sábado, 13 de octubre de 2012

Capítulo I Sigamos Ardorosamente en Pos de Dios

Capítulo I
Sigamos Ardorosamente en Pos de Dios

Mi alma sigue ardorosa en pos de ti;

tu diestra me ha sostenido. Salmos 63:8 V. M.
La teología cristiana enseña la gracia preveniente, que, dicho brevemente, significa que el hombre, antes que busque a Dios, Dios está buscándole.
Antes que el hombre pueda pensar bien acerca de Dios, debe haber en él una iluminación interior. Esta puede ser imperfecta, sin embargo, el hecho existe y es la causa de todos los anhelos, búsquedas y oraciones subsiguientes.
Buscamos a Dios porque él ha puesto en nosotros deseos de dar con él. "Nadie puede venir a mi —dijo el Señor Jesús- si mi padre celestial no le trajere" Y es esa atracción de Dios lo que nos quita todo vestigio de mérito por haber acudido a él. El impulso de salir en busca de Dios emana del propio Dios, pero el resultado de dicho impulso es que sigamos ardorosamente en pos de él. Y mientras andamos en pos de él, estamos en sus manos. "Tu diestra me ha sostenido" Salmos 63:8 V.M.
En este sostén divino, y seguimiento humano no hay contradicción alguna, porque como dice von Hugel, Dios es siempre previo Pero en la práctica (esto es, cuando el hombre responde a la obra de Dios) el hombre debe salir en busca de Dios. Debe haber de nuestra parte una respuesta recíproca a la atracción de Dios, si queremos disfrutar de la experiencia. Este interés, este anhelo ferviente, lo tenemos expresado en el Salmo 42, donde dice "Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por tí, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré, y compareceré delante de Dios?" Este es un profundo llamado a lo profundo, y así lo entenderá el corazón anhelante.
La doctrina de la justificación por la fe -verdaderamente bíblica y bendita liberación del
legalismo estéril y los vanos esfuerzos personales- ha caído en nuestros días en mala compañía.
Muchos la han interpretado en manera tal que ha formado una barrera entre el hombre y el
conocimiento de Dios. Todo el procedimiento de la conversión religiosa ha llegado a ser una
cosa mecánica y sin espíritu. La fe, según dicen, puede llegarse a ejercer sin que tenga nada que
ver con los actos de la vida, y sin turbar para nada al yo adámico. Se puede "recibir" a Cristo sin
entregarle el alma ni tenerle amor alguno. El alma es salvada, pero no llega a sentir hambre y sed
de Dios. Los que sostienen tal doctrina reconocen que el alma es capaz de contentarse con muy
poco.
El hombre de ciencia moderno ha perdido a Dios entre las maravillas de su mundo.
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Nosotros los cristianos corremos peligro de perder a Dios entre las maravillas de su
Palabra. Casi hemos olvidado que Dios es Persona, y que, por tanto, puede cultivarse su amistad
como la de cualquier persona. Es propio de la persona conocer a otras personas, pero no se puede
conocer a una a través
De un solo encuentro. Solo al cabo de prolongado trato y compañerismo se logra en pleno
conocimiento.
Toda relación social entre los seres humanos se origina en el trato personal de unos con
otros. A veces comienza con un encuentro casual, pero con el trato continuo dicho encuentro
fugaz se convierte en la más íntima amistad. La religión, siempre que sea genuina, es la respuesta
que dan las personas creadas al Creador. "Esta, empero, es la vida eterna, que te conozcan el solo
Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado."
Dios es persona, y en las profundidades de su poderosa naturaleza piensa, tiene deseos,
goces, sentimientos, amor y padecimientos, como puede tenerlos cualquier otra persona. Para
darse a conocer a nosotros se nos presenta como una persona. Se comunica con nosotros por
medio de nuestra mente, nuestra voluntad y nuestras emociones. El intercambio continuo e
ininterrumpido de amor y pensamiento entre Dios y el alma creyente, es el corazón palpitante de
la religión del Nuevo Testamento.
Conocemos esta relación personal entre Dios y el alma por medio de la conciencia que
tenemos de ello. Se trata de algo personal, que no nos llega por conducto de un grupo de
creyentes, sino que cada persona, individualmente, sabe lo que es. El conjunto se entera de ello
por medio de las personas que lo forman. Y la persona es bien conciente de ello, porque es
imposible que el alma no se entere de ello, como ocurre con el bautismo de niños. Entra dentro
