sábado, 13 de octubre de 2012

Capítulo IV Asidos a Dios


Capítulo IV
Asidos a Dios

Gustad y ved. Salmo 34'8
Fue el canónigo Holmes, de la India, quien allá por 1920, llamó la atención al carácter
inferencial que tiene la fe de muchos hombres. Para la mayoría de la gente Dios es una
inferencia, no una realidad. Es una deducción de evidencias que consideran adecuadas, pero El
permanece desconocido para el individuo. "Debe haber un Dios —dicen— por lo tanto, creemos
en él." Otros ni llegan siquiera a tanto. Conocen a Dios por lo que oyen hablar de él. Nunca se
han preocupado de dilucidar el asunto por ellos mismos, y han puesto la creencia en Dios en el
fondo de sus mentes, junto con otra variedad de conocimientos que tienen. Para muchos otros
Dios no es más que un ideal, impersonificado como lo bueno, lo bello, lo verdadero. O lo
consideran como el principio vital o el impulso creador del fenómeno de la existencia. Las
nociones acerca de Dios son muchas y variadas, y aquellos que las sustentan tienen todos una
cosa en común: no conocen a Dios en una manera personal. Ni siquiera se les ha ocurrido que
esto pueda ser posible. Aunque no niegan su existencia, no creen que sea posible conocerle como
a cualquier otra persona o cosa.
Los cristianos, por supuesto, van más allá de esto, a lo menos en teoría. Su credo les
exige creer en la personalidad de Dios, y se les ha enseñado a orar: "Padre nuestro que estás en
los cielos. "Ahora bien, la personalidad y la paternidad de una persona, conllevan la idea de
conocerle personalmente. Esto lo admiten millones de cristianos, sin embargo. Dios no es más
personal para ellos que para millones de no cristianos. Viven tratando de amar un ideal y de ser
fieles a un mero principio.
Contra toda esta nube de vaguedad e incertidumbre se destaca la clara luz de las Sagradas
Escrituras que afirman que es posible conocer a Dios personalmente. Una amante Personalidad
domina toda la Biblia, caminando entre los árboles del huerto y respirando la fragancia de cada
escenario. Siempre está presente como persona viva, hablando, rogando, amando, trabajando, y
manifestándose personalmente cuando quiera y dondequiera su pueblo tiene la receptividad
necesaria para recibir esa manifestación.
La Biblia asume como hecho indiscutible que el hombre puede conocer a Dios, con la misma
facilidad conque puede conocer cualquier persona u objeto que cae dentro de la esfera de su
experiencia. Al referirse al conocimiento de Dios emplea los mismos términos que usa al tratar
del conocimiento de objetos físicos. "Gustad y ved que es bueno Jehová'.' "Mirra, áloe y casia
exhalan todos tus vestidos: en estancias de marfil te han recreado."
"Mis ovejas oyen mi voz." "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a
Dios." Estos son solo cuatro de los innumerables pasajes de esa clase que se hallan en la Palabra
de Dios. Pero más importante que cualquier texto que citemos como prueba es el hecho de que
todas las Escrituras conducen a esta creencia.
¿Qué otra cosa pueden significar estos versículos sino que en nuestro corazón tenemos
órganos con los cuales podemos conocer a Dios con la misma facilidad conque conocemos las
cosas materiales con los cinco sentidos? Conocemos el mundo físico por medio de las facultades
naturales con que se nos ha provisto, y podemos conocer a Dios por medio de facultades espirituales,
siempre que obedezcamos al Espíritu y sepamos usarlas.
Por supuesto, primeramente debe realizarse en el corazón una obra regeneradora. Las
facultades del hombre no regenerado yacen dormidas en él. No las usa, y puede decirse que están
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muertas. Este es el castigo que cayó sobre el pecado. Al efectuarse la regeneración, el Espíritu
reanima esas facultades, y este es uno de los grandes beneficios que recibimos en la obra de
salvación realizada por Jesús en el Calvario.
Pero, ¿a qué se debe que los hijos e hijas de Dios sepan tan poco de esa habitual
comunión conciente que se ofrece en las Escrituras? La respuesta puede ser: se debe a nuestra
crónica incredulidad. La fe es lo que hace que nuestro sentido espiritual comience a funcionar.
Cuando la fe es defectuosa el espíritu se cierra, y nos hacemos insensibles interiormente y ciegos
para las cosas espirituales. Este es el estado en que se encuentran muchos cristianos de hoy en
día. No es necesario presentar pruebas para apoyar esta declaración; basta que hablemos con
cualquier cristiano por ahí o entremos a la primera iglesia que esté abierta.
Hay todo un mundo espiritual que nos rodea y nos ciñe, esperando que lo reconozcamos.
Dios mismo está a la espera que reconozcamos su presencia. Ese mundo espiritual, eterno y
gigantesco, se nos hará evidente y sustancial en el mismo momento que reconozcamos su
realidad.
Acabo de emplear dos palabras que requieren explicación, si es que la hay. Ellas son
"reconocer" y “realidad:”
¿Qué entendemos por "realidad"? Es aquello cuya existencia no depende de lo que yo, u
otras personas, podemos pensar y concebir, algo que existe aunque no haya nadie que pueda
pensar en ello. Algo real por sí mismo, que no depende del observador para su validez.
