Jesús, como Hombre de Oración
Quiero llamar la atención del lector de modo especial
sobre Cristo como un ejemplo para nosotros en todas las cosas, pero de un- modo
especial en la oración. Leemos que Cristo oraba al Padre por todo. Toda gran
crisis de su vida fue precedida por la oración. Dejadme citar unos pocos
pasajes. Nunca noté hasta hace unos pocos años que Cristo estaba orando en su
bautismo. Mientras oraba, los cielos se abrieron, y el Espíritu Santo descendió
sobre Él. Otro gran acontecimiento de su vida fue la Transfiguración.
«Y entretanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido
blanco y resplandeciente» (Lucas 9:29).
En Lucas 6:12, leemos: «Aconteció en aquellos
días que Él salió al monte a orar, y pasó la noche entera en oración a Dios».
Éste es el único punto en que se nos dice que el Salvador pasó toda una noche
en oración. ¿Qué iba a acontecer? Cuando descendió del monte reunió a sus
discípulos y les predicó el gran mensaje conocido como el Sermón del Monte, el
sermón más maravilloso que ha sido predicado a los mortales. Probablemente no
hay otro sermón que haya hecho tanto bien, y fue precedido por una noche de
oración. Si nuestros sermones han de alcanzar los corazones y las conciencias
de la gente, hemos de estar en contacto con Dios en oración para que haya poder
en la Palabra.
En el Evangelio de Juan leemos que Jesús, junto a
la tumba de Lázaro, levantó sus ojos al cielo y dijo: «Padre, gracias te doy
por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes, pero lo dije por causa de la
multitud que está alrededor, para que crean que Tú me has enviado» (Juan 11:41,
42). Antes de hablar y devolver la vida al muerto habló a su Padre. Si hemos de
ver levantados a nuestros muertos espirituales, hemosae conse^hj_poder de Dios.
La razón por la que fallamos en conmover a nuestros prójimos es que tratamos de
ganarlos sin obtener poder de Dios antes. Jesús estaba en comunión con su
Padre, de modo que podía estar seguro de que sus oraciones eran oídas.
Y leemos en Juan (12:27, 28) que nuestro Señor
oraba al Padre. Creo que éste es uno de los capítulos más tristes de la Biblia. Estaba a
punto de dejar a la nación judía y de hacer expiación por los pecados del
mundo. Oigamos lo que dice: «Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre,
sálvame de esta hora? Mas, para esto he llegado a esta hora». Estaba ya casi
bajo la sombra de la cruz; las iniquidades de la humanidad iban a ser puestas
sobre Él; uno de los doce discípulos iba a negarle y a jurar que nunca le había
conocido; otro le vendería por 30 monedas de plata; todos iban a abandonarle y
huir. Su alma estaba afligida en extremo y por ello ora. Dios le contestó.
Luego, en el huerto de Getsemaní, mientras oraba, un ángel apareció para
fortalecerle. En respuesta a su clamor: «Padre, glorifica tu nombre», se oyó
una voz del cielo que descendía desde la gloria: «Lo he glorificado, y lo
glorificaré otra vez» (Juan 12:28).
Otra memorable oración de nuestro Señor tuvo
lugar en el huerto de Getsemaní: «Y Él se apartó de ellos a una distancia como
de un tiro de piedra; y puesto de rodillas, oraba» (Lucas 22:41). Quisiera llamar
tu atención sobre el hecho de que cuatro veces llegó la respuesta del cielo
directamente mientras el Salvador oraba a Dios. La primera vez fue con ocasión
de su bautismo, cuando los cielos fueron abiertos y el Espíritu descendió sobre
Él en respuesta a su oración. Luego, en el monte de la Transfiguración,
Dios se le apareció y le habló. Luego, cuando los griegos fueron a Él deseando
verle; y finalmente, cuando clamó al Padre en medio de su agonía recibió una
respuesta directa. Estas cosas son registradas, sin la menor duda, para
animarnos a orar.
Leemos
que sus discípulos acudieron a Él y le dijeron: «Señor, enséñanos a orar». No
se dice que les enseñara a predicar. He dicho más de una vez que me gustaría
mucho más poder orar como Daniel que predicar como Gabriel. Si tienes amor en
tu corazón de modo que la gracia de Dios pueda descender a contestar tu
oración, no tendrás dificultad para alcanzar a la gente. No es
por medio de sermone elocuentes que las almas que perecen pueden ser alcanzadas;
necesitamos el poder de Dios a fin de que pueda decender la bendicion.
La
oración que nuestro Señor enseñó a sus discípulos es comúnmente conocida como
Padrenuestro. Y por otros como la
Oración del Señor. Yo creo que la oración del Señor,
propiamente, es la del capítulo 17 de Juan. Ésta es la oración más larga de
Jesús de la que tenemos registro. Uno puede leerla lentamente y con cuidado en
unos 4 o 5 minutos. Aquí podemos aprender una lección. Las oraciones del
Maestro eran cortas cuando las ofrecía en público; cuando estaba a solas con
Dios ya era otra cosa, y podía pasar toda una noche en comunión con su Padre.
Según mi experiencia, Tos que pasan más tiempo en su cuarto en oración privada
generalmente hacen oraciones cortas en público. Las oraciones largas en
general no son oraciones y cansan a los demás. ¡Cuan corta fue la oración del
publicano!: «Ten misericordia de mí, pecador!». La mujer sirofenicia hizo una
oración más corta aún: «¡Señor, ayúdame!». Fue al blanco directamente, y
consiguió lo que quería. La oración del ladrón en la cruz fue muy corta:
«¡Acuérdate de mí cuando vinieres en tu reino!». La oración de Pedro fue: «¡Señor,
sálvame que perezco!». De modo que puedes hojear las Escrituras y hallarás que
las oraciones que trajeron respuestas inmediatas fueron generalmente breves.
¡Que nuestras oraciones vayan al grano, di-ciéndole a Dios lo que querernos!
En
la oración de nuestro Señor, en Juan 17, hallamos que hizo siete
requerimientos: uno para El mismo, cuatro para los discípulos que le rodeaban,
y dos para los discípulos de épocas subsiguientes. Seis veces en esta oración
repite que Dios le ha enviado. El mundo le miraba como un impostor; y Él quería
que supieran que Dios le había enviado. Habló del mundo nueve veces, y hace
mención de sus discípulos y de los que creen en Él cincuenta veces.
La
última oración de Cristo en la cruz fue corta: «Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen». Creo que esta oración fue contestada. Vemos que allí
mismo, ante la cruz, se convirtió un centurión romano. Era, probablemente,
como respuesta a la oración del Salvador. La conversión del ladrón, creo, fue
en respuesta a la oración de nuestro bendito Salvador. Saulo de Tarso oyó, sin
duda, la oración de Esteban pidiendo misericordia por los que le apedreban. Las
palabras que oyó, tan parecidas a las de Jesucristo en la cruz, puede que le
siguieran hasta el camino de Damasco, donde el Señor se le apareció. Una cosa
sabemos: en el día de Pentecostés algunos de los enemigos del Señor fueron
convertidos. Sin duda, fue como respuesta a la oración: «Padre, perdónalos».