jueves, 12 de abril de 2012


EL AMOR NUNCA DEJA DE  SER
Desea socorrernos. Proverbios 13:18 dice
:  


















Dios nos ama; nosotros somos sus hijos, y 
Él,  como Padre,  es el  primer  preocupado




por   el   estado   de   nuestro  matrimonio.  Él  
“Pobreza   y   vergüenza   tendrá   el   que 
menosprecia   el   consejo;   mas   el   que 
guarda   la   corrección   recibirá   honra.” 
Muchos hijos de Dios pasan por pobrezas 
y vergüenzas  tan sólo por no poner oído 
atento al consejo del Señor.
Cuando hablamos de matrimonio en la iglesia, estamos hablando de la unión 
de dos personas que  tienen a Cristo en su corazón,  y que,  por  tanto,  han 
pasado   de   muerte   a   vida.   Estos   hombres   y   mujeres   tienen   al   Señor 
Jesucristo como su Señor y su vida.  Entonces,  se puede esperar de ellos 
que, a medida que el tiempo transcurre, mayor habrá sido la siembra para el 
espíritu que para la carne.
Si   el   abordar   el   tema  matrimonial,   no   podemos   apelar   a   la   fe   y   a   la 
experiencia del  creyente,  entonces nos encontraríamos en el  plano de  la 
carne y de  la sangre,  y deberíamos acudir a un profesional  que nos asista 
con   los   recursos   de   la   ciencia   humana;   pero   los   que   somos   de   Dios, 
apelamos a sus recursos, ya sea al trono de la gracia (Heb.4:16) o a la vida 
eterna que llevamos dentro (1ª Timoteo 6:12).
El amor de Dios vs. nuestro amor
“El  amor  es sufrido,  es benigno;  el  amor  no  tiene envidia,  el  amor  no es 
jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se 
irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.  
Todo lo sufre, todo lo cree,  todo  lo espera, todo  lo soporta.  El amor nunca 
dejar de ser...” (1ª Cor.13:4-8).
Aquí está descrito el amor ‘ágape’, el amor de Dios, el que nunca deja de ser. 
¿Estará este amor muy  lejos de nosotros? Romanos 5:5 dice: “El  amor de 
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos 
fue dado.”  “Derramado” implica abundancia.  Este es un hecho divino en el 
corazón del  creyente.  ¿Qué se puede esperar de un esposo y una esposa, 
que son hijos de Dios,   redimidos por   la sangre preciosa del  Cordero,  en 
quienes   habita   el   Espíritu   Santo,   el   cual   los   conduce   y   los   regula? 
Convengamos   en   que   nuestro  Dios   no   nos   ha   dado   sólo   unos   cuantos 
mandamientos   para   nuestra   conducta,   sino   que   primeramente   nos   ha 
capacitado y vivificado por medio de su Santo Espíritu (Gál.4:6; Rom.8:9-11).
Recordemos   por   un  momento   aquel   amor   que   se   encendió   en   nosotros 
cuando nos encontramos con  la persona que creímos que  llenaba  todas 
nuestras expectativas. ¡Oh, qué precioso es cuando llega el amor! Entonces 
nada nos importaba; no tuvimos ojos para nada ni nadie más; nos llenamos 
de sueños  ¡hallamos al  hombre  (o  la mujer)   ideal!  Vinieron cartas,  citas, 
regalos, etc. ... ¡preciosa experiencia!
Ahora   bien,   aquel   amor   juvenil,   apasionado,   ciego,   ¿se   compara   (o   se asemeja) con el amor de 1ª Corintios 13? ¿Era sufrido, sin envidia, sin rencor, 
capaz de sufrirlo y soportarlo todo? Evidentemente, no.
Muchos nos han confesado dramáticamente: “Se me acabó el amor ...” “Las 
cosas no se dieron como yo pensaba ...” “Ya no la (lo) quiero” ... Si somos 
honestos,  debemos reconocer que esto  le ocurre a  la gran mayoría de  los 
matrimonios,   tanto   cristianos   como   no   cristianos.   Por   tanto,   que   los 
mundanos   se   divorcien   resulta   comprensible.   Difícilmente   aceptarán   el 
sufrimiento, rápidamente pensarán en “rehacer sus vidas”. Ellos no tienen al 
Señor en sus corazones y no tienen contemplado obedecer a Dios en ningún 
punto; para ellos la ceremonia religiosa no fue más que un trámite, un evento 
social para el ‘glamour’ ... En cambio, para un esposo o esposa creyente, no 
está contemplado el abandonar jamás a la mujer de su juventud (Prov.5:18-
19).   Es   una   ingenuidad   pensar   en   un  matrimonio   sin   sufrimientos   y/o 
conflictos   de   distinta   especie.   El   que   se   casa   debe   estar   prevenido   y 
preparado para soportar y ser soportado en muchas (o muchísimas) cosas.