Sé muy bien que hay gente que hace chistes respecto al concepto de realidad. Son los
idealistas, que urgen infinitas pruebas tratando de demostrar que fuera de la mente no hay
realidad ninguna. Y son también los relativistas que dicen no haber en el universo ningún punto
fijo a partir del cual se pueda medir algo. Ellos se ríen de nosotros, y nos califican con el mote,
despectivo para ellos, de "absolutistas!' Pero el cristiano no pierde la serenidad por ello. Más bien
se ríe a su vez de los que lo tratan así, porque sabe que hay un Absoluto, y ese Absoluto es Dios.
Y sabe también que ese Ser Absoluto ha creado el mundo para el uso del hombre, y aunque no
hay nada fijo o real en el significado de las palabras (cuando aplicadas a Dios) para todos los
fines de la vida humana se nos permite proceder como si lo hubiera. Y cada ser humano procede
así, excepto los que están mentalmente enfermos. Estos seres infortunados también tienen
problemas con la realidad; pero son tercos, y quieren vivir solo de acuerdo con sus propias ideas
que se han formado de todas las cosas. Son sinceros, pero debido a esa misma sinceridad y
honradez, se han creado un problema social.
Los idealistas y los relativistas no están mentalmente enfermos. Demuestran su buen
sentido viviendo de acuerdo a nociones verdaderas de la realidad, aunque teóricamente las están
rechazando. Las ideas de estos pensadores serían mucho más dignas de respeto si ellos vivieran
conforme a lo que dicen, pero se cuidan muy bien de hacerlo. Sus ideas surgen del cerebro, no de
la vida. Cada vez que algo afecta su vida, repudian sus propias teorías y viven igual que los
demás.
El cristiano es demasiado sincero para ponerse a jugar con las ideas por el puro gusto de
hacerlo. No le agrada tejer telas solo para darse el placer de exhibirlas. Todas sus creencias son
prácticas y están engranadas en su vida. Por ellas vive, o muere, está en pie, o cae, en este mundo
y para la eternidad. El cristiano no encuentra placer en la relación con personas cuya sinceridad
no le inspira confianza. Por eso prefiere alejarse de ellas.
El hombre sencillo y sincero sabe que el real. Cuando llega al uso de razón se da cuenta
de que existe, y vive en él. El mundo lo estaba esperando cuando él nació, y el mundo le dirá
adiós cuando él parta para la eternidad. Por su profunda sabiduría de la vida, es más sabio que
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millones de hombres que dudan. Parado sobre la tierra siente el viento y la lluvia golpearle el
rostro, y sabe que estas cosas son reales. Durante el día ve el sol, y durante la noche contempla
las estrellas. Ve el rayo brotar del vientre de las nubes de tormenta, y oye los sonidos de la
naturaleza y los gemidos y quejidos de] alma humaría. Sabe muy bien que todo esto son cosas
verdaderamente reales. Por las noches se acuesta en la mullida tierra sin temor de que ésta sea
una ilusión, que podría desaparecer mientras duerme. Cuando amanezca, el firmamento azul
seguirá sobre él, y la tierra seguirá siendo su cama, y las peñas y los árboles lo seguirán
rodeando, como lo hacían cuando se acostó. Por eso vive y se regocija en un mundo real.
Por medio de sus cinco sentidos se relaciona con el mundo de la realidad, y las facultades
que Dios le ha dado lo ayudan a utilizar todo lo que necesita para vivir en el mundo en que vive.
Bien. Por propia definición sabemos 'que Dios es real. Es real en el sentido único en que solo
Dios puede serlo. Todas las otras realidades dependen de la de él. La Gran Realidad es Dios, de
quien dependen todas las otras realidades inferiores, las cuales constituyen la suma de lo creado,
incluyendo a nosotros mismos. La existencia de Dios no depende de lo que nosotros pensemos
de él, porque él tiene una existencia objetiva, aparte de cualquier noción que nosotros tengamos.
El corazón que lo adora no está creando el Objeto de su adoración. Lo encuentra aquí y ahora,
cuando despierta de su sueño espiritual en la mañana de la regeneración.
Otra de las palabras que debemos aclarar es "reconocer." Esta palabra no significa ver o
imaginar algo. El imaginar no es un acto de fe. Las dos cosas no solo son diferentes sino que se
oponen la una a la otra. La imaginación proyecta imágenes ficticias, y trata de asignarles
realidad. La fe no crea nada: sencillamente reconoce lo que ya está allí.
Dios y el mundo espiritual tienen existencia real. Podemos contar con ellos con tanta
seguridad como lo hacemos con el mundo familiar que nos rodea. Tenemos delante de nosotros
las cosas espirituales invitándonos a que las reconozcamos.
Nuestra dificultad estriba en que tenemos malos hábitos de pensamiento. Por lo corriente
pensamos del mundo visible como el único real, y ponemos en duda la realidad de cualquier otro.
No negamos la existencia del mundo espiritual, pero nos cuesta aceptar que sea real en el pleno
sentido de la palabra.