de la esfera del conocimiento, de modo que el hombre "sabe" lo que es encontrarse con Dios,
como sabe de cualquier otra cosa que le ocurre.
Usted y yo somos en pequeño (exceptuando nuestros pecados) lo que Dios es en grande.
Habiendo sido hechos a la imagen suya, tenemos la facultad de conocerle. Cuando estamos en el
pecado, carecemos de ese poder, pero cuando el Espíritu nos da vida en la regeneración, todo
nuestro ser siente el parentesco con Dios. Y gozoso se apresura a reconocerlo. Este es el
nacimiento celestial sin el cual no podemos ver el reino de Dios. Pero la regeneración, o nuevo
nacimiento, no es el fin del proceso sino simplemente el principio. Es el mero momento cuando
comenzamos la búsqueda, la feliz exploración que hace el alma en busca de las inescrutables
riquezas de la Divinidad. Es ahí donde comenzamos, pero nadie puede decir dónde nos
detendremos, pues las misteriosas profundidades de Dios, Trino y Único, no tienen fin.
Mar sin límites, ¿quién podrá sondearte? Tu propia eternidad ha de rodearte, ¡Divina
Majestad'
El haber hallado a Dios, y seguir buscándole, es una de aquellas paradojas del amor, que
miran despectivamente algunos ministros que se satisfacen con poco, pero que no satisfacen a los
buenos hijos de Dios de corazón ardiente.
San Bernardo se refirió a esta santa paradoja en un sonoro cuarteto que comprenderán
fácilmente aquellos que rinden culto a Dios con sincero corazón:
Gustamos de tí, santo y vivo pan
y ansiamos seguir comiendo aún más;
Bebemos de tí, puro manantial
Sin querer dejar de beber jamás.
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Acerquémonos a los santos hombres y mujeres del pasado, y no tardaremos en sentir el
calor de su ansia de Dios. Gemían por él, oraban implorando su presencia, y le buscaban día y
noche, en tiempo y fuera de tiempo. Y cuando lo hallaban, les era tanto más grato el encuentro
cuanto había sido el ansia con que lo habían buscado. Moisés se valió de que ya conocía a Dios
para pedir conocerle más: "Ahora pues, si he hallado gracia en tus ojos, ruegote que me muestres
ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos" (Éxodo 33: 13). Y después se
atrevió a hacer una solicitud aún más atrevida: "Te ruego que me muestres tu gloria" (vs. 18).
A Dios le agradó este despliegue de ardor, y al día siguiente le dijo a Moisés que subiera
al monte, y allá le hizo ver toda su gloria.
La vida de David fue un torrente de deseos espirituales. En sus salmos abundan los
clamores del que busca y las exclamaciones del que encuentra. Pablo afirma que el más grande
deseo de su corazón era hallar a Cristo: "y ciertamente aun estimo todas las cosas como pérdida
por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por amor del cual lo he perdido
todo, y tengo por basura, para ganar a Cristo" (Filipenses 3:8).
Nuestros himnarios tradicionales están llenos oí himnos que expresan el gozo de los
creyentes de antaño de haber hallado a Dios después de larga búsqueda. Pero actualmente se
cantan muy pocos de esos himnos. Es trágico que dejemos la búsqueda de Dios a unos pocos
maestros en lugar de realizarla cada uno de nosotros Hacemos depender toda la vida cristiana del
acto inicial de "aceptar" a Cristo (una palabra, de paso, que no se encuentra en la Biblia) y no
esperamos que haya después ninguna otra revelación de Dios a nuestras almas. Hemos caído en
las redes de la falsa lógica que dice que si ya tienes a Dios, no necesitas buscarle. Tal argumento
se presenta como la flor y nata de la ortodoxia, y se da por sentado que ningún cristiano instruido
en la Biblia cree otra cosa. Por eso hacen a un lado toda sincera y afanosa búsqueda de comunión
espiritual con Cristo, haciendo que los cultos sean meras formalidades sin vida.
Rehuyen así la teología del corazón que experimentaron y experimentan aún multitudes
de santos, y aceptan una presunta interpretación de las Escrituras que habría asombrado a Jesús y
los apóstoles.
Reconozco que hay muchos todavía, en medio de esta general tibieza, que no se
conforman con esa lógica superficial. Pero se alejan llorando, buscando algún sitio tranquilo
donde orar diciendo, " ¡Oh Dios, muéstrame tu gloria!" Es que quieren probar, tocar con sus
corazones y ver con los ojos del alma al Dios maravilloso.
Mi deliberada intención es estimular este deseo de dallar a Dios. Es la carencia de ese
deseo, de esa hambre, lo que ha producido la actual situación de desgano, tibieza y desinterés en
que está sumida la iglesia. La vida religiosa, fría y mecánica que vivimos es lo que ha producido
