La vieja y la nueva cruz - por A. W. Tozer
Sin anunciar y casi
sin ser detectada, ha entrado en el círculo evangélico una cruz nueva en
tiempos modernos. Se parece a la vieja cruz, pero no lo es; aunque las
semejanzas son superficiales, las diferencias son fundamentales. Mana de
esa nueva cruz una nueva filosofía acerca de la vida cristiana, y de
aquella filosofía procede una nueva técnica evangélica, con una nueva
clase de reunión y de predicación. Ese evangelismo nuevo emplea el mismo
lenguaje que el de antes, pero su contenido no es el mismo como tampoco
lo es su énfasis.
La cruz vieja no
tenía nada que ver con el mundo, para la orgullosa carne de Adán,
significaba el fin del viaje. Ella ejecutaba la sentencia impuesta por
la ley del Sinaí. En cambio, la
cruz nueva no se opone a la raza humana; antes al contrario, es una
compañera amistosa y, si es entendida correctamente, puede ser fuente de
océanos de diversión y disfrute, ya que deja vivir a Adán sin
interferencias. La motivación de su vida sigue sin cambios, y todavía vive para su propio placer,
pero ahora le gusta cantar canciones evangélicas y mirar películas
religiosas en lugar de las fiestas con sus canciones sugestivas y sus
copas. Todavía se acentúa el placer, aunque se supone que ahora la
diversión ha subido a un nivel más alto, al menos moral aunque no
intelectualmente.
La cruz nueva
fomenta un nuevo y totalmente distinto trato evangelistico. El
evangelista no demanda la negación o la renuncia de la vida anterior
antes de que uno pueda recibir vida nueva, predica no los contrastes,
sino las similitudes; intenta sintonizar con el interés popular y el
favor del público, mediante la demostración de que el cristianismo no
contiene demandas desagradables, antes al contrario, ofrece lo mismo que
el mundo ofrece pero en un nivel más alto. Cualquier cosa que el mundo
desea y demanda en su condición enloquecida por el pecado, el
evangelista demuestra que el evangelio lo ofrece, y el género religioso
es mejor.
La cruz nueva no mata al pecador,
sino que le vuelve a dirigir de nuevo en otra dirección. Le
asesora y le prepara para vivir una vida más limpia y más alegre, y le
salvaguarda el respeto hacia sí mismo, es decir, su “auto-imagen” o la
“opinión de sí mismo”. Al hombre lanzado y confiado le dice: “Ven y sé
lanzado y confiado para Cristo”. Al egoísta le dice: “Ven y jáctate en
el Señor”. Al que busca placeres le dice: “Ven y disfruta el placer de
la comunión cristiana”. El
mensaje cristiano es aguado o desvirtuado para ajustarlo a lo que esté
de moda en el mundo, y la finalidad es hacer el evangelio aceptable al
público.
La filosofía que está detrás de esto
puede ser sincera, pero su sinceridad no excusa su falsedad. Es
falsa porque está ciega. No acaba de comprender en absoluto cuál es el
significado de la cruz.
La cruz vieja es un símbolo de
muerte. Ella representa el final brutal y violento de un ser humano. En
los tiempos de los romanos, el hombre que tomaba su cruz para llevarla.
ya se había despedido de sus amigos, no iba a volver, y no iba para que
le renovasen o rehabilitasen la vida, sino que iba para que pusiesen
punto final a ella. La cruz no claudicó, no modificó nada, no perdonó
nada, sino que mató a todo el hombre por completo y eso con finalidad.
No trataba de quedar bien con su víctima, sino que le dio fuerte y con
crueldad, y cuando hubiera acabado su trabajo, ese hombre ya no estaría.
La raza de Adán está
bajo sentencia de muerte. No se puede conmutar la sentencia y no hay
escapatoria. Dios no puede aprobar ninguno de los frutos del pecado, por
inocentes o hermosos que aparezcan ellos a los ojos de los hombres. Dios salva al individuo mediante su
propia liquidación, porque después de terminado, Dios le levanta en vida
nueva.
El evangelismo que traza paralelos
amistosos entre los caminos de Dios y los de los hombres, es un
evangelio falso en cuanto a la Biblia, y cruel a las almas de sus
oyentes. La fe de Cristo no tiene paralelo con el mundo, porque
cruza al mundo de manera perpendicular. Al venir a Cristo no subimos nuestra vida vieja a un
nivel más alto, sino que la dejamos en la cruz. El grano de
trigo debe caer en tierra y morir.
Nosotros, los que predicamos el
evangelio no debemos considerarnos agentes de relaciones públicas,
enviados para establecer buenas relaciones entre Cristo y el mundo. No debemos imaginarnos comisionados
para hacer a Cristo aceptable a las grandes empresas, la prensa, el
mundo del deporte o el mundo de la educación. No somos mandados para
hacer diplomacia sino como profetas, y nuestro mensaje, no es otra cosa
que un ultimatum.
Dios ofrece vida al hombre, pero no
le ofrece una mejora de su vida vieja. La vida que El ofrece es vida que
surge de la muerte.Es una vida que siempre está en el otro
lado de la cruz. El que quisiera gozar de esa vida tiene que pasar bajo
la vara. Tiene que repudiarse a sí mismo y ponerse de acuerdo con Dios
en cuanto a la sentencia divina que le condena.
¿Qué significa eso
para el individuo, el hombre bajo condenación que quisiera hallar vida
en Cristo Jesús? ¿Cómo puede esa teología traducirse en vida para él?
Simplemente, debe arrepentirse y creer. Debe abandonar sus pecados y
negarse a sí mismo. ¡Que no oculte ni defienda ni excuse nada! Tampoco
debe regatear con Dios, sino agachar la cabeza ante la vara de la ira
divina y reconocer que es reo de muerte.
Habiendo hecho esto,
ese hombre debe mirar con ojos de fe al Salvador; porque de Él vendrá
vida, renacimiento, purificación y poder.La cruz que acabó con la vida terrenal de Jesús es la
misma que ahora pone final a la vida del pecador; y el poder que
resucitó a Cristo de entre los muertos, es el mismo que ahora levanta al
pecador arrepentido y creyente para que tenga vida nueva junto con
Cristo.
A los que objetan o
discrepan con esto, o lo consideran una opinión demasiada estrecha, o
solamente mi punto de vista sobre el asunto, déjame decir que Dios ha
sellado este mensaje con Su aprobación, desde los tiempos del Apóstol
Pablo hasta el día de hoy. Si ha sido proclamado en estas mismísimas
palabras o no, no importa tanto, pero sí que es y ha sido el contenido
de toda predicación que ha traído vida y poder al mundo a lo largo de
los siglos. Los místicos, los reformadores y los predicadores de
avivamientos han puesto aquí el énfasis, y señales y prodigios y
repartimientos del Espíritu Santo han dado testimonio juntamente con
ellos de la aprobación divina.
¿Nos atrevemos,
pues, a jugar con la verdad cuando somos conocedores de que heredamos
semejante legado de poder? ¿Intentaríamos cambiar con nuestros lápices
las rayas del plano divino, el modelo que nos fue mostrado en el Monte?
¡En ninguna manera!
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