SALA DE EMERGENCIAS: ESCENA UNO
Yo estaba sentado en una
camilla de ruedas en la sala de
emergencias mirando a mi hijo
acostado en otra camilla, ambos
esperando tratamiento médico.
La lesión de Scott era una emergencia definitivamente. Necesitaba suturas en
una laceración
del cuero cabelludo. Mi
lesión no, pero por algunos días había
sospechado que necesitaría
tratamiento. Tenía un gran pelota
en el codo después de haberme
caído sobre éste en un juego de
baloncesto. Yo sabía lo que
Scott necesitaba; no sabía lo que me
harían a mí. Esperaba que lo
único que el codo necesitara fuera
drenaje. Pero deseaba poder
tomar el lugar de Scott porque su
herida era más dolorosa que
la mía.
Yo lo miraba y me estremecía
y consolaba a Scott en su dolor
mientras él se asomaba por
debajo de la estéril sábana azul que
cubría su cabeza. Apretó mis
dedos hasta que los suyos se
pusieran blancos cuando el
médico metió una aguja en la
herida. Yo no podía mirar
porque sabía lo mucho que dolía. No
gritó ni lloró; sólo hizo una
mueca de dolor, crispando nerviosa-
mente las piernas y sujetando
fuertemente mis dedos.36 El padre que nunca conocí
Cuando todo hubo pasado, le
tocó a papá. Scott miraba y se
encogió cuando el médico
metió una gruesa aguja en el codo y
la dejó por unos minutos
mientras se escurrían el Líquido y la
sangre.
Detesto las agujas, sobre
todo las gruesas. Pero un padre
tiene que estar extraordinariamente
calmado cuando su hijo de
ocho años lo ve bajo presión.
Especialmente cuando minutos
antes, mientras el hijo
estaba recibiendo tratamiento, el padre
lo estaba consolando con
frases como: "Está bien, hijo. No te
inquietes; no dolerá." ,
La escena tuvo un significado
especial para mi esa tarde. De
algún modo, "papá"
sentado ahí en la sala de emergencias con
una lesión real, compartiendo
un dolor similar, y pasando por
lo mismo junto" con
Scott lo hizo más fácil para él. No negué mi
dolor; le dije a Scott que
dolía, pero que no era mucho. No pude
evitar pensar que de alguna
manera pequeña esta escena en la
sala de emergencias me
permitía echar un vistazo a un profundo
misterio que se desarrolla en
la vida de Dios el Padre y sus hijos.
He estado en salas de
emergencias al otro lado de la lesión,
como miembro del cuerpo de
sanidad militar, y he asistido a
médicos en salas de
emergencia suturando a pacientes. He
caminado alrededor, por
encima, y dentro de charcos de sangre
en los pisos de la sala de
emergencias. Pero esta fue mi primera
vez como padre. De alguna
manera la laceración menor de mi
hijo fue peor que las
sangrientas heridas de pacientes des-
conocidos. Sentí en esos
momentos entrar en el corazón de Dios
de una manera que todavía me maravilla.
Experimenté la
realidad de que Dios estaba
"conmigo" desde un punto de vista
de padre.
La verdad dio en el blanco en
ese momento de una manera
como nunca en todas mis
lecturas, en todas mis clases de
teología, y en todos los
mensajes que había oído. Como creyente
siempre supe que Dios había
sufrido por nosotros en la
Expiación. Pero la realidad
de que Dios sufre como nuestro
Padre celestial junto con
nosotros en medio de nuestro dolor de
repente iluminó la paternidad
de Dios con un efecto muy dulce.
He pensado con frecuencia que
Dios sufrió sólo una vez, en
la cruz, pero que los humanos
sufren a menudo y repetidamente. Con frecuencia he ponderado las implicaciones
de Cristo
nuestro "Emanuel",
Dios con nosotros. ¿Hasta qué punto está
"conmigo"? ¿Entra
realmente en mi dolor y sufrimiento, o está
allí como simple observador?
En momentos apremiantes, he
acusado a Dios de ser
indiferente a mi dolor y falto de
compasión. "¿Por qué no
quita mi pena, mi sufrimiento y mi
dolor?" He deseado que
Él hubiera participado más 'en la
agitación interna de mi vida
y al hacer eso lo asigné a cierta
existencia monástica para
moverse sólo entre las catacumbas
"espirituales" de
mi vida. No lo he visto como Padre participante,
sino como uno ausente. Como
el padre que parece siempre escondido tras las páginas abiertas del periódico
en su sillón favorito o a la mesa, a veces mi Dios parecía permanecer distante
tras las páginas de mi Biblia.
Pero ahí en la sala de
emergencias Dios derritió mi imagen
obstinada. Ahí me di cuenta
de que ~l es un Padre, más
amoroso y compasivo de lo que
yo llegaré a ser jamás como
padre humano. Sucedió como si
Él estuviera a mi lado en la
sala de emergencia y
calmadamente decía: "¿Ves como sufres
por tu hijo y con él? De
igual manera sufro yo contigo, hijo mío,
porque yo soy tu Padre."
Si bien Dios, después de
sufrir por nuestros pecados en la
cruz, no puede sufrir en
nuestro lugar en vida, Él sufre con
nosotros como un Padre con
sus hijos. Nosotros tenemos que
pasar en medio del
sufrimiento, pero Él pasa en medio de éste
con nosotros.
Podemos cobrar ánimo sabiendo
que Él está ahí mirándonos
atento mientras estamos bajo
la sábana azul, y podemos ver
maravillados sus heridas:
"En toda angustia de ellos él fue
angustiado" (Isaías
63:9).
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