en este mundo malo. Dios sabe que hemos
encaminado nuestro corazón a Jesús, y nosotros también lo sabemos, y nos consolamos al saber
que nuestra alma está adquiriendo un hábito que no tardará en formar parte de nuestra naturaleza,
de modo que pronto no ha de requerir ningún esfuerzo de nuestra parte.
La fe es la virtud que menos piensa en sí misma. Por su propia naturaleza es escasamente
conciente de que existe. Igual que el ojo, que ve todo lo que tiene delante de sí, pero él no se ve
nunca, la fe se ocupa del Objeto sobre el cual ella descansa, y no pone nunca atención en sí
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misma. Mientras estamos mirando a Dios, no nos estamos mirando a nosotros mismos, El
hombre que ha luchado por purificarse a sí mismo, y no ha conseguido nada más que fracasos,
encontrará grande alivio al quitar la mirada de sí mismo y fijarla en aquel Único que es perfecto.
Mientras mire a Jesús, se realizarán dentro de él todas aquellas cosas que deseó por tanto tiempo.
Dios estará dentro de él, obrando el querer y el hacer por su buena voluntad.
La fe, por sí sola, no es un acto meritorio; el mérito depende de aquel en quien se pone la
fe. La fe es un cambio de mirada: dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Dios. El
pecado ha torcido nuestra visión interior. La incredulidad es poner al yo en el lugar que le
corresponde a Dios, y se halla peligrosamente cerca del pecado de Lucifer, que dijo, "Sobre las
alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo" (Isaías 14:14). La fe mira hacia afuera,
y no hacia adentro, yj sobre esto reposa la vida entera.
Todo esto podrá parecer demasiado sencillo. Pero no pedimos disculpa por ello. A
aquellos que quieren subir al cielo en busca de ayuda, o descender al infierno, DK les
dice,"Cercana está la palabra de fe" (Romanos 10:8)1 La palabra nos induce a levantar nuestros
ojos a Cristo y allí comienza la bendita vida de fe.
Al levantar nuestra mirada hacia Dios podemos esta seguros de hallar una mirada
amistosa, porque está escrito que los ojos de Jehová recorren toda la tierra para ve a los que
tienen corazón perfecto para con él. La gran expresión de la experiencia es, "Tú, oh Dios, me
ves. Cuando los ojos del alma se encuentran con el Señor quien busca, se puede decir que el cielo
ha comenzado a existir en la tierra.
Nicolás de Cusa en su obra "Visión de Dios,'' escribió esto hace más de quinientos años:
"Cuando todo mi afán es dirigirme hacia ti, porque tú haces todo par dirigirte hacia mí; cuando
solo miro hacia ti con entera atención, sin despegar de ti los ojos de mi mente, por que tú me
abrazas con tu constante cariño; cuando dirijo mi amor únicamente a ti, porque tú que eres amor,
tu has tornado hacia mí, ¿qué es mi vida, Señor mío, sin todo dulzura por tu amoroso abrazo?"
Me gustaría decir más de este antiguo varón de Dios. El es muy poco conocido entre los
cristianos corrientes y entre los fundamentalistas, menos. Creo que ganaríamos mucho si nos
relacionáramos un poco con hombres de la escuela cristiana de la que Nicolás de Cusa es uno de
los representantes más genuinos. Pero para que los líderes denominacionales de hoy aprueben la
literatura que el pueblo ha de leer, esta debe ser enteramente del gusto partidista de ellos. Medio
siglo transcurrido en América con esta misma actitud nos ha hecho a todos presumidos y
satisfechos con nosotros mismos. Nos imitamos unos a otros, y repetimos los unos las frases de
los otros, y buscamos excusas pueriles para disimular nuestra falta de originalidad.
Nicolás fue fiel seguidor de Cristo; amaba a nuestro Señor, su devoción era brillante y
radiante. Su teología era ortodoxa, pero fragante y dulce como todo lo que emana de Jesús. Por
ejemplo, su concepto de la vida eterna no podía ser más encantador. Si no me equivoco, era lo
más parecido posible a Juan 17:3, que es lo corriente entre nosotros hoy en día. "La vida eterna
-decía Nicolás- no es otra cosa que la manera bendita en que miras constantemente, penetrando
hasta lo más secreto de mi alma. Tu mirada imparte vida, incesantemente; imparte tu amor; me
alimentas inflamándome; y mientras me alimentas, despiertas en mí mayores deseos de tí; me
das a beber del rocío de la felicidad, y al mismo tiempo abres en mí una fuente de vida cuya
corriente tú abasteces y haces permanente."
Pues bien, si la fe es la mirada que el corazón dirige a Dios, y si dicha mirada no es otra
cosa que el levantar los ojos del alma para que se encuentren con los de Dios, que todo lo ve, se
comprenderá que dicha operación es bastante fácil. Dios siempre hace fácil el desempeño de las
cosas vitales, y las pone al alcance de los más débiles y pobres de nosotros.
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De todo esto se pueden sacar varias conclusiones. Su simplicidad, por ejemplo. Desde
que creer es mirar, eso se puede hacer sin necesidad de ninguna aparatosidad re-religiosa. Dios
ha dispuesto que lo esencial para la vida o para la muerte esté sujeto al capricho o al accidente.
