Desea socorrernos. Proverbios 13:18 dice
:
Dios nos ama; nosotros somos sus hijos, y
Él, como Padre, es el primer preocupado
por el estado de nuestro matrimonio. Él
“Pobreza y vergüenza tendrá el que
menosprecia el consejo; mas el que
guarda la corrección recibirá honra.”
Muchos hijos de Dios pasan por pobrezas
y vergüenzas tan sólo por no poner oído
atento al consejo del Señor.
Cuando hablamos de matrimonio en la iglesia, estamos hablando de la unión
de dos personas que tienen a Cristo en su corazón, y que, por tanto, han
pasado de muerte a vida. Estos hombres y mujeres tienen al Señor
Jesucristo como su Señor y su vida. Entonces, se puede esperar de ellos
que, a medida que el tiempo transcurre, mayor habrá sido la siembra para el
espíritu que para la carne.
Si el abordar el tema matrimonial, no podemos apelar a la fe y a la
experiencia del creyente, entonces nos encontraríamos en el plano de la
carne y de la sangre, y deberíamos acudir a un profesional que nos asista
con los recursos de la ciencia humana; pero los que somos de Dios,
apelamos a sus recursos, ya sea al trono de la gracia (Heb.4:16) o a la vida
eterna que llevamos dentro (1ª Timoteo 6:12).
El amor de Dios vs. nuestro amor
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es
jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se
irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca
dejar de ser...” (1ª Cor.13:4-8).
Aquí está descrito el amor ‘ágape’, el amor de Dios, el que nunca deja de ser.
¿Estará este amor muy lejos de nosotros? Romanos 5:5 dice: “El amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
fue dado.” “Derramado” implica abundancia. Este es un hecho divino en el
corazón del creyente. ¿Qué se puede esperar de un esposo y una esposa,
que son hijos de Dios, redimidos por la sangre preciosa del Cordero, en
quienes habita el Espíritu Santo, el cual los conduce y los regula?
Convengamos en que nuestro Dios no nos ha dado sólo unos cuantos
mandamientos para nuestra conducta, sino que primeramente nos ha
capacitado y vivificado por medio de su Santo Espíritu (Gál.4:6; Rom.8:9-11).
Recordemos por un momento aquel amor que se encendió en nosotros
cuando nos encontramos con la persona que creímos que llenaba todas
nuestras expectativas. ¡Oh, qué precioso es cuando llega el amor! Entonces
nada nos importaba; no tuvimos ojos para nada ni nadie más; nos llenamos
de sueños ¡hallamos al hombre (o la mujer) ideal! Vinieron cartas, citas,
regalos, etc. ... ¡preciosa experiencia!
Ahora bien, aquel amor juvenil, apasionado, ciego, ¿se compara (o se asemeja) con el amor de 1ª Corintios 13? ¿Era sufrido, sin envidia, sin rencor,
capaz de sufrirlo y soportarlo todo? Evidentemente, no.
Muchos nos han confesado dramáticamente: “Se me acabó el amor ...” “Las
cosas no se dieron como yo pensaba ...” “Ya no la (lo) quiero” ... Si somos
honestos, debemos reconocer que esto le ocurre a la gran mayoría de los
matrimonios, tanto cristianos como no cristianos. Por tanto, que los
mundanos se divorcien resulta comprensible. Difícilmente aceptarán el
sufrimiento, rápidamente pensarán en “rehacer sus vidas”. Ellos no tienen al
Señor en sus corazones y no tienen contemplado obedecer a Dios en ningún
punto; para ellos la ceremonia religiosa no fue más que un trámite, un evento
social para el ‘glamour’ ... En cambio, para un esposo o esposa creyente, no
está contemplado el abandonar jamás a la mujer de su juventud (Prov.5:18-
19). Es una ingenuidad pensar en un matrimonio sin sufrimientos y/o
conflictos de distinta especie. El que se casa debe estar prevenido y
preparado para soportar y ser soportado en muchas (o muchísimas) cosas.
