jueves, 23 de octubre de 2014

La batalla de la oración
La oración es la experiencia más grata de la vida, pero también una de las luchas más grandes. Usted probablemente ha enfrentado los mismos obstáculos que yo: conseguir tiempo para orar, no tener fuerza, sentirse desconectado de Dios, falta de atención e incapacidad de concentrarse, rendirse cuando la respuesta no llega, o tener dudas de que Dios hará algo. Si hay una lección que podemos aprender de esto, es que tenemos un adversario. Satanás sabe que nuestra victoria y utilidad como cristianos están relacionadas directamente con nuestra vida de oración. Si él puede debilitar esta experiencia, todo lo demás aspectos de nuestra existencia serán también afectados.
Puesto que la oración es una batalla, necesitamos vernos a nosotros mismos como soldados, y entender que nuestro Comandante nos ha dado lo que necesitamos para salir victoriosos. Efesios 6.10-17 nos dice que nos pongamos la armadura de Dios, que nos cubramos con el escudo de la fe, y que resistamos con la espada de su Palabra. Aunque su armadura nos protege de los ataques, Pablo menciona a la oración en el versículo siguiente (v. 18). Cada vez que oramos, necesitamos estar vestidos para la batalla espiritual.
Piense por un momento en todo lo que implica ser un soldado, y en cómo se relaciona eso con la oración. Además de estar vestido para la batalla, un soldado debe ser observador, decidido, perseverante y obediente a las órdenes de su comandante. ¿Describen estas palabras su vida de oración? ¿Está resuelto a orar a pesar de que no sienta el deseo de hacerlo? ¿Persevera aunque sus oraciones no sean respondidas de inmediato? ¿Está leyendo la Palabra de Dios para saber cómo quiere su Comandante que ore?
La próxima vez que se ponga de rodillas, recuerde que está entrando en un campo de batalla. Satanás hará todo lo que pueda para evitar que ore, porque sabe que un cristiano que ora es un peligro para sus planes. Debido a que en el ejército de Dios no hay jubilación, usted estará en esta batalla durante toda su vida, hasta que Dios le lleve al hogar celestial. Por tanto, manténgase firme y nunca se dé por vencido, porque su utilidad y su victoria en Cristo dependen del tiempo que pase con el Señor en oración.

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