sábado, 30 de marzo de 2013


EL GEMIR DE MILES DE MILLONES DE ALMAS
Se dice que Martín Lutero tenía un amigo íntimo, cuyo nombre era Miconio. Este, al ver a Lutero
sentado durante días interminables trabajando al servicio del Maestro, Miconio sintió compasión de él y le
dijo: "Te puedo ayudar más desde donde yo estoy; permaneceré aquí orando, mientras tú perseveras
incansablemente en la lucha." Miconio oró durante días seguidos por Martín. Pero al paso que perseveraba
en la oración, comenzó a sentir el peso de la propia culpa.
Cierta noche soñó con el Salvador, quien le mostró las manos y los pies. Le mostró también la fuente en
la cual lo había purificado de todo pecado. "Sígueme", le dijo el Salvador, llevándolo a un alto monte,
desde donde señaló hacia el naciente. Miconio vio una planicie que se extendía hasta el lejano horizonte.
La vasta planicie estaba cubierta de ovejas, de muchos millares de ovejas blancas. Solamente había un
hombre, Martín Lutero, que se esforzaba por apacentar a todas. Entonces el Salvador le dijo a Miconio
que mirase hacia el poniente. El miró y vio vastos campos de trigo blancos para la siega. El único segador
que se esforzaba por segarlos, estaba casi exhausto; de todas maneras, persistía en su tarea. En ese
momento, Miconio reconoció el solitario segador: ¡era su buen amigo, Martín Lutero! Al despertar del
sueño, Miconio tomó esta resolución: "No puedo quedarme aquí orando mientras Martín se fatiga en la
obra del Señor. Las ovejas deben ser apacentadas, y los campos tienen que ser segados. Héme aquí, Señor,
¡envíame a mí!" Fue así como Miconio salió para compartir la labor de su fiel amigo.
Jesús nos llama para trabajar y orar. Es de rodillas que la iglesia de Cristo avanza. Fue Lionel Fletcher
quien escribió:
"Todos los grandes conquistadores de almas, a través de los siglos, han sido hombres y mujeres
incansables en la oración. Conozco a casi todos los oradores que han tenido éxito en la generación actual,
así como a los de la generación anterior, y sé que todos ellos han sido hombres de intensa oración.
"Cierto evangelista me impresionó profundamente cuando yo era todavía un joven periodista de un
diario. Ese evangelista se había hospedado en casa de un pastor presbiteriano. Toqué a la puerta y
pregunté si podía hablar con el evangelista. El pastor, con voz trémula y con el rostro iluminado por una
luz extraña, respondió: 'Nunca se hospedó un hombre como él en nuestra casa. No sé cuando él duerme. Si
voy a su cuarto durante la noche para saber si precisa de alguna cosa, lo encuentro orando. Lo vi entrar en
el templo muy temprano hoy por la mañana, y no volvió para desayunar ni para almorzar.' "
"Fui a la iglesia. . . Entré furtivamente para no perturbarlo. Lo hallé sin el saco y sin el cuello clerical.
Estaba postrado de bruces delante del púlpito. Oí que con voz agonizante y conmovedora imploraba a
Dios en favor de aquella ciudad de mineros, para que dirigiese las almas al Salvador. Había orado durante
toda la noche; había orado y ayunado el día entero."
"Me aproximé furtivamente al lugar donde él oraba postrado en el suelo. Me arrodillé y puse la mano
sobre su hombro. El sudor le corría por el rostro. El no me había visto nunca, pero me miró por un
momento y entonces me rogó: "Ore conmigo, hermano. No puedo vivir si esta ciudad no se acerca a
Dios." Había orado en ese lugar durante veinte días sin que se hubiese producido ninguna conversión. Me
arrodillé a su lado y oramos juntos. Nunca había oído a nadie que insistiese como él. Volví de allí
realmente asombrado, humillado y tembloroso."
"Aquella noche asistí al culto en el gran templo donde él oró. Nadie sabía que él no había comido
durante el día entero, que no había dormido durante la noche anterior. Pero, cuando se levantó para
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predicar, oí a diversos oyentes que dijeron: 'La luz de su rostro no es terrenal.' Y no lo era en efecto. El era
un conceptuado instructor bíblico, pero no tenía el don de predicar. Sin embargo, esa noche, mientras
predicaba, el auditorio entero fue tomado por el poder de Dios. Ele esa la primera gran cosecha de almas
que presencié."
