martes, 23 de octubre de 2012

El explorador de África


El explorador de África



El explorador de África
David Livingstone, descubridor de talla mundial, cartógrafo de vastas regiones africanas desconocidas a mediados del siglo XIX, pero por encima de todo misionero y prócer del cristianismo moderno.
Cierto turista, al visitar la abadía de Westminster, en Londres, donde se encuentran sepultados los reyes y personajes eminentes de Inglaterra, preguntó cuál era la tumba más visitada, excluyendo la del "soldado desconocido". El conserje respondió que era la tumba de David Livingstone. Son pocos los humildes y fieles siervos de Dios que el mundo distingue y honra de esta manera.

Se cuenta que, en Glasgow, después de haber pasado 16 años de su vida en el África, Livingstone fue invitado a pronunciar un discurso ante el cuerpo estudiantil de la universidad. Los alumnos resolvieron mofarse de quien ellos llamaban "camarada misionero", haciendo el mayor ruido posible para interrumpir su discurso. Un testigo del acontecimiento dijo lo siguiente: "a pesar de todo, desde el momento en que Livingstone se presentó delante de ellos, macilento y delgado, los alumnos guardaron un gran silencio. Oyeron todo lo que el orador les relató y cómo Jesús le había cumplido su promesa: he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".

David Livingstone nació en Escocia, el 19 de marzo de 1813. Su padre, Neil Livingstone, acostumbraba relatar a sus hijos las proezas de 8 generaciones de sus antepasados. Uno de los bisabuelos de David tuvo que huir, con su familia, de los crueles partidarios de los pactos o "covenanters" a los pantanos y montes escabrosos donde podían adorar a Dios en espíritu y en verdad. Pero aun esos cultos que se realizaban entre los espinos y a veces sobre el hielo, eran interrumpidos de vez en cuando por la caballería, que llegaba galopando para matar o llevarse presos tanto a hombres como a mujeres.

Los padres de David educaron a sus hijos en el temor de Dios. En su hogar siempre reinaba la alegría y servía como modelo ejemplar de todas las virtudes domésticas. No se perdía una sola hora de los siete días de la semana, y el domingo era esperado y honrado como un día de descanso. A la edad de nueve años David se ganó un Nuevo Testamento, como premio ofrecido por repetir de memoria el capítulo más largo de la Biblia: el Salmo 119.

"Entre los recuerdos más sagrados de mi infancia", escribió Livingstone, "están los de la economía de mi madre para que los pocos recursos fuesen suficientes para todos los miembros de la familia. Cuando cumplí diez años de edad, mis padres me colocaron en una fábrica de tejidos para que yo ayudara a sustentar a la familia. Con una parte de mi salario de la primera semana me compré una gramática de latín".

LOS COMIENZOS

Desde su infancia, David había oído hablar de un misionero valiente destacado en la China, cuyo nombre era Charles Gutzlaff. En sus oraciones de la noche, al lado de su madre, oraba también por él. A la edad de dieciséis años, David comenzó a sentir un deseo profundo de que el amor y la gracia de Cristo fuesen conocidos por aquellos que permanecían aún en las densas tinieblas. Por ese motivo, resolvió firmemente en su corazón dar también su vida como médico y misionero en el mismo país.

Cuando cumplió nueve años de servicios en la fábrica, fue promovido para un trabajo más lucrativo. Consiguió completar sus estudios, recibiendo el diploma de licenciado de la Facultad de Medicina y Cirugía de Glasgow, sin ningún auxilio económico que lo ayudase a completar su carrera. Si los creyentes no lo hubiesen aconsejado a que hablase a la Sociedad Misionera de Londres acerca de enviarlo como misionero, él habría ido por sus propios medios, según declaró más tarde.

Los hermanos de la misión concordaron con esa resolución y David volvió a su humilde hogar de Blatire para despedirse de sus padres y hermanos. A las cinco de la mañana del día 17 de noviembre de 1840, la familia se levantó. David leyó los Salmos 121 y 135 junto con todos los suyos. Las siguientes palabras quedaron impresas en su corazón, y lo fortalecieron para resistir el calor y los peligros durante los largos años que pasó después en el África: "el sol no te fatigará de día, ni la luna de noche... Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre".

El viaje desde Glasgow a Río de Janeiro y luego a ciudad del Cabo en el África, duró tres meses. Pero David no desperdició su tiempo. El capitán se volvió su amigo íntimo y lo ayudó a preparar los cultos en los que David predicaba a los tripulantes del navío. El nuevo misionero aprovechó también la oportunidad de aprender, a bordo, el uso del sextante y a saber exactamente la posición del barco, observando la luna y las estrellas. Ese conocimiento le fue más tarde de incalculable valor para orientarse en sus viajes de evangelización y exploración en el inmenso interior desconocido, del cual "subía el humo de mil villas sin misionero".

MATRIMONIO Y MISIONES

Fue en la casa de Robert Moffat, en Curumá, que llegó a conocer a María, la hija mayor de ese misionero. Después de abrir la misión en Mabotsa, los dos se casaron. Seis hijos fueron el fruto de ese enlace. Después que Livingstone se casó, la Escuela Dominical de Mabotsa se transformó en una escuela diaria, pasando su esposa a ser la maestra. Schele, el jefe de la tribu, se volvió un gran estudiante de la Biblia, pero quería "convertir" a todo su pueblo a fuerza de "litupa", es decir, de látigo de cuero de rinoceronte.