Un hombre en la carne (Rom.8:6-8; Gál.5:19-21) es absolutamente impotente
para soportarlo o sufrirlo todo; sólo buscará su autosatisfacción. Es
hedonista en esencia. Pero hablando entre hombres y mujeres que tienen
viva y presente en sus corazones la realidad del “amor que nunca deja de
ser”, no temeremos, pues cuando el inmaduro amor sentimental juvenil
comienza a disminuir hasta morir, se levantará poderoso y firme el “otro
amor”, el de 1ª Corintios 13.
Entonces vas a valorar y amar a tu mujer, porque el Señor mismo te dirá:
“Marido, ama a tu mujer: El que ama a su mujer a sí mismo se ama.” (Ef.5:25-
28). No se puede pretender amar al Señor y ser despreciativo con la esposa.
No puedo (o no podemos) amar al Señor, respetarlo, honrarlo, serle fiel, y no
serlo con mi esposa (o con mi esposo). ¿Podemos ver que hay una gran
solidez cuando llegamos a la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo?
Nosotros con facilidad aplicamos el eterno amor de Dios a la salvación de los
pecadores, a nuestra afiliación eterna al ser librados del infierno, y al
participar de su gloria en el cielo. ¿Por qué no aplicarlo al matrimonio? ¿O
acaso 1ª Corintios 13 no es aplicable a mi matrimonio?
Hermanos, nosotros tenemos tal amor, como ya dijimos, derramado en
nuestros corazones. Nosotros proclamamos con gozo en medio de la
asamblea de los santos: “La roca de mi corazón y mi porción es Dios para
siempre.” (Sal.73:26). Entonces, digamos también: “La roca de mi matrimonio
es Dios para siempre” ... Esto es verdad, porque ya no somos más dos.
Hemos venido a ser una sola carne, y lo que es verdad para uno, también lo
es para con quien soy uno. ¡Dios, el bendito Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo sostiene y sustenta nuestro matrimonio!
Hermanos, contrario a cuanto personaje público piense, nosotros
concebimos el matrimonio para toda la vida. A medida que evolucione la
presente sociedad donde nos ha tocado vivir, creemos que el matrimonio
quedará –finalmente– circunscrito a los creyentes. Que el mundo haga o
piense lo que quiera; los santos, nos santificaremos todavía (Apoc.22:11).Una aplicación para el matrimonio (Efesios 4:17-32)
Consideremos ahora la palabra de Efesios 4:17-32 aplicada a la vida
matrimonial: Ya no tenemos el entendimiento entenebrecido, ya no se
concibe la dureza en nuestro corazón. Hemos sido alumbrados por el Señor
para que ahora se refleje la vida de Cristo en nosotros; es tiempo que se
manifieste cuanto hemos aprendido en Él y con Él.
¿En verdad le hemos oído, y hemos sido por Él enseñados? (vers.4:21). Si no
es así, entonces no nos extrañemos por tantos fracasos. Nada podemos
esperar del “viejo hombre” (4:22), pero todo podemos esperarlo del “nuevo
hombre” (4:24), que es Cristo en nosotros (Col.1:27). Si esta palabra es
aplicable a la iglesia en general, ¿cuánto más lo será al matrimonio, donde
verdaderamente somos miembros el uno del otro? (4:25).
Hay una “ira legítima”, un enojo repentino, a causa de cualquier situación de
la vida cotidiana, que no es pecado. El Señor nos pone límite: “No se ponga
el sol” para que estas “iras” no se acumulen hasta reventar en un conflicto
mayor.
“Ni deis lugar al diablo”. Aquí se trata de abrir una puerta el enemigo de todo
lo que es de Dios. El Señor nos perdone por cuantas veces hemos dado lugar
al diablo. Por esto llegan aquellos enojos, rabias y enemistades; las
acusaciones mutuas se multiplican, se traen a la memoria muchas cosas que
la sangre del Señor ya pagó y sepultó. Esto es absolutamente ilegal e
ilegítimo. Satanás se siente de alguna manera autorizado: “Ustedes
desobedecieron, me dieron lugar”. Él no traerá ternura ni comprensión; viene
a romper la paz, a turbar, a llenarnos de amargura y dolor. En la iglesia
velamos por no darle espacio al enemigo. Los que ministran o presiden
luchan porque no se les ceda terreno alguno. Pero, hermanos, la vida de la
iglesia no termina en la reunión de los creyentes; no tenemos una vida
matrimonial y otra eclesiástica. Llegamos al hogar con nuestra esposa, que
es también nuestra hermana en Cristo. Ya hay dos reunidos en su Nombre: el
Señor está aquí (Mateo 18:20). No demos, entonces, lugar al que viene para
destruir. Vamos a la perfección como iglesia, pero también como matrimonio
(Hebreos 6:1).
