UNA ORACIÓN QUE PIDE SANTIDAD
Y FRUCTIFICACIÓN
“El Dios de paz . . . os haga aptos en toda buena obra
para que hagáis sus voluntad". Esencialmente, esta petición pide que se le
otorgue al pueblo de Dios santidad práctica y fructificación. Aunque el pacto
eterno ha sido llamado con propiedad “el pacto de la redención", debemos
recordar cuidadosamente que su meta es asegurar la santidad de sus
beneficiarios. Inspirado por el Espíritu, Zacarías clama diciendo: “Bendito sea
el Señor, Dios de Israel. porque ... nos envió un salvador ... al acordarse de
su santo pacto ... Nos concedió que fuéramos libres del temor, al rescatarnos
del poder de nuestros enemigos [espirituales], para que le sirviéramos con
santidad en su presencia todos nuestros días” (Lc. 1:68‑69,72,74‑75, los
corchetes son míos). Aunque también se le ha llamado adecuadamente el” Pacto de
gracia", tenemos que recordar que el apóstol Pablo dijo: “En verdad, Dios
ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos
enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en
este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la
bendita esperanza ... (Tit. 2.11‑13). El gran objetivo del pacto eterno, así
como el de todas las obras divinas. es la gloria de Dios y el bien de su
pueblo. No fue diseñado sólo para exhibir la magnificencia divina sino para
conseguir y promover las exigencias de la santidad divina. Dios no entró en
pacto con Cristo para poner de lado la responsabilidad humana, ni el Hijo
cumplió con todos sus términos para hacer innecesaria la vida en obediencia de
sus redimidos.
Cristo no sólo aceptó propiciar a Dios, sino también
regenerar a sus elegidos. Cristo no sólo se dispuso a tomar el lugar de los
elegidos para satisfacer todos los requerimientos de la ley, sino también a
escribir esa ley en sus corazones y sentimientos. Cristo no sólo se comprometió
a quitar el pecado de la vista de Dios, sino también a hacer que sus santos lo
odien. Desde antes de la creación del mundo, Cristo no sólo emprendió la tarea
de satisfacer los requerimientos de la justicia divina sino de santificar su
simiente enviando al Espíritu para que habite en ellos, los conforme a su
propia imagen y los incline a seguir el ejemplo que les dejaría. Los que han
escrito últimamente sobre el pacto de gracia han insistido demasiado poco que
Cristo no sólo se comprometió con la deuda de su pueblo, sino que con su deber.
Cristo obtuvo para ellos la gracia de un corazón nuevo y un nuevo espíritu, a
fin de traerlos al conocimiento del Señor, y poner el temor de Dios en
corazones, y hacerlos obedientes a su voluntad. También se comprometió con la
seguridad de ellos. De modo que si descuidan su ley y abandonan sus juicios, él
visitará sus transgresiones con vara (Sal. 89:30‑36) y si retroceden y se
apartan de él, ciertamente los recuperará.
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