Las sequías lo oprimían tanto en Colobeng, que Livingstone resolvió hacer un viaje de exploración para encontrar un lugar más apropiado para establecer su misión. Así fue como el 1 de julio de 1849, David Livingstone, junto con el jefe de la tribu, sus "guerreros", tres hombres blancos y su propia familia, salieron para atravesar el gran desierto de Calari. El guía del grupo, Romotobi, conocía el secreto de subsistir en el desierto cavando con las manos y chupando el agua de debajo de la arena mediante una caña sorbedora.

Después de viajar durante muchos días, llegaron al río Zouga. Al preguntarles a los indígenas, ellos les informaron que el río tenía su naciente en una tierra de ríos y bosques. Livingstone quedó convencido de que el interior del África no era un gran desierto, como el mundo de entonces suponía, y su corazón ardía con el deseo de encontrar una vía fluvial, para que otros misioneros pudiesen ir y penetrar el interior del continente con el mensaje de Cristo.

RETORNO A CASA

Fue en esa época de su vida que Livingstone, debido a sus hazañas, se volvió mundialmente conocido. Atravesó, ida y vuelta, el continente africano, desde la desembocadura del río Zambeze hasta San Pablo de Luanda, siendo el primer blanco en realizar semejante hazaña.

Continuó predicando el Evangelio constantemente, a veces a auditorios de más de mil personas. Sobre todo, se esforzaba en ganar la estimación de las tribus hostiles por donde pasaba, con su conducta cristiana que era un gran contraste con la de los mercaderes de esclavos.

Por fin, después de una ausencia de diecisiete años de su patria, regresó a Inglaterra. Volvió a la civilización y a reunirse con su familia, como quien vuelve de la muerte. Antes de desembarcar supo que su padre había fallecido. En toda la historia de David Livingstone no se cuenta un acontecimiento más conmovedor que su encuentro con su esposa y sus hijos.

En Inglaterra fue aclamado y honrado como un heroico descubridor y gran benefactor de la humanidad. Los diarios publicaban todos sus actos de valentía. Las multitudes afluían para oírlo contar su historia.

En el mes de marzo de 1858, a la edad de 46 años, Livingstone acompañado de su esposa y el hijo menor Osvaldo se embarcaron nuevamente para el África. Dejando a los dos en casa de su suegro, el misionero Moffat, continuó sus viajes. En el año siguiente descubrió el lago Nyasa. Recibió también una carta de su esposa desde la casa de los padres de ella, en Curumá, informándole el nacimiento de una nueva hija.

En 1862 su esposa se reunió con él, de nuevo, y lo acompañó en sus viajes; pero tres meses después falleció víctima de la fiebre y fue enterrada en una ladera verdeante en las márgenes del río Zambeze.

ENFERMEDAD Y MUERTE

Por fin, llegó a Ujiji, reducido a piel y huesos, por causa de la grave enfermedad que sufrió en Maniuema. No había recibido cartas desde hacía dos años y esperaba recibir también las provisiones que había enviado para allá. Sin embargo, las cartas no habían llegado, entonces, con el cuerpo enflaquecido y carente de ropas y de alimentos, vino a saber que le habían robado todo. En esa situación él escribió: En mi pobreza me sentí como el hombre que, descendiendo de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de ladrones. No tenía esperanza de que un sacerdote, un levita o un buen samaritano viniese en mi auxilio. Sin embargo, cuando mí alma estaba más abatida, el buen samaritano ya se hallaba muy cerca de mí.

El "buen samaritano" era Henry Stanley, enviado por el diario New York Herald, a insistencia de muchos millares de lectores de ese periódico, para saber con seguridad si Livingstone todavía vivía o, en el caso de que hubiese muerto, para que su cuerpo fuese devuelto a su patria.

Stanley pasó el invierno con Livingstone, quien se negó a ceder a la insistencia de volver a Inglaterra. Podía volver y descansar entre amigos con toda comodidad, pero prefirió quedarse y realizar su anhelo de abrir el continente africano al Evangelio.

Realizó su último viaje con el propósito de explorar el Luapula, para, verificar si ese río era el origen del Nilo o del Congo. En esa región llovía incesantemente. Livingstone sufría dolores atroces; día tras día se le iba volviendo más y más difícil caminar. Fue entonces que tuvo que ser cargado por vez primera, por sus fieles compañeros: Susi, Chuman y Jacó Wainwright, todos indígenas.

Llegaron a la aldea de Chitambo, en Ilala, donde Susi hizo una cabaña para él. En esa cabaña, el 1 de mayo de 1873, el fiel Susi encontró a su bondadoso maestro, de rodillas, al lado de su cama muerto.

Sus dos indesmayables compañeros, Susi y Chuman, enterraron el corazón de Livingstone debajo de un árbol en Chitambo, secaron y embalsamaron el cuerpo y lo llevaron hasta la costa -viaje que duró varios meses-, a través del territorio de varias tribus hostiles.

El cuerpo después que hubo llegado a Zanzíbar fue transportado para Inglaterra, donde fue sepultado en la Abadía de Westminster, entre los monumentos de los reyes y héroes de aquella nación. Si Livingstone no se hubiese enfermado, habría descubierto la cabecera del Nilo. Durante los treinta años que pasó en el África, nunca se olvidó del propósito que tenía de llevar a Cristo a los pueblos de ese obscuro continente. Todos los viajes que realizó fueron viajes misioneros

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