El mobiliario puede romperse o perderse; el agua puede escurrirse, los registros consumirse por
el fuego, el pastor puede tardar en llegar o el edificio incendiarse. Todas estas cosas son externas
y pueden sufrir accidentes. Pero el mirar es una actitud del corazón que puede asumirla
cualquiera, ya sea de pie, de rodillas, o reclinado en su última agonía, aunque se encuentre a
miles de millas de cualquier templo.
En vista que el creer es mirar, dicha mirada se puede efectuar en cualquier momento.
Ningún instante es mejor que otro para realizar el más noble de los actos. Nadie se encuentra más
cerca de Cristo el domingo de resurrección que lo está el sábado 3 de agosto o el lunes 4 de
octubre. Mientras Cristo esté sentado en el trono como Mediador, un día es tan bueno como
cualquier otro, y todos los días son días de salvación.
Tampoco tiene importancia, en esta obra bendita de salvación, el lugar en que estemos
cuando creemos en Dios. Levantad vuestro corazón a Cristo, e inmediatamente os sentiréis en un
santuario, sea que estéis en un coche de ferrocarril, en una fábrica o en una cocina. Podéis ver a
Dios en cualquier parte, con tal que vuestro corazón haya decidido amarle y obedecerle.
Tal vez alguno preguntará: "¿No es esto cosa propia de monjes o de ministros, que de por
sí están acostumbrados a tener momentos reposados de meditación? Yo soy obrero, y dispongo
de poco tiempo para eso!' Me alegra poder decir que esta clase de vida es accesible a cualquier
hijo o hija de Dios. De hecho, es practicada diariamente por miles de personas muy ocupadas, y
no está fuera del alcance de cualquiera.
Muchos han hallado el secreto de lo que vengo diciendo, y sin preocuparse demasiado
por lo que ocurre dentro de ellos, practican continuamente el hábito de mirar a Dios desde su
templo interior. Ellos saben que algo muy profundo en sus almas contempla a Dios. Aun en los
momentos cuando exigencias terrenales les obligan a apartar la vista de ello, no por eso
interrumpen la comunión con Dios. No bien se ven libres de lo que impedía vuelven a
concentrarse en 61. Este es el testimonio de muchísimos cristianos, y mientras escribo, tengo la
sensación de estar simplemente transcribiendo lo que ellos me han dicho.
No quiero dejar la impresión de que los medios comunes de gracia son de poco valor.
Ciertamente, ellos valen mucho. La oración privada debe ser practicada por todo cristiano.
Largos períodos de lectura de la Biblia y meditación purificarán nuestra vista interior, y la
dirigirán; la asistencia a la iglesia amplía nuestros conocimientos, y nos mantiene en comunión
con los hernia- , nos. Servicio, trabajo, actividad, todos son buenos, y debieran ocupar a todo
cristiano. Pero en el fondo de todas estas cosas, y dándoles verdaderamente significado, debe
estar el hecho de mirar constantemente a Dios. Un nuevo par de ojos (para hablar así) han de
desarrollarse dentro de nosotros, capacitándonos para contemplar a Dios, mientras los ojos
físicos siguen mirando el ^ mundo que pasa ante nosotros.
Tal vez haya alguno que diga que estamos magnificando la religión privada, que el
"nosotros" del Nuevo Testamento está siendo desplazado por un egoísta "yo." ¿Se les ha ocurrido
pensar alguna vez que cien pianos afinados todos con el mismo sintonizador, están automáticamente
sintonizados unos con otros? Tienen el mismo tono, no porque hayan sido
sintonizados unos con otros, sino porque todos fueron sintonizados por el, mismo sintonizador.
Del mismo modo cien personas, que están todas adorando a Dios con la mirada fija en Cristo,
están perfectamente unidas unas con otras, mucho más que otras cien que al parecer adoran
"unidas" pero cada una con sus pensamientos puestos en cualquier parte. La religión social se
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perfecciona al purificarse la religión individual. El cuerpo se hace fuerte cuando todos sus
miembros están en perfecta salud. La iglesia de Dios gana cuando todos y cada uno de sus
miembros tratan de vivir mejor y más elevadamente.
Todo lo que antecede presupone sincero arrepentimiento y entrega completa a Cristo.
Apenas es necesario decir esto, porque solamente personas muy consagradas habrán seguido la
lectura hasta aquí.
Cuando hayamos adquirido el hábito de mirar interiormente a Dios nos sentiremos
llevados a un nivel de vida espiritual más alto, en conformidad con las promesas de Dios y las
enseñanzas del Nuevo Testamento. El Dios Trino y Único será nuestra morada, aun cuando
nuestros pies pisen el prosaico sendero de los deberes cotidianos. Habremos hallado en verdad el
summun bonum de la existencia. "Hay una fuente de deseos que podemos codiciar. Son estos de
la clase que ni los ángeles ni los hombres pueden comprar, pero pueden adquirirlo aquellos que
posean las cualidades que dejamos expuestas, pues ellas satisfacen plenamente todos los deseos
racionales, y no puede haber mayor satisfacción que esa" (La Visión de Dios).
¡Oh, Señor! He oído una buena palabra invitándome a que mire a tí, y me asegura que si
así lo hago, hallaré satisfacción. Mi alma anhela esa satisfacción, pero el pecado ha nublado mi
visión a tal punto que apenas puedo distinguirte. Te ruego que me purifiques con tu preciosa
sangre, limpiándome interiormente para que pueda mirarte sin velo ninguno, todos los días de mi
peregrinaje. Solo así podré contemplarte en todo tu esplendor el día que aparezcas para ser
glorificado con tus santos y admirado por todos aquellos que te esperan, amén.

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