A unos 60 kilómetros de altura existe
una delgada
capa de ozono. Si estuviera comprimida,
sólo mediría
unos seis milímetros de espesor, y sin
embargo, sin
esa capa la vida no podría existir.
Ocho tipos de rayos
mortales caen continuamente sobre este
planeta pro-
cedentes del Sol. Sin esa capa de
ozono, esos rayos
solares nos quemarían, nos cegarían y
nos asarían en
sólo uno o dos días. Los rayos
ultravioletas vienen en
dos formas: los rayos largos, que son
mortíferos y de
los cuales nos protege la capa de
ozono, y los rayos
cortos, que son necesarios para la vida
en la tierra y
que son admitidos por dicha capa.
Además la capa de
ozono permite que los más mortales de
esos rayos
pasen en cantidad muy mínima, suficiente
para que
maten las algas verdes, que de otro
modo crecerían y
llenarían todos los lagos, ríos y
océanos del mundo.
¡Cuán poco entendemos lo que Dios está
haciendo
continuamente para proveernos la vida!
Vemos que
vivimos con una delgadísima capa de
ozono que nos
protege de un bombardeo mortal
invisible, que cons-
tantemente se cierne sobre nuestras
cabezas. Debajo
de nosotros hay una delgada corteza de
rocas, compa-
rativamente más delgada que la piel de
una manzana.
Debajo de ella está la lava derretida
que forma el
núcleo de esta tierra. Así que el
hombre vive entre los
ardientes y ennegrecedores rayos de
arriba y la lava
derretida de abajo; cualquiera de los
dos podría
dejarlo achicharrado. Sin embargo, al
hombre se le
olvida totalmente que Dios ha arreglado
las cosas de
tal modo que pueda existir en un mundo
como éste.
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