Un hombre en la carne (Rom.8:6-8; Gál.5:19-21) es absolutamente impotente 
para   soportarlo   o   sufrirlo   todo;   sólo   buscará   su   autosatisfacción.   Es 
hedonista en esencia.  Pero hablando entre hombres y mujeres que  tienen 
viva y presente en sus corazones  la realidad del  “amor que nunca deja de 
ser”,   no   temeremos,   pues   cuando   el   inmaduro   amor   sentimental   juvenil 
comienza a disminuir  hasta morir,  se  levantará poderoso y  firme el  “otro 
amor”, el de 1ª Corintios 13.
Entonces vas a valorar y amar a  tu mujer,  porque el  Señor mismo  te dirá: 
“Marido, ama a tu mujer: El que ama a su mujer a sí mismo se ama.” (Ef.5:25-
28). No se puede pretender amar al Señor y ser despreciativo con la esposa. 
No puedo (o no podemos) amar al Señor, respetarlo, honrarlo, serle fiel, y no 
serlo con mi  esposa  (o con mi  esposo).  ¿Podemos ver  que hay una gran 
solidez cuando llegamos a la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo?
Nosotros con facilidad aplicamos el eterno amor de Dios a la salvación de los 
pecadores,   a   nuestra   afiliación   eterna   al   ser   librados   del   infierno,   y   al 
participar de su gloria en el cielo.  ¿Por qué no aplicarlo al matrimonio? ¿O 
acaso 1ª Corintios 13 no es aplicable a mi matrimonio?
Hermanos,   nosotros   tenemos   tal   amor,   como   ya   dijimos,   derramado   en 
nuestros   corazones.   Nosotros   proclamamos   con   gozo   en   medio   de   la 
asamblea de los santos: “La roca de mi corazón y mi porción es Dios para 
siempre.” (Sal.73:26). Entonces, digamos también: “La roca de mi matrimonio 
es Dios para siempre”  ...  Esto es verdad,  porque ya no somos más dos. 
Hemos venido a ser una sola carne, y lo que es verdad para uno, también lo 
es para con quien soy uno. ¡Dios, el bendito Dios y Padre de nuestro Señor 
Jesucristo sostiene y sustenta nuestro matrimonio!
Hermanos,   contrario   a   cuanto   personaje   público   piense,   nosotros 
concebimos el  matrimonio para  toda  la vida.  A medida que evolucione  la 
presente sociedad donde nos ha  tocado vivir,  creemos que el  matrimonio 
quedará –finalmente– circunscrito a  los creyentes.  Que el  mundo haga o 
piense lo que quiera; los santos, nos santificaremos todavía (Apoc.22:11).Una aplicación para el matrimonio (Efesios 4:17-32)
Consideremos   ahora   la   palabra   de   Efesios   4:17-32   aplicada   a   la   vida 
matrimonial:   Ya   no   tenemos   el   entendimiento   entenebrecido,   ya   no   se 
concibe la dureza en nuestro corazón. Hemos sido alumbrados por el Señor 
para que ahora se refleje  la vida de Cristo en nosotros;  es  tiempo que se 
manifieste cuanto hemos aprendido en Él y con Él.
¿En verdad le hemos oído, y hemos sido por Él enseñados? (vers.4:21). Si no 
es así,  entonces no nos extrañemos por   tantos  fracasos.  Nada podemos 
esperar del “viejo hombre” (4:22), pero todo podemos esperarlo del “nuevo 
hombre”   (4:24),  que   es  Cristo  en nosotros   (Col.1:27).  Si   esta  palabra   es 
aplicable a  la  iglesia en general,  ¿cuánto más  lo será al matrimonio,  donde 
verdaderamente somos miembros el uno del otro? (4:25).
Hay una “ira legítima”, un enojo repentino, a causa de cualquier situación de 
la vida cotidiana, que no es pecado. El Señor nos pone límite: “No se ponga 
el sol” para que estas “iras” no se acumulen hasta reventar en un conflicto 
mayor.