La voluntad del Señor es que seamos sustentadores de nuestro hogar (4:28),
y que no sólo se suplan nuestras necesidades, sino que tengamos aun para
bendecir a otros. No nos conformemos hasta que esto se cumpla en
nosotros, y que haya recursos para los más necesitados y para apoyar la
obra de Dios.
Nuestras palabras pueden edificar o contaminar a quienes nos escuchan. No
osaríamos hablar palabras corrompidas en la iglesia. Tampoco tengo licencia
para ser descuidado en el hablar cuando llego a mi casa. En este sentido, no
somos libres; somos esclavos de Jesucristo para vivir siempre en Él y para
Él. (Col.3:17).
No contristéis al Espíritu Santo
Otra palabra para meditar: “Y no con-tristéis al Espíritu Santo de Dios ...”
(4:30). ¿Cómo está, cómo se siente esta bendita Persona entre nosotros, en mi vida matrimonial? Se trata del Espíritu del Dios vivo, el que le dio vida a la
iglesia el día de Pentecostés, el que hizo maravillas con los primeros
apóstoles, el que fortalece con poder en el hombre interior, nuestro
Consolador, quien nos conduce a todas las riquezas de Cristo, para
poseerlas y disfrutarlas.
¡Qué tremendo es esto, hermanos! Que siendo tan poderoso el Consolador
nosotros le contristemos y aun lo apaguemos con nuestras carnalidades!
Dios no nos hizo autómatas, Él espera que nos rindamos, que demos nuestra
anuencia a su gobierno y autoridad, y que, al mismo tiempo, juzguemos la
bajeza, la vileza de nuestro corazón (“Miserable de mí”, Ro.7:24). Dios nos
dio su Espíritu para honra, gloria, hermosura, poder y victoria, pero nuestra
vanidad y soberbia natural lo contrista. “Perdónanos, Señor, por haberte
contristado; por toda ofensa y desobediencia contra el consejo de tu Santo
Espíritu dentro de nosotros.”
¿Conoce usted, hermano, la libertad del Espíritu dentro de Ud.? ¡Cómo nos
inspira y fortalece! ¿Conoce usted una reunión de iglesia llena de gloria, esas
que deseamos que no terminen. El Espíritu Santo gobierna todo ¡Qué
glorioso! Entonces, no lo contristemos más. Que pueda desplegar toda su
gracia para hacernos crecer y avanzar, así en el matrimonio habrá cada vez
menos amarguras, enojos, griterías, etc. Todos estos estorbos habrán sido
violentamente quitados (4:31) de los corazones que ahora están aprendiendo
a vivir llenos del Espíritu Santo.
Esta sección de Efesios termina con una exhortación a la benignidad, a la
misericordia y al perdón (4:32). Aplicado al matrimonio, esto es un fuerte
golpe al ‘machismo’ y a la prepotencia de muchos maridos. Estas cosas le
parecerán a muchos cosa de ‘debiluchos’. Pero los creyentes, los que son de
Cristo, los que viven en el Señor, son capaces de humillarse y pedir perdón
cuantas veces sea necesario, cada vez que tengamos testimonio de haber
herido o defraudado a nuestra esposa o familia. Esta actitud les dará
confianza, y serán así testigos del trabajo del Señor en el corazón del que se
humilla. Sólo el carnal, el soberbio, no se humillará nunca...
¡Amados, que nuestro matrimonio sea como una ofrenda de olor fragante!
(Ef.5:1-2)
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