Hay muchos testigos oculares del hecho de que Dios continúa respondiendo las oraciones como en el
tiempo de Lutero, de Edwards y de Judson. Transcribimos aquí el siguiente comentario publicado en
cierto periódico:
"La hermana Dabney es una creyente humilde que se dedica a orar... Su marido, pastor de una gran
iglesia, fue llamado para iniciar la obra en un suburbio habitado por gente pobre. Al primer culto no vino
ningún oyente; solamente él y ella asistieron. Se quedaron desilusionados. Era un campo dificilísimo; el
pueblo no era solamente pobre, sino depravado también. La hermana Dabney vio que no había esperanza,
a no ser que se clamase a Dios, y resolvió dedicarse persistentemente a la oración. Hizo un voto a Dios,
que, si El atraía a los pecadores a los cultos y los salvaba, ella se entregaría a la oración y ayunaría tres
días y tres noches en el templo, todas las semanas, durante un período de tres años.
"Fue así que, después que la esposa de ese pastor angustiado comenzó a orar, sola, en el salón de cultos,
Dios comenzó a obrar enviando pecadores en tan gran número, que el salón quedaba repleto de oyentes.
Su marido le pidió entonces que orase al Señor y le pidiese un salón más grande. Dios conmovió el
corazón de un comerciante para que desocupara el edificio que quedaba frente al salón, cediéndolo para
los cultos. Ella continuó orando y ayunando tres veces por semana, y sucedió que aquel salón más grande
también resultó ser insuficiente para contener al público. Su marido le pidió nuevamente que orase y
pidiese un edificio en que todos los que deseaban asistir a los cultos pudiesen entrar. Ella oró y Dios les
dio un gran templo situado en la calle principal de ese barrio. En ese nuevo templo la asistencia aumentó
también a tal punto, que muchos de los oyentes se veían obligados a asistir a las predicaciones de pie, en
la calle. Muchos de ellos fueron liberados del pecado y bautizados."
Cuando los creyentes sienten dolores mientras están orando, es que hay almas que están renaciendo.
"Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán."
"El gemir de miles de millones de almas en la tierra me llega a los oídos y me conmueve el corazón; me
esfuerzo, pidiendo el auxilio de Dios, para evaluar, al menos en parte, la densa obscuridad, la extrema
miseria y la indescriptible desesperación de esos miles de millones de almas que no tienen a Cristo.
Medita hermano, sobre el amor del Maestro, amor profundo como el mar; contempla el horrible
espectáculo de la desesperación de los hombres perdidos, hasta que no puedas ya censurar, hasta que no
puedas descansar, hasta que no puedas dormir."
Al sentir las necesidades de los hombres que perecen sin Cristo, fue que Carlos Inwood escribió lo que
acabamos de leer en el párrafo anterior, y es por esa razón que se consume el alma de los héroes de la
Iglesia de Cristo a través de los siglos.
En la campaña de Piamonte, Napoleón se dirigió a sus soldados con las siguientes palabras: "Habéis
ganado sangrientas batallas sin cañones, habéis atravesado ríos caudalosos sin puentes, habéis marchado
increíbles distancias descalzos, habéis acampado innúmeras veces sin tener nada para comer. ¡Todo esto
gracias a vuestra audaz perseverancia! ¡Pero, guerreros, es como si no hubiésemos hecho nada, puesto que
nos queda aún mucho por alcanzar!"
Guerreros de la causa santa: nosotros podemos decir lo mismo; es como si no hubiésemos hecho nada.
La audaz perseverancia nos es indispensable todavía; hay más almas para salvar actualmente que las que
había en los tiempos de Müller, de Livingstone, de Paton, de Spurgeon y de Moody.
"¡Ay de mí, si no anunciare el evangelio!" (1Co_9:16.)
No podemos taparnos los oídos espirituales para no oír el llanto y los suspiros de miles de millones de
almas en la tierra, que no conocen el camino que conduce al hogar celestial.
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