sábado, 30 de marzo de 2013


La vida y la muerte en el AT.
En el AT las ideas de la vida y de la muerte se insertan en el contexto de las ideas del Cercano Oriente, pero la fe de Israel en Dios les da una forma distintiva.
1. La vida en el AT. El término חַיִּים abarca sólo la vida física y orgánica, pero contiene un juicio de valor. La vida es buena –es el bien supremo (Job 2:4; Pr. 3:16)– en cuanto presuposición de todo lo demás (cf. Ec. 9:4). La vida larga es una gracia especial (cf. Gn. 25:8, etc.), una recompensa por guardar los mandamientos (Dt. 5:16, etc.). La vida misma proviene de Dios, quien insufla en nuestras narices el aliento de vida (Gn. 2:7). El centro de la vida se halla en la sangre (Gn. 9:4). La vida, sin embargo, se ha visto
229 perturbada. Por una parte se ha acortado (Gn. 6:3), por otra ha sido hecha amarga, en razón del pecado humano. El árbol de la vida significa un destino de vida eterna que fue malogrado con la caída y la expulsión del huerto. Más importante que el origen de la vida es la relación real de la vida con Dios, quien es Señor tanto de la vida como de la muerte, que controla el libro de la vida (Éx. 32:32), y que, habiendo dado la alianza, determina la preservación o pérdida de la vida según la respuesta a su palabra. La vida no queda garantizada mediante ritos mágicos, sino mediante una decisión de obediencia (Dt. 30:15ss; 32:47). No depende sólo del pan, sino también de la palabra de Dios (Dt. 8:3). Ezequiel es quien elabora este tema con la máxima agudeza, con su llamado al arrepentimiento y la promesa anexa de vida. La vida se entiende, entonces, exclusivamente en términos de gracia. Es la base misma de la salvación, y sólo se la puede tener por fe, adhiriéndose al Dios salvador (Hab. 2:4). Si bien es por una parte el disfrute de las bendiciones, es por otra la comunión [p 289] con Dios; pero en cualquiera de las dos formas se entiende como don de Dios. Los libros sapienciales ponen como su objetivo principal el ofrecer la vida, o conducir a la vida, mediante una decisión correcta en cuanto al verdadero orden de vida. La única diferencia es que ahora la sabiduría reemplaza a Dios o a la palabra como fuente o dadora de vida. Cierto es que la idea que la palabra o la sabiduría confiere vida en un sentido físico, y no solamente espiritual, implica cierta contradicción con las crudas realidades de la experiencia; y el AT tiene conciencia de esto, pero sólo puede ofrecer una solución en cuanto que la muerte no es considerada como fin irrevocable de la vida.
2. La muerte en el AT. La terminación de la vida con la muerte en la vejez se acepta como cosa lamentable pero natural. La condición que se espera después de la muerte es carente de alegría. La individualidad se pierde, y no se espera reencuentro alguno.
A los sepulcros se les niega toda calidad sacra, y los cadáveres son impuros (Dt. 21:23). Los muertos quedan excluidos de la alabanza a Dios (Sal. 115:16–17). La separación del Dios de la vida es el verdadero aguijón de la muerte (Is. 38:18). Si la vida viene por la relación con Dios, la muerte se caracteriza por la ausencia de tal relación. La perpetuación de la nación, aun por la restauración (Ez. 37), está garantizada por la alianza, mientras que sobre la vida individual pende el hechizo de la muerte.
3. La victoria sobre la muerte en el AT. Aunque siempre se considera que Dios gobierna sobre las esferas superiores, hacia las cuales puede arrebatar a los justos (Gn. 5:21ss; 2 R. 2:9–10), esto no se enfatiza; y para después de la muerte se llega a esperar la fe en la justicia divina, ese cumplimiento de la promesa de la alianza (Sal. 16:9–10; 49:16; 73:23ss; Job 19:25). El concepto de la gracia subyace a la certeza que aquí se enuncia. El mismo concepto se halla detrás de Isaías 26:19 y Daniel 12:2, aunque aquí la justicia de Dios significa la retribución de los malos así como la continua comunión con Dios para los creyentes.

4. El concepto de vida en el AT. Si el hebreo חַיִּים corresponde más a βίος (en cuanto duración) que a ζωή, la palabra נֶפֶשׁ , que denota la potencia sobre la cual se basa la vida, está más cerca de ζωή. La esencia de חַיִּים se puede ver en las expresiones de vida cuyo sujeto es נֶפֶשׁ p. ej. el hambre y la sed, los anhelos y deseos. Pero el נֶפֶשׁ no es a la vez el sujeto de la vida intelectual, ya que el concepto de vida va ligado al de carne, todas las criaturas vivientes quedan bajo la categoría de נֶפֶשׁ , y cuerpo y alma se pueden usar como paralelos o de manera combinada. Si bien el נֶפֶשׁ está en nosotros, o en la sangre, no se puede escrutar, ya que sólo está sujeto al dominio de Dios (Gn. 6:3, 17, etc.). La vida la tenemos sólo como préstamo. Dios es el Señor de la vida (Sal. 104:29–30).
Él es el Dador, que mata y que da vida (Sal. 36:9; Dt. 32:39). Sólo él tiene vida en sí mismo. Nosotros los mortales sólo podemos sustentarla mediante el alimento y el trabajo. Para nosotros la vida es temporal e implica movimiento, posibilidad, orientación y deseo. Se caracteriza por el esfuerzo y la esperanza, así como por el hambre y la sed. La mera existencia no es vida. La enfermedad es tan mala como la muerte (Job 27:15), y la curación es vida. La verdadera vida es larga y feliz. La vida es el bien supremo; el peor sufrimiento es «hasta la muerte» (Jon. 4:9). La muerte pone fin a la vida; no puede darle plenitud. La vida significa conocimiento de sí; de ahí el vínculo con la luz (cf. Ec. 11:8). La vida es individual; la muerte pone a todos en igualdad de condiciones (Job 3:19). Esta individualidad está presente con la vida misma; no hay que alcanzarla mediante el modo en que uno vive, ni perdura después de la muerte. La muerte es un descanso (Job 3:17–18), y uno puede morir contento cuando está lleno de días. Esta vida presente es verdadera vida si es larga y feliz, y mediante la obediencia a la ley o a la sabiduría uno puede labrarse esa vida larga y feliz, escogiendo así la vida en vez de la muerte.

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