“Ni deis lugar al diablo”. Aquí se trata de abrir una puerta el enemigo de todo 
lo que es de Dios. El Señor nos perdone por cuantas veces hemos dado lugar 
al   diablo.   Por   esto   llegan   aquellos   enojos,   rabias   y   enemistades;   las 
acusaciones mutuas se multiplican, se traen a la memoria muchas cosas que 
la   sangre   del   Señor   ya   pagó   y   sepultó.   Esto   es   absolutamente   ilegal   e 
ilegítimo.   Satanás   se   siente   de   alguna   manera   autorizado:   “Ustedes 
desobedecieron, me dieron lugar”. Él no traerá ternura ni comprensión; viene 
a  romper   la paz,  a  turbar,  a  llenarnos de amargura y dolor.  En  la  iglesia 
velamos por  no darle  espacio al  enemigo.  Los que ministran o presiden 
luchan porque no se les ceda terreno alguno. Pero, hermanos, la vida de la 
iglesia no  termina  en  la  reunión de  los  creyentes;  no  tenemos una  vida 
matrimonial y otra eclesiástica. Llegamos al hogar con nuestra esposa, que 
es también nuestra hermana en Cristo. Ya hay dos reunidos en su Nombre: el 
Señor está aquí (Mateo 18:20). No demos, entonces, lugar al que viene para 
destruir. Vamos a la perfección como iglesia, pero también como matrimonio 
(Hebreos 6:1).
La voluntad del Señor es que seamos sustentadores de nuestro hogar (4:28), 
y que no sólo se suplan nuestras necesidades, sino que tengamos aun para 
bendecir   a   otros.   No   nos   conformemos   hasta   que   esto   se   cumpla   en 
nosotros,  y que haya recursos para  los más necesitados y para apoyar  la 
obra de Dios.
Nuestras palabras pueden edificar o contaminar a quienes nos escuchan. No 
osaríamos hablar palabras corrompidas en la iglesia. Tampoco tengo licencia 
para ser descuidado en el hablar cuando llego a mi casa. En este sentido, no 
somos libres; somos esclavos de Jesucristo para vivir siempre en Él y para 
Él. (Col.3:17).
No contristéis al Espíritu Santo
Otra palabra para meditar:  “Y no con-tristéis al  Espíritu Santo de Dios  ...” 
(4:30). ¿Cómo está, cómo se siente esta bendita Persona entre nosotros, en mi vida matrimonial? Se trata del Espíritu del Dios vivo, el que le dio vida a la 
iglesia   el   día   de   Pentecostés,   el   que   hizo  maravillas   con   los   primeros 
apóstoles,   el   que   fortalece   con   poder   en   el   hombre   interior,   nuestro 
Consolador,   quien   nos   conduce   a   todas   las   riquezas   de   Cristo,   para 
poseerlas y disfrutarlas.
¡Qué tremendo es esto, hermanos! Que siendo tan poderoso el Consolador 
nosotros  le contristemos y aun  lo apaguemos con nuestras carnalidades! 
Dios no nos hizo autómatas, Él espera que nos rindamos, que demos nuestra 
anuencia a su gobierno y autoridad,  y que,  al  mismo tiempo,   juzguemos  la 
bajeza,   la vileza de nuestro corazón  (“Miserable de mí”,  Ro.7:24).  Dios nos 
dio su Espíritu para honra, gloria, hermosura, poder y victoria, pero nuestra 
vanidad y  soberbia  natural   lo contrista.   “Perdónanos,  Señor,  por  haberte 
contristado; por toda ofensa y desobediencia contra el consejo de tu Santo 
Espíritu dentro de nosotros.”
¿Conoce usted, hermano, la libertad del Espíritu dentro de Ud.? ¡Cómo nos 
inspira y fortalece! ¿Conoce usted una reunión de iglesia llena de gloria, esas 
que   deseamos   que   no   terminen.   El   Espíritu   Santo   gobierna   todo   ¡Qué 
glorioso! Entonces,  no  lo contristemos más.  Que pueda desplegar  toda su 
gracia para hacernos crecer y avanzar, así en el matrimonio habrá cada vez 
menos amarguras,  enojos,  griterías,  etc.  Todos estos estorbos habrán sido 
violentamente quitados (4:31) de los corazones que ahora están aprendiendo 
a vivir llenos del Espíritu Santo.
Esta sección de Efesios termina con una exhortación a  la benignidad,  a  la 
misericordia y al  perdón  (4:32).  Aplicado al  matrimonio,  esto es un  fuerte 
golpe al   ‘machismo’ y a  la prepotencia de muchos maridos.  Estas cosas  le 
parecerán a muchos cosa de ‘debiluchos’. Pero los creyentes, los que son de 
Cristo, los que viven en el Señor, son capaces de humillarse y pedir perdón 
cuantas veces sea necesario,  cada vez que  tengamos  testimonio de haber 
herido   o   defraudado   a   nuestra   esposa   o   familia.   Esta   actitud   les   dará 
confianza, y serán así testigos del trabajo del Señor en el corazón del que se 
humilla. Sólo el carnal, el soberbio, no se humillará nunca...
¡Amados,  que nuestro matrimonio sea como una ofrenda de olor  fragante! 
(Ef.5:1-2)

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