la muerte de esos deseos. La complacencia es la enemiga mortal de todo crecimiento espiritual.
Si no sentimos vivos deseos de verle, Cristo nunca se manifestará a su pueblo. ¡El quiere que le
deseemos! Y triste es decirlo, él nos está esperando a muchos de nosotros por mucho tiempo.
Cada siglo tiene sus propias características. Actualmente estamos en una época de
complejidad religiosa. Es muy raro encontrar la sencillez de Cristo. Esta ha sido reemplazada por
planes, métodos, organizaciones y un mundo de actividades frenéticas que se llevan todo nuestro
tiempo y atención, pero que no satisfacen los anhelos del alma. La escasa profundidad de nuestra
experiencia, lo hueco de nuestro culto, y la manera servil como imitamos al mundo, todo indica
el superficial conocimiento que tenemos de Dios. Y que es muy poco lo que sabemos acerca de
su paz.
Si queremos hallar a Dios en medio de tanta aparatosidad religiosa, lo primero que
debemos hacer es encontrarlo a él, para luego seguir en pos de él con toda sencillez. Hoy en dia,
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como lo ha hecho siempre, Dios se manifiesta a los "niños'' y se oculta de los sabios y entendidos.
Debemos allegarnos a él del modo más sencillo, y para ello, debemos valernos de
medios esenciales, que son ciertamente muy pocos. Debemos evitar toda cosa que tienda a llamar
la atención, y acercarnos a él con el candor y la sinceridad de la niñez. Si así lo hacemos, Dios no
tardará en responder.
Cuando la religión ha dicho la última palabra, nada necesitamos sino a Dios mismo. La
mala costumbre de buscar a Dios junto con otras cosas, nos impide hallarle a él mismo, y que nos
revele toda su plenitud. Es en esas otras cosas donde está la causa de nuestra desdicha. Si
dejamos esa vana búsqueda adicional muy pronto encontraremos a Dios, y en él hallaremos todo
lo que anhelamos.
El autor del clásico libro inglés The Cloud of Unknowing ("La Nube de lo
Desconocido"), nos dice como podemos hacerlo: "Eleva tu corazón a Dios con amor humilde y
sincero, y búscalo a él, y no a sus dones.
Piensa en Dios y busca solo a Dios, solo por lo que Dios es. Esta es la obra del alma que
más agrada a Dios!'
También recomienda el mismo autor que al orar nos despojemos de 'todo, hasta de
nuestra teología, pues ''basta la intención desnuda que se dirige a Dios sin apelar a ningún otro
recurso, sino dependiendo únicamente de él." Por debajo de estos pensamientos descansa la
verdad del Nuevo Testamento, pues sigue explicando que "Dios te ha hecho, y te ha comprado, y
movido por su tierna gracia, te llama!' Lo que él quiere es la sencillez. "Si queremos que se nos
dé la religión envuelta y arrollada en una sola palabra, esta una palabra de dos sílabas, que por su
misma pequeñez concuerda con la obra del Espíritu. Esta palabra es AMOR!'
Cuando Dios dividió la tierra de Canaán entre las tribus de Israel, Leví no recibió ninguna
porción. A esta tribu Dios le dijo simplemente "Yo soy tu parte y tu heredad" (Números 18:20).
Y por esta palabra Leví fue más rico que ninguna de las otras tribus, y que todos los reyes del
mundo. Aquí hay un principio espiritual que continúa en vigor en el Nuevo Testamento.
El hombre que tiene a Dios por su posesión, tiene todo lo que es necesario tener. Podrá
carecer de todos los tesoros materiales, o si los posee, estos no le producirán ningún placer
especial. Y si los ve desaparecer, uno tras otro, apenas podrá sentir la pérdida, porque teniendo a
Dios tiene la fuente de toda felicidad. No importa cuántas cosas pierda, de hecho no ha perdido
nada. Todo lo que posee, lo posee en Dios, pura y legítimamente para siempre.
¡Oh Dios! He probado tus bondades, y a la par que ellas me han satisfecho, me han
dejado sediento por más. Reconozco que necesito más y más gracia. Estoy avergonzado de mi
falta de interés. Oh Dios, Trino Dios, quiero tener más vivos deseos de tí; deseo que me llenes
de esos deseos; quiero que me des más sed de tí. Te ruego que me hagas ver tu gloria, para que
pueda conocerte mejor. Comienza dentro de mí una nueva obra de amor. Dile a mi alma,
"¡Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y vente conmigo!" (Cantares 2:10 V.M.) Dame la
gracia necesaria para que pueda levantarme y seguir en pos de ti, elevándome por encima de
esta tierra baja y nublada donde he andado errante tanto tiempo. En el Nombre de Jesús, amén.

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