SALA DE EMERGENCIAS: ESCENA DOS
Tres semanas más tarde, Scott
y yo estábamos de regreso en
el mismo hospital. Estábamos
en la misma sala, en la misma
camilla, con el mismo médico
y el mismo diagnóstico. Sólo que
esta vez, Scott necesitaba
tres puntadas en la cabeza en vez de
cuatro. Y yo era simplemente
el padre en vez de paciente
companero.38 El padre que
nunca conocí
Había cierta contrariedad
además que Scott y yo sentíamos
porque esta lesión sucediera
otra vez y que necesitara
tratamiento otra vez y que
pasara por el mismo dolor otra vez.
Una vez más vi a mi hijo como
Dios me ve a mí, su hijo.
Pensé mientras estaba sentado
mirando el triste y turbado
rostro de Scott: Hemos pasado
por esto antes. Pero eso no lo hace
más fácil o menos doloroso, ¿verdad,
hijo? No era la primera
vez que pensaba así ese día.
Temprano había tenido un
conflicto de tristeza y reflexión ...
irónicamente, me sentía como
un paciente con Dios. Y sentía la
tensión de estar con un dolor
interno familiar y recurrente en mi
propio corazón y espíritu.
Usted también debe de saber cómo se
siente, porque muchos
creyentes en ocasiones tienen problemas,
dudas, pecados, tentaciones,
o temores recurrentes. Para mí ese
día había sido un sentimiento
de pesar porque todavía luchaba
con ciertos temores y dudas
recurrentes acerca de la fidelidad
de Dios hacia mí. Había
dudado de su compromiso real de
ayudarme, como pastor que se
esforzaba. ¿Por qué no puedo
arreglar esto, Señor? ¿Por
qué no puedo descansar más sabiendo que me amas? ¿Porqué no puedo pasar esta fastidiosa
duda?
Debiera ser más maduro que
esto. Debí haber arreglado esto ya.
Atrapado entre temores reales
y falta de perspectiva, comencé
a reprenderme también por mi
auto conmiseración y por mi
incapacidad de "cambiar
de humor". Cuando los temores y las
dudas nos abruman, con
frecuencia nos sentimos más condenados por ellos y nos preguntamos cómo y por
qué Dios nos soporta.
En medio de todo esto, creo
que Dios debió de recordarme:
Hemos estado aquí antes.
Hemos pasado por esto antes, hijo.
Los mismos temores
ascendentes, el mismo doloroso sentimiento de rechazo. Y respondiendo a Dios en
oración yo había dicho
mascullando: "Pero eso
no lo hace más fácil." Los dolores y las
penas internas nos pueden
gastar; pueden debilitar el espíritu
y desinflar nuestra esperanza
y nuestra alegría. Como paciente
necesitado con una herida
recurrente, estaba contrariado con-
migo mismo por ser
espiritualmente torpe y lento para sanar.
Hay ocasiones en que somos
como pacientes ante el Señor.
A veces necesitamos cirugía
menor, y a veces un período de
convalecencia que nos ayude a
ganar fuerzas para recuperar-
nos.
Me incliné sobre mi hijo,
Scott, mientras yacía sobre la
camilla en la sala de
emergencias, y cuando lo miré nuevamente
debajo de la sábana azul
esterilizada, vi el drama que se
representaba entre Padre e
hijo, entre Dios y yo. Yo soy el niño,
y Dios el Padre se inclina
sobre mí para consolarme y alentarme
en mis recurrentes heridas y
dolores y necesidades. Sería
inconcebible que yo
abandonara a mi hijo durante este tiempo
de necesidad. Dios es mi
Padre. No me abandona cuando
cometo el mismo insensato
error y termino lesionado otra vez.
Hay un tiempo para la
disciplina y un tiempo para la
consolación; el buen padre
sabe qué es lo mejor.
¿Cuántas veces no he errado acerca
del amor paternal de Dios?
¿Cuántas veces he
empequeñecido su amor y degradado su grandeza y cuidado paterno imaginándomelo
menos un Padre que yo para mis hijos? Cuántas veces me lo he imaginado como
alguien
que rápidamente me rechaza
por la más mínima falta y que no
tolera mi inmadurez
espiritual? ¿Cuántas veces he hecho esencialmente la apreciación de que soy un mejor
padre para mis hijos que Dios para mí?
Esas excursiones a la sala de
emergencias representaron
para mí la posición ventajosa
de un padre en el trato con sus
hijos. Y en mi función de
padre tengo el privilegio repetida-
mente de echar un mejor
vistazo al corazón de Dios como Padre
para mí.
Dios tiene que ver más con
sus hijos de lo que nos damos
cuenta. Aunque Él es
trascendente, omnipotente y el incomprensible Santo, eso no hace que sea
estoico e inconmovible. Dios también es inmanente; está cerca de, con, y
morando en su
pueblo. Si bien las
Escrituras usan figuras y analogías para
describir a Dios en lenguaje
humano, eso no significa que Dios
sea nada más que súper humano
en sus cualidades. Emplean
tal lenguaje para comunicar
la verdad acerca de la naturaleza
de Dios. Quizás no entendamos
como difieren las emociones de
un Dios infinito de las del
hombre, pero las Escrituras afirman
que Dios tiene emociones (se
contrista, se aflige, experimenta
tristeza y deleite). Dice de
Cristo: "No tenemos un sumo sacer-40 El padre que nunca conocí
dote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades"
(Hebreos 4:15).
El Antiguo Testamento
prometió que Dios habitaría con su
pueblo, que Él sería su
"Emanuel". ¡Cuánto necesitamos esta
seguridad! Necesitamos que la
realidad de Dios habitando con
nosotros irrumpa en nuestro
corazón como recuerdo fresco de
su profunda participación
personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario