martes, 29 de octubre de 2013

A unos 60 kilómetros de altura existe una delgada
capa de ozono. Si estuviera comprimida, sólo mediría
unos seis milímetros de espesor, y sin embargo, sin
esa capa la vida no podría existir. Ocho tipos de rayos
mortales caen continuamente sobre este planeta pro-
cedentes del Sol. Sin esa capa de ozono, esos rayos
solares nos quemarían, nos cegarían y nos asarían en
sólo uno o dos días. Los rayos ultravioletas vienen en
dos formas: los rayos largos, que son mortíferos y de
los cuales nos protege la capa de ozono, y los rayos
cortos, que son necesarios para la vida en la tierra y
que son admitidos por dicha capa. Además la capa de
ozono permite que los más mortales de esos rayos
pasen en cantidad muy mínima, suficiente para que
maten las algas verdes, que de otro modo crecerían y
llenarían todos los lagos, ríos y océanos del mundo.
¡Cuán poco entendemos lo que Dios está haciendo
continuamente para proveernos la vida! Vemos que
vivimos con una delgadísima capa de ozono que nos
protege de un bombardeo mortal invisible, que cons-
tantemente se cierne sobre nuestras cabezas. Debajo
de nosotros hay una delgada corteza de rocas, compa-
rativamente más delgada que la piel de una manzana.
Debajo de ella está la lava derretida que forma el
núcleo de esta tierra. Así que el hombre vive entre los
ardientes y ennegrecedores rayos de arriba y la lava
derretida de abajo; cualquiera de los dos podría
dejarlo achicharrado. Sin embargo, al hombre se le
olvida totalmente que Dios ha arreglado las cosas de

tal modo que pueda existir en un mundo como éste.

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