El mundo de los sentidos se introduce continuamente, y capta nuestra atención diaria a
todo lo largo de nuestra vida. Es clamoroso, insistente y acaparador. No apela a nuestra fe. Asalta
a nuestros cinco sentidos, y exige que lo reconozcamos como la cosa más real y definitiva. Y el
pecado ha empañado de tal modo los cristales de nuestro corazón que no podemos ver la otra
realidad, La Ciudad de Dios destellando alrededor nuestro. El mundo de los sentidos es el que
triunfa. Lo visible se constituye enemigo de lo invisible; lo temporal se opone a lo eterno. Esa es
la herencia que Adán dejó a sus descendientes.
En la raíz de la vida cristiana descansa la creencia en lo invisible. El objeto de la fe
cristiana es la realidad invisible.
Nuestro erróneo modo de pensar, acuciado por la ceguera natural de nuestro corazón, y la
ubicuidad intrusa de las cosas visibles, tienden a formar el contraste entre lo espiritual y lo real.
Pero la verdad es que no hay tal contraste. La antítesis yace en otra parte: entre lo real y lo
imaginario; pero nunca entre lo espiritual y lo real. Lo espiritual es real.
Si vamos a elevarnos a las regiones de la luz y el poder espiritual que nos marcan las
Sagradas Escrituras, debemos perder el mal hábito de ignorar lo espiritual. Debemos trasladar
nuestro interés de lo visible a lo invisible, porque la gran Realidad invisible es Dios. "Es
menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le
buscan" (Hebreos 11:6). Esto es fundamental en la vida de fe. Desde aquí podemos elevarnos a
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alturas inimaginables. El Señor Jesucristo dijo, "Creéis en Dios, ¡creed también en mí!” Sin lo
primero no puede ocurrir lo segundo.
Si realmente deseamos seguir a Dios debemos procurar vivir en otro mundo. Digo esto
sabiendo bien que las gentes del mundo han usado estas palabras en forma despectiva y las han
aplicado a los cristianos en forma de reproche. Que así sea. Cada hombre tiene que elegir su
propio mundo. Si aquellos que, voluntariamente seguimos en pos de Cristo, elegimos
deliberadamente el Reino de Dios, porque eso es lo único que nos interesa, no veo por qué hayan
de oponerse a nuestra decisión. Si perdemos a causa de ello, la pérdida es solo nuestra; si
ganamos, a nadie le robamos lo que es suyo. El "otro mundo," que es el objeto del desdén de este
mundo, y el canto de burla de los borrachos, es el punto de destino que hemos elegido y al cual
nos dirigimos con santa pasión.
Pero debemos evitar el error común de poner ese mundo exclusivamente en el futuro. No
es un mundo futuro, sino presente. Es paralelo a nuestro familiar mundo físico que conocemos, y
las puertas de acceso para ambos están abiertas. El escritor de la carta a los Hebreos dice: "Os
habéis allegado (y el verbo está en tiempo presente) al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, y a la congregación de los
primogénitos que están alistados en los cielos, y a Dios el juez de todos y a los espíritus de los
justos hechos perfectos, y a Jesús el mediador del nuevo testamento, y a la sangre del
esparcimiento, que habla mejor que la de Abel" (Hebreos 12:22-24). Todas estas cosas están en
contraste con "el monte que se podía tocar, el sonido de la trompeta y la voz de las palabras que
se podían oír" (Hebreos 12:18-19). ¿No podemos concluir que así como el monte Sinaí podía ser
aprehendido por los sentidos del cuerpo, podemos aprehender la realidad del monte Sión por
medio de los sentidos del alma? Y esto no por ninguna artimaña de la imaginación, sino en un
sentido real y verdadero. El alma tiene ojos que ven y oídos que oyen. Tal vez están débiles por
el poco uso que les damos, pero por el toque del Espíritu Santo pueden recuperar su fuerza y ser
capaces de poseer la vista más aguda y el oído más fino.
Cuando comenzamos a enfocar la mirada de Dios, las cosas del espíritu empiezan a
cobrar forma en nuestra vista interior. La obediencia a la palabra de Cristo nos trae la revelación
interior de la Deidad (Juan 14.21-23). Nos da una percepción espiritual más aguda, que nos
permite ver a Dios tal cual él lo ha prometido a los limpios de corazón. Se apoderará de nosotros
una nueva conciencia de Dios, y empezaremos a gustar y a oir y a sentir interiormente que Dios
es el todo de nuestra vida. Veremos brillar constantemente la luz que alumbra a todo hombre que
viene a este mundo. Nuestras facultades internas se harán más y más perceptivas, y Dios vendrá
a ser para nosotros el Gran Todo, y su presencia la gloria y la maravilla de nuestra vida.
Oh, Dios, aviva en mí todas mis facultades espirituales, para Que pueda echar mano de
las cosas eternas. Abre mis ojos, para que pueda ver; dame aguda percepción espiritual, dame la
capacidad necesaria para gustar de Ti, y saber que eres bueno. Haz que el cielo sea más real para
mí que ninguna cosa de la tierra, amén.

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